Foto: Sergio López Isla
Por Galia Bogolasky
Entrevistamos a la reconocida dramaturga chilena que acaba de estrenar la obra Paren la Música en el Teatro Nacional Chileno. La obra es la tercera parte de la trilogía del dramaturgo Alejandro Sieveking. Todo pasajero debe descender (2012) y Todos mienten y se van (2019) completan consecutivamente esta obra que el autor dejó inconclusa a su muerte, en marzo de 2020 y la escritora completó a través de anotaciones y comentarios realizados por el autor en sus últimos días de vida.
La obra es dirigida por Cristián Plana y cuenta con las actuaciones de Catalina Saavedra, Carolina Paulsen, Carolina Larenas, Guilherme Sepúlveda y Felipe Zepeda.
Inspirada en el mundo sievekiano, Paren la Música es la continuidad dramática de una obra donde el humor, las supersticiones, las ánimas y los fantasmas recorren la escena como representación de lo real y lo maravilloso.
Esto fue lo que Nona Fernández nos contó sobre la obra que abrió la temporada de teatro presencial post cuarentenas.
Cuéntame sobre como surgió esta instancia de adaptar el texto, que había comenzado escribiendo Alejandro Sieveking, Paren la música la obra que se estrenó la semana pasada en el Teatro Nacional.
Yo creo que lo dramático que ha sido todo este tiempo y ya el hecho de volver presencialmente. Teníamos miedo que la gente no quisiera ir al teatro también, están tan revueltas la cantidad de emociones que han que han ocurrido en este estreno. ¿En relación a cómo ocurre esto? Es una historia que ha sido bien enigmática, misteriosa, y hasta mágica, para para todo el equipo. Es la tercera obra de la trilogía de Alejandro Sieveking. Alejandro tenía muy claro que quería escribir las tres obras: Todos mienten y se van, Todo pasajero debe descender y Paren la música, era la tercera obra de su trilogía. En vida, dialogamos mucho con él, en relación a las dificultades que estaba teniendo para escribirla. No en términos artísticos o creativos, sino que en lo dificil que era en términos energéticos, enfrentar una escritura. No sé si la gente lo tendrá claro, pero enfrentar la escritura es bastante y me imagino mucho más a la edad de Alejandro y con la enfermedad que él tenía. Al final estaba con un cáncer, que yo no sé de cuando lo tenía, se descubrió cuando la bola era muy grande. Él quería hacerla y tenía algunas ideas sueltas que se la traspasó la Paulina Moyano, que es la asistente de dirección de la obra, también es el motorcito de este proyecto. La Pauli es como la ahijada de Alejandro y la Bélgica (Castro) en términos teatrales, asistente, alumna de ellos, muy querida amiga y productora de muchas de sus obras. Antes de morir, tuvimos dos acercamientos con Alejandro, en relación a eso. Cuando lo visitaba en el hospital, él tenía tres obsesiones, una de esas tres obsesiones era la obra. Como él tenía dificultades para sentarse a escribir y en ese momento estaba con la vista compleja, yo le había ofrecido que cuando estuviese en su casa, pudiéramos grabar, yo le dije: “Yo te grabo, y tu dime texto, diálogos, ideas, y yo los traspaso a Word, después tú simplemente tienes que jugar con el Word y no hacer todo ese ejercicio”. En eso quedamos, pero no se pudo dar, las circunstancias, pero a la Pauli le traspasó más material de la obra. Yo sabía muy poco, yo sabía solamente que era la tercera obra, que el personaje de Guillermo fuese un fantasma (en la segunda obra de la trilogía había muerto). A la Paulina le traspasó más claves, como que el café tenía que estar en ruinas, que teníamos que basarnos en una obra que se llama Ondina de un dramaturgo francés que se llama Giraudoux, un texto que yo no conocía, nadie en el equipo lo conocía. Él quería que fuera un musical, ahí no lo logramos, no supimos como entrar al musical. Esas eran las claves que el dejó, y que la Pauli nos traspasó a nosotros. También que era una historia de amor. Con esas claves nos pusimos a trabajar en conjunto, con Cristián, con la Claudia, con el Damián, con la Paulina y estuvimos como dos meses juntándonos cada dos semanas, conversábamos, yo comenzaba a escribir, les iba mostrando, les iba delineando ideas, y de ahí seguíamos conversando, y así se gestó la obra. Algo fundamental es que después de cuando Alejandro y la Bélgica fallecen en marzo del 2020, me llama la Paulina y me dice: “Del Teatro Nacional tengo una oferta, que es que hagamos la tercera obra de Alejandro. Creo que tienes que escribirla tú”. Imagínate para mí fue como estábamos, con las emociones muy revueltas. No me sentía capaz, pero dije: “Bueno, esto hay que hacerlo, no sé cómo lo haré, pero lo haremos”. Recibí el encargo, el mandato y lo hicimos. Fue un trabajo tan bonito, de parte de todos, de una conjunción muy interesante, porque era un grupo que no habíamos trabajado nunca antes juntos. Alejandro lo tenía muy claro y eso me lo confesó a mí, quería que la obra fuese dirigida por Cristian Plana, y empezamos a trabajar juntos. Lo que tu viste es el resultado de ese trabajo mancomunado, desde el ejercicio de la escritura, hasta el ejercicio de la puesta en escena.
¿Siempre se pensó que iba a ser presencial? ¿Necesitaban ese tiempo para escribirlo? ¿Cómo cuánto tiempo te tardó?
La obra estaba lista. El proyecto se quería estrenar en junio de este año, presencialmente, porque se cumplían los 80 años del Teatro Nacional. La idea de Cristián Kleim (director sala) era abrir la sala con esta obra. También fantaseamos con que la sala iba a estar abierta de antes. Partimos en marzo de 2020, entonces no entendíamos nada de lo que estaba pasando con la pandemia. Yo cerré la escritura, nosotros partimos ese trabajo tipo abril, y postulamos a un Fondart, que no nos ganamos, que queríamos complementar el financiamiento del Teatro Nacional. Eso se cierra, como en junio, julio. El proceso de escritura debe haber ocurrido entre los meses de abril, mayo, junio, julio y desde entonces, la obra estaba lista, pero siempre supimos que queríamos estrenar en junio del 2021, presencialmente en el Teatro Nacional.
¿Cómo enfrentaste la espera de presentar la obra presencial? ¿Alguna vez pensaron en hacerla online?
Es una obra que está pensada para el teatro, es una obra que tiene que ver con el teatro. Es una obra que homenajea a Alejandro (Sieveking) y a Bélgica (Castro). Es una obra que habla de la memoria, pero que habla del teatro. Era súper importante que fuese en el teatro. Además, nos parecía tanto más importante que fuera en el Teatro Nacional, por la historia que ellos dos tenían con el Nacional. Por lo demás, el último evento que tuvimos fue el funeral de ellos ahí, debía ser presencial. El elenco y el equipo, estaban ensayando, y el proceso de ensayo virtual fue mucho más largo de lo que hubiesen querido. Lo que nos ha pasado a todas y a todos, a un año y medio en la pandemia, es que hemos aprendido a sortear la incertidumbre, que ya es parte del escenario. Entonces teníamos súper claro que queríamos que fuera presencial, que en algún momento se iba a abrir la ventana para hacerlo y que había que esperar eso. Creo que para mí no fue tan dramático. Yo creo que para el elenco y para el equipo mucho más, porque hay una cosa corporal de estar ahí, de estar ensayando para eso. Pero se dieron las cosas, cuando supimos que iba a ser en julio eran solo dos meses más. Creo que todo fue bastante fluído. La posibilidad de tener el teatro completamente para el equipo durante mucho tiempo, eso uno nunca lo tiene, entonces también se compensó.
¿Cómo fue para ti este proceso de escritura? Pensando que ya había una idea, pero también es un texto super personal de Alejandro, pero también se nota tu propia voz.
Voy a ser super honesta, asumí el desafío con mucho terror. Porque le tengo mucho respeto a Alejandro, como dramaturgo. Yo crecí como actriz actuando sus obras. Mi primera escena que yo actué, en la Escuela de Teatro de la Católica, era una escena de Alejandro. Entonces, es muy tremendo escribir la tercera obra de Alejandro. Pero yo lo conocí, yo sé lo juguetón que era, yo sé que él habría estado feliz de que yo hubiese tomado la posta de su escritura. Yo sé lo importante que era para él, que esta obra se hiciera, sé la confianza que me tenía, el cariño que me tenía y eso me relajó un poco. Lo primero que le dije fue: “No voy a hacer la obra que tenías en la cabeza, porque no sabemos cuál es la obra que tenías en la cabeza, pero voy a hacer lo mejor que pueda. Sin duda que sí”. Hubo dos claves que intenté tomar para poder travestirme, porque mi intención era travestirme, no jugar a imitarlo, pero sí intentar apropiarme de su voz. Sobre todo, en las obras más folclóricas, mágicas de Alejandro, que era esa ingenuidad, casi naive de sus obras, pero a la vez con una profundidad tremenda, como una mezcla de sabiduría e ingenuidad, al mismo tiempo. Ese tono fue el que quise resucitar y apropiarme de él. Lo leí mucho para tratar de tenerlo, para tenerlo en mi, no para imitarlo, sino que, para incorporarlo, para poder tener el tono. Lo otro, darme la libertad de poder ser yo, y ver cuáles eran los temas donde los dos coincidíamos. Alejandro siempre escribió esta trilogía pensando en la Bélgica, sobre todo para trabajar con ella, y ella siempre fue su musa, era quien despertaba la creatividad de Alejandro. Para él fue muy difícil desarrollar la segunda obra de la trilogía sin la Bélgica, pese a que actuó con la Anita Reeves, que era su amiga de toda la vida, pero era muy difícil para él. También yo pensé que ésta debía ser una obra para la Bélgica. No está la Bélgica, sin duda, pero el personaje que ella hacía, era una obra sobre ella. Ahí aparece la idea de esta persona, como ocurrió con la Bélgica, que, con una demencia senil, como la que le cayó encima, que ya no computaba del todo, esa idea me gustó mucho. Además, porque la había dejado en las otras obras. Estaba esta idea de que el personaje que él hacía era un biografo, porque Guillermo era un biógrafo en las otras dos obras. Entonces a mí me pareció tan bonito este cruce, de una mujer que ya no recuerda su vida y un gran amigo que le puede ayudar a escribir esa vida que ella está olvidando, y que hace de tutor o de ayuda de memoria. También era lo que pasaba en la relación de ellos al final. Con eso empezamos a jugar. Lo otro que yo creo que fue un gran desafío, era un mandato que él nos había dejado, de que el personaje de Guillermo iba a aparecer en el escenario como un fantasma. Nosotros pensamos mucho cómo podíamos hacer eso ¿quién podía ser ese fantasma? ¿Qué actor podría representar a Guillermo? Tuvimos muchas ideas en la cabeza de cómo hacerlo, de quién podía ser, que casting podría ser, y en algún minuto dijimos: “No podemos, el fantasma no lo podemos ver porque cualquier gran actor de este país que lo interprete, se nos va a ir la obra a la mierda”. Ahí empezamos a jugar con como podíamos convocar al fantasma, para que todos pudiesen ver al fantasma y todos pudiesen imaginarlo, sin tener que verlo. Eso fue un gran desafío desde el texto hasta la puesta en escena. Yo creo que funciona muy bien, lo que finalmente hicimos, es muy sensible. Ese desafío fue muy completo. Me pasó que cuando vi a la Cata (Saavedra) actuando, sentí que no estaba actuando, que estaba poseída por la Bélgica (Castro) Lo que ella estaba haciendo era una una cosa que a ratos es impresionante, y siento que, de alguna manera, en la escritura también, algo de eso me pasó. No requerí pensar tanto en cómo ser Alejandro o tomar su forma de escritura, sino que simplemente dejé que todo lo que Alejandro había dejado en mí, saliera, que es lo que yo siento que le pasa a la Cata. Ella no tuvo que investigar ni forzar nada, ella contiene a la Bélgica, porque son muchos años de experiencia con ella, mucho de estar con ella, mucho de verla, de observarla, en personajes. Creo que algo de eso a mí también me pasó con Alejandro. Finalmente, lo que uno hace, es simplemente abrir una válvula, y eso sale. Creo que tiene que ver con el ejercicio teatral, en general. Uno es una pieza de una gran posta. Uno tiene algo que entregar, pero uno es parte, uno contiene todas las enseñanzas y todas las experiencias que los maestros y las maestras han dejado en nosotros. A la vez, uno va dejando algo de eso en las generaciones nuevas también. Creo que la obra tiene algo de eso, la idea de la posta, de la estación.
¿Cuál fue el mayor desafío este proceso? Además de la escritura, ¿Cómo fue el trabajo con el director Cristian Plana? ¿Te involucraste con el trabajo del elenco?
No, yo participé de algunos ensayos virtuales con ellos y luego, por efecto pandemia, no tuve posibilidad de ir al teatro a verlos tampoco. Fue una entrega de completa confianza. Esto no es un trabajo donde los egos estén dando vueltas, porque, es como un acto de cariño el que hicimos todas y todos en esto. Todos fuimos convocados con mucho desconcierto también, así como ¿Qué hacemos? ¿y qué hacemos para hacerlo lo mejor posible? Yo creo que los mayores desafíos tienen que ver con cómo hacer presencia del fantasma, y qué obra construir con esas claves que Alejandro dejó, que eran muy vagas. ¿Qué decir, qué historia contar? Porque había claves, pero no había una historia. Uno se sube a la historia o la enriqueces, pero acá no había historia, entonces estábamos todos muy en pelota. También darme permiso y creo que fue el primer desafío, decirme: “Tranquila, relájate, esto es un juego y él va a estar feliz, va a estar feliz con lo que tú hagas, salga horrible, él va a estar feliz igual”. Voy a ser super honesta, fue un proceso muy cariñoso, muy gozoso, muy fluido. Yo creo que todos teníamos aprehensiones de que no fuera fluido, porque no habíamos trabajado juntas, ni juntos, y para nada, fue muy complementario. El diálogo con el equipo. Siento que yo hice como de Medium Escritural para las ideas de un colectivo, con ciertas directrices que yo les iba lanzando un poco más, que tenían que ver con armar esta pequeña historia, porque es un cuentito, el cuento de una última cita. Promediando las opiniones, las ideas, los imaginarios de todos y nos ecualizamos bastante bien. Todos con una delicadeza muy grande para plantear ideas. Creo que no es casual que él nos haya juntado. Por algo nos juntó, había algo dando vueltas, por algo quiso esto. Entonces funcionó bastante bien, los desafíos eran muchos, pero la verdad es que los sorteamos con mucha fluidez. Para mí fue un proceso muy entretenido, muy interesante, sobre todo esa primera etapa creativa. Cristian (Plana) iba lanzándome sus ideas de puesta en escena, y yo iba escribiendo para esas ideas también. Había momentos que no sabíamos cómo solucionar, entonces él me decía: “Yo creo que la puesta en escena va a ser así, acá va a venir una música”. Damián tenía la idea de poder trabajar con la voz de Alejandro, porque tenía grabaciones de él. Entonces habría que darle un momento en la puesta en el texto para ese momento. La idea del filamento, del foco guacho al final, una idea que llegamos solucionando sobre la no aparición del personaje, y la idea de que siempre había estado ahí, pero no lo habíamos visto. Entonces fue muy fluido, muy rico, muy interesante. Yo tuve la oportunidad de ver la obra antes del estreno, en una primera pasada que se hizo completa y fue súper emocionante, yo sola en el Teatro Nacional, el equipo atrás en la caseta y fue muy bonito. Fue algo que nosotros no lo habíamos pensado, porque no trabajamos para eso, es lo bonito del teatro, que había una nueva capa que no estábamos dimensionando, que es la que tiene que ver con lo que ha ocurrido con las artes escénicas, en este tiempo de pandemia. Cómo, de alguna manera, estamos un poco en ruinas, estamos levantándonos de un momento muy difícil. Creo que no tenemos dimensión de lo difícil que va a ser levantarnos. La obra también habla de eso, de cómo el teatro persiste, de cómo está ahí, de como ese foco tintinea, que está ahí siempre. Puede haber la debacle más grande, pero el foco insiste en acompañarnos, en iluminar y estar con nosotros. Creo que todos tenemos una cita con ese fuego del finalmente. El teatro no se acaba, lo podemos hacer incluso con un escenario vacío y un foco guacho. Esa lectura que la vi en el escenario, no la habíamos visto, ninguno de nosotros lo había hecho antes. También fue súper emocionante para mí, fue bien impactante.
¿Qué le podrías decir a la gente para invitarla a ir a ver la obra, en las funciones que quedan?
Primero, que se apuren, porque quedan pocas entradas. Ha sido precioso también, porque debo decir que tenía mucho miedo de que la gente no se atreviera a ir al teatro. Me alegra darme cuenta que no es así, que seguimos con el ánimo de encontrarnos a vivir una experiencia juntas, juntos, con el equipo artístico y con nosotros mismos, darnos ese regalo de vivir juntos una experiencia. Creo que lo bonito, y lo atractivo, es que es una obra que tiene que ver con el ejercicio teatral, pero trasciende esta temática del ejercicio teatral. Es una obra que quiere homenajear a dos próceres, a dos grandes focos que tenemos y que nos siguen iluminando, como son la Bélgica y Alejandro, pero, trasciende completamente, única y exclusivamente la lectura de lo teatral. Es una obra que habla de la memoria, de cómo se nos desarma la memoria, de lo importante que es el acto de recordar, de la porfía que necesitamos para poder hacerlo. También es una obra que habla de este cambio que estamos viviendo, estamos pasando una nueva etapa, estamos renovándonos, estamos cambiando de piel, y en ese cambio de piel donde hay ruinas que van quedando abajo, hay ciertas luces que no tenemos que olvidar también, que son las luces de la tradición, las luces de la memoria, que nos tienen que acompañar para lo que sea que venga adelante. La obra termina con una gran marcha, que ocurre en algún lugar, que yo siento que es la marcha en la cual estamos habitando, que estamos encaminando, es una marcha de la cual no puede estar excluido de la memoria. Ahí están nuestros maestros, nuestras maestras. La misma Gregoria dice: «Está, Víctor, está Gabriela, yo quiero estar con ellos» Todos queremos estar con ellos y esta gran marcha nueva no es sin ellos, es con ellos.
¿Qué otros proyectos tienes? ¿Libros, dramaturgia, algo que nos puede adelantar?
Con mi compañía «Pieza oscura» estamos con un proyecto atorado por la pandemia, hace ya casi un año y medio, en junio del año 2020 íbamos a estrenar un montaje en la Universidad Católica, una versión teatral de una novela mía que se llama Space Invaders una novela muy cortita y teníamos la versión teatral preparada. No pudimos, estábamos en la mitad del ensayo y ahora retomamos los ensayos. En la fantasía del optimismo, nosotros vamos a estrenar la obra en el Festival de Teatro de Lyon, Francia, ahora en octubre y luego en enero estrenamos acá en el Teatro de la Católica. Vamos a tener otra temporada el próximo año más larga, todo esto si el bicho nos lo permite, pero si no, va a ocurrir en algún momento. En términos teatrales estamos pésimo, terrible. Pero estamos a la espera de seguir trabajando, pero eso nos tiene bastante animados también, porque estamos ensayando presencialmente en el Teatro de la Católica. Es otra dinámica dejar la virtualidad y eso debiese ocurrir ahora. Acabo de hacer un relanzamiento, una nueva edición de un libro mío que se llama Avenida 10 de julio por Alquimia. No es una novedad, porque es un libro que tiene bastante tiempo, pero que estaba agotado así que hicimos una nueva edición y ya circulando.
Ficha artística
Título: Paren la Música
Dirección: Cristián Plana
Dramaturgia: Nona Fernández (título sugerido, referentes y notas por Alejandro Sieveking)
Asistencia de dirección: Paulina Moyano
Diseño integral: Claudia Yolin
Asistente diseño integral: Nicole Needham
Diseño sonoro: Damián Noguera
Director de escena: Silvio Maier
Maquillaje: Franklin Sepúlveda
Producción General y Artística: Paulina Moyano y Teatro Nacional Chileno (TNCH)
Elenco: Catalina Saavedra, Carolina Paulsen, Carolina Larenas, Guilherme Sepúlveda y Felipe Zepeda.
Jefe Técnico: Guillermo Ganga Martínez
Director de Escena: Silvio Meier
Tramoya: Fernando Boudon
Electricista: Carlos Moncada
Utilero: Camilo Retamal
Sonidista: Joaquín Riquelme
Ayudante técnico: Sebastián Chávez
Ayudante técnico: Hugo Hernández
Mayordomo: Jorge Santana
Coordenadas:
Teatro Nacional
Entre el 11 al 28 de agosto
A las 19:00 horas de miércoles a sábado