Entrevista a la curadora y la artista de “La memoria de las cosas”, Nicole Gómez y Sofía Montealegre: “Estamos sometidos a un mundo en que los objetos tienen una obsolescencia muy rápida”

Por Matías Pardo

En el recién inaugurado centro cultural Casa Portugal, emplazado en una casona patrimonial del Barrio Matta Sur, entrevistamos a la gestora detrás del proyecto Nicole Gómez, ingeniera comercial y fotógrafa que con el inmueble aspira a acercar el arte a la población de la zona. Ella también ejerció de curadora de la primera exposición del espacio, La memoria de las cosas, abierta al público ese mismo día, en una ceremonia que estuvo acompañada por el set musical de José Rahal.

La muestra, que estará disponible en el galpón de Casa Portugal hasta el 9 de marzo, pretende darle una nueva mirada a los objetos que usamos cotidianamente, invitando a los visitantes a reflexionar sobre su valor emocional e identitario. Esto a través de distintas representaciones visuales — fotografía, pintura, ilustración — llevadas a cabo por las artistas Paula Medina, Gracia González, Dominique Bradbury y Sofía Montealegre.

Esta última — dedicada a la ilustración y el grabado — estudió arquitectura en la Universidad de Chile, cuenta con un diploma en curaduría de la Universidad Adolfo Ibáñez y actualmente se encuentra realizando un Magíster de historia del arte en dicha casa de estudios. En enero de 2024, lanzó su libro Capas de memoria (Local Ediciones) sobre la historia del edificio en el que se encuentra, en la actualidad, el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM).

Culturizarte entrevistó a Gómez y Montealegre, quienes contaron sobre los orígenes de su colaboración, su visión de los objetos y su interés en difundir el arte.

Sofía, ¿Cómo llegaste a participar de esta exposición?

Sofía Montealegre: Eso es todo crédito de Nicole. Es algo que hemos comentado entre las artistas varias veces en el momento del montaje, y después en la inauguración, que Nicole hizo un trabajo de curaduría al contactarnos a cada una de nosotras y hacer ella una lectura de nuestras obras que no necesariamente teníamos entre nosotras. De hecho, yo no conocía a todas las artistas, solo conocía a algunas de ellas. Y fue muy bonito ver que, en el fondo, al ser contactadas por Nicole, había algo que podía conversar entre ellas.

¿Cómo llegaron a generarse estos vínculos con Nicole y con Casa Portugal?

S.M.: Directamente por redes sociales, gracias a Instagram. Yo creo que hoy en día, muchos artistas utilizan esta plataforma como un medio de comunicación y difusión, más que los portafolios y las páginas web, que son más difíciles de hacer llegar. Instagram es fundamental porque uno tiene ahí todo el repertorio y las sugerencias automáticas de temas que se dan. Nicole me encontró por Instagram, se comunicó conmigo y después hablamos por correo más formalmente. Hicimos una reunión también para poder conocernos y que fuera una relación más cercana, no solamente un mensaje. Y así estuvimos conversando entre nosotras dos hasta el día de la inauguración, en el que conocí a las otras artistas.

Nicole, ¿qué te hizo pensar como ideal para la exposición a la obra de Sofía Montealegre? ¿Qué te llamó la atención de ella?

Nicole Gómez: Yo quería una primera exposición que tuviese sentido con lo simbólico que es el proyecto para mí en general. La casa es un bien inerte, una cosa que a mí me trae sentimientos, de ahí surge la temática. Entonces, yo busqué artistas que elevaran el sentido de las cosas y de los objetos. Ahí me surgió Sofía, que vi que tenía todas estas obras en las que ella trabajaba con los objetos y, también, en contextos que son especiales. Por ejemplo, la piscina es muy de las vacaciones, del verano, a uno la infancia le trae esos recuerdos. A mí esas sillas de plástico me traen muchos recuerdos de almuerzos familiares, cumpleaños, o también las sillas en la terraza con unos cafecitos.

S.M.: Creo que eso es muy bonito, porque, por ejemplo, Paula Medina tiene un mensaje distinto. Son objetos muy particulares que tienen una época, una fecha, un lugar en nuestra historia del imaginario de los objetos, pero que están en escenarios que los realzan como más teatrales, por decirlo así. Acá es un poco al revés, son objetos demasiado cotidianos, quizá. También es bonito que haya una conversación entre nosotras de que no todo tiene que ser un objeto precioso para ser arte en un cuadro, sino que es una cosa que todos tenemos en nuestra casa. Esto, de cierta manera, te hace rememorar la infancia, el verano con los chicos, distintas experiencias.

N.G.: Sí, como la simpleza, que en verdad tiene un contexto mucho más complejo y que le da mucho valor.

¿Por qué muchas veces no tomamos conciencia de la importancia de estos objetos, más allá de lo material?

S.M.: Yo creo que porque estamos sometidos a un mundo en que los objetos tienen una obsolescencia muy rápida, al consumo. Entonces, estamos todo el tiempo comprando y acumulando más cosas. Por lo menos, lo que yo trato de hacer en mi obra es tomar esos objetos que trascienden, esas transformaciones, los cambios constantes. La silla monoblock, que represento muchas veces, no es linda ni es particularmente un objeto de diseño, ni tampoco es lo primero que te pone la tienda en su vitrina, pero todo el mundo la tiene porque es práctica. La puedes esconder cuando no te conviene, pero, al final, cuando llega más gente y necesitas sentarlos a todos, la sacas.

Estamos sometidos a mucha información en las imágenes y en los objetos, entonces pasan coladas esas cosas y empiezan a tomar valor cuando nos damos cuenta de que nos recuerdan algo porque estuvieron presentes. Son testigos de distintas situaciones: cumpleaños, fiestas, asados, de lo que uno se acuerda. Estas sillas, cuando se te rompió una pata y se cayó la tía, y todo el mundo se rió. Son cosas muy cotidianas, pero, gracias a que todo el mundo tiene alguna historia con esos objetos, podemos llegar a un punto común.

Es justamente por esa hiper industrialización. Por eso mismo son muy distintos, por ejemplo, los objetos de Paula, que son más bien preciosos y súper únicos. Es distinta la valoración de ese objeto, porque adquirió historia y valor en su vida por quién lo portó, quien se lo regaló a quien y quién lo guardó, versus estos otros que más bien estaban tan industrializados que todos tuvimos uno. Como todos tuvimos uno, dependiendo en el fondo en que lo pones, tú dices: “Eso me recuerda a la casa de mi abuela” o “me recuerda a la casa de la tía de no sé quién”. Puede traer lugares y momentos a través de esa cosa tan común y corriente.

¿Cómo ha recibido el público la exposición en estos días?

N.G.: La inauguración fue increíble. Recibimos casi 200 personas, yo no esperaba que eso pasara. He tenido muchos comentarios positivos respecto a la muestra, tanto en términos de curaduría como del trabajo individual de cada una de las artistas. Así que yo diría que tuvimos un muy buen recibimiento. De hecho, vendimos una pieza de Sofía el día de la inauguración. No esperaba vender el primer día, así que para mí fue una súper buena señal.

Sí, las visitas han estado más lentas el fin de semana, pero para mí esto igual es un ejercicio de aprendizaje constante de qué es lo que significa exponer, montar una galería y cómo ir atrayendo público. Estoy aprendiendo que se requiere un trabajo constante de día a día, en cada fecha en particular hay que hacer algo. Es por eso que este viernes vamos a tener un conversatorio con todas las chicas: vamos a estar conversando de su trabajo, de su inspiración, de la muestra en general. También vamos a acompañar con otras cositas para que sea una experiencia más integral.

S.M.: Toda la gente que fue estaba maravillada del montaje, de la conversación que había entre las obras, porque fue algo que nosotras discutimos en el momento del montaje. Originalmente, pensábamos que íbamos a distribuirnos cada una en un ala del galpón y, finalmente, cuando llegamos dijimos, “¿por qué no las montamos mezcladas?”. Así, cosa de que haya conversaciones de color, de objetos y de discursos entre nosotras, y que sea más dinámico el recorrido. Fue muy bonito ver cómo esa conversación también la identificó la gente que fue a visitar la exposición. Todos los que entraban me comentaban que era lindo ver una obra al lado de la otra, que habían cosas que les gustaban. Eso fue súper bonito.

También me comentó harta gente que la encontraba muy sensible, que les daba la sensación de que eran puras cosas desperdigadas que no tenían relación y que, terminando de ver la exposición, uno lograba entender y juntar todo. Eso fue bueno, porque efectivamente mezclamos objetos de porcelana con pinches, con fotografías de objetos y sillas de monoblock (risas). Todas esas cosas, por algún motivo, terminan de funcionar y de cuajar. Fue un muy buen comentario.

N.G.: Sí, yo al principio iba a separar por alas y el día del montaje las chicas dijeron “¿por qué no nos juntamos?”. Hizo todo el sentido y se armó una especie de ejercicio de trabajo en conjunto, como que todas estábamos vibrando en la misma sintonía y, al final, no fue que yo dijera “esta va acá, esta va acá, esta va acá”. No, entre todos fuimos realizando ese ejercicio de situar las piezas y creo que el resultado fue muy bonito.

S.M.: Lo bonito también es que no fue que cada una dijo “la mía quiero que vaya aquí”, sino que era como “La tuya va bien al lado de esta otra”. De alguna manera, nos apropiamos de la obra de la otra a través del montaje y eso fue muy especial, porque yo siento personalmente que el mundo del arte es muy individualista: hay mucho ego y mucha competencia entre pares. Acá fue todo lo contrario, se armó un grupo en que todos estaban trabajando muy en conjunto, que es la experiencia que tengo desde el mundo de los oficios. En los oficios, siempre la gente está armando proyectos juntos, apoyándose, ayudándose a montar, y esta exposición fue un poco como esa misma experiencia.

N.G.: Como anécdota, el montaje fue el martes a las tres y a las tres y cuarto se cortó la luz. Estuvimos ahí artistas, curadora y colaboradores, en la oscuridad, montando hasta tarde, muy tarde.

S.M.: Engrapando, sin saber si es que afuera había una invasión zombi.

N.G.: No sabíamos si iba a haber expo, pero dijimos que lo íbamos a terminar igual (risas).

S.M.: Decíamos, “nosotras acá todas entretenidas conversando, montando, y en verdad afuera, no sé, hubo un atentado, no sabemos” (risas).

N.G.: Sí, de hecho se nos estaban acabando los materiales y dijimos que si se nos acababan las grapas no podíamos seguir. No sabíamos dónde podíamos comprar, porque estaba todo cerrado. Se logró, lo considero una experiencia muy bonita de trabajo colaborativo. Al final eso se vió en el resultado estético de la expo.

Sofía, ¿qué te llevó a dedicarte a la arquitectura y el arte?

S.M.: Es justo darle crédito a mi familia, porque todos son arquitectos, artistas o diseñadores. Están muy relacionados con ese mundo. Mis papás son arquitectos, mis abuelos también son arquitectos y, a su vez, mi hermano mayor es artista. Eso siempre fue una influencia, el mundo del arte estaba alrededor mío. Entré a estudiar arquitectura sorprendiéndome a mí misma, porque — en mi rebeldía de más chica — decía: “Nunca voy a estudiar arquitectura, porque mis papás son arquitectos”. Resulta que me gustaba. Antes de arquitectura, yo dibujaba mucho en arte. En el colegio teníamos un muy buen espacio para poder crear, cuatro horas a la semana. Realmente armábamos propuestas de proyectos y todo.

Fue una muy buena escuela antes de la carrera, pero también arquitectura, a su vez, rigidizó mucho mi producción. La forma gráfica de expresión es súper homogénea en general: siempre el tiralíneas, siempre lo monocromático, usar un solo color para valorizar ciertos conceptos de la arquitectura. Eso fue oxidándome en el dibujo y la pintura, y me fui alejando. Hasta que, en la pandemia — producto del vacío del vacío que todos tuvimos de que no sabíamos cuánto iba a durar, y que a mí justo me pilló entre dos semestres que terminé a tiempo y después se atrasaron las fechas — me quedé sin nada que hacer en la universidad y me propuse empezar a pintar, solo con color para recuperar esa tara que me había dejado la disciplina.

También desarrollé el grabado, que era una cosa que me había interesado en la escuela. Aprendí sola, busqué vídeos de YouTube tanteando y probando sola. Ese fue un súper buen momento de definir “Esta es mi meta de pandemia”, e incluso ahí dije que iba a hacer un Instagram, sin pensar que iba a ser un portafolio ni mucho menos. No era un proyecto tan claro, sino que era someterme a la opinión pública y a la observación de otros para mantener constancia. Estar publicando algo todas las semanas hacen que del otro lado mis amigas me digan “¿Qué onda? ¿Por qué no has publicado más?”, si es que dejo de hacerlo.

Entonces, era ponerme un poco de presión a mí misma, de que no fuera un compromiso solo conmigo para poder seguir produciendo. Eso fue tomando cada vez más terreno en mi vida mientras terminaba la carrera. Traté de incorporar mucho el dibujo también en arquitectura, después en mi proyecto de título. Finalmente, eso fue mutando a darme cuenta de que quizás me gustaba mucho más el arte (risas). De hecho, ahora estoy haciendo un magíster en historia del arte a propósito de tratar de juntar esos dos mundos, porque me interesa mucho la teoría y la historia de la arquitectura.

Nicole, ¿cómo nació el proyecto Casa Portugal?

N.G.: La casa pertenece a mi familia hace muchos años. Yo he estudiado un montón de cosas, no por intelectualoide sino por indecisión más que nada. Estudié distintas cosas relacionadas al mundo del arte, pero nunca pude encontrar mi espacio dentro de ellas. Me gusta mucho el arte, pero yo no hago arte. Estudié gestión cultural, historia del arte, fotografía y no me fue bien en la búsqueda laboral. Hasta que un día me aburrí de mi pega de oficina, sentí que no iba conmigo y renuncié. Estaba la casa familiar que no se podía arrendar, y dije “bueno, yo la arriendo y la quiero hacer casa-taller”.

Me dí cuenta de que tenía que hacer más cosas y me empecé a dar vueltas, “¿qué puedo hacer?”. Hasta que vi el galpón y dije: “Yo siempre he querido curar y si nadie me contrata de galerista, yo me hago mi propia galería de arte”. Así fue. Le hice una propuesta a mi familia, me lo aprobaron y me puse a trabajar en eso en noviembre. Resultó que dije “la primera expo tiene que ver con esto”, encontré el trabajo de las chicas y me enamoré de su trabajo. Las invité y me dijeron todas que sí. Ahí se fue todo por un tubo.

Sofía, ¿qué te parece la inauguración de un espacio como este?

S.M.: Creo que es súper importante que existan más de estos espacios y, sobre todo, que no estén todos ubicados en el mismo lugar. Lo que pasa es que están todos acumulados en Barrio Italia, tanto así que uno pasea por ahí y hay una galería tras otra. Eso rigidiza la variedad y los motivos por los que la gente va a pasear a un lugar. Entonces, es súper importante que empiecen a aparecer estos lugares en polos nuevos. Matta Sur es un barrio que se está formando y reformulando, espero que no se gentrifique como otros barrios y desplace a la gente. Eso valoro mucho de Nicole, que invitó a la gente del barrio, porque hay que incorporarla y no correrla del lugar. Invitarla a participar. De seguro hay muchos artistas en el barrio que también pueden tener algo que decir.

Yo me esperaría que para una inauguración, Nicole hubiese invitado a sus conocidos y a la gente que arrendaba el lugar. Pero no, ella buscó algo que fuera de acuerdo con el discurso de su primera exposición. Eso es súper importante, porque es muy fiel a la pega del curador, más que al interés de uno mismo de empezar un proyecto. Es mucho más fácil confiar en un amigo o un conocido que confiar en una persona que estás conociendo por Instagram solamente porque te gusta su obra. Entonces, es muy valorable, es la primera vez que me invitan a exponer. Fue muy bonito ver que hay gente que está interesada en esas cosas y no solamente en que uno tenga que pertenecer a un grupo cerrado de amigos, que al final son muchas veces estos espacios.

Estos espacios de talleres cada vez se están necesitando más, sobre todo después de la pandemia. Apareció un boom de muchos oficios de gente que está trabajando en cosas que partieron desde sus casas, pero también hay que salir de las casas, hay que colaborar. Y estos son los talleres donde colaborar, compartir herramientas y espacios de trabajo. Un ceramista no puede tener su horno sólo. Un grabador tampoco puede tener sólo su espacio porque necesita una prensa y no se puede costear de manera individual. Yo trabajo con cuchara de palo en mi casa porque no tengo otra alternativa.

Entonces, que haya estos espacios de talleres es la oportunidad de que se hagan asociaciones entre distintas personas que trabajan en oficios y eso vaya también a exponerse y se tome esos terrenos, no solamente el de la feria. Como hay un boom después de la crisis que hubo, con una feria en la que todos participábamos pero se dejó de celebrar, hoy día tenemos muchas ofertas de ferias, pero eso también empieza a disgregar la propuesta. Esta es una propuesta distinta, más formal, pero sin tener que pertenecer a ese grupo cerrado de los artistas con “A” mayúscula que se contratan entre ellos.

N.G.: Por eso mismo de que el arte es un círculo de muchos amiguismos, a mí me dió miedo este primer approach que tuve a este mundo. Si bien una visita galerías, le gusta la cosa y va a estos eventos, se nota que todos se conocen. A mí me daba mucho miedo el primer acercamiento: ir a tocarle la puerta a las artistas y decirles “hola, ¿quieres exponer?” y “hola, ¿quieres venir a mi exposición?”. Y quedé muy maravillada de la buena recepción que hubo. Ni a Sofía, ni a Paula, ni a Gracia ni a Dominique yo las conocía, y las cuatro mostraron mucho interés, muy profesionales, y también esta confianza de exponer en un lugar que aún no existía. Porque cuando yo las contacté, la casa ni siquiera tenía Instagram, seguía en proceso de arreglo. Así que fue una verdadera sorpresa ver cómo hubo ese apañe de parte de todos.

S.M.: Creo que es importante, además, que uno como artista o como amante del arte que va a exposiciones, a galerías, trata de participar de ese mundo, muchas veces siente que es muy inalcanzable. Yo me acuerdo que la primera vez que fui, ni siquiera a un espacio de arte más formal sino a una feria, a ver, a comprar, yo decía “¿y cómo hago para participar? ¿A quién le tengo que mandar un correo para poder vender mis cosas?”. Y tienen una moneda de cambio: te seleccionan pero tienes que pagar, números que son cada vez más exorbitantes para poder participar de una venta, en la que nadie te garantiza que vas a poder vender. Entonces, tú te desangras por pertenecer, para después ver si es que alguien te compra una que otra cosa y te conoce, aunque muchas veces de las ferias ni siquiera es vender, sino encontrarse con la gente, conocer otros oficios y hacerse ver.

Esto creo que es bien bonito de Casa Portugal, porque Nicole al contactarse con nosotras desde este proyecto cero, hizo que no se viera a esta galería como un espacio inalcanzable en el que uno tiene que cumplir ciertos requisitos que no se sabe cuáles son ni de dónde sacarlos y que nadie te los cuenta. Tampoco son económicos, o sea, yo te pago una parte para poder pertenecer a tu muro, en el que tú además sacas un porcentaje y después yo estoy viendo con cálculos si apuesto o no apuesto. Fue súper especial eso de que yo también puedo pertenecer a este espacio, mis amigos pueden ir a esta exposición y sentirse parte. Que la gente del barrio esté ahí y no se sienta como un invasor, que no sabe qué requisitos necesita para entrar.

¿Tienen algún próximo proyecto en mente?

N.G.: Sí, tengo un próximo proyecto en mente, voy a iniciar las acciones. Estoy de lleno con La memoria de las cosas, pero ya tengo una próxima idea. No diré qué es, pero yo tengo un rollo muy importante de que creo que el arte tiene que ser popular. A veces, hacemos cosas que se van en la pretensión y no son tan alcanzables. Entonces, la próxima exposición va a tener una temática profundamente popular y arraigada a la cultura chilena, para que pueda con hartas personas, sobre todo con el barrio. Como la del jueves, que con una temática desde la historia, la melancolia y la nostalgia conectó con hartas personas. En abril, se viene la próxima exposición, muy chilena.

S.M.: Yo estoy en el proyecto de agrandar mis formatos. De hecho, la exposición fue una oportunidad de llevar dos cuadros nuevos. Nicole me invitó, quedaba un mes y dije “ya, tengo que ponerme a pintar”. Y pinté dos cosas nuevas. Sentía un poco que tenía que estar al nivel de las otras artistas con las que estaba exponiendo y con mis grabados me iba a quedar corta. Los formatos más grandes tienen otro mensaje, hay otra información y otro desafío técnico, simplemente poniendo nuevos problemas para resolver en los mismos discursos.

Paso por distintas obsesiones con el tema de los objetos cotidianos. En esta época he estado full con el tema de las piscinas, el verano, ese tipo de cosas. Siempre voy rotando un poquito. Y más personalmente, quiero terminar mi tesis de investigación en historia del arte y ojalá eso se vea en un libro que podamos compartir después en Casa Portugal.

Ficha técnica

Título: La memoria de las cosas

Curadora: Nicole Gómez

Artistas: Paula Medina, Dominique Bradbury, Gracia González y Sofía Montealegre

Coordenadas

Del 27 de febrero al 9 de marzo

Casa Portugal (Portugal #1431, Santiago)

Gratis, previa inscripción

Consulta de horarios y más información en www.casaportugal.cl

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