Por Juan José Jordán
El año 2014 María Isabel Molina editó el libro Quimantú: prácticas, políticas y memoria. Formado por ensayos de la propia María Isabel, Isabel Yañez y Marisol Facuse, profundizando en el estudio de la editorial estatal de la Unidad Popular, cuya motivación era ofrecer libros baratos y de calidad al amplio público, lo que fue posible gracias a la compra de Zig-Zag por el Estado. (Para mayor información del libro visitar https://grafitoediciones.cl/)
Año 2021, plena pandemia, junto a Biblioteca Nacional Digital* María Isabel Molina cumplió el rol de curadora para la exposición Quimantú: 50 años de la revolución de los libros. Luego la exposición fue solicitada desde distintos organismos públicos, como el Ministerio de Relaciones Exteriores para la Feria del Libro de Buenos Aires y finalmente, montada físicamente en diciembre del 2023 en la Galería de Cristal de la Biblioteca Nacional de Chile.
De libros y políticas culturales y otros asuntos conversamos con la editora y curadora María Isabel Molina.
¿De dónde vino la idea para utilizar los kioscos como puntos distribución? Era algo inédito en Chile hasta ese momento.
Para esa información entrevisté a Pablo Dittborn que trabajaba en el área de distribución y después se convirtió en un editor muy exitoso de Random House. Estuvo detrás de todo el éxito de Isabel Allende, es una persona que tiene una visión comercial bastante fuerte y yo creo que en su trabajo en Quimantú ya se veía eso. El tema de los quioscos está ligado a lo que se hacía en Argentina, para la experiencia de Quimantú se revisó lo que se estaba haciendo en otros países, se adaptó a la realidad chilena lo que estaba pasando fuera. Junto con eso, se hicieron muchas más cosas para la distribución. Había buses que iban a la playa, también se mandaban aviones de la FACH hasta Punta Arenas. Se trató de tener una red que llegara, no solo a través de librerías y quioscos, sino que también a través de los sindicatos, de las juntas de vecinos, de las mismas empresas que eran del estado. Estaba la idea de llegar a más público y para ello se ocupaban otras empresas del Estado, como el caso de Codelco, con una alianza que se hizo con el sindicato para que distribuyera los libros. Eran otras formas que hoy no existen, había una idea más de lo colectivo.
Me quería detener en esta colaboración con el ejército. En el libro se habla de un Atlas en el que el Instituto Geográfico Militar iba a estar encargado de hacer las rectificaciones, un proyecto que no se pudo publicar por el golpe. Y también tenían alguna representación en los consejos editoriales, cosas así.
Esto no es algo que estudié en profundidad, pero se nota que la relación que existía entre las FF.EE y la sociedad civil era distinta a lo que vemos hoy y eso se veía reflejado en este proyecto cultural. Había instancias en las que el ejército podía cooperar y bueno, eran parte del estado también, tenían herramientas para aportar.
Es bien impresionante porque el mundo militar se lo suele pensar muy alejado a la cultura.
Sí, de hecho, tras el golpe la editorial cambió de nombre y quedó un general a cargo, general de la aviación, está en el libro, no me acuerdo su nombre. Creo que estaba retirado y asumió esa función. Hay que pensar que hay una élite de clase alta que entra a la Escuela Militar con alguna formación cultural. Es decir, no debiese ser tan raro que haya existido, no sé si ahora, a lo mejor ahora es distinto por todo lo que pasó que personas del mundo militar pudieran tener un bagaje cultural importante y entendieran que la cultura es un aspecto muy relevante de la vida social.
También puede haber arte y sensibilidad en el mundo bélico.
Claro, eso es lo que a uno ahora no le calza, por todo el daño que pasó, pero a lo mejor previo a esta herida tan profunda había más conexiones entre el mundo militar y el resto de la sociedad. Yo creo que para la mayoría de las personas que trabajamos en el mundo cultural ojalá no saber nada de los militares, pero quizá antes no era así. Quizá podía haber otros vínculos. Además hay que pensar que la UP era un proyecto tan transformador que todo servía. Si los militares pueden llevar libros hay que sumarlos, si finalmente estamos enfocados en transformar la sociedad y todos deben colaborar con eso.
Con respecto a la exposición misma, cumpliste el rol de curadora, cuéntame un poco de eso.
Lo que hice ahí fue tomar elementos del libro y hacer cápsulas de contenido, pequeños temas con lo esencial, que es un poco lo que hace el curador, seleccionar qué va a ser más relevante dentro de una exposición. También buscamos acompañar los textos con portadas y obras, pero eso también lo hicieron de la Biblioteca. Había que ver qué estaba disponible y en buenas condiciones para ser exhibido o digitalizado. Igual ahora hay bastante material, aunque no todo.
¿No tienen el catálogo completo en Biblioteca Nacional?
No, no está completo. Lo que pasa es que el catálogo de Quimantú es muy grande y está bastante disperso. Por ejemplo, yo busque ejemplares de la colección de libros infantiles Cuncuna y no los tienen todos. La revista Mayoría, que es difícil de encontrar, de esa había varios, pero aparecieron un tiempo después porque de repente pasaba que había obras que no estaban catalogadas. Pero no tienen todo. Tienes que pensar que está la colección Minilibros, colección Quimantú para todos, eso solo de la división literaria, después están todas las revistas, que además se dividían en otros dos departamentos. Pero, por ejemplo, de la revista Estadio puedes encontrar todo. Yo creo que durante la dictadura se deben haber desecho de libros.
Es bien inesperado lo que cuentan en el libro sobre el intento de los militares de imitar el trabajo de Quimantú.
Claro, por un lado demuestra que eran buenas ideas, si no ¿Por qué las siguieron haciendo?, ¿por qué Nosotros los chilenos sigue apareciendo, pero con contenidos totalmente opuestos?
Era muy esperable que le dieran ese vuelco nacionalista.
Claro y por otro lado, demuestra que los agentes de la dictadura no tenían ideas propias. Finalmente, la Editorial Gabriela Mistral fue una especie de parásito de Quimantú, porque copió todo, le despojó de los contenidos pero siguió con la forma, con los formatos de los libros. Continuaron sacando Minilibros, porque eran autores universales y transformaron las otras colecciones. Por ejemplo, en Nosotros los chilenos en vez de mostrar a los trabajadores mostraban a los patrones de fundo, es como absurdo. La revista Estadio también me parece que siguió saliendo, porque era una revista de deporte, ideológicamente es como inofensivo. La revista Onda, de público más juvenil esa se acabó, que igual lo tenía, Quimantú tenía publicaciones para el público juvenil, lo que pasa es que mezclaba esas publicaciones con temas más políticos.
De algún lado se le daba el enfoque político a las publicaciones.
Sí, porque eso también era lo que distinguía a esta editorial. Más que político, quería tratar temas contingentes, que todas las publicaciones tuvieran un acento en la contribución a este nuevo proyecto de sociedad desde donde los jóvenes pudieran aportar. La revista Paloma, por ejemplo, que era una revista para mujeres. Siempre se puede hablar mucho de la revista femenina y cómo va construyendo un modelo de cómo debe ser la mujer. En el caso de Quimantú, estaba pensada para las mujeres que trabajaban, para las obreras, no para las burguesas, que ya tenían revistas como Paula o la Eva, esta era distinta porque tenía todas las secciones; horóscopo, recetas, moda, pero además traían algunos reportajes sobre política o contingencia, actualidad mundial, mezclaban temas. No trataban de transformarlo todo, sino que agregaban algunos elementos, trataban de educar. Lo mismo pasaba con la revista Onda o con Cabrochico.
En el libro se dice que Cabrochico duró como un año y medio porque la gente no lo compraba, se iba a pérdida. En esa revista trabajan sociólogos para poder trasmitir un mensaje de forma clara y al final pareciera que la narración te gusta o no te gusta no más, no responde a categorías tan ideológicas.
Los contenidos tienen que ser atractivos. Lo que pasa es que había personas que tenían la idea que había que ponerle más política a las publicaciones y por otro lado, estaban las personas que venían del mundo editorial, como los dibujantes de historietas, los escritores, que no es que huyeran del tema político, pero tenían quizá una lealtad más grande al oficio. Por ejemplo, Hervi, Hernán Vidal, él me decía que a él le encantaba el Pato Donald y tenía un compromiso político súper fuerte pero que no entendía porqué ahora no le podía gustar el Pato Donald, como que una cosa no tenía que ver con la otra, entonces le parecía un poco torpe este intento de querer llegar con nuevas reglas al mundo literario porque los sociólogos querían meterle más política las publicaciones. Y él decía no, no puedo meterle unos textos gigantes a las historietas, no puedo. Y ahí se daban tensiones entre el mundo artístico y el mundo político, que eso es lo que explora un poco Marisol en el otro artículo del libro (Arte, cultura y política en la experiencia editorial de Quimantú). Son tensiones que son súper interesantes porque hay reglas que son propias del mundo artístico que no tienen que ver con lo político. Siempre existe una discusión en torno a la relación entre arte y política, pero en Quimantú fue muy evidente. Es decir, todo es político pero cómo te las vas arreglando para sortear esas tensiones. Igual los directivos tenían la idea que había que hacer cosas buenas bonitas y baratas. Entretenidas, porque igual tenían que ser leídas.
En relación a un caso más actual, el caso de 31 minutos que no tenía una idea política partidista, pero se convierte en una entretención infantil que invita a la reflexión.
Yo creo que es bien político 31 minutos, súper crítico. Se ríe de los políticos, se ríe de los mismos medios. Está muy bien hecho, realmente. Se ríe de la manera en que se hacen las noticias, por ejemplo.
Ahí diste en el clavo. La pregunta es si hay cabida para el humor. Plena guerra fría, un momento súper tenso.
En ese momento se jugaba mucho, entonces a lo mejor no había tanto humor. Pero si ves las publicaciones de La Firme, te encuentras con algo súper interesante porque era una historieta que abordaba temas serios, pero lo hacía con humor y un lenguaje que fuera fácil y entretenido. Por ejemplo, para la nacionalización del cobre, se hizo una publicación especial en donde se explicaba todo; desde hablar de para qué sirve el cobre, porqué es importante para Chile, cómo su nacionalización incidiría en el desarrollo del país y todo eso con viñetas que eran muy divertidas. Ese equipo, que estaba compuesto por Hernán Vidal, Alberto Vivanco y Pepe Huinca venía de hacer otra revista que se llamaba La Chiva. Era un equipo que manejaba muy bien esos códigos; el humor, lo entretenido, pero también la crítica política. Tenían esta revista que se llamaba La Chiva en que criticaban a la clase política y que después cuando se fueron a Quimantú hicieron La Firme. Pasaron de La Chiva, porque querían exponer cómo se intentaba manipular a los sectores más populares desde las clases políticas y después esta revista pasa a ser La Firme, porque querían evidenciar lo que estaba haciendo el gobierno de la Unidad Popular.
En el mini sitio de Memoria Chilena dedicado a Quimantú te citan varias veces, te has erigido como una autoridad en el tema.
Sí, puede ser, pero eso se debe a que no hay tanta investigación sobre el tema y lo que hay está en artículos, tesis, que están en internet y para Memoria Chilena se necesitan sobre todo libros, fuentes bibliográficas un poco más asequibles y confiables que internet. Los artículos en internet a veces pueden borrarse, no son tan fáciles de citar. Puede que haya cambiado el sitio o quitado el artículo. Lo que hizo el libro fue reunir distintas investigaciones, citar, reseñar y aportar con nuevos testimonios y creo que ese es el aporte del libro que hicimos con María Isabel y con Marisol.
En la exposición estaba en exhibición Fuegos Artificiales, el debut literario de Germán Marín. ¿Había espacio para la literatura actual? Pensaba que estaba más enfocado a las reediciones.
Sí, había muchas reediciones y la colección Minilibros estaba pensada para eso, para la literatura universal que fuera fácil de producir. Pero también había un equipo que revisaba manuscritos. Alfonso Alcalde formaba parte de ese equipo, asesorando las colecciones y también Joaquín Gutiérrez, que era un editor que había trabajado en Nascimento. Había personas con muy buen ojo editorial que podían encontrar buenos escritores. Yo no estudié los catálogos. Creo que sería súper interesante una exposición del catálogo literario, buscar primeras ediciones y contrastarlas con cuantas reediciones hay.
¿Hubo algún tipo de relación entre Mauricio Amster y Quimantú?
Nada. Lo que pasa es que Amster había pertenecido al PC, fue anarquista también y al final de su vida estaba un poco alejado de la política. Quizá no quería involucrarse nuevamente, porque él ya había trabajado décadas atrás en proyectos editoriales políticos. Entonces yo creo que ya había bajado la cortina. Era un señor de edad, yo creo que no estaba para esos trotes. Estaba medio desencantado. Gracias, pero no. Después empezó a dedicarse más a lo bibliográfico, cosas específicas, ediciones más raras, de colección. Terminó en Universitaria, donde se dedicaba a proyectar los proyectos editoriales.
¿Proyectar la edición significa diseñarla?
Sí, diseñarla, diagramarla, aunque también daba un lineamiento de dirección de arte.
¿Cómo habrá sido la diagramación en tiempo pre-computación? No me lo puedo imaginar.
Mira, hay un museo que es el Museo Taller (Compañía de Jesús 2784, Santiago, https://museotaller.cl/), que tienen una sección dedicada a la imprenta. Tienen muchas imprentas, de diferente tipo. Está en el Barrio Yungay. Van mostrando cómo era el trabajo editorial y sí, era súper artesanal. Había que hacer las ilustraciones, las portadas, componerlo todo, ensayo error, aunque no te podías equivocar mucho.
Se comenta cómo el desarrollo del Quimantú fue de la mano al desarrollo de la industria nacional del libro. Alcanzaron verdaderos hitos, como publicaciones con ese nivel de tiraje. ¿Crees que eso se ha visto reflejado en el desarrollo del rubro en nuestro país?
Igual hubo tirajes grades. La otra vez encontré este libro (Los papeles de Aspern– Henrry James, Editorial Andrés Bello). Me sorprendió la cantidad de ejemplares: primera edición: 20.000 ejemplares, 1989. Yo no sé si este libro se reeditó también, en el caso de Quimantú sacaban libros de 20.000, 30.000 ejemplares, pero aparte se reeditaban, había reimpresión. Piensa que en los tirajes promedio actualmente son de 1.000 ejemplares.
De repente esa colección de la Andrés Bello era una adaptación de los Minilibros de Quimantú.
Sí, igual este no es un libro tan chico, pero es un libro de bolsillo. Era del Club Lectores de Andrés Bello, uno se inscribía. Yo creo que sí, acá en Chile fue un hito, efectivamente. Igual en otras partes del mundo los grandes tirajes también existían.
¿Y en Chile?
Yo creo que en Chile fue un hito. Porque yo no creo que Zig-Zag haya tenido tirajes tan grandes, quizá no hacían 1.000 ejemplares, no creo, pero a lo mejor hacían 5.000, no 20.000. Es algo que hay revisar, pero en Quimantú, el número global, con impresiones y reimpresiones, eran tirajes gigantescos. Ahí es verdad que marcaron un hito. Después de Quimantú el libro de bolsillo se masificó muchísimo, Nascimento también sacó ese formato. Si revisas libros más antiguos tenían una factura mucho más costosa, una portada más dura, etc. y todo eso va encareciendo el resultado. La gracia con el libro de bolsillo es que es baratísimo entonces te permite sacar muchísimos ejemplares. Tiene que ver con una visión editorial que toma en cuenta el formato.
Lo digital, ¿crees que implica una amenaza para el libro? Además, existen distintas formas de acceder a la información, el libro no tiene el lugar que tenía hace unos 30 años.
Yo creo que el libro sigue siendo importante: no todo puede estar en el mundo digital, que igual es muy volátil. Hay sitios que existían hace 20 años que hoy ya no existen. No sé si te ha pasado leer algo en una revista digital, no la descargas en su momento y después no tienes forma de acceder al contenido. Yo trabajé en el Ministerio de las Culturas y en el año 2004 se hicieron muchas cosas y hoy todos esos artículos ya no están porque cambiaron el sitio del Consejo de la Cultura al Ministerio de las Culturas y todas esas crónicas, por ejemplo, del panorama cultural, escritas por el 2004-2005, lo sé porque yo las escribí, ya no existen. Uno cree que porque está en internet va a estar ahí y creo que esa idea es un poco engañosa. O con los mismos dispositivos, el disquete, por ejemplo, eso ya no existe. En Memoria Chilena hay una discusión de esto mismo; toda esta información que existe en ciertos soportes deja de estar accesible al público. O El VHS, o el CD-ROM, ¿cuánta información existió en CD-ROM que hoy día dónde lo lees? Los computadores ya no traen para CD, ¿qué haces con eso? Por eso yo creo que el libro sigue siendo una tecnología muy simple y efectiva. Obvio que tiene sus problemas, se puede quemar, puede ser una mala edición, pero igual resiste bastante bien en contraposición a la información en ciertos soportes digitales que a van quedando obsoletos muy rápido. No digo que el libro sea lo único, pero sí que es un soporte bastante bueno y confiable.
Quizá la lectura se va a abrir a otras expresiones que uno no se imagina, pienso por ejemplo en la gente joven con el Tik-Tok.
Para el magíster hice una investigación sobre bibliotecas y en un libro que consulté de Roger Chartier decía que en la Edad Media se leía en voz alta. Existían las bibliotecas, pero los libros venían en rollo, no tenían índice, eso aparece mucho después. Cuando la lectura es un continuo, no hay un índice porque el libro tiene otro formato que permite que se pueda ordenar la información de manera distinta y que, por ejemplo, las prácticas de lectura también eran distintas. Estaba medio prohibido leer en silencio porque había un control sobre ideas que podían ser peligrosas, interpretaciones, las herejías, entonces había que poder saber qué estaba leyendo el otro. Por eso no se leía en silencio. Ha habido muchas transformaciones en el mundo del libro. Por ejemplo, como dices lo de Tik-Tok va a dar pie a otras formas de lectura, otros códigos. Uno ve que en Youtube o en Instagram hay personas que comparten información sobre libros, pero de forma muy antigua, como “estoy leyendo este libro” con todo el libro subrayado. Ocupan la plataforma para mostrar a sus seguidores que ellos leen de manera tradicional.
Siento que la lectura, en última instancia, es un terreno individual. Más allá que apele a lo social, es también un espacio para dar cabida a inquietudes personales. Entonces, pensando en Quimantú, ¿Se puede resolver esta problemática en una editorial que apelaba a construir un colectivo de la futura sociedad socialista?
Es que hay dos cosas distintas. Las prácticas de lectura son individuales, es verdad. En este formato que te comentaba de lectura silenciosa cada uno lee un poco en su espacio, pero la producción editorial no es individual. Hay grupos de personas que piensan el libro; el libro es un producto que no es de una persona. No es del escritor, no es del ilustrador, no es del editor. Y es algo que muchas veces los editores tenemos que explicar cuando aparece esta idea sobre los bajos porcentajes de pago al derecho de autor. No estoy diciendo que esté bien, quizá hay que pensar otras lógicas comerciales. Pero un libro es una cadena. Más allá de los términos comerciales, yo creo que la producción es colectiva, porque hay un escritor que hace un texto y para que después se convierta en un libro tienen que intervenir otras personas. No es que el editor lo va a editar, a diseñar y a imprimir, por último tiene que mandarlo a la imprenta. Toda producción artística, porque es material, necesita a otras personas, lo que desmitifica un poco la idea que el artista es el genio que derrama sobre el resto su obra desde su torre de marfil. Toda obra es colectiva.
Cuando Neruda iba publicar el Canto General estaba prófugo, arrancándose del país. Había que ver cómo convertir materialmente en objeto ese mamotreto. Verlo de esta manera te obliga a considerar la esfera de lo concreto.
En el mundo del libro hay dos corrientes; Por un lado, la idea del autor como genio individual y después está el libro que se hace misteriosamente, nadie sabe muy bien cómo. Pero la realidad es que hay una persona que corrige, otro que edita, diseñador, el ilustrador de portada, todos los que trabajan en la imprenta, el que va a buscar los materiales de la imprenta. Después esto se convierte en un libro que lee una persona en solitario, entonces se cree que el mundo del libro tiende a lo individual pero no es así.
Igual hay un Bolaño cada mucho tiempo.
Seguro. Pero es una manera de explicarlo en términos más generales.
https://www.bibliotecanacional.gob.cl/multimedia/quimantu
https://www.bibliotecanacional.gob.cl/noticias/la-exposicion-quimantu-50-anos-de-la-revolucion-de-los-libros-se-esta-presentando-en-la
FICHA TÉCNICA
Título: Quimantú: prácticas, políticas y memoria
Editorial: Grafito Ediciones
Autor: María Isabel Molina, Marisol Facuse, Isabel Yañez
N° páginas: 144
ISBN13: 9789569356117
Año: 2016