Por Matías Pardo
León Cohen es un psiquiatra y actor nacido en Santiago, Chile. También se ha desempeñado como docente y asesor de las áreas dramáticas de distintos canales nacionales de televisión. Escribió el libro Sobre la estupidez y otros estados de ánimo (2020).
Estudió en el emblemático Instituto Nacional, donde también se formó su amigo, el destacado psiquiatra y dramaturgo Marco Antonio de la Parra. Fue este último quien escribió La secreta obscenidad de cada día, obra teatral que presenta a Sigmund Freud y Carlos Marx, destacadas figuras que influyeron en el devenir del siglo XX, reducidas a dos grotescos exhibicionistas de impermeable que pelean por una banca frente a un colegio de niñas. En su debut original de 1984, que cosechó críticas entusiastas, ellos mismos encarnaron a los personajes que componen el montaje: de la Parra al padre del psicoanálisis y Cohen al ideólogo del comunismo.
Este año, el Teatro Finis Terrae trajo de vuelta a la obra con su elenco original, tras una exitosa temporada en 2024. Sobre su valoración de esta nueva temporada, habla el propio Cohen que, en conversación con Culturizarte, además se refiere a la gran repercusión de La secreta obscenidad de cada día, la censura a la que debieron hacer frente en dictadura, el origen de su amistad con de la Parra y su aproximación a los personajes que interpreta.
Ya han pasado 41 años del estreno de La secreta obscenidad de cada día. ¿Cómo ha sido la experiencia de volver a presentar esta obra y qué desafíos se te presentaron tanto a ti como a Marco Antonio?
La verdad es que hemos tenido una cierta continuidad, por supuesto interrumpida por la pandemia o por otras cosas, en estos 41 años, de manera que hemos actuado en muchas partes. Yo específicamente la he actuado desde Punta Arenas hasta Nueva York, en Manhattan, en Filadelfia y en Pensilvania. También la hemos actuado en España, en Madrid dos veces, en Valencia, y en diferentes países latinoamericanos: en Buenos Aires dos veces, donde la obra ganó el premio a la mejor obra extranjera del año, cosa que no ha ganado ninguna obra chilena. Actuamos en Colombia en un festival internacional, actuamos en Panamá, en Honduras, en México dos veces, actuamos en Cuba en el Festival Casa de Las Américas, que es uno de los más prestigiados de Iberoamérica.
En España, en el año 87, estuvimos en Madrid, en el Chile Vive, que fue un gran evento que organizó el gobierno de Felipe González, invitando a los artistas chilenos en pleno contexto de dictadura militar. Actuamos ahí y fue una cosa muy interesante. La ciudad estuvo muy conectada con todo ese evento, porque fueron arquitectos, pintores, músicos, no solamente teatristas. Además, la he actuado también con Julio Jung, que es un gran actor ya mayor, ya retirado, y con Héctor Noguera, que fue con el que hice la gira a Estados Unidos.
La obra ha sido actuada por otros elencos, acá mismo Julio Jung la hizo con [José] Sosa durante un año, cuando ganó el premio a la mejor obra del año en Chile. Y en otros países se ha actuado en los idiomas locales, por elencos locales, de muchas partes del mundo: Estados Unidos, España, Francia, Alemania, incluso hasta en países asiáticos. Es muy especial, porque esto a lo largo de 41 años da cuenta de que la temática de la obra no es exclusivamente chilena, a pesar de que fue estrenada en plena dictadura en el año 84, en un teatro que quedaba a tres cuadras de La Moneda, y que tiene contenidos políticos muy explícitos de la época. Además está llena de humor, también muy llena de elementos intelectuales que provienen de las ideas de Marx y de Freud, pero no intelectuales en el sentido enredado o muy racional, sino que más bien más de un sarcasmo y de una comedia en relación con esas ideas.
Es una obra muy inteligente que tiene varios planos simultáneos y es profundamente teatral, ya que son solamente dos actores que dialogan, discuten, sentados en una banca de plaza y no hay más en el escenario: no hay efectos especiales, no hay luces especiales, las luces son básicamente las mismas, hay un sonido al comienzo y otro al final, nada más. La obra se puede dar en cualquier parte, en un festival de Teatro a Mil, por ejemplo, la dimos en la calle, la hemos dado en un cerro allá en Valparaíso, en la Plaza Brasil una vez muy temprano en que la filmaron. Entonces uno puede colocar un banco y llegan dos tipos con impermeables y sin pantalones, y la obra comienza.
Entonces, es muy económica, y a la vez, genera en públicos de diferente nivel socioeconómico y cultural un atractivo, genera risa y sorpresa. Además, es una obra corta — dura una hora cinco más o menos, una hora diez máximo —, en un periodo en el cual tanto las películas como las obras de teatro son de una hora y media o dos horas. El Brutalista, esta última película, dura tres horas y media. Pero no es el tema de la duración, es de que se juntan todos esos elementos para generar una experiencia teatral, de manera que hay gente que la ha visto dos, tres o cuatro veces en diferentes momentos de su vida.
Hay una continuidad en nosotros, y cada vez que la volvemos a dar siempre lo hemos enfrentado de una manera muy profesional. Es decir, a pesar de las veces que la hemos dado juntos, ensayamos varias veces el texto, los movimientos, todo. E incluso cuando hacemos la temporada, la primera función, siempre llegamos dos horas antes, y mientras nos vestimos también ensayamos, de manera que siempre, a pesar del paso del tiempo, tomamos la obra como si fuera la primera vez. La actuación dentro del escenario es muy intensa, es de mucha complicidad, y eso implica una intensidad, mucho gasto de energía, pero a la vez es algo especial. Es teatro puro en ese sentido, diálogo entre los actores, vínculo entre los actores y entre los personajes. En esta última temporada, la de noviembre en el Teatro Finis Terrae, en la que dimos diez funciones, estuvieron todas llenas, y con una recepción magnífica de parte de la gente.
De hecho, fue la obra más vista en 2024 en el Teatro Finis Terrae.
Claro. Y ahora en estas seis funciones que dimos, también fue mucha gente. El domingo, que fue la última, que no sé si será la última para siempre o no, estaba repleto y la recepción fue muy buena. Respecto a la pregunta, hay un elemento interesante, porque sinceramente a lo largo de los años, mi experiencia y también la de Marco ha sido que la obra nos ha acompañado en un desarrollo profesional como actores, y siento que la actuación entre ambos ha salido cada vez mejor. Todos estos últimos años han salido muy bien las funciones. Sentimos que sale cada vez más madura la obra y eso es una gran satisfacción.
Es interesante también el hecho de que adaptaron algunos de los diálogos. Cuando la fui a ver, había un diálogo sobre Netflix. ¿Le van generando cambios para adaptar a los nuevos públicos?
La verdad es que yo me he opuesto terminantemente a hacer eso. Yo no soy el dramaturgo. En efecto, esa parte que está casi al final, se la agregó Marco, y yo entiendo, porque son palabras que no estaban en el año 84. Se usaban otras palabras más propias de ese momento, como revistas, diarios, radio, etc. Ahora él cambió algunas de esas por Netflix, por X, redes sociales, en un diálogo que tiene un personaje con otro en ese momento. Pero básicamente yo te diría que el 95% de la obra es la misma que cuando la estrenamos.
La primera presentación que tuvieron en el año 84, ¿cómo fue en términos de la recepción del público, de los nervios? Y también, ¿cuáles fueron los desafíos planteados por la censura de la época?
En el año 84 yo ya tenía una experiencia de siete años, más o menos, de trabajar en teatro. Había trabajado en el teatro del Goethe-Institut, haciendo a Brecht y otros autores. Luego me contrataron en la Católica, y ahí actué en Hamlet y en Calderón de la Barca. Después actué en un grupo de mi hermano Gregory Cohen, El Teniente Bello; en una película en la que actuaba él [As Time Goes By], de Benjamin Galemiri, en esos años. De manera que había actuado también una obra de Marco en el Goethe-Institut, una muy linda obra que se llama Matatangos, que solamente se ha dado una sola vez después. Es una obra magnífica, como para poder reponerla.
En el año 83, cuando yo ya había actuado en la Católica y todo eso, en obras de Gregory, Marco se interesó en desarrollar esta obra. Yo fui testigo de ese desarrollo, la obra prácticamente la hizo en tres meses, y el propósito era participar en una especie de competencia teatral que estaba organizando el Colegio Médico en su Club de Campo, que queda allá en La Dehesa. Esta obra, corta, duraba 50 minutos o 55 minutos, casi lo mismo. Es casi igual. Teníamos que conseguirnos un banco , y es el del Club de Campo del Colegio Médico. De hecho es el mismo banco que usamos ahora, nos quedamos con él: un banco blanco, en un escenario negro. Y, por supuesto, la obra ganó el primer lugar. Luego de eso, hubo un interés por montar la obra en el Círculo Profesional en Santiago, y ahí fue cuando estrenamos en abril del año 84.
Como pasaba habitualmente, hubo un censor — con cara de censor, pinta de sensor y actitud de censor — que llegó a ver la obra, y tuvimos que hacer una función para él. Era obviamente un funcionario del Ministerio de Educación del gobierno militar. Sinceramente, yo no entiendo cómo autorizó la obra, porque a medida que han pasado los años, yo he empezado a sentir: “¿Cómo nos atrevimos a hacer esta obra en esa época?”. Lo que se dice ahí no aparecía en ningún diario, en ninguna revista, nadie se atrevía a decir una cosa así. Y los personajes que hacen lo que hacen. Yo dije: “¿Cómo? Es muy peligroso”. Pero parece que al censor le gustó ese sarcasmo que hay en la obra respecto a Marx, y eso le quedó dando vueltas, parece. Entonces, eso encontró que estaba bien, pero no vio todo lo otro. Junto con el sarcasmo también está lo otro. La cosa es que este señor dio la aprobación.
Además, hubo otro elemento, que la función de estreno se repletó. Cuando nosotros estábamos por entrar al estreno, nos miramos al espejo y dijimos: “Pero esta obra no es para nosotros, es para dos gallos ya viejos, arrugados, guatones, que, como pasa con todo el mundo, la vida ha pasado por ellos”. No era para nosotros, teníamos 32 años, yo no tenía ninguna cana, tenía 20 ó 25 kilos menos. Marco era delgado, tampoco tenía ni una cana, tenía mucho más pelo. Entonces, estos últimos años, lo que hemos dicho es que estamos perfectos para la obra de teatro. Ya somos finalmente esos viejos gordos, que han pasado por la vida y que no son solo personajes. Eso hace que la obra sea más auténtica todavía. Tienes que imaginarte a dos jóvenes de 32 años haciendo esta obra, y tú dices: “En realidad no es como ver los personajes”. Ahora estamos perfectos como estamos.
Después del estreno, al día siguiente, apareció en El Mercurio una crítica extraordinaria. Al crítico de teatro de El Mercurio le encantó la obra. Es verdad que la obra es magnífica y nosotros la actuamos bien. Si tuviera que calcular un porcentaje — cosa que es una tontería, pero en cuanto a calidad de actuación — en ese tiempo yo creo que la hicimos más o menos en un 55%, por así decirlo (risas). Ahora es como un 100%. Yo he visto algunas filmaciones y digo que ahora es mucho mejor. Pero, en todo caso, estaba bien hecha y bien actuada. Y la crítica fue muy buena, eso también ayudó a las funciones: hicimos seis semanas. Jueves, sábado y domingo lleno, completamente lleno
Aparte que es una obra muy económica, si no se gasta nada. Todos los ingresos son para los actores y son dos. En teatro no se gana mucha plata, porque tienes el periodo de montaje, el periodo de comprar cosas para la escenografía, el periodo de contratar la iluminación, los operadores y todas esas cosas. Pero esta obra, atrae mucha gente y muchos ingresos, por lo tanto, casi no tiene gastos. Por supuesto, los teatros se llevan el porcentaje que les corresponde, pero la parte que queda para la compañía es buena.
Claramente, esta es la obra chilena más montada y traducida en el mundo y por eso yo insisto en que Marco tiene que ser considerado para el Premio Nacional de Literatura. Porque afuera es tratado como un maestro y aquí en Chile, para variar, es un tipo relevante, profesor y toda la cosa, pero en Chile somos tan malos como para reconocer los valores nuestros. Tendrían que darle el Premio Nacional de Literatura en mención arte de la representación. Ojalá que pueda ocurrir eso.
Es realmente una obra de un dramaturgo inteligente, con humor, muy ilustrado. A mí me gusta mucho. Y tengo la sensación, aunque siempre hemos dicho que “esta es la última”, esta vez yo creo que ya estamos. Ahora, la obra se va a seguir dando yo creo, porque hay actores interesados en hacerla. Entonces va a volver a aparecer en el escenario chileno, hecha por actores probablemente muy conocidos, yo sé de un par que está interesado en montarla. Quizá el próximo año ellos la estén montando. Será la versión de ellos. Pero nuestra versión, que es la original, es probable que el domingo haya sido la última.
¿Cómo se conocieron con Marco Antonio?
Los dos somos del mismo colegio, el Instituto Nacional, pero él estaba en un sexto biólogo y yo estaba en un sexto matemático, a pesar de que yo quería entrar a Medicina. Al año siguiente, los dos entramos a Medicina. Por lo tanto, él me ubicaba, yo lo ubicaba a él, pero no éramos amigos, nunca habíamos conversado, nada. Yo tenía intereses intelectuales, pero no tanto. Era el arquero titular de la selección de fútbol del colegio. Era muy buen alumno, además de muy bueno para las matemáticas. Y Marco ya era un hombre de letras, conocido por la agrupación de letras del colegio. En ese tiempo, el Nacional era probablemente el colegio más reputado de Chile.
Lo que pasó ahí fue que entramos a Medicina y ahí nos contactamos, porque nos ubicábamos desde el colegio, y ahí lo conocí a él. Admiré mucho, en primer lugar, la inteligencia y la creatividad de él. Yo tenía intereses científicos y deportivos, más que humanistas, pero tuve el buen ojo de escucharlo y ver los intereses de él, y que me recomendara libros. Empecé a leer muchos libros humanistas y lo agradezco mucho, porque eso continuó a lo largo de toda mi vida. Simultáneamente, seguí practicando deporte, y de hecho, ese año, ingresé como arquero a las Juveniles de la Universidad de Chile. Y después ya formé parte del plantel de la Universidad de Chile. Fui el arquero titular de la Selección Chilena Sub-20, el año 71.
Pero ya después vino todo el tema de lo que significaba la carrera y las presiones que había. Después vino el golpe, que generó también que en la Universidad de Chile hubiera como una invasión de civiles. Entonces, todo eso hizo que yo finalmente abandonara el fútbol, en donde tenía toda una carrera. Aunque sigo involucrado con la Universidad de Chile, jugando en la corporación de ex futbolistas de la U, y jugamos en el Centro Deportivo Azul. Justamente ayer tuvimos reunión, porque esta corporación tiene personalidad jurídica. Yo soy de los más viejos, obviamente, y juego. Todos estos años he estado jugando. A veces todavía me pego unas buenas atajadas. Soy muy feliz en ese escenario. Ese es otro escenario mío, la cancha de fútbol.
Después de eso, empecé a participar en actividades teatrales en el marco de la Escuela de Medicina. Ahí me empecé a entusiasmar. Y luego de pasé al Goethe-Institut, donde la experiencia me hizo sentir que yo, en realidad, podía actuar. Tuve la experiencia de trabajar bajo la dirección de un gran hombre de teatro, Fernando González, ya muerto. Con él aprendí muchísimo, y ahí comenzó una carrera que se ha prolongado durante 50 años, de hacer obras de teatro. En cine solamente he participado en dos ocasiones. Y en televisión, no, porque no calza con mi oficio. Pero sí he participado como asesor psicológico del área dramática, primero de Televisión Nacional y después de Mega. Eso fue durante 15 años, y ya después lo dejé. También fui profesor de la Escuela de Teatro de la Católica durante unos 15 años, haciendo un curso bien entretenido que se llama La escena interna.
Entonces, el teatro, lo que es el escenario, una cancha de fútbol, un escenario teatral, ha sido parte de mi vida, de alguna manera. La única diferencia que tenemos con Marco es que él es de Colo-Colo y yo soy de la U (risas). Pero es un tipo brillante, tremendamente ilustrado, con gran capacidad de estudio, y que ahora incluso todo eso le ha dado mucha vida para seguir adelante, a pesar de su situación personal.
¿Cómo ha sido dedicarse a la docencia?
Yo he hecho clases desde que estaba en el colegio. En el colegio les hacía clases de matemáticas a mis compañeros de curso, lo cual para mí es un honor, porque algunos de esos compañeros de curso después se transformaron en ingenieros brillantes. No por mí, por supuesto (risas). Porque las matemáticas a mí me fascinaban cuando era chico. Me parecían lo más entretenido que hay. Es raro porque mucha gente las odia profundamente, pero a mí me parecía lo más entretenido que hay. Lo más parecido a una composición musical.
Después en medicina también hice clases. Y después también, cada vez que me pedían, hacía clases. Durante más de 40 años, me han llamado de los diarios, de la televisión, de las radios, o ahora último, justamente con esto de las redes, del Zoom y todo eso, para pedirme entrevistas. Yo me manejo en eso, porque en realidad es como un profesor. Yo tengo esa cosa de ser un profesor que dicta su materia de una manera sencilla para que se entienda. Entonces, todo lo que he dicho está bien claro. Muchas entrevistas, seminarios, talleres que he hecho, de bolsillo, en su momento en El Mercurio, o escribiendo en Artes y Letras.
Yo tengo eso de decir las cosas de manera sencilla, pero con contenido. Y eso también lo hacía en la Católica, con mi curso. Ahí se mezcla toda esa experiencia mía como actor, pero también como profesor desde que era chico. Siempre tuve habilidades en lo que se llamaba en ese tiempo, en el colegio, la oratoria. De hecho, me gané un premio como el mejor orador de los estudiantes de Santiago en un concurso por mi colegio. Todas esas cosas así que uno dice, es entretenido, cuando uno tiene 14 ó 15 años. Pero tú ves cómo se conectan las cosas, porque todo se conecta entre sí, con el mundo del teatro, el mundo del espectáculo, el mundo del fútbol, está todo eso conectado.
Si yo te dijera que ahora me dedico a ser empresario minero y me he hecho millonario, tú dices: “¿Pero qué tiene que ver eso con…? Qué bueno que se hizo millonario, pero cómo…” Claro, no, no me hice millonario (risas). Entonces, lo que hago como terapeuta también está relacionado con mi capacidad de poder escuchar, entender y comunicar de una manera que la otra persona pueda entender.
¿Cuál es su aproximación teatral a los personajes que interpreta y cuáles son las influencias dramatúrgicas que ha tenido?
Fernando González, en cuanto a influencias dramatúrgicas, no cabe duda; Raúl Osorio también, en la Católica; Óscar Stuardo, un director ya muerto hace tiempo. Fueron mis propios compañeros, algunos de los cuales fueron después artistas notables como Andrés Pérez, por ejemplo, y Francisco Reyes. Yo aprendí mucho de todos ellos. Mi hermano también, que es un dramaturgo y actor conocido, Gregory Cohen, es un tipo muy simpático.
Cuando trabajo con este personaje, es un proceso. Por supuesto que durante 40 años el personaje me ha enseñado muchas cosas, porque entra en interacción contigo. Uno empieza a conocer al personaje y también a reconocerlo dentro de uno, porque es un personaje humano. Y así también cuando actúe en Hamlet, hacía un personaje que era cortito, pero que igual tenía un sentido. En Brecht, Auge y caída de la ciudad de Mahagonny también. La intuición ahí significa que uno debe permitirle al personaje entrar y encontrar su lugar dentro de uno. No forzarlo, no construirlo artificialmente, sino dejar que entre dentro de uno, de manera que pueda uno ubicarlo en el lugar en que se encuentra. Y otra cosa muy importante en teatro es el encuentro y el diálogo con los otros actores, porque los otros actores, como ocurre en la vida, también te ayudan a tu propia identidad.
Ficha técnica
Título: La secreta obscenidad de cada día
Dramaturgia y dirección: Marco Antonio de la Parra
Iluminación y producción: Teatro Finis Terrae
Elenco: Marco Antonio de la Parra y León Cohen
Duración: 60 minutos
Coordenadas
Del 14 al 23 de marzo (temporada 2025 finalizada)
Para mayores de 16 años
Teatro Finis Terrae (Pocuro #1935, Providencia)