Por Fernando Garrido Riquelme
Hace un par de meses Alejandro Guyot estuvo en Chile presentando su último trabajo literario llamado Sangre, una novela de corte policial, o como en sus propias palabras expresa: “una especie de comedia negra psico-religiosa” la cual trata sobre las vírgenes sangrantes, en un ejercicio narrativo que nos lleva por calles y rincones de Buenos Aires, su conurbano y las contradicciones de un presente en el cual no caben los héroes con uniforme. Impregnada de humor y amor por la mitificación, también es una obra que nos sitúa en el desamparo, en la sensación de orfandad y desarraigo, una novela en donde el tano argentino se ve en el espejo europeo y el rostro que le mira, no es más que el de otro sudaca. Mayormente conocido por su carrera musical como vocalista de 34 Puñaladas, rebautizada con el nombre de BOMBAY Bs.As., con quienes ganaron el Premio Gardel al Mejor álbum orquesta de tango e instrumental en 2018, este viernes 7 de julio en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires presentará Sangre, su primera novela. Ya antes había publicado un libro de poesías y textos breves llamado Brumarios a fines del 2009, el cual fue traducido y publicado en Francia; en 2018 la editorial Contemporánea/Tinta Roja publicó a fines de 2018 Canciones de amor de locura y de muerte, un libro compilatorio con más de dos décadas de su trabajo como letrista y compositor. Guyot es un tipo inquieto, porteño de tomo y lomo, con recorrido por el teatro, la poesía, el tango, la docencia, melómano confeso y lector inquieto: “Me he gastado sueldos enteros y hasta me he endeudado porque me fanatizaba tal músico o escritor y no podía quedarme tranquilo hasta que no conocía toda la obra completa del artista que me obsesionaba”.
De esto y mucho más conversó con Culturizarte de forma extensa, en un diálogo que a ratos pareciera la exposición de una cartografía de recuerdos, discos, derrotas, libros y lugares, pero antes nos aclara: “primero fue la música, las canciones, la palabra cantada… y creo que después, y como por extensión, llegaron los libros”
Rememorando un poco, creo que los primeros libros que me compré de adolescente fueron esas ediciones berretas de cancioneros bilingües que se conseguían solamente en los quioscos de diarios. Pasé de comprar revistas de historietas como Nippur de Lagash a los cancioneros de Pink Floyd, de Génesis, de The Cure, de Peter Gabriel, de Bowie, de Lou Reed (recién unos cuantos años más tarde iban a venir a las revistas de música y después poemarios de poetas malditos, las letras de tango y los versos lunfardos, biografías de Corsini, de Gardel, de Tom Waits, de Nick Cave). Porque para mí esos cancioneros eran la llave para acceder a un mensaje que estaba oculto en la canción, de decodificarlo, esa era la única manera para mí, que no manejaba el inglés, de desentrañar los significados de esos balbuceos, de esas especies de conjuros mágicos o invocaciones que terminaban de tallar, modelar y cincelar las melodías de las canciones que me conmovían. Me pasaba que cuando escuchaba una “canción perfecta”, una que me emocionaba tenía la sensación de que esa canción ya existía desde siempre, que la letra y la música eran indivisibles e inseparables y que habían brotado de la voz del cantante como de una fuente, de un manantial, así como las escuchás… y también me pasaba que identificaba de manera indivisible tanto a la voz que cantaba con el letrista y con el compositor de la obra. Después resulta que revisando los sobres internos de los discos me fui dando cuenta de que no siempre era necesariamente así. Supongo que ahí surgió un poco la primera confusión, a la vez que la curiosidad y la obsesión por visitar todos los pisos de “La torre de la canción” de la que habla Leonard Cohen, experimentar todas esas posibilidades, desempeñarme en todos esos oficios que son necesarios para la canción que exista. Tanto que se convirtió en mi mayor obsesión, conocer cada una de las instancias necesarias para que esa canción suene, para que te entre por los oídos y te haga vibrar, te acelere el corazón, te queme en la sangre, para que te agite el alma, te obligue a cantarla, a gritarla.
Después cuando empecé a componer me maravilló descubrir que adentro de las melodías habitaban una infinidad de palabras, de frases secretas, que a veces se insinuaban en una inflexión melódica que ya de por si contenía un humor poético y me sugería o me arrojaba una expresión del habla cotidiana, o a veces una extraña oración que me intrigaba, muchas veces descubría también que algunas canciones se referían o citaban directamente a libros, o eran poemas musicalizados o, en algunos casos, se referían a personajes del mundo de la narrativa. En ese momento entendí que había todo un mundo por explorar y que se tendía por extensión naturalmente un puente entre las canciones y los libros.
En general, quienes te conocen en Chile es por tu trabajo en el mundo del tango, pero lo literario siempre ha estado ahí. ¿Cómo nace el novelista?
La verdad es que siempre tuve una debilidad por los discos y por los libros. Supongo que ese “berretín” de cantar y de contar tiene una filiación directa con mi abuelo paterno, mi abuelo Alberto, él era ferroviario (mecánico de calderas) en la ciudad ferroviaria de Basabilbaso, Entre Ríos, Argentina: él era cantor amateur de tango y también un gran narrador oral. Después de almorzar él solía contar anécdotas de cuando se quedaban los trenes parados por algún desperfecto en la máquina en la zona de la Mesopotamia, entonces, lo mandaban a arreglar la locomotora y cuando llegaba el maquinista estaba como loco porque decía que pasada la medianoche “la luz mala” hacia que se moviera el vagón en el que él dormía donde se había quedado el tren en medio del campo. Por supuesto que en el relato mi abuelo no sólo arreglaba la caldera de la locomotora, también oficiaba como una suerte de Sherlock Holmes criollo, porque mediante una breve investigación después de que el maquinista lo desvelara en la madrugada campera, mi abuelo solía adentrarse en la bruma, farol de ferroviario en mano, y terminaba por resolver el misterio: El vagón no se movía por la luz mala, sino que eran vacas que venían a rascarse el lomo contra los parantes de fierro del vagón. Mi abuelo ya reunía esas dos cualidades y, de alguna manera, las debo haber heredado, de escuchar esas anécdotas directamente de él y otras que me llegaron gracias a que me las fueron contando mi viejo y mis tías.
Cuando empecé a escribir algunos poemas, algunas letras para canciones, descubrí que había un volcán de lava queriendo entrar en erupción adentro mío, y en un primer momento la canción fue la manera, oficiaba de médium. A veces, los versos que me salían tenían algo de lo que podría llamar como la “épica de la derrota” o a veces eran frases imposibles. Me acuerdo de un verso que terminó sirviendo de título para una de las primeras canciones que escribí cuando era adolescente (para Mayo 82, un power trío que pretendía resumir la virulencia de los Sex Pistols con la densidad sonora de Jesus and Mary Chain y la complejidad musical y conceptual de Pink Floyd), la frase era “Tu himno no murió”. ¿Qué carajo quería decir eso? No sé, pero a mí me encantaba tirar de ese hilo y ver hasta dónde llegaba, a ver qué historia se escondía adentro de la canción. Ese fue mi método, la curiosidad como brújula, y aún sigue intacto: yo sigo trabajando así hoy por hoy, de la melodía a la letra, que se termina transformando en un verso, en un renglón que a la vez es parte y condensa en sí mismo toda la historia que intenta contar y de la que forma parte. De ahí supongo que viene mi obsesión por escribir, primero canciones, letras para canciones, poesía, historias, lo que sea.
La mayoría de los músicos de mi generación tuvo un comienzo amateur con la música que estuvo signado inevitablemente por el rock, en mi caso fue desde el rock de los sótanos, (cuando iba a ver a los grupos que tocaban en antros como Cemento o Die Schule). Así desarrollé un gran interés por la poesía urbana, por esos versos eléctricos que narraban una ciudad oscura, noctámbula que era la que yo transitaba. La ciudad y la noche, como una circunstancia indivisible, me fueron empujando hacia el final de mi adolescencia hacia el tango. Llegó un momento en que ya estaba adentro. Después desarrollé una obsesión por las obras narrativas de largo aliento, el Adan BuenosAyres de Leopoldo Marechal, Rayuela de Cortázar, Los siete locos de Roberto Arlt.
Yo transité una especie de degradé desde la poesía urbana, más relacionada con el rock, hasta la poesía tanguera. Escuchar a Redonditos de Ricota, o a grupos como Don Cornelio y la Zona cambió mi manera de habitar y de pensar la ciudad. Fue una experiencia que me moldeó y me dejó boyando en las orillas del tango, y elegí zambullirme de cabeza en ese torrente. Descubrí al Cuarteto Cedrón en sus repetidas visitas invernales a Buenos Aires desde París, a principios de los años 90. Iba a todos los conciertos, en la Librería Gandhi, en el sótano de Unione e`Benevolenza, me robaba los afiches con los que publicitaban los conciertos. Ahí encontré el pasaje, el puente que unía la música con la poesía de Raúl González Tuñon, a Gelman, a Cortázar, a Roberto Arlt. Para mí ver al Tata Cedrón fue fundacional. Fue así: del Tata a Tuñon, Héctor Pedro Blomberg, a Cortázar, a Roberto Arlt, a Marechal, a Pizarnik, a Dylan Thomas, a los poetas malditos. Desde el tango hacia todos los puertos. Entre esos puertos el principal siempre fue el de la literatura: Leopoldo Marechal, Roberto Arlt, Borges, Cortázar, Pizarnik, Neruda, Mika Waltari, Par Lagervist. Y desde esos puertos literarios de nuevo de regreso al tango por medio de Pedro Héctor Blomberg por los discos de Ignacio Corsini, a los puertos oxidados de Cadícamo… y gracias a Tuñon y a sus hermosos textos como La cerveza del pescador Schiltigheim nuevamente hacia la poesía. Esos discos y esos libros creo que fueron el alimento, la materia prima para lo que yo iba a escribir años después. En mi discoteca, hoy por hoy hay de todo: Gardel, Nelly Omar, Troilo, Goyeneche, Alfredo Zitarroza, Johnny Cash, Ricardo Capellano, Jesus and Mary Chain, Tindersticks, Nick Cave, Miles Davis, Atahualpa Yupanqui, Ignacio Corsini, Don Cornelio y la Zona, The Cure, Tom Waits, discos de flamenco, Cuarteto Cedrón, Scott Walker.
Yo terminé encontrando mi propia voz poética y compositiva en el tango. Recién ahí sentí que empezaba a hacer pie como artista y desde esa elección pude navegar otras aguas, otras músicas, que, ya sea por su origen o desde el gesto artístico y/o poético, contienen la posibilidad de ser abordadas desde algo así como una “sensibilidad tanguera”. Hay algo que me sigue sorprendiendo de componer canciones y que también lo pude intuir al escribir esta novela, es como si en algún momento la obra tomara el comando y te llevara hacia donde quiere. Sin duda hay algo del racconto que está presente en el tango, cantar un tango no se trata sólo de cantarlo, sino que también es contar una historia de vida, pero en dos minutos y medio, como mucho tres. La novela creo que es más el desarrollo de un gran episodio singular e irrepetible. Supongo que la canción, aunque sea de manera inconsciente, busca establecer empatías emotivas y afectivas para con el público potencial de esa canción, una de las cualidades más notorias de la canción es que busca “universalizarse” mediante la posibilidad de identificarse con esa mezcla milagrosa que es la unión de una melodía con una poesía. Creo que la novela te ofrece la posibilidad de meterte en un universo paralelo en el que el autor puede ficcionalizar ciertas vivencias como punto de partida y a partir de ahí vagar hacia otras historias, o darle rienda suelta a su imaginación para crear personajes, historias y escenarios.
¿Cómo fue el desarrollo de Sangre?
Las primeras páginas de Sangre las empecé a escribir en el año 2010, fue bastante curioso todo el proceso. Yo siempre fui bastante lector, en especial de novelas. Siempre que terminaba de leer una me quedaba esa sensación de que todas esas historias seguían habitando en mí y me preguntaba cómo conseguía el autor eso, y sobre todo me maravillaba descubrir como el autor no sólo contaba una historia, sino que también creaba todo un universo adentro de un libro.
Lo cierto es que yo empecé a escribir Sangre después de leer en un periódico una nota que me cautivó: una estatua de la Virgen Desatanudos lloraba sangre en un barrio del Conurbano bonaerense. Ese mismo día empecé a escribir lo que yo pensaba que iba a transformarse en un cuento, pero la historia empezó a cobrar vida propia y empezó a ramificarse y a crecer, llegó un momento en el que me di cuenta que lo que tenía entre manos iba a ser una novela. Consulté a varios escritores y escritoras que quiero y admiro mucho: Guillermo Saccomanno, Francisco Moulía, Ángela Pradelli, Fabián Martínez Siccardi, Diego Paszkowski y finalmente terminó convirtiéndose Marcos Almada en mi editor. Después de varios años de escritura y sucesivos abandonos me produce hoy una gran alegría ver como Sangre se convirtió en libro gracias a la Editorial Alto Pogo. La novela me permitió explorar ciertas inquietudes, ciertas cuestiones estéticas que no podía abordar desde la música o al menos no con tanta profundidad. Yo siempre digo que soy un historiador frustrado, de hecho estudié unos años historia en la universidad, pero la música me fue tironeando hasta que consiguió marcarme el camino. Creo que una de las maneras de saldar esa deuda fue hacer canciones criollas que narran historias de la Buenos Aires del siglo XIX con Edgardo González y Hernán Brienza en el disco Cielos de sangre, vidalas de amor, y la novela también creo que me sirvió un poco para saldar esa deuda ya que en la novela se entremezclan una logia de ebanistas medievales, la mafia italiana, la Europa llena de inmigrantes ilegales, y la Argentina de los talleres clandestinos bajo los azotes de una de las peores crisis de las últimas décadas bajo la inquietante mirada de unas virgencitas que no paran de llorar sangre.
En la canción o en formatos más breves pareciera ser más fácil. Pero la novela es un territorio al descampado, una pampa, un infinito por recorrer y definir ¿En qué momento uno le da el vamos a una novela?
Totalmente. Al principio empecé a escribir lo que yo pensaba que iba a ser un simplemente un cuento, el camino de Sangre fue para mí fue muy largo, como vos decís es una pampa infinita, y me pasaba que en cada camino, en cada ruta se abrían nuevas posibilidades, nuevas historias que aportaban nuevas aristas que a la vez sumaban y aportaban a la historia y al concepto o los conceptos que yo quería intentar desarrollar en la novela: Ese apocalipsis argento que fue nuestro 2001, la inmigración, la discriminación, el trabajo esclavo en las grandes urbes del siglo XXI, la tortura en la edad media, la religiosidad popular en tiempos de crisis económica, etc.
¿En qué momento se da por terminado el trabajo?
Lo que ocurrió fue que en un momento tuve que empezar a cerrar, incluso a cercenar distintos capítulos enteros y personajes porque terminaron rebalsando los límites de la novela. Creo que el trabajo más duro fue el de la poda, para que la historia no perdiera ni fuerza ni contundencia. Después de esta novela aprendí a visualizar ciertos atajos, o al menos eso pienso. Igualmente fue muy interesante para mí explorar cada aspecto, cada temática que aborda la novela, de hecho, me compré un montón de libros de esoterismo, de historia de la edad media, libros sobre la inquisición, sobre el 2001 en Argentina. También libros de lo más bizarros: Los secretos ocultos de la Iglesia Cristiana, libros sobre ocultismo, sobre milagros, etc.
Tu libro parte en una decepción, una cierta desazón frente al presente de Dante, quien está viviendo esos días de comienzo de la década de los 2000. Para quienes cruzamos los treinta y tantos, el estallido argentino, el “que se vayan todos” es algo que nos marcó, ya sea desde la distancia viendo cómo se iba al carajo uno de nuestros países de referencia ¿Cómo los sucesos de ese tiempo se cuelan en tu historia? Para Uds. fue el derrumbe de una era.
Sí, imagínate que para nosotros todo lo que vivenciamos en el 2001 fue fundacional. Nos marcó de por vida. Cuando empecé a contar la historia de Dante la situé en lo que fue el caldo de cultivo del 2001, la recta final hacia el estallido. Mi protagonista se va del país un poco harto de su situación laboral y familiar, pero también harto de padecer las sucesivas crisis económicas y con la sensación de que hiciera lo que hiciera se sentía cada vez más cerca del infierno, un infierno personal, pero que también era una olla a presión en la que estábamos nadando todos los argentinos. La cosa es que Dante, empujado por ciertas anécdotas o “leyendas y mitos” familiares se va a Europa un poco huyendo, un poco a pasear, pero también a buscarse un futuro. Pero, también, a buscar una conexión con su pasado. Se va buscando a un ancestro italiano, un tío abuelo, que le termina revelando un secreto. Yo quería que fuera un policial, pero me interpelaba mucho lo que bien dijo varias veces el escritor Juan Carrá acerca de cómo en la Argentina el policial negro puro no existe, pues en Argentina ningún policía puede ser el héroe de una novela: porque el uniforme, a partir de las sucesivas dictaduras —especialmente la última dictadura argentina, la más sangrienta en nuestra historia— quedó totalmente denostado. Si bien yo tenía muchas ganas de que mi novela fuera un policial, creo que es más bien una novela que tiene cierto clima de comedia negra, una especie de comedia negra psico-religiosa, con una atmósfera de “olla a presión” que termina estallando en ese diciembre de 2001 y que mueve cuestiones que se vinculan mucho con la religiosidad popular y la manera de pensar cómo salvarse por medio del dinero fácil.
Me sirvió mucho enmarcar esta historia en esa época, por un lado, porque la primera parte, en donde Dante está haciendo este trabajo que es una especie de tortura, justamente del infierno de Dante Alighieri; el hecho de estar condenado a contar monedas de un peso y de 50 centavos. Yo ese laburo lo hice: trabajaba de cajero de minibanco del Banco Central y trabajaba en esas cabinas de fibroplast. Había estaciones que eran el mismísimo infierno. Teníamos la casilla que estaba ubicada adelante de donde terminaban los andenes del subte que llegaba a 3, 4 metros de donde estaba cambiando monedas. Había un ruido que era como de ametralladora que eran los molinetes que no paraban de girar cuando llegaba la gente y se te abalanzaba pidiendo monedas. Es un laburo que hice en los últimos años de los 90, casi 2000. Me sirvió mucho enmarcarla en ese momento, que Dante sea un argentino más de los que trataba de zafar como fuera de la abulia, de la desesperación y del cansancio y la fatiga, del hartazgo de sentir que siempre estaba la cuestión de la crisis económica recurrente, socavando las plantas de los pies. La primera parte de la experiencia europea de Dante la hice describiendo mi propia historia de polizonte en la nave madre europea. Estuve de ilegal un tiempo, hice trabajo ilegal, algunos de los laburos que hizo Dante los hice yo, por eso los puedo contar en detalle. Después la novela va tomando su curso y voy ficcionalizando.
También hay otras escenas de la novela que transcurren en parte en el Conurbano bonaerense, una geografía entre gauchesca y lisérgica, que resulta de la combinación fascinante de paisajes, aleatoria y desordenada: estaciones de servicio derruidas, albergues transitorios, galpones ferroviarios, fábricas abandonadas, estructuras de hormigón armado sin terminar, discotecas, desarmaderos en donde se apilan esqueletos de autos robados, corralones, terrenos baldíos en los que pastan vacas, caballos, basurales en donde hurgan chanchos y picotea alguna gallina. Esta geografía híbrida de pampa y ciudad conecta de una manera muy particular con la religiosidad popular y es ahí en donde se genera un sincretismo rabioso que combina la subsistencia de curanderos y curanderas, hueseros, Pai umbanda, macumbas en los cementerios, los «Ministerios de Fe» que no son otra cosa que iglesias evangélicas; las congregaciones de monjas alemanas de Schönstadt, los Conventos de las Carmelitas descalzas, el Cotolengo, altares ruteros erigidos al Gauchito Gil, a San La Muerte, estatuas de la Pompa Yira, los testigos de Jehová, el heavy metal evangélico, las virgencitas que lloran sangre. Es una zona geográfica en donde todas las creencias, religiones y supersticiones conviven y no provocan conflicto alguno.
En la novela narro el periplo de Dante que trae desde Italia el secreto medieval para fabricar virgencitas que lloran e instala una fábrica de milagros en un taller clandestino en Bajo Flores. Dante diseña una estrategia de marketing que consiste en salir a altas horas de la noche con una tropilla de operarios a bordo de una Traffic con el objetivo de reemplazar estatuas de la Virgen María ubicadas en plazas, rotondas, estaciones de trenes e iglesias ubicadas en puntos estratégicos del Gran Buenos Aires por sus Virgencitas adulteradas diseñadas para llorar cuando se elevan las temperaturas en verano para provocar un efecto de propaganda. El 20 de diciembre con los calores infernales típicos de ese mes, las resinas dentro de las virgencitas fermentan y comienzan a licuarse lo cual termina provocando una catarata de llantos milagrosos en todo el conurbano que coincide con la crisis de ese diciembre de 2001.
En su viaje Dante se enfrenta a ese otro choque de realidad. Tampoco es un europeo, a lo más es un sudaca con rostro familiar, pero a los tanos eso les da igual. Quiénes por un lado se sienten descendientes de las proas, enquistados en un mundo salvaje y ajeno como es nuestra América, luego ven ese rostro del origen, un rostro que es igual de ajeno ¿Cuánto de aquello que relatas tiene que ver con cierta orfandad de la clase media argentina, por lo menos en lo que respecta su relación con el afuera?
Me interesaba muchísimo poder exponer esa cuestión, meter a un argentino, a un porteño de Buenos Aires, nosotros que siempre solemos “creernos” los “Europeos” de América del Sur a una situación totalmente hostil que es que te traten de “sudaca”, una manera de tratar de curarlo ofreciéndole “su propia medicina”. Yo soy porteño y sé exactamente de lo que estoy hablando: el porteño promedio suele viajar por las distintas provincias argentinas y siempre oficia de fanfarrón, de sobrador, el tipo que se las sabe todas. No solemos ser muy queridos. Cuando viajamos por Latinoamérica somos igual, somos del terror (debo decir que la familia de mi viejo viene de la provincia de Entre Ríos, lo cual atempera de alguna manera mi costado porteño). Me pareció divertido meter a Dante, un exponente de la clase media porteña de la ciudad de Buenos Aires en la situación de ser tratado como un “sudaca”, como un paria. De ser discriminado y de quedar ilegal colgado de las tetas arrugadas de la vieja Europa, tratando de sobrevivir en los bordes, en los pliegues del sistema.
¿Cuál es el culto, la historia detrás de la experiencia de Dante por Europa, las vírgenes?
Mi novela me ayudó a tramitar ciertas inquietudes estéticas que no podía resolver mediante la música. Ya te conté que durante un tiempo estudié historia, sin poder terminar nunca esa carrera. A mí me fascina la historia de la Europa medieval. En mi novela pude trabajar toda una serie de cuestiones que me habían quedado en el tintero, investigué mucho, me compré todo tipo de libros, libros sobre historia, libros sobre los secretos de la iglesia, libros que abordaban lo sobrenatural. Quería escribir sobre la relación entre Europa y sus inmigrantes ilegales y compararlas con ciertas historias secretas acerca de la Inquisición, las maneras en las que la iglesia católica elegía y torturaba a sus víctimas. También necesitaba revisitar la Argentina del 2001, ese apocalipsis a la criolla que vivimos acá; la trata de personas, los talleres clandestinos basados en el trabajo esclavo, las santerías, los bazares chinos, la religiosidad popular en tiempos de desesperación y el extraño fenómeno de las virgencitas que lloran sangre que me sigue apasionando.
Escribir esta novela tiene que ver, posiblemente con que yo no fui bautizado, pero paradójicamente la religión siempre ejerció sobre mí una atracción enorme que fue deformada por una fantasía irrefrenable ya que no recibí nunca ningún tipo de educación religiosa. Tenía la fantasía como biblioteca orientadora. La única educación religiosa que tuve fue ver en pascuas o en la semana previa a navidad películas como Jesús de Nazareth, Moisés y los diez mandamientos, Rey de reyes. De hecho, yo de chico era un freak total, era muy fácil encontrarme jugando con playmobils o con cualquier otro muñeco articulado que tuviera a mano, tratando de crucificarlos. En mi familia siempre hubo un doble acercamiento a la religión. Por un lado, mis viejos son ateos, pero a la vez, cada vez que me empachaba, de vacaciones, en la costa, o en la casa de mi abuela, me llevaban a un curandero, para que me curara entre eructos y rezos con una cinta roja el malestar estomacal. Por otro lado, mi abuela, que era de familia judía, como se había enamorado de mi abuelo que no era judío, Alberto Guyot, entonces la echaron de la familia. La desheredaron y el padre hizo tachar su nombre en la sinagoga, directamente la negó, terrible. Entonces ella hizo una extraña conversión, porque se convirtió al catolicismo a tal punto que no dejaba de intentar meterme de prepo en alguna iglesia. Yo me acuerdo eso, que las iglesias me provocaban una mezcla de rechazo y de fascinación. Pero sobre todo me provocaban muchísimo miedo. Entrar en una iglesia era como entrar en una nave espacial llena de santos torturados atravesados por lanzas y flechas, Cristos clavados brutalmente a unas cruces de madera con sus coronas de espinas, pintados con unos barnices que simulaban lágrimas o gotas de sudor. Me quedaba mucho tiempo observando esos rostros, esas caras extasiadas, esos ojos llorosos, y toda esa sangre. Siempre estaba expectante a ver si una de sus figuras se movía o parpadeaba. Lo que más me llamaba la atención era la sangre de las heridas, que estaba omnipresente en todas las estatuas. Eso fue un detonante que quedó siempre guardado en el inconsciente para que yo lo revisite. Lo he revisitado incluso en canciones mías, en tangos. Hay uno que se llama Vírgenes rotas y por medio de metáforas que tienen que ver con lo eclesiástico cuento una historia de una chica que cae en las siniestras garras de una organización de trata. Ahí está el germen, en alguna parte de la novela abordo el tema de la trata en los talleres clandestinos.
De adolescente escuché por primera vez de la existencia de vírgenes que lloraban sangre y se me vinieron una mezcla de sentimientos y sensaciones contradictorias: por un lado, pavor, una mezcla de asco y fascinación que vino a reforzar, a resignificar toda esta experiencia díscola con respecto a la religión que viene desde mi temprana infancia, todo lo que la cultura religiosa, todo eso que me faltó yo me lo imaginé. En algún momento me encontré investigando todos estos fenómenos paranormales. Leía todo tipo de literatura que se dedicaba a fenómenos paranormales, compraba compulsivamente libros o revistas que se ocupan de lo sobrenatural, vírgenes que lloran sangre, monjas con estigmas. A tal punto que gran parte de la biblioteca está totalmente copada por el rubro que podríamos denominar ocultismo o ciencias ocultas, religión. Cada vez que visitábamos una librería y mi mujer me veía encarando para la zona de esos libros, se agarraba la cabeza como diciendo “no, otra vez, la reputísima madre que lo parió.”. En Sangre tramito todas estas inquietudes. Estos hechos paranormales me los explico elucubrando una especie de fórmula mágica en relación con toda una serie de eventos que tienen que ver con la química, la mecánica de los fluidos, que estuve estudiando también. Suele ser en Italia, pero también en Argentina que vírgenes lloran sangre.
Tu libro, como buen melómano, está impregnado de una atmósfera musical, de una escena. Así también, está repleto de calles, de santos, esquinas, rincones, colores, clases sociales. Esa atmósfera también está mediada por un desencuentro con esa dimensión, porque la música, por lo menos en su expresión más indócil, subversiva, ya no cumplía su papel en el mundo de Dante, sino que es la comparsa del jingle comercial, la banda sonora de lo obvio y repetido. ¿Cómo crees que se expresa aquello en Sangre? ¿Cuáles dirías que es la banda sonora de la novela?
Es verdad, me doy cuenta de que en ese sentido traté de crear un personaje que está en las antípodas. Dante rara vez escucha música, más bien transita las caóticas calles que serpentean y bordean los círculos de su propio infierno personal, solo escucha el barullo del concierto universal más mundano, más prosaico del que él no puede escapar. Tanto en las calles de Buenos Aires, en barrios como Once o en Bajo Flores, como en Roma, Trento o Siena. Hay una canción que canta Julieta Laso que se llama Buenos Aires, ¿vos quien sos? que tiene una frase que calza como anillo al dedo para Sangre, pero también el tango de Bombay Bs.As., por ejemplo, Vírgenes rotas, que habla de la trata de personas.
¿Cómo ves tu presente? ¿Qué tanto se parece el presente de los jóvenes, en un país que condena a una enorme cantidad de seres y provincias a la pobreza, la exclusión y la inflación? ¿Son etapas comparables?
Después del desastre de gobierno que nos dejó el macrismo, con la herencia de una deuda a cien años con el FMI que batió todos los records —y lo peor es que esa guita se la fugaron los amigotes de Macri a cuentas privadas al exterior y no se hizo absolutamente nada en Argentina con ese dinero, así como entró, salió—. Después de la pandemia, de años de sequía, de la guerra Rusia/Ucrania, me da la sensación de que estamos vivenciando una especie de 2001, pero a la vez distinto. Hay un gran descreimiento en los políticos, hay un avance de las extremas derechas y de las derechas neoliberales, hay una conflictividad social casi inflamable a flor de piel, pero también tenemos mucha experiencia en estas sucesivas crisis que nos revisitan en loop, casi te diré que estamos sobre adaptados.
Es casi obvio decir que cada obra tiene algo de su autor, que en ella está puesta una parte de su historia, de sus pasos. Cuando se lee Sangre uno va transitando por distintos libros, tradiciones, relatos, formas expresivas muy de la vida argenta, de su literatura. ¿Cómo se hacen presente Arlt, algo del gordo Soriano o de Piglia en tu propuesta?
Sin ningún tipo de pretensión de compararme, porque los autores que te voy a nombrar son enormes, creo que en Sangre está presente el anhelo arltleano de conseguir la salvación mediante la invención de un objeto que redima tanto económica como espiritualmente al protagonista. Por ejemplo, en Los siete locos está la Rosa de Cobre, en Sangre, el invento delirante de transformar gatitos dorados de la suerte en vírgenes que lloran sangre. La intención de llevar adelante una suerte de revolución. En mi novela Dante empieza en algún momento hasta a fantasear con respecto al producto que está fabricando. Piensa que, de alguna manera, va a revolucionar la industria que se dedica a producir objetos dedicados a la fe y que con esto va a lograr un gran cambio en la sociedad, que va a aportar al bienestar de la población una vez que obtengan sus madonitas que lloran lágrimas de sangre. También creo que en Sangre hay algo de El oficinista, la novela de Guillermo Saccomanno, en las atmósferas apocalípticas urbanas, la desesperación del protagonista, la búsqueda desesperada de salvación o redención. También, el escritor Yair Magrino en su excelente novela Wonderboy, también editada por Alto Pogo, explora nuestro 2001 y sus consecuencias al narrar el viaje de un argento que cae de “paracaidista” en Barcelona y recomienza su vida en el seno de una comunidad de okupas en las afueras de la ciudad.
De lo último que ha pasado por tus manos en materia literaria ¿Qué recomiendas o qué no se nos puede pasar por alto? ¿Qué estás leyendo en estos momentos?
Recomiendo muchísimo Wonderboy de Yair Magrino (escritor argentino) y A la cárcel de Ricardo Elías, un autor chileno que está viviendo en Barcelona actualmente. Estoy terminando de leer Otoño Alemán de Liliana Vvillanueva y empezando Sombras Rusas de la misma autora.
Ficha técnica
Titulo: Sangre
Autor: Alejandro Guyot
Año: 2021
Editorial: Alto Pogo (Buenos Aires, Argentina).
Páginas: 254
Fotos: Paula Mirenda y Gustavo Guyot
El lanzamiento de Sangre será este viernes 7 de julio en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, Agüero 2502, a las 19:00, en la ciudad De Buenos Aires.