Por Matías Pardo
Guadalupe Faraj es una escritora y fotógrafa nacida en Argentina en 1976. Formada en la carrera de filosofía en la Universidad de Buenos Aires, escribe para medios trasandinos como Clarín o la revista Lugares del diario La Nación, en esta última donde se publican sus crónicas de viaje como colaboradora permanente. Su primera novela fue Namura, una obra con tintes autobiográficos que relata la historia familiar de una mujer llamada Amanda, que fue publicada en España en 2012, llevándose el premio Novela Corta Pola de Siero, y posteriormente en 2018 editada en Argentina por la editorial Indómita Luz.
En la Furia del Libro de este año, Faraj presentó por primera vez en Chile su segundo libro, Jaulagrande, editado en nuestro país por Editorial Falso Azufre. Esta novela, publicada en 2022 en su país natal por Editorial Fiordo, es una distopía sobre la base militar que le da título, a la que llega el general Fresno luego de recibir varias amonestaciones militares, en compañía de su esposa Peggy y su pequeño hijo Boris. Jaulagrande es considerado un lugar desagradable, al que van los que hacen “las cosas mal”, con un cielo “de un color pajizo que se obtura cuando hay nubes”, un olor a amoníaco que lo permea todo, una laguna contaminada, gansos que comen basura, entre otras características.
En esta entrevista, la autora se refiere a su paso por Chile, los orígenes de su nouvelle distópica y su visión respecto al estado de la cultura en su país natal.
¿Cómo ha sido tu paso por Chile? ¿Qué pudiste hacer o conocer acá en nuestro país?
Me encanta Santiago de Chile. Ya había ido el año pasado por trabajo a hacer una crónica de viaje justamente para una revista de viajes (Lugares del diario La Nación) de Argentina, y lo pasé increíble, tengo un recuerdo hermoso. Ahora fui por segunda vez, y la pasé hermoso también, creo que mejor. Ya había caminado mucho por Santiago, entonces conocía los lugares, como que me ubico, me encanta caminar. Sobre todo, fue muy hermoso compartir con Dana (Lima) y Constanza (Barrios), que son las editoras de Falso Azufre, y con todas las escritoras y escritores que conocí en la Furia del Libro. Intercambiar libros, conversar, ir a cenar, y todo terminó con una fiesta el sábado, que organizó la Furia, muy divertida.
¿Cómo se dio la posibilidad de venir acá a la Furia, en esta ocasión?
Las chicas, Dana y Constanza de Falso Azufre, sacaron mi última novela de ficción, que se llama Jaulagrande, que salió acá en Argentina por un editorial que se llama Fiordo en el 2020. A ellas les llega la novela, les gusta, deciden publicarla, y en el verano me escriben un mensaje, me dicen si yo estaba dispuesta a viajar a Chile a la Furia del Libro. Para mí fue hermoso, fue una emoción, y dije “claro, por supuesto” de una. Así se dio esa participación, y entonces ellas organizaron el lanzamiento de Jaulagrande en el marco de la Furia del Libro, y después hubo un conversatorio, el día anterior a la presentación. Se fue dando todo así, ellas gestionaron todo en realidad, fueron ellas las que armaron toda la movida.
Jaulagrande nació como un cuento. ¿En qué contexto lo creaste y cómo decidiste expandirlo a un formato más novelesco?
En principio, yo tenía muy claro que quería contar una historia en un cierto lugar militarizado. Tiene que ver con mi propia historia, entonces eso es algo que conozco bien, y lo quería usar y quería hablar también de esta familia. Empezó siendo un cuento, lo estaba trabajando en un taller con la escritora argentina Betina González. Hice un conjunto de relatos, este creo que se llamaba Jaula Grande, separado, y era un cuento de 20 páginas. Se sentía que faltaba bastante, que ahí había historia para escribir, para narrar. Creo que era el último cuento y tal vez el más potente, el que se salía por todas partes, pedía extensión. Betina me dijo: “Acá esto pide más, hay que sacarlo, hay que hacerlo”. Y ahí empiezo todo el trabajo de hacer una novela, una nouvelle en realidad, porque es una novela corta.
A propósito del contexto que mencionas, tu padre fue militar.
Sí, mi padre fue militar, ahora está retirado. Es un mundo que yo conozco: las bases militares, esos contextos, porque él vivió en algunas bases — cuarteles, como les dicen — y yo iba algunos veranos y me quedaba en esa casa. De hecho, yo siempre cuando estaba armando, imaginando, construyendo el territorio de Jaulagrande, tenía todo el tiempo en la cabeza — sobre todo cuando describo la casa donde vive esa familia — una casa donde yo viví, unos meses o un mes, no me acuerdo, porque iba en las vacaciones. Siempre cuando escribimos, yo creo que lo biográfico atraviesa todos los textos, todo lo que creamos, así como también pienso que toda escritura es ficción. Cuando se escribe se está haciendo una ficción siempre, aunque se escriban datos autobiográficos. Todo está atravesado por la biografía de la persona, de la escritora, del escritor.
En la presentación del libro, habías dicho que te interesaba que los gansos fuesen muy inteligentes. Ellos eran estos animales que comían desperdicios y en los que se interesaban Peggy y Boris. Recuerdo que en un pasaje del libro una de las esposas de los militares, cuando se van a juntar con Peggy, dice que rejuvenecen comiendo ese tipo de cosas. Lograron adaptarse a ese ambiente bastante desagradable que describes tú con una especie de laguna contaminada, con ese olor a amoníaco. ¿Cuál fue el proceso que tuviste para llegar a esos animales como los definitivos de tu novela?
A veces, cuando me preguntan esas cosas yo no sé bien qué decir. Igual lo dije un poco en la presentación, que a veces yo no sé cómo funciona la imaginación. Sí, sé hacerlo en el sentido de imaginar, pero eso no es algo de una cualidad mía, es de todas las personas que imaginamos. No sé cómo funciona la cabeza, la imaginación, la escritura, entonces hay cosas que van apareciendo cuando escribís y que no sé bien por qué. Tal vez tengan que ver con recuerdos. Yo ahora estoy haciendo una novela que se llama Campo Blanco, y va a haber dos animales importantes: una es una danta y otro es un chancho. Yo viví en un lugar hace unos años, en un pueblo, en donde teníamos una casa y al lado había un, no sé si decirle chiquero, pero un lugar donde había chanchos.
Lo de los gansos nunca me pasó, pero lo que me interesaba de eso era la connotación que tiene la palabra “ganso”, siempre tipo “este es un ganso, qué ganso que es este”. ¿Viste que a veces a las personas se las llama por distintos animales para significar algo? El ganso es algo peyorativo, y a mí me interesaba que fuera todo lo contrario: que los gansos fueran absolutamente inteligentes y que la basura casi radioactiva los volviera inmortales. Me parecía que iba en contra de lo que muchas veces he pensado. Obviamente nadie comiendo basura se vuelve inmortal ni nada, pero a mí me parecía que estaba bueno y, sobre todo, me gustaba la idea de que un ganso sea el más inteligente de toda la historia.
Volviendo a lo anterior que dijiste acerca de tu padre, ¿qué aspectos suyos pusiste en el personaje de Fresno, este militar bastante severo?
Ninguno. Tenemos posiciones políticas o ideológicas distintas, o sea él piensa una cosa y yo pienso otra: tengo una posición diferente en cuanto a la dictadura militar a la que tiene él, claramente yo estoy en contra. Pero fue un padre muy bueno conmigo, no es un Fresno, no fue un padre violento. De hecho, diría que mi viejo fue una persona que me apoyó siempre mucho. Cuando estudié filosofía, me apoyaba estudiando. Él quería que yo estudiara abogacía, pero yo le decía “no, abogacía no, voy a estudiar filosofía”. Cuando empecé a hacer fotografía, me regaló la primera cámara que tuve. Siempre fue alguien que me ayudó mucho. En una época en que él vivió en España, yo me acuerdo de que viajaba para allá y estudiaba teatro, cosa que a él no le gustaba, pero me pagaba las clases de teatro. Entonces siempre hubo entre nosotros un respeto en cuanto a la posición de cada uno. Siempre hablamos mucho, muchas veces discutíamos y en algunos momentos nos hemos peleado, pero a la vez siempre fue un padre muy presente que me ayudó en todo. Fresno es más un militar yo creo que más estereotipado, lo hice más por otro lado. Me interesaba otra cosa. De mi viejo solo saqué algunas cosas: de haber estado en actos militares, de haber estado en bases, qué sé yo. Saqué cosas de ese mundo, pero no, nada que ver Fresno con mi papá.
¿Tu familia tuvo oportunidad de leer la novela? ¿Cómo la recibieron?
Siguiendo con esta historia de mi papá, pasó algo muy gracioso para mí. Cuando yo termino la novela, a la primera persona que se la doy es a él; como que digo: “Esto en algún momento se va a publica, quiero que la lea él primero”, medio como “el que avisa no traiciona”. Y se la di, me acuerdo, nos juntamos a desayunar y le dije “papá, escribí esto, sucede en un mundo militarizado”. Y nunca la leyó. Creo que se debe haber aburrido en la primera página, debe haber dicho “esto no es para mí”. Después, cuando esta novela ganó un premio en el Fondo Nacional de las Artes, me acuerdo de que llamé a mi mamá y a mi papá para contarles, y cuando le cuento a él le digo: “¿Te acordás de la Jaulagrande?”. “Ah, ¿cuál?”, me dice. Ni la había leído, todo eso de que aparece una cosa, de que la va a leer y entonces te va a decir… No pasó nada de eso. Creo que se aburrió y la dejó, pero eso es porque él lee otras cosas. No se conmovió.
Ya antes habías hecho otra novela, que se llamaba Namura, que también tenía ciertos tintes autobiográficos, pero desde una perspectiva un poco más realista, por así decirlo. ¿Cuáles fueron las dificultades de embarcarte en una distopía? ¿Y qué referencias tuviste al momento de escribir Jaulagrande?
La verdad es que después de haber hecho esa distopía, ahora quiero hacer distopías. Me parece hermoso escribir esos mundos totalmente imaginados, pero lo cierto es que yo quise hacer una distopía, porque — creo que lo dije en la presentación — quería hablar de ese mundo militar, o militarizado, quería hablar de esa familia, pero no quería hablar de la época de la dictadura en Argentina. Yo sentía que, si hacía una novela realista de los militares, tenía que hablar sí o sí de la dictadura, como escritora no podía obviar eso. Entonces dije “si hago una distopía, ya puedo hablar como quiera yo”, porque eso va a ser un mundo imaginado. No se sabe si pasó en Argentina, si pasó en el Congo, o donde sea, eso me lo armo yo.
Me sirvió una novela que a mí me gusta mucho: es Plop, de Rafael Pinedo. Creo que es una de las primeras distopías que leí que me partieron la cabeza, me parece que está buenísima. Eso tenía mucho en la cabeza, pero siempre mis referencias son más clásicas, son Carson McCullers, Faulkner, Juan Rulfo. Pedro Páramo es la novela para mí. Entonces, siempre hago pie en esos textos.
¿Qué te llevó a interesarte por la escritura, y cuándo empezaste a escribir?
Creo que cuando era chica, siempre estuve cerca de la escritura. Es para mí la mejor forma que encuentro para expresarme. También soy fotógrafa, la fotografía me apasiona, pero la escritura es otra cosa. Creo que empecé talleres literarios cuando tenía 15 ó 16 años. Pero desde antes escribía o hacía cosas, ya tenía ese vínculo con ese lenguaje expresivo. Y me costó mucho llegar a tener días en los que escribiera siempre y dedicarme a eso, porque es muy difícil. La escritura es uno de los trabajos más súper precarizados, como el periodismo, por ejemplo, siempre pagan mal. Ya lo sabemos, acá, en Argentina, en Chile; entonces, te encanta hacer eso, pero tenés que sacar tiempo de todas partes para poder hacerlo, y además tenés que vivir, o sea, ganar dinero. No es como otros trabajos más rentados.
Con respecto a la escritura, y más en general también a la cultura, tú has dicho que la militancia es parte importante de tu vida, y entiendo que perteneces a la Unión de Escritoras y Escritores.
Sí, pertenecí, ahora ya no estoy más. La militancia siempre fue una parte muy importante. Ahora no estoy militando en ninguna parte, pero siempre milité, cuando era más chica, en partidos de izquierda. Ahí era como más político, y después, durante muchos años, por ejemplo, di un taller de fotografía en una cárcel de mujeres, dentro de una organización que se llama Yo No Fui. En la Unión de Escritoras y Escritores estuve cuatro o tres años, era la secretaria de la comisión directiva, y después ya me fui de ahí. Hay amigos que siguen estando, de hecho, Enzo Maqueira, que fue el otro día a la Furia del Libro a presentar un libro (Electrónica) es una de las personas que está en la comisión directiva. Me parece fundamental, pero ahora no estoy haciendo una militancia activa, no estoy en ninguna organización, pero siempre estuve dando vueltas por ahí, en esos escenarios.
También con respecto a eso, me gustaría preguntarte, ¿cómo ves el estado de la cultura en tu país actualmente? Porque la Unión de Escritoras y escritores ha manifestado bastantes críticas contra las políticas del presidente Javier Milei.
Las políticas del presidente son terribles. No para de ofender y de ser muy miserable con toda la gente que no está dentro de su línea política e ideológica, entonces está precarizando absolutamente todo, si ya estaba precarizado, porque el periodismo, por ejemplo, ya viene precarizado hace mucho, es como una institución de la precarización del periodismo. La Unión de Escritoras y escritores ya tiene unos años. Pero ahora con este demente todo se potencia muchísimo, en un sentido monetario, o en un sentido de bancar, por ejemplo, el cine. Ahora hay un problema con el Garrahan, con un hospital que es mucho más importante que el cine, para mí es mucho más elemental. Está vaciando todo, está dejando sin recursos a hospitales.
En referencia a la pregunta que vos me hacés con la cultura, a mí me parece que lo cultural siempre va a contramano de eso. Cuanto más te quieren hacer mierda, más escribís. Ahora salió El Eternauta, la serie de Netflix, justo en el momento en que el cine argentino está totalmente desfinanciado; en el INCAA no se eligió ninguna película para filmar en Argentina, es algo histórico eso. Y, paralelamente, Netflix produce esta serie con un nivel muy impresionante. Además, lo que significa esa serie, lo que significa la historia: el escritor que la escribió fue un desaparecido, desapareció él y sus hijas en la dictadura militar. Entonces, todo eso es como decir “vos hacés esto, pero mirá lo que hay”. Para mí la cultura no se apaga con eso, todo lo contrario. Siempre creamos desde los lugares más oscuros y dolorosos. Un presidente así no nos va a amedrentar, o sea, seguiremos, pero sí, es terrible lo que está pasando, muy espantoso.
FICHA TÉCNICA
Título: Jaulagrande
Editorial: Falso Azufre
Autora: Guadalupe Faraj
Año: 2025
Idioma: Español
N° de páginas: 116
ISBN: 978-956-6339-04-5