Por Fernando Garrido Riquelme
La mañana está fría en los pasillos de Campus Oriente, en donde nos encontramos con Macarena Baeza. Un primer semestre que aún no termina, y que la tiene con dos obras en cartelera, Quien canta y baila su mal espanta, un recorrido biográfico de dos actrices que encuentran en las figuras de sus abuelas, la piedra sobre la cual se parte el agua de sus vidas, y La piedra oscura, obra que explora los últimos momentos de Rafael Rodríguez Rapún, compañero y amante de Federico García Lorca. Esta última, cierra el ciclo celebratorio de los 15 años de su compañía La Calderona. Escrita por Alberto Conejero, la obra retrata la desconocida historia de amor entre Rodríguez y Lorca, pero al mismo tiempo es una reflexión sobre el franquismo, la tensión homosexual, el descubrimiento y la culpa, la cual está presente durante todo el texto. La obra se presenta como una oportunidad de abordar una vez más al célebre autor, y así mismo, encarar la historia de sus pasiones y los conflictos que cimentaron su huella en el arte del siglo XX.
¿Cómo es para ti y tu teatro, aproximarse a esta visión del Lorca homosexual?
Es importante porque, en general, nos aproximamos a construcciones que están hechas para relaciones heteronormadas, y me resultó muy importante exponer el momento en que Lorca va a Nueva York, y se encuentra con artistas, conoce la obra de Wilde, se aproxima a Walt Whitman, e incluso le escribe un poema. Entonces, se empieza a ver en la obra de Lorca una creación de marcado carácter homosexual. Nosotros trabajamos en la obra con uno de los textos de Poeta en Nueva York. Ese poema lo leí y me pregunté “¡por qué está este poema acá?”. Porque Conejero lo pone como un epígrafe sobre una escena, sin decir más nada. Busco el poema completo y no entiendo nada, era muy hermético. Busco lecturas críticas, y claro, en varias fuentes señalaban que ese es un poema escrito luego del coito, y ahí comienzo a entender. Por eso habla “del cuerpo sin semilla”, de una relación que no está destinada a la procreación. Y así comienza a abrirse el texto de la obra, siguiendo las huellas que no son explícitas. De ahí que la construcción de la obra va desentrañando esas huellas, porque al mirar el guion, esos versos están sueltos ahí, arrojados.
Pero la obra está centrada en Rafael. La exploración de su homosexualidad es problemática, tortuosa.
Si, Rafael era este ingeniero en minas, en sus veintes, estudiante de La Barraca, y cuando conoce a Lorca, Lorca está en el punto más alto de su fama. Era el poeta más importante de España, invitado a Buenos Aires, son los tiempos en que estaba escribiendo La casa de Bernarda Alba. Federico se fija en este joven y lo comienza a seducir. Él era un gran seductor, según lo que cuenta Gibson en Lorca y el mundo gay, libro que fue la base de nuestra lectura. Entonces, lo conoce y como narra Conejero, este joven no podía resistirse: “estábamos en los ensayos y Federico me miraba, me quemaba con su atención, me invitó a su casa y me besó” y así, de repente este joven apuesto y de gran éxito está en medio de un apasionado amor homosexual. De ahí la fuente de sus conflictos. Gibson cuenta una anécdota en la cual Rafael, superado por el ahogo de esta tensión homosexual se escapa en una gira con una gitana, y Federico sufre, ¡pero sufre, sufre! Cuando salió el libro de Gibson causó un gran revuelo. Por eso es importante el texto de Conejeros, porque nos ayuda a adentrarnos en un Lorca homosexual que ha sido ocultado, como si afrontar aquello lo mancillara, no, lo humaniza.
¿Cómo llegas a la elección del elenco para esta obra? Cuando uno la ve pareciera que está una figura adolescente, junto a la de hombre maduro, en medio del desgarro de sus cuarenta, pero se nos olvida que las revoluciones se hacen a los veinte años.
Lorca era más viejo, pero Rafael Rodríguez era realmente joven, murió a los 27 años. Trabajo con Felipe Zambrano, primero fue mi alumno en la escuela, luego mi ayudante. Después lo dirigí en La cueca de Gil con polainas verdes, que es un montaje que hicimos el 2016. Es un actor que a mí me gusta mucho, porque tiene una voz muy particular, y tiene un trabajo desde las emociones, y sentí que para este montaje necesitaba un actor profundo, en ese sentido, muy sensible y guapo. Todas las referencias que habían de Rodríguez, tanto las de Lorca como de otros biógrafos, lo dice Neruda, es que era un hombre muy guapo. Era un cabro muy atractivo que tenía un éxito arrollador con las mujeres, hasta que conoce a Lorca y queda atrapado en este drama de ¡Chuta, estoy enamorado de un hombre!, que es lo que se ve en la obra. Para Sebastián necesitaba un actor que se viese muy niño, y pensé en Diego, quien acaba de salir de la escuela. Él fue un gran estudiante, de un cariz profundo y para Federico, quería un actor que cantara. Todas las referencias que tenemos de Lorca, es que se ponía a tocar el piano y era el rey de la fiesta, y así mismo, descendía a unos estados cavernosos. Cristián es un gran actor, muy gracioso, muy versátil, entonces me pareció perfecto para representarlo. Los tres son muy apuestos, lo que me daba la oportunidad de trabajar con estos tres tipos de belleza masculina. Todos los amores de Lorca fueron hombres muy guapos y mucho más jóvenes que él.
Una de las cosas que me dio vuelta al ver la obra, al ver a Lorca y su mundo expuesto, es la deshispanización de nuestro teatro. España y su tradición literaria es central en el horizonte cultural, ya sea porque es nuestra raíz idiomática, o por la configuración sociológica de nuestras sociedades. Pero hoy pareciera, que, frente a otras influencias, esa tradición hubiese descendido de categoría, frente a una falsa idea de universalidad anglosajona, que no hace más que repetir sus lugares comunes, tanto en lo temático como en lo narrativo.
No sé qué quieres que te diga frente a esa tesis.
¿Cómo se posiciona frente a ello una autora chilena, que cultiva el teatro barroco hispanoamericano en el año 2019, montando una obra sobre García Lorca?
Yo no tengo complejos con eso. No quiero ser alemana ni lloro por no haber nacido en París. Nací en Santiago de Chile, viví el exilio en Quito, estudié en Chile, mi posgrado es en estudios latinoamericanos. Mi relación es con el idioma, con las palabras, y eso fue lo que conmovió de Conejero. Me cargan las traducciones, aunque estemos atadas ellas. Yo leo a Shakespeare cuando lo traduce Nicanor, pero una edición de Aguilar, no lo leo. Por eso me gustó esta obra, y eso que le sacamos todo el fraseo para hacerlo de un castellano neutral, pero Conejero tiene una potencia él es traductor del griego, les traduce a las compañías más importantes de España, obras como Medea. Y el primer monologo con el que comienza la obra, es un texto bellísimo, ¡de tragedia griega! Entonces, me emociono frente a ese texto y no necesito más. Admiro y respeto muchísimo a otras tradiciones, pero yo me quedo en mi lengua. A mí lo que me interesan son las relaciones humanas, todo mi teatro trata de ello. Y esta obra en particular, de cómo dos muchachos enfrentados a las vicisitudes de la guerra, fuera de los uniformes y las posiciones que tienen cada uno, son dos seres humanos que se encuentran en lo común, en lo esencial, en sus deseos y sus miedos.
Funciones desde 3 de mayo al 1 de junio, en la Sala La Comedia de Teatro Ictus (Merced #349), los viernes y sábados, a las 19:30 horas. Precios: $8000 general, $4.000 estudiantes y tercera edad.