Por Fernando Garrido Riquelme
La tarde de ese sábado de mediados de agosto fue extrañamente fría. Uno comienza a impresionarse cuando el tiempo coincide con el clima. Un viento frío, pero soportable define la rivera de un Mapocho cada vez más ajeno, vacío, un río cuyo cauce ausente lo transforma en una cicatriz en el rostro de Santiago.
El fin de semana largo agotó la ciudad, pienso. El fulgor por la extensión del feriado ya había amainado. Quedaban pocas horas de luz y el Barrio Bellavista estaba calmo, en silencio. Por sus calles, aún era posible gozar de cierta ausencia. Yo estoy frente al Teatro Sidarte y un tipo viejo y cano me pregunta si han abierto. El candado y la cadena rodean los barrotes de la entrada, así que espera junto a mí a que lo abran.
¿Ya la has visto? ¿Vienes por entradas para Chaika?, le pregunto. Me responde que sí, pero tiene intenciones de verla de nuevo; la última temporada en la sala ha estado a tablero vuelto, antes de la función por lo menos hay una veintena de gente esperando que alguien falle y se ausente para poder verla. Previo a la función de ese día, que en rigor era la última en Santiago antes de hacer un par de funciones por regiones y luego partir a Europa, no sería distinto.
Saco un poco de tabaco, lio un cigarro y sigo en mi espera. La conversación con el hombre es fructífera. Me cuenta que es profesor de teatro y que conoce a Tita Iacobelli desde que era su alumna. En sus palabras hay respeto y un dejo de ternura que no podría definir como paternal, sino más próxima a la admiración. Le hablo de ese ensayo de Vargas Llosa Novela total, realidad total, en donde analiza Cien años de soledad. Ahí dice en una parte, que la majestad de las grandes obras, es que podían hacer del erudito un gozador de las estructuras y estéticas de la narrativa, así como del estúpido que sólo atiende a la anécdota cruda o al reflejo de sus emociones. Ambos se encuentran en la obra y para cada uno, ella muestra una recompensa. Algo así me pasó con Chaika (2018) la primera vez que la vi, le cuento. Él se ríe con mi comentario y me sigue en la idea. Las puertas no se abren y decide ir a esperar a un café cercano. Quedamos en seguir la plática más tarde.
Lo sigo con la mirada hacia el norte. Se pierde, debí preguntarle el nombre, me digo. Volteo y por el sur viene una joven pequeña, envuelta en un abrigo. Es Tita. ¿Aún no han abierto? Me pregunta. Le digo que no. Esperamos un momento y alguien llega. Mientras vamos camino a la sala, comentamos que la entrevista se da en el marco de la última función que tendrá en Santiago, previo a una temporada en Europa que la espera interpretando la obra en francés.
Nos abren la sala. Comienza la entrevista.
“Tenemos temporada ahora en octubre en Bruselas, pero ya estuvimos en el festival de Mons y en el de Spa, que es en Bélgica también. Estuvimos ahí varios días antes ajustando los detalles del idioma, los ritmos de la obra. Es una actriz, una marioneta que actúa con acento, porque no es una marioneta francoparlante, pero es súper bueno. A la gente le gustó ene”.
¿Y qué tal con el idioma? El francés y su comunidad son complicados. Decirle chovinista a un francés es decirle chovinista dos veces.
Los franceses puede que sean más estrictos con el tema de su lengua. Pero los belgas son más relajados, tienen de tanto en todos lados. Hay tanto extranjero que quizás eso les hace ser más abiertos, pienso. Pero ahora vamos a Charleville-Mézières a un festival de marionetas y a Toulouse. ¿Pero sabes qué? Es un poco liberador, porque le sumamos una pequeña cosita. Cuando Chaika está muy enervada y comienza a preguntarse por los actores faltantes, y que por qué la mesa es el lago y por qué estoy hablando en francés. Eso nos sirve para soltar un poco de presión y aporta a la sensación de confusión. Todo fluyó mejor desde que pusimos eso y funciona súper bien. Le gusta al público, aunque es más tranquilo. No sobre reacciona ni se muestra tan emocional, es más receptivo, observador.
Sí, he visto a gente aplaudiendo a mitad de obra.
Eso igual fue un cambio con respecto acá en Chile, acá la gente se muestra más temperamental. Quieren hacerte saber que se ríen, que les gusta. Allá es más quieto, lo cual fue extraño al principio, pero luego con los aplausos y los comentarios afuera, te vas dando cuenta de que les gusta y que no es indiferencia su quietud. Luego de eso la obra se soltó y agarró momentos de locura muy intensos, muy buenos.
Chaika trota por Chile
Considerando que ya has pasado por el anfiteatro de Parque Forestal, el teatro de la Finis Terra, ahora Sidarte y has podido hacer un recorrido por distintas salas y las audiencias que convocan. ¿Cuál es la recepción que tiene la obra?
En general ha sido muy buena, muy buena. Esa respuesta que se siente en el instante, no esa que uno espera al final que te cuenten, como la vieron, etc. La reacción es inmediata, uno lo nota. Pasa mucho con el teatro de marionetas, cuando está bien hecho que, sin ninguna intelectualidad u algún complejo proceso cognitivo, al poner en acción un objeto inanimado, la gente se engrupe. Y comienza a vivir y a afectarse con cosas, porque uno, como espectador, pone su propia experiencia para hacer de eso que estás viendo, algo creíble. Es el acuerdo tácito que hace el público con el titiritero: sí, voy a creer que ese muñeco es Hamlet o que ese zapato es el príncipe de Dinamarca. Y para seguir o completar los vacíos que tiene este lenguaje, uno como espectador pone su experiencia, que es una experiencia común. Todos sabemos que los viejos caminan de tal forma, que el peso de la vida, el desgaste, que las corvas no funcionan bien, etc. Asimismo, todos tenemos una experiencia personal con un viejo y todos tenemos imaginación, que es el plano abstracto, con respecto a esa vejez o sensación de muerte, el derrumbe de la memoria. Entonces, el plano comienza a ser más íntimo. Por eso te digo que la respuesta del público es inmediata, porque no sólo pongo mi interés en lo que veo, sino que se involucra todo, lo que creo, lo que conozco, lo que he vivido. Y desde ahí, la respuesta, como decías tú, sin importar edad, la ciudad, el teatro, cada uno desde su lugar acepta la obra, la abraza.
¿Qué le espera a Chaika ahora? ¿Hacia dónde va? Es como dice Marco Antonio de la Parra, de esas obras destinadas a transitar y representarse una y otra vez, dar vueltas por regiones, festivales tanto acá como en el extranjero, durante años. Y es que parece que el concepto generado, el lenguaje desarrollado, alcanza una completitud que no parece fácil de abandonar. O, por otro lado, Chaika no es más que un paso, un escalón más en un programa de trabajo que aún está en desarrollo.
Es lo uno y lo otro. Es una obra que hicimos para ser mostrada. La pensamos muy sencilla de mover. Nos cabe toda la escenografía en cuatro maletas y se puede mover en un auto. En Bélgica tenemos réplica de la escenografía. Entonces, simplemente viajamos en una maleta con la Chaika y algunas utilerías, nada más. Como la obra conecta con algo muy sensible y muy necesario, yo siento, o muy esencial teatralmente. En lo que significa el teatro, esta comunión entre el público y lo representado, lo de verse en un espejo, hace que la vea tan necesaria y amorosa a la vez, que siento que la tiene que ver todo el mundo. Pero tampoco me da para viajar a todas partes. He pensado si alguien en el futuro la hiciera por mí o yo preparar a alguien que la hiciera. Sería un lindo desafío, para más adelante, yo creo.
Pero sí, creo que la obra está condenada a viajar, así se planteó. Mostrar harto por Chile, por el extranjero de todas maneras. En Chile hemos estado en Punta Arenas, Coyhaique, Curicó, vamos Antofagasta ahora, Valparaíso en septiembre, Talca. ¡Y si! es que conecta de manera tan inmediata y de ahí las lecturas que haga el público, eso será cosa de cada uno. Pero esta es una historia muy comprensible y muy bella, encuentro yo. ¡Qué patudez decirlo!
Pero lo es. Junto con ello, cuando pienso en la obra la vinculo con un concepto muy cristiano, que es el de la piedad. Piedad por el desgaste, por la vejez, piedad por la fragilidad. Ese algo invisible que ata lo humano y que hace de este mundo algo posible. ¡No le pegas a un animal herido! Viviendo en un mundo en donde el cinismo constructivista quiere hacernos creer que somos mera artificialidad o deliberación, esa piedad nos conecta con una ética profunda, que nos impide ser indiferentes ante el dolor, la muerte, y eso me recuerda Chaika, las dos veces que la he visto.
Yo también creo que en varias de sus dimensiones presenta eso. Presentarse y abrir de tal manera un momento de una vida, de una vida frágil, por supuesto, al borde de. Y abrirlo tanto tanto, tanto, que pueda hacerse compresible desde diferentes aristas. Y al hacerlo comprensible, nos compadecemos, sentimos esa piedad de la cual tú hablas. Y quizás miramos a los viejos que nos rodean de otra forma, les vamos a hacer un cariñito más. No sé, esa es una cosa posterior. Pero, de todas maneras, sensibilizar, y con amor. Hay mucho amor en la obra.
¿Y qué pasa con Tita Iacobelli actriz, la intérprete escénica?. He escuchado personas a las que no les gusta, o no comprenden o de plano no les interesa el teatro con monos, figuras, marionetas u otros tipos de soporte para la interpretación teatral que, al trasladar el actor intérprete al técnico, al articulador, lo desprende de la majestad de su trabajo. Pero en Chaika esa observación pierde peso ante la interpretación y los distintos niveles que logras articular: con la Chaika, como su apuntadora, como su conciencia, su alter ego, su proyección, su directora, su cómplice. ¿Cómo fue ese desarrollo en términos actorales, el desafío interpretativo?
El desafío es un largo camino que no comenzó con esta obra. Esto comenzó hace 12 o 15 años, cuando comenzamos a trabajar con Jaime Lorca con una marioneta pequeña en Gulliver, donde de alguna manera aprendí a traspasar gestos y a comunicar a través de un ser. Luego evolucionó en el Último heredero con otro tipo de marioneta, cambiaron las escalas, estábamos más presentes, lo pequeño estaba al nivel de uno. Entonces ahí también cambiaron las lecturas. Después con Otelo fue otra locura, siguió complejizándose el lenguaje y entramos a lo que más o menos es Chaika, donde el manipulador es visible, está al servicio de la marioneta, es una extensión de ella y es manipulado por la marioneta misma.
Y esta simultaneidad de personajes, porque yo sé que aparte eres actriz de voz. Una amiga que tiene una hija pequeña me sopló que tú hacías la voz de un personaje en un programa infantil de Canal 13.
¿De Renata? Yo partí dándoles voz a unos personajes en un programa que se llamó Villa Dulce. Ahí partió realmente esto de la simultaneidad, de encontrar distintas voces. Esto debió ser en el 2000 o 2002, hice muchas voces en ese programa, casi todos los niños, la mamá de alguno. Y comencé a cachar que podía hacer distintas voces y luego el trabajo sobre el escenario de hacerlas al mismo tiempo. Que es un poco como juegan los niños, pero con elementos más técnicos. Y entonces en este trabajo de Chaika y con Natasha por supuesto, para desarrollar esta obra me di cuenta de que debía exigirme y tomar todas esas experiencias y aplicarlas, y hacer muchas cosas. ¡Y tenía que hacer de todo! Si no hubiese tenido que tener un tramoya que me ayudara, pero tampoco era la idea y se salía de lo que estábamos hablando. Al final, la idea era que yo me hiciera cargo de todo y explotarme actoralmente para lograrlo.
Y en eso hay una actriz potente, ajena al mono. Más allá de que en él esté el concepto y la centralidad del espectáculo. Pero actoralmente me llamó mucho la atención los niveles de registro y la capacidad coreográfica, al igual como te contaba que eso me había impresionado mucho en Plata quemada (TeatroCinema, 2019), el nivel performativo de los tipos en escena. En Chaika me encantó esa paleta de emociones, de registros, de profundidades, bromas, la hilaridad con que te enfrentas a ti misma, porque en distintos momentos te webeas, Chaika misma se mofa de la incapacidad de mover su boca, del público.
Sí, sí tratamos de hacernos cargo de todo, de todo lo que está puesto en el escenario.
Y en eso hay mucho más que meros detalles, porque eso se inserta dentro de una dramaturgia que explora a Chejov, lo condensa, expone símbolos, se entrega a la misma fascinación por Hamlet que tiene La gaviota, funde sus personajes. ¿Cómo fue el trabajo aquel?
Con Natasha llevamos tres años trabajando la Chaika, pero cuatro años duró el proceso completo. Y en cada una de las residencias que hicimos, fue un análisis total del texto. Y Natasha traía este texto súper analizado ya. Aunque comenzamos a ver el cómo abordarlo, porque nuestra intención era hacer La gaviota de Chejov, queríamos hacer esa obra, pero en las improvisaciones con esta marioneta, lo que apareció fue este personaje Chaika, que estaba ahí ya rondando de forma misteriosa y se tomó todo el espacio. Y empezamos a ver que tenía una vida, que tenía una historia que nosotras siempre, siempre, vinculamos a La gaviota. Entonces, esto tan interesante que salió en esta improvisación, es Gertrudis, porque ellos hablan de que se molesta la madre con el hijo y ni siquiera hablan, se comunican a través de textos teatrales. Esa relación de la madre con el hijo la tomamos de muchas perspectivas. Desde la perspectiva de que nosotras somos madres y también fuimos hijas, y somos teatristas, Natasha es hija del teatro. Su padre era actor y director de teatro. Entonces esa escena nosotros la disparamos, le pusimos unos puntos, en una perspectiva tal que desembocó de forma natural en este personaje Chaika, que comenzaba a desarrollarse y empezar a hablar solo, entonces comenzamos a ver hasta dónde podía llegar. Y nos preguntábamos qué significa que hable como Gertrudis. En el fondo es querer tomar el personaje de Chejov desde el personaje de Arkádina, pero queriendo ese personaje, abrazándolo, porque es un personaje odiable; es una mujer que “detesta” a su hijo, lo detesta porque es un personaje que no lo deja seguir adelante con su vida. ¡El personaje de Arkádina es súper rico! Me imagino que, para las actrices ya más maduras, les permite moverse por una complejidad con mucha riqueza. Pero tomar La gaviota desde ese personaje, que no es Arkádina sino Chaika, ahí hay una operación, un juego teatral que funciona en varios niveles. Tomamos Arkádina, que no es Arkádina, sino esta actriz, esta marioneta en su última función, y así se fue configurando la obra.
A veces yo tenía miedo de que se volviera muy hermética. ¿Cómo vamos a hacer La gaviota con este personaje?, me preguntaba y luego me decía “no la va a entender nadie”. Yo quería que la gente entendiera la obra. Natasha siempre se encargó de traer La gaviota, de ser fiel al texto y no irnos tan lejos, y yo avanzaba a través de este personaje. Avanzábamos juntas, mezclando todo y mirando, reflexionando todo, encontrando sentido a lo que comenzaba a aparecer. A lo que significaba el teatro y como ello se encontraba con nuestra experiencia. Y al final, los últimos dos meses antes de estrenar, pudimos llamar a este grupo de profesionales gracias al Fondart y Rodrigo Gijón, que fue nuestro asesor dramatúrgico. Él nos ayudó con la estructura, con cerrar ciertos vacíos.
Pero el animal ya estaba faenado.
Sí, el animal, los elementos ya existían. Pero igual esos meses fueron críticos. ¡Cómo la terminábamos! no entendíamos hacia donde iba, pero en ese momento fue importante el rol de Natasha porque ella peleaba por Chejov. Claro, ¡porque era su bandera también! Pero ahí estaba todo el sentido, en acercarnos al texto estaba la solución. Porque en el fondo, lo que hacemos con la obra es comprimirla y de ahí sacarle lo esencial.
Lo que se viene
¿Qué estás leyendo últimamente?
Me cuesta encontrar momentos de lectura, mucha actividad. Pero estoy leyendo Limónov (Emmanuel Carrère) y me tiene muy metida. Es muy interesante. Además, que me permite entender un poco, acercarme un poco a lo que es Rusia. Sólo eso está en mi velador, además que me permite conectar con otro trabajo que estamos preparando con Natasha. Estamos trabajando sobre Diario de un loco de Nicolás Gogol.
Cuando era adolescente, recuerdo que había un festival de teatro que se hacía en paralelo a Teatro a mil y se llamaba Festival Teatro a luka, en la Alameda. Ahí vi Diario de un loco interpretada por Miguel Ángel Bravo.
Lo vi, lo vi en internet. Buscando versiones del “loco” en español, vi esa. La vi entera. Lo da todo. Además, estuvo Natasha haciendo un taller de marionetas en San Petersburgo, así que aprovechamos de hacer un tour, un tour literato. Te llevan por los lugares y las casas de los principales escritores, así que también pudimos acercarnos más al mundo de Gogol. Hacia allá va el barco.
¿A ti te gustó la obra de Bravo?
Sí, me encantó. Si la viera hoy no sé si me produciría lo mismo, pero me gustó mucho.
Obvio que no te produciría lo mismo. Pero sí es muy intensa. Lo da todo.
La entrevista termina y le pido una foto. Le advierto que soy un fracaso como fotógrafo. Que no es la cámara la penca, sino que soy yo. Tita se ríe y posa igual. La función de ese día fue a tablero vuelto. Envuelta en el riguroso negro de su traje recibe los aplausos y vítores de su público. El profesor de teatro con el que me encontré en la tarde me saluda a la salida de la función. Me pregunta donde saldrá la entrevista y le cuento.
Si estás leyendo, ya sabes que no me olvidé.
Este fin de semana, Chaika se presenta el domingo 8 de septiembre en el Parque Cultural de Valparaíso