Entrevista a la escritora Ana María del Río: “Es fantástico escribir para conservar la vida”

 

Por María Olga Matte

En esta ocasión nuestra invitada ha dicho cosas como: “Cuando niña era muy tímida y una lectora empedernida, a los nueve años, después de leer El Tigre de Salgari, me dije a mí misma, yo puedo hacer esto”. Ella dice: “Uno camina una novela antes de escribirla y en Mallarauco empecé a escribirlas mentalmente hasta que Adriana Valdés me dice: Un libro pensado no existe”. “Siempre he escrito para mí con la alegre sorpresa que después puede servir para otros”. “Escribir puede ser un ejercicio absolutamente solitario que te exige una reducción de espacio. “El escritor nunca está en pausa pero sí su visibilidad”. “Para nosotros en aquella época, en los años ‘80 y durante la dictadura, no era concebible escribir a voz alta sobre el feminismo, fue un trabajo desde el silencio y con muchas metáforas”. Nuestra invitada de hoy también ha dicho: “Trato de evitar leer mis libros impresos, soy muy gata y una vez que han nacido los dejo que se las batan solos”. “Los niños para mí, son los críticos más terribles y feroces”. “Mis novelas surgen de un territorio muy minado como es la familia chilena”.

Ana María del Río es profesora de Castellano de la Universidad Católica, lo más importante es que es novelista y cuentista. Partió en el año ‘78 escribiendo Entre paréntesis, una colección de cuentos. Luego vino El fascinante óxido de Carmen; Siete días de la señora K, que entra en la intimidad de una mujer sola; La esfera media del aire, un intento de novela histórica con las crónicas de 1532, hablando sobre Almagro; Pero ahora no es verano; Tiempo que ladra, con la que tiene la gran medalla de haberle ganado a Laura Esquivel en un concurso en Estados Unidos. Hace poco, Jerónima, también una novela histórica de una adolescente y libros infantiles, por eso habla de que los niños son los críticos más feroces. Tiene, La Bruja y el solitario, un ícono. Y Yo soy la feliz Violeta, también sobre la vida de Violeta Parra, un libro infantil. Algunas cosas que han dicho la crítica sobre Ana María: “La narradora más inquietante” y Marta Blanco dijo: “La mejor novelista chilena viva”. 

Partamos por las críticas, por los premios que has tenido muchísimos, desde la Municipalidad de Santiago hasta el premio María Luisa Bombal. ¿Qué te dicen en general los premios y la buena crítica cuando son aduladoras?

Voy a tener que volver a mi amigo Pedro Lemebel, Pedro Mardones se llamaba en ese tiempo. Un día participábamos los dos de un taller que se llamaba Somos Trece, esto hace muchísimo tiempo. Yo tenía una casa muy grande en la calle, estaba casada hacía poco, tenía los tuyos, los míos y los nuestros, los hijos de mi ex marido, la hija mía. Estábamos todos viviendo ahí y llegó Pedro, como a las 12 de la noche o a las una de la mañana, en un estado absolutamente catastrófico. Venía absolutamente cocido y se paró en la reja, se afirmó y me dijo: Anita, me tomé un premio. Claro se había tomado un premio, lo cual alcanzaba para bastante, los premios eran buenos en ese tiempo. Durmió ahí esa noche, etc. Pero al día siguiente nos agradeció un montón, «me salvaron la vida» me dijo a mí y a Jorge. Al día siguiente me dijo: «¿Y sabes? los premios hay que tomárselos no más, porque no sirven para ni una cosa», o sea son una especie de luz verde, así como ah ya, métete por ahí, y vas bien parece. Ni siquiera es muy seguro. Creo que nunca se me olvidó, porque me dio una lección gigante, yo me había acabado de ganar el concurso de la Municipalidad de Santiago por la colección de cuentos, “Entre paréntesi”. Me sentía la raja, poco menos que Marguerite Duras con patas, con blue jeans. No, ni siquiera miraba a la gente por la calle y fue una bajada a tierra genial, que nunca voy a terminar de agradecérsela, de verdad, es muy ilustrativa y muy didáctica.

Cuando son tus pares los que te halagan, piropean, como el caso de Marta Blanco. ¿Qué se siente cuando los pares, en un país que se dice que los del mismo gremio a veces somos muy egoístas, envidiosos…? 

Exacto, somos todos. Somos todos un poco envidiosos, somos todos ninguneadores con el del frente, es natural. El elogio de la Marta es un espaldarazo, es como si te ungiera un caballero ahí mismo con la espada en los dos hombros…

En una noche en vela… 

Claro, es un tremendo espaldarazo. Sobre todo también, por ejemplo, cuando un grupo de niños te dice que un cuento es bacán, ahí tú sabes que es cierto. Lo mismo pasa con un par, un par muy conocido haciéndote una alabanza. Sabes que es cierto, tienes la constatación absoluta de que es cierto. Entonces ahí es rico.

Ahora tú ya eras de niña reconocida por tus pares porque les quiero contar a quienes van a oír/ver esto que justamente en el fundo al que iban de vacaciones, donde se juntaban millones de primos, más de 60 primos, tú ya desarrollabas ahí este talento que tienes para contar historias. Tú sabías que era una manera de sobresalir entre todos estos primos porque eras tímida. Probablemente no hacías otra cosa que cuando contabas historias, eras una especie de Sherezade, quedaban todo encantados, embobados y entretenidos. Una palabra que me gusta mucho, entre, entre el suelo, uno esta ahí colgando de ese hilo de la narración. ¿Ahí que sentías? Porque es un poder, sin duda. Tener una buena historia, además narrarla, sintiendo que estás siendo carismática porque todos los primos se callan y te miran, ¿tienes algún recuerdo de lo que sentías en esos momentos?  

Sí, era absolutamente un medio de sobrevivencia. Yo era la única mujer entre 60 – 70 primos, que se juntaban todos en la casa, más o menos de una misma edad, las edades fluctuaban entre 10 y 1. Mi mamá, en realidad se debería llamar Santa, porque se quedaba a cargo de todo el choclón y las hermanas se iban a jugar al casino de Viña, bastante grandes, meses a veces. Pero mi mamá no se iba porque tenía cualquier cantidad de mermeladas que hacer y dulce de membrillo, con el cual tenía una lucha personal y absolutamente trágica porque se quemaba todos los años.

Es peligroso…

Entonces mi mamá para esta horda de personas que comían como heliogábalos y todo eso, para que no estuvieran asaltando el comedor y todo eso, simplemente recurrió al mejor método del mundo que lo usan en las cárceles, que era encerrarnos después de almuerzo de 2 a 6, porque según ella uno no se podía bañar en la piscina después de almuerzo porque daban los calambres y te ahogabas de inmediato, etc.

Ustedes estaban cuatro horas encerrados…

Sí, yo creo que en realidad aprovechaba para hacer todas las cosas que no había alcanzado a hacer en la mañana, pero ahí no era un encierro sin hacer. Además era un encierro obligatorio en el que había que escribir un cuento y solucionar un problema matemático. A mi mamá le encantaban las matemáticas y en la mañana se daba la lata de hacer los 70 problemas y de poner los 70 pies forzados para escribir un cuento, y a cada uno le tocaba algo distinto y entonces no hay ni caballo ni piscina al que no solucione el problema y al que no escriba el cuento. ¿Qué pasaba? Que entonces ahí, yo, que no era buena para galopar, que no era buena para asear caballos, que no sabía nadar, que era mujer, que era pésima para la carrera, que no sabía jugar tenis, que tenía miles de handicap. Entonces ahí yo simplemente negociaba, y negociaba mi vida. Negociaba paso a paso de que no me fueran a botar el caballo cuando estuviéramos galopando, de que no me fueran a poner un petardo en la cama, de que no me fuera a meter un cactus en la sábana, que no me hicieran sabanitas cortas. Negociaba todos los no del mundo y escribía los 70 cuentos.

Yo puedo haber sido en cuatro horas capaz de hacer 70 cuentos absolutamente, además escritos a mano porque no había máquina de escribir. Entonces mi primo, que hace clases de matemáticas en la Sorbonne en este minuto, Rafael hacía los 70 problemas.

Fantástico, un verdadero trueque. 

Él no negociaba nada porque era el rey indiscriminado de todo, varón, mayor, ahí tenía todo. Pero él, no sé, se las arreglaba, porque yo creo que le gustaba mucho, pero yo salvaba la vida, salvaba que no me hicieran chinas en la piscina, salvaba todo con eso. Entonces es fantástico escribir para conservar la vida, encuentro que esa ha sido la vez que yo es que la literatura ha sido más importante. Porque de verdad escribías para conservar la vida, y es exactamente igual lo que debe haber pasado cuando los prehistóricos contaron, un gallo prehistórico contó la primera casa de mamuts las personas que no habían estado ahí, si no le gustaba el relato simplemente lo mataban no más. Si se lateaban, mazazo en la cabeza, era exactamente la misma situación.

Sherezade en otras palabras, salvando la vida día día…

Exactamente, trabajabas para que no te maten al día siguiente. No, sí entiendo muy a Sherezade. Sobre todo la vida de hermanas, que es mucho más meritorio todavía.

Para ir entrando en la materia de lo que son tus novelas como tú misma dices, están sobre este territorio minado que es la familia chilena. Quiero partir por la reina madre, doña Blanca Correa que tú has mencionado, ella escribía también. Tú has dicho compulsivamente, diarios de vida, pero además escribía con un pseudónimo que es exactamente el de Ana María, nombre que te puso a ti.

Sí, ella escribía en el Diario Ilustrado, escribía cuando la turba de varones, periodistas que todavía son hegemónicos en el periodismo chileno, permitía de vez en cuando a las jóvenes intervenir con algunos opúsculos chiquititos en el diario, estaban en la página 70 o algo por el estilo. Ahí mi mamá ponía a veces cuentos en verso, se ganó un par de concursos en el Peneca. Mi mamá es de 1920, más o menos calza. Y le encantaba escribir, en la familia de ella también había una costumbre que era hacer coplas para cualquier ocasión en realidad. Eran muy achoclonados los Correa, hacían copla, habían sketch, eran pero muy actorales. Me acuerdo que un tío mío, un Larraín Walker o algo por estilo, tenía un show que se llamaba El show del retortijón, y que si no es por la palabra hacía todos los movimientos mientras uno está teniendo un retortijón espantoso. Y era pero el top, simplemente el más aplaudido de todos, así que había mucha cosa. Mi mamá escribía absolutamente a destiempo, en los tiempitos que le sobraban, mientras tejía cuatro suéteres al hilo en el palillo más o menos. Además tejía y cocía toda la ropa de nosotros, yo no sé cómo tenía tiempo mi mamá, era muy madre coraje para eso.

Sin duda es algo que se hereda, también tienes una hija escritora y guionista (Paula del Fierro) ¿Qué tiene que tener a priori para ti, después de toda tu experiencia, una historia para que sea buena? ¿Ha ido cambiando la manera de narrar, desde el ’78 con tu primer libro, hoy día 2020? En ti misma, ¿qué es lo que hay que sientes tú hoy día que tiene que tener una historia para ser buena? 

Tiene que tener lo que tienen algunos dulces que venden, un fondo inesperado. Hay algunos caramelos que dicen de naranja por fuera, pero lo empiezas y después te topas con una cuestión como ajo, algo asqueroso, como en broma. Yo creo que tiene que haber algo que te remezca, ni siquiera que te guste, sino que te haga quedarte en una página y decir: ah ya, esto me interesa, sigo leyendo. Que es lo que tiene mucho la literatura contemporánea y, aunque nos de pica reconocerlo, la literatura norteamericana, que es la que la lleva hoy día absolutamente. Cuentistas mujeres como Lorrie Moore por ejemplo. También tiene que tener insolencia, un fondo inesperado e insolencia. La insolencia es sensacional. Por ejemplo Lorrie Moore empieza su colección de cuentos gigantesca. Tiene un cuento que se llama ¿Cómo ser la otra mujer?, todo el cuento está escrito como receta; párate aquí y di que lo quieres mucho y después anda y le haces un cariño en la oreja y le muerdes un poco el lóbulo. Es absolutamente un texto instructivo en realidad, casi un listado, pero es extraordinario, entonces esa insolencia porque se sienta en la cuestión narrativa, también Lydia Davis que se sienta en la cuestión narrativa. El sentarse en lo narrativo y el empezar desde una parte que no se espera, es también algo que yo me fijo. Por ejemplo en una librería la tapa es importante, el tipo de letra también, pero sobre todo es importante la primera frase; cómo parte una novela es esencial. De hecho, yo estoy en un taller como alumna con Ina Groovie, y justamente estamos viendo los comienzos, los títulos, los finales, los cierres. Es extraordinario, es un gran ejercicio.

¿Tus propios títulos cómo los eliges? Siete días de la Señora K, Tiempo que Ladra, Óxido de Carmen, ¿cómo fueron elegidos? ¿Una pequeña inspiración, una luz o muy pensados?

Lo de los títulos corre un poco de acuerdo a la época. Los títulos de ahora, por ejemplo, son títulos cortos, por eso me gusta tanto el manuscrito de tu hija que justamente le da un combo a toda la titulación corta. El pecado mortal en un título, en este minuto, es contar el cuento o contar la novela, o contar cualquier cosa, o sea no dar absolutamente ninguna pista y, si es que se puede, agregar una nueva mirada al texto y en ese sentido es muy bueno.

Desde el título…

Desde el título, exacto. ¿Cómo encuentro yo mis títulos? La verdad, bien por casualidad, tuvo toda la época de la refranería o poner el título en cuanto a canciones, por ejemplo. Me estoy acordando del libro de Marcela Serrano, Nosotras que nos queremos tanto. Tiempo que ladra no muerde, en fin, que no es ese el título, si no que Tiempo que Ladra, solamente. El insinuar una cosa establecida que se va a romper, eso creo que podría ser una fórmula para un título, una cosa inamovible pero movible.

Con toda la experiencia desde los 9 años en que tuviste la conciencia de decir yo puedo contar historias, como la de Salgaria, me encanta, la autoestima fantástica nada menos. Y luego lo comprobaste con tus primos porque sobreviviste gracias a la literatura escribiendo los cuentos. ¿Cómo miras, desde ahí en adelante me imagino que la deformación profesional que le llaman a lo que uno se dedica, ha reinado siempre en tu vida? Es decir, cuando una amiga te está contando algo te empiezas a imaginar lo más inquietante, lo más macabro ¿Ves la vida que funciona como una historia con los personajes en la calle? ¿Qué pasa con la Ana María cuando no está escribiendo, está siempre pensando en escribir?

Estoy siempre ojo al charqui, eso si que uno no lo puedo evitar, soy mirona, me encanta oír detrás de las puertas conversaciones. Amo el sentarme sola en una mesa de un café, por eso que me friega tanto la pandemia, y escuchar lo que habla el de al lado. He estado conversando con una persona en un café oyendo absolutamente lo que estaba diciendo otra mujer en otra mesa. El ser copuchenta es esencial para ser un escritor. Pero cuando no estoy escribiendo, sí hay escenas que te toman por asalto. Por ejemplo, un día esperando el metro en una estación extrañísimamente vacía, a una hora y a un día que supongo que permitía eso, vi venir una mujer hermosísima, absolutamente despampanante, bella, e iba por el otro lado del riel. Iba oyendo un celular y llorando. No decía absolutamente nada, entonces ¿qué le están diciendo a esa mujer, tan atrozmente hermosa, que la haga llorar y que la haga caminar lentamente con las lágrimas que caían en el andén? Ahí ya eso es una escena que te toma por asalto, entonces ahí sale un cuento que generalmente es pésimo. Absolutamente asqueroso, pero lo dejas ahí, lo dejas ahí metido en alguna parte, en algún archivo, en alguna hoja. Yo escribo harto a mano. De repente sale el tomarlo y en convertirlo en algo para el cual necesitas ya haber tenido los cuatro estómagos. Un escritor tiene cuatro estómagos: panza, bonete, librillo y cuajo; igual que las vacas. Rumiar, rumiar y rumiar.

Esto de pensar la novela, de caminarla también antes y pensarla antes de escribirla…

También

Tú la habitas desde el imaginario primero. 

Eso me pasó mucho cuando me metí en un calcetín al que no convido a meterse a meterse a ningún escritor, que fue el ganarse una beca, me gané la Beca Andes y gané con un abstract de la novela. La novela prometía que iba a contar la historia de la princesa Aymara, la que dio origen a la leyenda de La Tirana. Yo viví un tiempo en la casa de Marta Blanco y Marta me obligaba a leer crónicas de 1540 poco menos que todos los días. Así que éramos expertas en crónicas las dos. Si te hacen tragarte todos los cronistas dices: bueno okey, contemos esto metiéndonos con los cronistas, pero contemos algo desde el punto de vista femenino. ¿Qué diablos pasó con La Tirana realmente? ¿por qué mierda? ¿qué tiene que ver la Virgen con la princesa? Entonces parece que les gustó a los de la Fundación Andes, y ahí si era torturante porque uno tenía que presentar unas cosas horrorosas que se llaman informes de avance. No hay manera, cuando tú estás escribiendo una novela, no tienes ni vas a tener nunca un informe de avance, eso es lo que el señor de la Fundación Andes no me pudo entender jamás en la vida.

Tengo ideas, tengo escenas, de repente encuentran a La Tirana que está galopando en un avestruz en la mitad del bosque del Tamarugal, ¿No le tinca esa escena? Sí, pero ¿dónde está el informe de avance? ¿Cuántas páginas tiene? Yo salí enloquecida de la sesión, te prometo, estuve a punto de renunciar a la beca. Marta me dijo no seas huevona, tú sigue. Y salió una novela, que en realidad es la menos conocida mía, que se llama La esfera media del aire, que me meto con la crónica y que tiene que que ser de aquí a Pénjamo, reescrita. Me la tomó Alfaguara, me la editó, me la publicó, pero esa novela obviamente que tiene que ser reescrita, porque es muy pesada, el peso de la crónica.

Yo la leí, es un tono muy distinto, por razones obvias, a las otras. No sé si pesada es la palabra, a mí se me hizo lenta. Bueno yo leo lento a veces…

Lentísima, y además es una, pucha, es una historia de La Cuarta. Es una historia de que alguien mata a su amante en el Festival de La Tirana. La historia es buena pero obviamente que tiene que ser reescrita. Le gustaba mucho a Ricardo Larraín, me acuerdo, el cineasta, me dice por favor hagamos un cómic con esto. Sí, es un cómic en realidad, no es una novela y una novela tan gorda como esa. Tenía toda la razón Ricardo.

Y una vez que está la idea, se asiente y tu dices ahora voy a empezar a escribir, que entiendo que es lo que estás haciendo ahora aunque es una reescritura. ¿Qué necesitas físicamente, escribes mucho a mano, necesitas tu computador, silencio, este espacio reducido, cuáles son las necesidades físicas para escribir? Porque también es ver una ansiedad ahí, de tener la idea y empezar a ponerla en el papel. 

La verdad es que es una condición bien carcelaria, te encierras. He tratado mil veces de escribir pero hay que encerrarse. En un tiempo, cuando estaba empezando, con toda la pujanza de la escritura, cuando estaba en la universidad y después cuando tuve a Pauli y escribía y escribía todo el día. Ahí era capaz de abstraerme de cualquier cosa que estuviera pasando y yo llegué a escribir en una fiesta de aniversario, haciendo como que oía las conversaciones y llegué de memoria, tomando nota. Esa es una tontería,  uno tiene que encerrarse. Es un encierro en que tienes que estar sola, eso es lo principal. Estar absolutamente sola.

¿Para ti ese encierro es un cautiverio feliz o lo padeces?

Se padece, incluso se cansa uno. Estoy haciendo en este minuto un trabajo a dos bandas, estoy corrigiendo una novela que ya tengo escrita, pero sí estoy escribiendo en forma prioritaria esta otra. Yo tengo un campo de conciencia hiper estrecho, yo reconozco que hay personas que pueden hacer cosas al mismo tiempo, yo estoy absolutamente imposibilitada de eso. Me dedico a una cosa y tengo que empezar a volverme un poquito loca y anormal con eso, es decir, la novela te empieza a invadir tu espacio interior hasta que terminas pensando solamente en eso. Eso se demora más o menos, cuando uno está empezando a escribir una novela, se demora más o menos como 15 días. Por eso que los veranos son muy buenos, porque en los veranos tú puedes dedicarte a psicosearte, en forma patológica, sobre un tema, entonces qué va a pasar aquí, pero no, no me tinca.

Entiendo que eso te pasó con Los siete días de la señora K, que escribiste en tres semanas, donde te dejaste de bañar, comer, levantarte, era un impulso, una necesidad, te sublevaste con todas las tareas que te habían asignado. Fue acá en Arica, cuando habían vuelto a Chile.

Arica es un clóset, es un gran clóset, es como el laberinto de Borges, el desierto es un encierro maravilloso, tienes sol, tienes aire, tienes mar, pero no tienes gente. Es buenísimo. Ahí yo saco a la Señora K de todos mis libros y la pongo en un lugar muy raro y muy privilegiado porque la Señora K yo siempre pienso, me voy a comparar con Hendel, que escribió el Mesías en dos semanas, imagínate lo escribió porque necesitaba plata. A mí me pasó un poco parecido. Una amiga me dio una idea, una vez que estábamos conversando, no tenía absolutamente nada que ver. Dije; una mujer sola en la casa y una mujer tapeada. Estaba empezando el feminismo en ese tiempo, en Arica por supuesto que no. Yo había tenido mucho que ver en la Universidad de Tarapacá con el Departamento de Antropología, había estado haciendo una investigación acerca de las momias, era muy impresionante. La Señora K la escribí sabiendo, era un chorro que no podía cortar, pero el chorro lo tenía afuera de mi esperando como ya, escríbeme, escríbeme rápido. No había computador en ese tiempo, escribí a máquina sin respirar y sí, no me bañé, sí no hice ni un solo arroz, ni un solo bistec durante más o menos 3 ó 4 semanas, con la furia de todos los comensales.

Puede ser una necesidad física, yo me acuerdo que Marta Blanco decía eso, que el escribir para ella también pasaba por un proceso medio doloroso, conflictivo y que era una necesidad física y eso no lo puede entender alguien que no sea escritor. La Señora K fue el mejor ejemplo.

Ahí tuve la suerte de que todo lo que tenía adentro, tenía que ser escrito pero uno no tiene esa suerte siempre, ojalá la tuviera. Generalmente lo que uno tiene adentro es una especie de plastilina sin forma o una greda informe, y uno tiene que tratar de darle forma. ¿Qué estoy haciendo yo en este minuto? Por supuesto estoy en esta pieza – closet, es como la pieza de Van Gogh, porque es larguita, tiene cuatro 3,7x 2 más o menos.

Sí, se ve pequeña, se ve reducida. 

Entonces tú te encierras y lo que yo hago es, por ejemplo, acabo de descubrir que combinar esto con una manualidad es fantástico. ¿Por qué? Porque es una manualidad por supuesto muy absorbente, yo estoy bordando alfombras, y bordo alfombras y me gusta mucho y ya estoy metida. Entonces es genial porque bordar alfombras es muy parecido a escribir una novela. De hecho tienes que ir más o menos, paso a paso, metiendo la aguja en todos los rollitos. Cuando uno compra una esterilla con las lanas, todas bonitas, una no cacha que tiene que bordar todos los hoyitos. El otro día conté los hoyitos del ancho por los hoyitos del largo, y son 938 mil hoyitos. Entonces los voy a tener que bordar, y uno no lo calcula cuando compra la esterilla por supuesto. Es extraordinario porque ahí estás escribiendo, mientras piensas estás escribiendo. A todas las personas que hago asesoría les digo uno realmente escribe pensando la novela. Lo mismo hacía Marta, me acuerdo muy bien, pero a ella le gustaba pensar con Coca Cola y con dulces de La Violeta, por supuesto terminábamos de este porte las dos, por lo menos con cinco kilos o seis kilos demás. Con Coca Cola de verdad, ni siquiera light, un espanto. Cigarros, Coca Cola light y dulces La Violeta, a ella podía darle la felicidad.

Me imagino que a pesar de que tu mamá escribía, me imagino que te gustaba lo que escribía, ¿nunca le diste a leer una novela antes de publicarla o no? Por esto que vamos a hablar ahora, que eran los temas de tus novelas que están basadas en familias chilenas que son micro dictaduras y con premisas tan indestructibles, así las defines tú en general. En ese ambiente tú te defines solo como una oveja loca y negra, no solo oveja negra si no que oveja negra y loca. El escritor ¿te ha pasado a ti que se vuelve un invitado de piedra, una persona non grata? Porque llega y los primos me imagino que sabían que ibas a tomar sus dichos, que ibas a tomar su experiencias, que aunque lo cambiaras estabas contando sus vidas. ¿Qué pasó ahí en lo familiar una vez que se acaban las novelas y hablaba de la familia fuera precisamente del río Correa o no?

Ahí pasaba lo que le debe pasar a muchos escritores realmente. Jamás le mostré a mi madre un manuscrito, yo no tenía una relación fácil con mi madre. Mi madre era una persona, de estas personas que manejan el universo. Con las mamás Zeus son fregadas, porque en realidad la única manera, si uno quiere ser Zeus en la propia parcela, es tener mala relación con el Zeus imperante. Yo tenía dos diarios de vida, uno para mi mamá y otro para mí. Era inteligente y muchas veces me leía el verdadero, además yo era un espanto de desordenada, sabía dónde lo escondía. Ella estaba muy preocupada por mí y por mi desarrollo mental escritural y por las cosas que yo vertía en el papel. Me lo dijo un par de veces, yo simplemente mejoré el escondite de mi diario verdadero y nada más, seguí igual.

Ser escritor dentro de una familia es una mierda, es una mierda con patas. Primero porque en la familia no acaba de entender de que lo que tu escribes no es un reportaje, ni un pie de foto, ni una descripción ni tuya ni de nadie de la familia. Se auto identifican para bien y para mal. Yo he recibido insultos y de estas miradas inteligentes como “ah ya, estabas escribiendo de mí, tu crees que yo no me di cuenta”. Yo no había pensando en absoluto estar contando la historia de él.

Hablemos de este método que tú aplicas a tus novelas, el conocido método “la galerie de Flaubert. Y también hablemos de la metodología de Hemingway. Hablemos de Flaubert primero. 

“La galerie de Flaubert” me la enseñó Marta Blanco, así que también homenaje para ella. Flaubert se iba a la playa y leía sobre el ruido del mar, tienes que leer en voz alta tu novela, gritarla. Gritonear tu novela frente al mar. Inmediatamente te salta todo lo malo, incluso se puede hacer con al humilde lectura en voz alta en Word, incluso con eso. Resulta, que a pesar que una señorita española lee o un español te va leyendo. Bastante robótico pero aún así resulta. Sin embargo, es mejor leer uno fuerte ¿Por qué? Porque uno sabe lo que está escribiendo, pero basta que lo diga en voz alta para que salta un editing feroz que es el editing del oído, de las cosas que no tienen nada que ver, de las cosas que son absolutamente incomprensibles, de los párrafos absurdos, de las repeticiones, es genial para eso. Sí, eso es una gran cosa.

A propósito de editing, estoy pensando en tu pyme de asesorías literarias. Ahí está la profesora de castellano, la escritora generosa, ¿qué es lo que más te gusta de asesorar escrituras de otras personas?

Es fascinante. Yo fui e hice muchos taller en mi vida y solamente en pandemia, y a causa de una amiga que me mandó una novela para que la leyera por mail, surgió esta idea de hacer estas asesorías individuales. Mi amiga me dijo: “te prohíbo mostrársela a nadie, esa novela está pésima, por favor léemela y bótamela tú misma al tarro de la basura pero dime cómo está”. Ahí empecé a leerla y se lo hice absolutamente a conciencia y ahí realmente me nació la idea de hacer esta asesoría paso a paso, semana a semana, por lo menos durante tres meses, porque menos no se pude. También un escritor, que no voy a decir el nombre, me mandó una novela de él para que hiciera lo mismo, para que viera si podíamos hacerle una asesoría, un escritor hombre y era una novela irrecuperable. Era una novela irrecuperable, creo que la única que he visto para botar a la basura directamente. Entonces dije le voy a decir esto pero se le voy a decir absolutamente argumentado, y para eso me tuve que leer toda la novela y hacer un trabajo gigantesco de investigación. Fue tan impresionante que me agradeció mucho el escritor, y me dijo: “chuta, no tenía idea, ¿hay posibilidad de arreglo?” Yo le dije: “no gastes el tiempo, reescríbela”. Y eso no se lo he dicho a nadie nunca, porque sabía que podía escucharlo fue a este escritor que me pidió y fue muy generoso porque me hizo caso. Nunca yo le he dicho eso a nadie, porque todo es leíble, todo es cambiable y ese es el momento que más me gusta a mí; que es cuando yo lleno de comentarios un texto, hablo con la persona, comentamos, oye cambia este párrafo por este otro, etc. Y cuando me mandan la primera corrección eso es precioso, es realmente tú dices, chuta, ¡qué impresionante!, cómo cambian los textos es algo muy hermoso de hacer o de ver.

Entonces se pude enseñar a escribir y a ser escritor o escritora.

Absolutamente. Eso sí, uno tiene que tener, como alumno, y me incluyo porque soy alumna de un taller, un no autoestrado, un no autopedestal absoluto. Vamos a leer esto, a sangre, aquí me dices las cosas buenas, las cosas malas, etc. Y ahí sí, se puede trabajar magníficamente. Es uno de los trabajos más fecundos que he hecho yo, por lo menos. Estuve tascando el freno en una universidad que estuve como 10 años, la Universidad Mayor y de verdad ahí lo único que hacía era digitar los RUT, tu comprendes que de eso a hacer esto no puedo comparar. Es extraordinario.

Tú también has sido muchas veces jurado de infinitos concursos, de Vitamayor, de Providencia, del club de no se dónde, ¿cuál es el tema que más se repite entre los chilenos? ¿De qué nos gusta hablar? ¿Qué es lo que te ha llamado la atención?

Depende mucho del tipo de concurso y del tipo de persona. Por ejemplo, en Vitamayor hay un tema que domina, es básico y obvio también, el tema del recuerdo, el tema del poder irse a mundos que no existieron, interiores o anteriores. En cambio, por ejemplo, cuando fui jurado de la Cámara del Libro, esto fue hace como 10 años atrás, ahí estaba sonando mucho la parte de los mundos distópicos por ejemplo, las relaciones conflictivas entre jóvenes. Por supuesto había una cantidad infinita de locos, loquitos, mandando textos gloriosa y majestuosamente incoherentes, entonces uno es el último adjetivo que tiene que dar como jurado. Esto es una huevada que no se entiende, realmente debe ser el último, la incoherencia tiene que ser la última cosa, pero uno tiene que tratar de entender el texto, el tono, desde dónde uno está contando, pero hay textos que son imposibles. Ahí pululan esos y de repente salta una flor que es un texto escrito, también fui para El Mercurio jurado algún año, nos tocó una novela como en cuatro tomos, una cosa absolutamente acromegálica, uno decía; ¡Dios mío!, trataba de leer tal como los aduaneros revisan las maletas en los aeropuertos, trataba de leer así como saltándose páginas, en diagonal, fue feroz esa cosa.

¿Qué le dirías tú a alguien que está empezando a escribir? ¿Qué es lo mejor para escribir? ¿Escribir y escribir? ¿Leer? ¿Observar? ¿Por dónde dirías tú que partiera? 

Describe, escribe algo pésimo y le rayas una palabra sí y otra no. Tira una moneda y escribe, elige dos temas, tira una moneda y escribe una frase sobre eso, o cómo lo hago yo con los chicos de la UDD, que han dado resultados fantásticos. Por ejemplo, copia, intervén textos que ya hay. Sé insolente a concho. En esto me declaro ardiente seguidora de Austin Kleon que dice: “Roba como un artista”.  Tiene un ejercicio precioso que es tomar El Mercurio, elegir cualquier página, sacar, recortar un artículo, pescar un plumón y hacer lo mismo que hace el sitio maravilloso de Instagram de Tamara Bastías que se llama @cartasaldirector. Es de la Universidad Alberto Hurtado, que inventó esta cosa maravillosa que es textos en los cuales lo que no está rayado, es lo que se escribe. Entonces es maravilloso, porque tú rayas. No escribes la letra, rayas lo que no quieres que vaya. Entonces en el artículo del diario El Mercurio te pude quedar un poema o un cuento breve maravilloso.  Además es rico hacerlo, yo lo he hecho en el taller, es fascinante, es súper entretenido.

Entonces doblemente homenaje a tu madre que te hacía, probablemente sin saberlo o sabiendo, escribir toda la tarde. Ella no sabía que eran 70 cuentos pero al menos uno te hacía escribir junto con el programa temático que era por el otro lado estar tejiendo la alfombra, ahí usabas dos lados del cerebro. 

También fue por sobrevivencia, yo creo que ella necesitaba de 2 a 6 para dormir siesta o hacer el maldito dulce de membrillo, pero sí, era clever mi madre.

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