Por Fernando Garrido
El taxi que nos conduce hasta el Centro de Internación Provisoria del Sename se adentra entre las calles de San Joaquín en una calurosa mañana de agosto. Lo primero que llama la atención cuando dobla por calle Canadá, aparte de las altas y tapiadas paredes que definen el perímetro de la calle, son los murales que ornamentan el recinto. Puede que sea pereza mental, ausencia de preocupación o mero descuido, pero recién estando ahí, viendo los murales y los monolitos, es que caigo en cuenta que estamos en lo que fue tres y cuatro Álamos, recinto donde la tortura, el asesinato y la vejación reinaron hasta hace un par de décadas.
Al día de hoy, el Centro de Internación Provisoria (CIP) San Joaquín es el más grande de los centros de administración directa del Sename, y las condiciones de hacinamiento hasta hace un par de años han disminuido, luego de la entrada en operación de los recintos de San Bernardo y Tiltil, me cuentan al rato funcionarios del lugar.
En la entrada, una escultura con ochos palomas recuerda el pasado del recinto. Unos metros más allá, las rejas.
En la entrada un gendarme nos recibe, pide nuestros papeles y nos invita a revisar nuestros bolsos en un scanner. Para quienes no tienen experiencias en cárceles, porque eso es el CIP, más allá de los eufemismos institucionales que busquen morigerar la relación “prisión + infancia”, el trámite resulta menos engorroso que en otros recintos penales.
Nuestros documentos quedan retenidos en un control al cuidado de una gendarme, al igual que nuestros celulares. No entiendo bien si es por nuestra seguridad o por la de ellos, si buscan cuidar los derechos de los chicos o impedir que algún registro ponga en tela de juicio a la Institución. Las preguntas son muchas, pero esa sensación de estar en un lugar por vez primera, anula el cuestionamiento y hace de la cabeza una antena receptora de nuevas formas y colores, límites y distancias. Por sobre todo límites.
Funcionarios por doquier transitan, me saludan, les resulta graciosa mi cara de circunstancia, me sonríen, les sonrío. Pregunto, avanzo. Están en el gimnasio, me dice una funcionaria. Aquí ya no hay gendarmes, por lo menos los con uniforme.
En una sala fría y enrejada que hace las veces de gimnasio se encuentran una veintena de chicos rodeados de, a lo menos, cinco adultos, sentados mirando la obra que se desarrolla de la compañía PERROBUFO, Amor por ti.
El espacio es frío, las entradas de luz han sido pintadas de negro, lo cual hace aún más gélido el espacio. Quizá es para darle algo más de calidez y humanidad, pienso con algo de sorna.
¿Cuál es el perfil de los chicos que están en este centro?
Francisco Lira: Aquí en este centro tenemos a chicos entre 15 a 18 años, que han sido destinados aquí por los tribunales por ser infractores de ley. La última etapa como menores de edad.
Francisco Lira es funcionario hace 22 años en el recinto, Tío Pancho le dicen. Su respuesta es acotada y se circunscribe a lo elemental. Entiendo su actitud, creo. A él no le corresponde referirse a los chicos ni las causas que ahí los conducen. Él está para su cuidado, resguardo, contención y no sé qué más. Lo cierto es que los chicos que ahí están, representan uno de esos callejones sin salida que nuestra sociedad alimenta con la misma capacidad con que los obvía. Son la carne de cañón de nuestras concepciones ideológicas y nuestras pulsiones punitivas. Me explico: por un lado, estos muchachos representan el mal en su concepción más brutal, enérgica y caótica para cierta visión criminológica. Amparados en su condición de menores y ayudados por contextos delincuenciales complejos, azuzados por consumos problemáticos de drogas y una cultura criminal que endiosa el sacrificio, con el paso de los años han pasado a conformar parte del elenco de la cultura del miedo; los Tilas, Cisarros y Miguelitos. Así mismo, al estudiar las condiciones y trayectorias vitales de estos muchachos, estos chicos también representan el resultado de la violencia estructural de una sociedad como la chilena, que transformando sus condiciones materiales de existencia y superando la miseria y el hambre como marco vital, se entregó a políticas de segregación espacial y barrial, las cuales generaron una masa excluida, ausente y carente, con políticas de promoción y cuidado de la infancia que se contentaron sólo en mejorar índices epidemiológicos, la ampliación de cobertura en matrícula escolar y la guetificación de la ciudad.
El resultado de lo anterior, una lucha encarnizada por imponer culpas y castigos. PERROBUFO y su obra Amor por ti, la cual nace de experiencias y testimonios de estos mismos chicos, me explica su directora, Carmen Gloria Sánchez, trata de ir un poco más allá.
A ti como directora ¿Qué es lo que te motiva estar acá, trabajar en este contexto, con este público, un público que probablemente nunca ha ido al teatro?
Carmen Gloria Sánchez: Con la Compañía, desde el teatro de animación, desarrollamos un trabajo de pequeños formatos. Para nosotros, lo que hemos vivido hoy, con treinta espectadores ya es un tope. Porque nuestro trabajo está dado por generar la intimidad, buscamos ese nexo con nuestros espectadores. El poder mirarlo, el conectar con esa misma atención que decía Francisco. ¿Y por qué estamos en estos lugares? Porque así lo decidimos, hacer espectáculos multidisciplinarios que atendieran las necesidades de los niños y adolescentes internos en los centros del Sename. Ahora, en particular Amor por ti está focalizada para estos niños del Centro de Internación Provisoria de San Joaquín, con este rango etario, y también para los hospitales, que es otro lugar donde desarrollamos nuestro trabajo. Y nos llama la atención abrir, penetrar los distintos sistemas culturales, sociabilizar el arte un poco más, entregar humanidad en estos sectores que se encuentran invisibilizados. Porque si están acá no sólo es por su conducta o porque lo decidieron. Hay un trasfondo, una familia, y nosotros creemos que en medio de todo aquello, el arte puede aportar.
La obra termina y el silencio, el respeto y la atención generada por la obra no deja de impresionar a todos los presentes. Los “tíos” me lo comentan, uno de ellos lo hace evidente a la Compañía. Una vez terminada la actividad la compañía realiza una didáctica que busca ver el nivel de compresión e interpretación de los símbolos en la obra. Los muchachos participan, opinan. Se termina la actividad. Cada uno toma la silla en la cual han estado sentados y en fila salen hacia no sé qué lugar. La Compañía está contenta, se les nota.
Mientras veíamos la obra, para todos fue evidente, ya sea por el espacio en el que estábamos, por la cantidad de gente, la historia misma que narraba, pero se produjo un momento, un silencio distinto de la indiferencia. Estaban comprometidos con lo que veían.
Francisco: La otra vez también pasó lo mismo. Son obras que los chicos nunca han visto, cosas con las que no están habituados. Entonces cuando nosotros les mostramos cosas acá, les llama mucho a la atención y genera ese silencio. Para ellos es algo que nunca han visto, porque vienen de otra cultura. Aparte, también, por que las obras que ellos han traído son super buenas, el mensaje que tienen. La otra vez también las comentaron y la valoraron.
¿Cuál es el rol que juega el arte en la vida de los chicos internados aquí?
Carmen Gloria: Vuelven a reencontrarse con la infancia, con la capacidad de imaginar, de trabajar en equipo, sonríen, sus emociones afloran, comparten, se respetan. El arte tiene esa capacidad terapéutica, de sanación de reparación. Tú los puedes impulsar desde ahí y se abren. La obra Amor por ti nace desde ahí, y como el juego de la infancia te condiciona en el juego democrático, en la vida adulta. Entonces, cuando abres una puerta a esa infancia, vas sanando cosas que quedaron ahí. La vez pasada les entregábamos un muñeco, algo que representara al ser que más extrañaban afuera. Su abuela, su mamá, la polola y ellos estaban felices, jugaban con ellos, creaban historias, se conectaron.
Francisco: Es verdad, logran conectarse.
¿Qué es lo que más necesitan los chicos de este centro?
Francisco: Atención, lo que más necesitan es atención. Por eso mismo es que trabajamos con varios talleres de afuera también.
El trámite de retirada es menos complejo que el de llegada. Al salir ya es medio día, el calor es intenso y PERROBUFO guarda su escenografía. Al otro día, el trabajo continuaría y luego se trasladarían a hospitales. Siempre en la búsqueda de aquellos públicos recluidos o confinados.
FICHA ARTÍSTICA
Dramaturgia y dirección: Carmen Gloria Sánchez Duque.
Actores-titiriteros: Andrés Oyarzún, Gonzalo Ruiz, Claudia García, Virginia Beltrami.
Música: Carlos Canales.
Diseño integral: Rosana López y Eduardo Jimenez.
Producción: Camila Pérez Bidegain.
Técnico iluminación-sonido: Gabriel Castillo
Prensa: Claudia Palominos