Entrevista al autor de “El Gordo Willy” poeta Juan Pablo del Río: “La vida es bastante absurda en sí”

Por Fernando Arabuena

Nietzsche desmerecía el rol de la sociedad en el ejercicio de la libertad, pues decía que lo transformaba en un simple reflejo de la opinión imperante.

Esto parece saberlo muy bien Juan Pablo del Río (1960), un poeta que está siempre en la vereda del frente, pero sólo basta cruzar para darnos cuenta que su lugar no era ese, sino el de la escasa valentía de los matices.

Y es ahí, en la propia soledad del poeta donde descubre un mundo desechado por la inmediatez del progreso; inmenso en contradicciones humanas, desde donde un mito enrostra la propia unidimensionalidad que declara Herbert Marcuse.

Desde esa vereda nace El Gordo Willy, el segundo libro de Juan Pablo del Río (Santiago 1960), quien vivió en Costa Rica parte de su juventud y fuera parte del directorio de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), además de fundador del colectivo de poesía y música electrónica Poetas Marcianos. Y hoy, además de un asiduo a las tertulias de la Casa del Escritor, coordina el concurso literario Escolar Albatroz para colegios públicos que organiza la SECH.

Un jarrón de tu tía abuela en la casa de Juan Luis Martínez; tus andanzas con Lemebel; tu fe católica; tus retiros en un templo Krishna, ¿desde qué vereda mira el poeta que descubrió al Gordo Willy?

La verdad es que, no es mi tía abuela; es mi tía política Naya. Ella es rusa y se casó con el hermano mayor de mi padre (hoy viuda). Cuando en 1989 conocí a Juan Luis Martínez, gracias a mi amigo el poeta Marcos López, hablamos de estas cerámicas y le cambié un par de piezas por la Nueva Novela, que a mi parecer es el libro terminal de las vanguardias.

Juan Luis fue muy generoso conmigo. El día que le llevé las cerámicas, aproveché la ocasión para entregarle el manuscrito de mi primer libro Tercera Revelación, lo leyó con atención y sólo me dijo que le parecía bien que lo publicara. Juan Luis, tenía un carisma especial. Era una especie de “gurú” de muy bajo perfil. Junto con Nicanor Parra, son los dos más importantes poetas que he conocido.

Respecto a Lemebel, lo conocí cuando se llamaba Pedro Mardones, era un “lana”. No fui su gran amigo, ni nada que se le parezca, pero conversábamos de literatura. Leí un cuento publicado en una plaquette que editó en el taller de Pía Barros y supe que era un gran escritor. Después organicé un evento de música, poesía y pintura, que se llamó Festival de corazones duros, ahí me parece que aparecieron por primera vez las Yeguas del Apocalipsis. La performance fue grabada por el Maestro Maturana, no sé qué habrá pasado con ese registro. Incluso con Pedro hicimos una intervención en una exposición del escultor Federico Assler en el instituto chileno-francés, creo que el tema era sobre Gabriela Mistral. En medio de la inauguración le pusimos panty a una de las esculturas, mientras gritábamos una consigna feminista. Lo curioso es que Federico Assler se nos unió en la instalación de pantys. Luego, por distintas circunstancias, lo dejé de ver y la verdad soy ajeno a su período Lemebel. En todo caso, hay un registro de entrevista después de Corazones duros y una foto que apareció en el diario La Época donde estamos Pedro, yo y el otro integrante del colectivo. A mi entender el “genio” era Pedro.

Respecto a mi fe, soy creyente desde niño. Mis padres no eran precisamente católicos, pero un día, saltando la tapia de mi casa en Los Domínicos; cuando el lugar era un gran potrero donde pastaban vacas, llegué a la parroquia. Conocí a un cura peruano, el padre Cuadros y me hice monaguillo; era un cura de “avanzada” y me enseñó la figura de Jesús como un luchador social. Soy cristiano antes que nada y creo en Jesucristo como primera cosa. De alguna manera Cristo es un revolucionario, pero no violento. Amo el ritual de la misa y creo que, pese al desprestigio actual, debido a las causas que todos conocemos, en la Iglesia Católica siguen habiendo hombres y mujeres que cumplen con el mandato de amor y solidaridad a los que nos convoca el crucificado. Pienso en el papel de la Iglesia Católica chilena, después del golpe de estado.

Conocí al Gordo Willy en un templo Krishna, cuando yo era estudiante del Inacap; Gerardo Castillo me llevó a que conociera el templo, además había de por medio una comida gratis. Pasamos la noche en el lugar y nos levantaron como a las cuatro de la mañana. Nos bañamos con agua fría (era pleno invierno) y después a cantar alabanzas al templo. Me pasaron un par de campanillas que comencé a tocar, justo en ese momento, a mi derecha estaba el Gordo Willy, que me miraba con cara de reprobación mientras movía su cabeza en señal negativa. Me contaron que era un discípulo que no vivía en el templo, si no en su casa.

Respecto a la vereda en que me ubico, sólo puedo decir que es la que prefiere estar alejada de todo poder, sea cual sea su origen: político, económico, religioso, incluso cultural o el poeta “cabrón de turno”. Soy un caminante espectador y hablo de lo que veo. Reflexiono como un simple ciudadano sometido a los avatares del destino. El planeta para variar, se encuentra en una encrucijada y no sé cómo vamos a salir del atolladero. En mi opinión, debemos empezar por nosotros mismos. Como decía San Agustín, vivimos en una especie de guerra civil interna. Siempre optando entre el bien y el mal.

¿Cómo interpretas o evalúas esos treinta años que separan tu primera publicación de la segunda (El Gordo Willy)?

Es lo que me tocó. Consideré, durante todos estos años, que no había nada digno de ser publicado. Es mucho tiempo, pero bueno, ahora apareció El Gordo Willy.

Eres un artista inquieto: Hiciste el montaje de la obra de teatro El seno que no da vida mata (1987); eres un gran conocedor del rock progresivo y fuiste productor de un conocido grupo chileno de rock latino.

Sí, me he metido en varias cosas. Hice una obra de teatro, un documental sobre Pablo de Rokha, un festival cultural. Soy fundador del grupo de música electrónica y poesía Poetas Marcianos, fui director de la SECH, entre otras cosas. También he tenido que trabajar en distintas labores, diferentes a la literatura, para sobrevivir. Soy un esclavo del siglo XXI.

Háblanos de tu cercanía a la poesía de Pablo Rokha que te llevó a realizar el documental 329 Pablo de Rokha- La pirámide (Fondart 2000)

Fui “Rokhiano” militante durante un tiempo. De Rokha es un poeta admirado. A principios de los 80’s era un escritor invisibilizado, recién el año 94, junto a los poetas José Cristián Paez y Mirka Arriagada organizamos un gran homenaje. El viejo de Rokha es un poeta “difícil de leer” pero creo que es un poeta de lo chileno, siendo que en estos días el término está en tela de juicio.

Tratas con cariño e ironía al Gordo Willy, ¿es tu manera de mirar todo?

La vida es bastante absurda en sí. El “Gordo Willy” es un reflejo de la realidad.

¿Quién es el Gordo Willy?

El “Gordo Willy” es un personaje excéntrico como algunos que deambulan por Santiago.  Desde niño esos personajes siempre me han intrigado, tal vez yo sea uno de ellos. Quiénes son, por qué viven esas vidas tan especiales, es una pregunta que siempre me hago. Por otra parte el “Gordo Willy” también soy yo.

Título: El Gordo Willy

Año: 2021

Autor: Juan Pablo del Río

Editorial: GS Libros

Temática: Poesía

Número de páginas: 42

 

 

 

 

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