Entrevista al autor de «Nostalgia de la madre muerta» Federico Zurita: Los placeres que produce la literatura son súper variados

 

Por Galia Bogolasky    

Entrevistamos al autor de la nueva novela Nostalgia de la madre muerta de la Editorial La Pollera. Profesor de la Facultad de Artes de la Universidad Finis Terrae y del Departamento de Literatura de la Universidad Alberto Hurtado. Autor de los libros El asalto al universo (Eloy, 2012) y Lo insondable (La Pollera, 2015; Eduvim, 2018); y de los dramas Se preguntan por la muerte de Clitemnestra (Cía. La Porcina, 2011), Apocalipsis a la hora de comer (Cía. Pehelagarto, 2015) y Una temporada en Puerto Azola (Cía. Pehelagarto, 2018). Ha escrito diversos artículos sobre la producción dramática y teatral chilena.

Nostalgia de la madre muerta es una historia sobre cuatro generaciones de hombres que han perdido a su madre. Cada uno, desde sus distintos tiempos y oficios, añoran rescatar y representar la idea de su madre en su memoria y están impulsados a recuperarla como una parte desgarrada de su propia identidad. En esta novela un hijo puede ser un padre, un abuelo o un bisnieto porque la experiencia que los une, bañados de nostalgia, es común a toda la humanidad.

¿Cómo se te ocurrió esta historia de Nostalgia de la madre muerta?

El origen del libro estuvo en un capítulo, que ni siquiera fue el primero, era el capítulo siete, y giraba en torno a un personaje que iba a todos los lugares caminando y que se negaba a dejar de caminar, pese a los obstáculos que iban apareciendo en el camino. En ese proceso, que está escrito, de cierta manera, con una lógica sumaria, donde va pasando mucho tiempo en muy poco texto al personaje le van ocurriendo cosas y él se va dando cuenta de que algo característico de su experiencia es la pérdida. Entonces, yo parto con esa historia y, a partir de esa historia, después necesito construir historias alrededor de esta y me voy dando cuenta de que necesito saber sobre su padre, que aparece en el cuento, sobre su madre, sobre su hijo, entonces, el proyecto se me va ampliando y en los otros capítulos empiezan a aparecer las otras generaciones de la misma familia de este personaje, pero lo que moviliza la aparición de los otros personajes, también es la pérdida.

Es bien interesante el nombre del libro, porque habla sobre el tema de la nostalgia, la memoria y sobre la muerte. Cuéntame sobre estas temáticas que aborda el libro.

Ya adelanté la preocupación del libro por la pérdida, y la muerte es la más grande de todas las pérdidas y es irremediable, pero a mi me empezó a parecer que se iba volviendo importante, a medida que yo iba escribiendo el libro, porque muy probablemente, yo no siempre entendí qué libro estaba escribiendo. Yo mismo voy descubriendo qué es lo que quiero contar y me voy dando cuenta de que hay un motor en la representación de esa pérdida, que está dado por la pérdida del origen, que me parece posible de metaforizar con la madre. Me parece que ahí empiezan a aparecer muchos signos relevantes, que se me van volviendo importantes, que ocupan mis reflexiones en el momento en el que yo estoy escribiendo el libro y que tienen que ver con lo irrecuperable, con ciertas identidades que se construyen en el marco de ciertos parámetros culturales de la sociedad de la que formamos parte. Me parece gravitante poder señalar la importancia de enunciar ciertas características de una sociedad que naturaliza la muerte de la madre como elemento simbólico. Hay ciertos rasgos de reconocimiento de culpabilidad de estos personajes masculinos, que son los que atraviesan la acción de la novela en cuatro generaciones de hombres de la misma familia. Hay una suerte de reconocimiento de su incapacidad de modificar esa lógica.

Esta es tu tercera novela que has publicado. ¿Cómo sientes que ha sido el desarrollo de tu escritura desde tu primera novela hasta esta?

He escrito varios textos para teatro también. Lo que yo he hecho es ir probando una forma de estructurar los libros, de manera tal, que se va construyendo una suerte de novela anómala, no en un mal sentido, sino que pienso desde mi primer libro, primero, un libro de cuentos que pueda ser leído como novela y de a poco me voy dando cuenta de que tiene las facultades de constituirse como novela propiamente dicha. Sí, es cierto que los capítulos, en cada uno de los libros se pueden leer de manera independiente, pero además de las historias particulares que ocurren en cada capítulo o cuento de cada libro, se van construyendo historias globales que abarcan la totalidad del libro. Quizás, esa lógica fragmentaria está mucho más explícita en mi primer libro, que se llama El asalto al universo, que es del 2012 y, quizás, es más debatible si es libro de cuentos o novela. Con mi segundo libro, Lo insondable, de 2015, que ya sale con La Pollera (Ediciones), ya parece estar un poquito más clara la lógica novelística, aunque sigue siendo fragmentaria. Ya con este tercer libro, termino dándole más forma de novela al libro en su totalidad, a pesar de que lo primero que escribí fue el capítulo siete y lo escribí como cuento, de hecho, gana un concurso de cuentos ese capítulo. Entonces, básicamente, lo que he hecho es escribir libros híbridos que, de a poquito, se han ido develando como novela.

De a poco, también, me he ido dando cuenta de que, probablemente, los tres libros sean, hasta el momento, parte de la misma macro historia. El cuarto que estoy preparando, probablemente también se integre a esta lógica.

La locación que usas en el libro es un territorio desconocido que se llama Puerto Azola, que ya lo habías usado antes en otro de tus textos ¿Cómo surge la idea de crear este espacio?

Primero, surge como una necesidad de tratar de lograr una suerte de lenguaje que no sea local. Entonces, a partir de eso, no quiero mencionar localidades existentes, para que cualquier ciudad pueda ser Puerto Azola, aunque termina pareciéndose mucho a mi ciudad natal, a ratos, y de manera injusta, incluso. Pero también, por ejemplo, en mi segundo libro, Lo insondable, tengo la necesidad de no nombrar Chile, porque el libro se trata de Chile, sin que Chile sea nombrado. La acción transcurre, principalmente en Europa Oriental, y cuando transcurre acá, transcurre en ciudades con nombres inventados, como Puerto Azola. Yo me niego a nombrar a Chile, porque básicamente, lo que estoy tratando de decir es que la posibilidad de escribir, el lugar desde donde yo escribo este libro, es insondable, es indescifrable, y no lo nombro. Entonces, la herramienta de inventar nombres de localidades, me parece útil.

En Nostalgia de la madre muerta, mi tercer libro, ya empieza a adquirir una analogía con la madre. Puerto Azola es el lugar del origen, al igual que el útero de la madre y, a propósito de la metáfora del mapa que se desarrolla harto en el libro, Puerto Azola es un territorio que, a ratos, parece un lugar vacío rodeado de nada. Por eso decía que a ratos es injusto, si es que yo estoy pensando en mi ciudad natal siendo representada, porque básicamente, lo que estoy tratando de articular ahí, es una suerte de ciudad que no se puede mapear, y al no poder ser mapeada, no puede ser recordada. Se va desvaneciendo en la memoria y sentimos nostalgia por eso perdido. Entonces, en la estrategia de la novela hay una suerte de relación entre la madre muerta y la ciudad perdida. Me he ido dando cuenta de que Puerto Azola es dúctil para mis diversos propósitos literarios y ha aparecido en mis tres libros, y va a seguir apareciendo.

Mencionaste el tema del mapa, del “mapeo”, ¿cuéntame cómo incorporaste este tema? Porque haces todo un engranaje entre estas cuatro generaciones.

Yo tengo una obsesión con los mapas. Yo, desde mi infancia, pasaba horas mirando mapas a distinta escala. Mapas del mundo, mapas de países, de países a los que no me imaginaba viajar, y algunos a los que, incluso, todavía no viajo. Se me crea esta obsesión con los mapas, y cuando entro a la universidad, antes de estudiar literatura, estudié una carrera que se llama cartografía. Yo egreso de cartografía, hago la práctica, después ejerzo un rato y después digo “no, tengo que hacer otra cosa”, y estudio literatura. Ahí, yo entré a estudiar cartografía, porque a mí me interesaba el mapa, pero en la universidad me encuentro con que el mapa es mucho más complejo de lo que yo pensaba. El mapa es una solución representacional matemática y, a mí, el mapa no me interesa matemáticamente, sino que epistemológicamente. En ese sentido es que me parece que las humanidades, la historia, literatura, filosofía, tienen posibilidades de construir otros mapas, no matemáticos, que me resultan mucho más atractivos. Básicamente, lo que está ocurriendo en mi conciencia, es que el conocimiento -y también después lo confirmo con lecturas en la universidad- es una forma de mapear. Entonces, ahí estaba ese otro mapa que a mi tanto me interesaba, desde una perspectiva epistemológica. Me voy dando cuenta de que la literatura también es una forma de mapear, y yo quiero hacer ese mapa, y a la vez que lo hago, preguntándome por la pérdida del origen, por la pérdida de la madre, por las masculinidades erráticas, por la naturalización de la pérdida de la madre, me voy dando cuenta de que esos son mapas. De algún modo, son conocimientos sobre la realidad y, por tanto, son mapas, y me hago la pregunta también por las posibilidades del mapa, cuáles son los alcances de estos diversos mapas. Entonces, en los distintos libros, también me pregunto por las diversas posibilidades de mapas, por esta necesidad humana de aprender el mundo, de contenerlo, de retenerlo y, sin embargo, perderlo siempre, ante lo inminente de la muerte. Y ahí estoy, perdido en el mapa, en el fondo.

Mi proyecto escritural, con tres libros recién, se ha ido constituyendo como una pregunta por cómo conocer y cómo vivir con la pérdida de lo que no se puede conocer, y la frustración al tomar conciencia de que lo único que tenemos son mapas.

¿Cómo llegaste al teatro, a la crítica literaria y cómo fue que lo incorporaste en el libro?

Al teatro yo llegué de intruso, porque mi formación inicial universitaria es en literatura y yo ahora trabajo en una escuela de teatro, en la Universidad Finis Terrae.

Básicamente, lo que hago en el último año de universidad, es darme cuenta de que, como investigador, además de la novela y el cuento, me interesa el drama, el texto dramático y, a partir de eso, me doy cuenta de que también me interesa el teatro y empiezo a ver sistemáticamente teatro, de manera tardía, en el último año de universidad, y me voy dando cuenta de que ahí hay una posibilidad de desarrollo profesional. De intruso me pongo a escribir crítica teatral en un medio de comunicación de masas online, y me voy dando cuenta de que se leen las críticas y que las compañías emergentes pronto me empiezan a invitar a ver sus obras. Ahí hay algo que me interesa desarrollar profesionalmente y yo no tenía formación teórica en teatro, yo tenía formación teórica en literatura. Empiezo a buscar y trabajar, primero, en una escuela de teatro bien pequeñita, que ya no existe, después en otra, y después en la que estoy ahora. Voy también como docente, viéndome que estoy necesitado de cubrir ciertos conocimientos que un estudiante de literatura no tiene sobre teatro, entonces ahí me voy metiendo tanto que ahora tengo el trabajo que tengo, de intruso. Ese motor que tuve, que me hace un intruso en el mundo del teatro, se fue ampliando, porque después de escribir crítica de teatro en medios digitales, después de dedicarme a la docencia en escuelas de teatro, me empezaron a dar ganas de escribir obras. Me puse a escribir obras y no tenía quién las montara, porque yo no venía del mundo del teatro. Como siempre he tenido buenas relaciones con mis estudiantes, mis primeras obras las montan exalumnas y exalumnos míos, en salas pequeñitas, con una cantidad limitada de asientos. Hicimos así tres obras, en salitas pequeñitas con poquito público, nos vieron muy pocas personas, pero empecé a sacar adelante un proyecto que se sigue manifestando. Después, alguien me pide que escriba una obra, que es Sacco y Vanzetti: Encapuchados, que ahí trabajo con Claudio Pueller en la dirección.

Yo quiero seguir siendo un intruso en el mundo del teatro. El 2020, en plena crisis sanitaria, yo me meto a un taller de teatro para aprender a actuar y alcanzamos a tener una sola sesión presencial, después fue todo online. Ahí está surgiendo una necesidad de explorar otra área creativa, que es la actuación. Yo sé que requiere mucho trabajo aprender a actuar, yo lo veo en mis estudiantes. No por un taller me voy a volver actor, pero ahí se está manifestando una curiosidad que yo tengo y que también se termina manifestando con preguntas teóricas en la novela, preguntas que se hacen los personajes, a propósito de esta necesidad de recuperar el pasado. En el primer capítulo de la novela, un personaje dice: “qué prodigio tiene el teatro que permite que en cada función vuelva a vivir Edipo Rey, Ricardo Tercero o los romanos invadiendo Numancia”. Entonces ahí, sabiendo cierta discusión teórica en torno a los conceptos representacional y presentacional, que es una discusión que ya lleva décadas, sobre las posibilidades del teatro, el teatro dice algo que está fuera del teatro, pero el teatro, a la vez, hace algo aquí y ahora. Ahí yo también exagero, y en las posibilidades de la novela fantástica, yo le doy ciertas posibilidades al teatro o imagino ciertas posibilidades que el teatro podría tener, que van más allá de lo natural, y que, posiblemente, accederían incluso a lo sobrenatural. Entonces, teorizo un poco, pero también me tomo ciertas libertades, en función de lograr decir lo que quiero decir en la novela, y juego, en el fondo, con lo que yo sé que puede hacer el teatro y con lo que me gustaría que el teatro hiciera.

Esta es tu segunda novela con La Pollera ¿Cómo fue ese proceso de trabajo con la editorial?

Ha sido maravilloso. En La Pollera uno se siente en casa. Yo llego a fines del 2014, con mi manuscrito y me siento muy bien recibido por los editores. Ellos están interesados en publicar mi librito. Luego hubo un trabajo demasiado cuidadoso, bien detallista, largo, en el que fuimos revisando el texto y viendo sus potencialidades. Me sugirieron cosas que podía mejorar y a mi me parecieron pertinentes, y me fui dando cuenta de que el trabajo literario, que inicialmente parece tan solitario, es un trabajo en equipo. Primero, el editor que lee mi manuscrito, que tiene reuniones conmigo, después el otro editor que trabaja directamente conmigo en el texto, las decisiones que toma el diseñador, la invitación que se le hace, en el caso de mi libro anterior, a la artista plástica Margarita Dittborn, para que una obra de ella aparezca en la portada del libro y, en Nostalgia de la madre muerta, la invitación que se le hace a Santiago Ascui para que una obra de él aparezca en la portada del libro. Todo ese trabajo fue hecho con mucho amor, con mucha amabilidad. Yo me siento súper bien trabajando con La Pollera y yo los veo también a ellos trabajando arduamente, desde la colección que tenían en el 2015, que me acuerdo cuando sale mi libro Lo insondable en 2015, era el segundo o tercero de la colección narrativa contemporánea, y ahora que saco Nostalgia de la madre muerta, con ellos, cinco años después, creo que es el libro quince o dieciséis de la colección narrativa contemporánea. Ahora tienen una serie de otras colecciones también, con títulos súper atractivos y yo me siento muy cómodo trabajando con ellos.

Por último, te quería preguntar ¿qué le dirías a la gente para que lea el libro?

A mí nadie me dijo que leyera libros. De hecho, cuando me dijeron cuando niño, que leyera libros, no los leí y después empecé a leer ya en la adolescencia, porque nadie me lo dijo. Hay placer en la lectura, en cada libro. Uno sufre cuando se está acabando un libro, una novela, o un drama. Uno vive una suerte de duelo, tenue, por cierto, pero luego aparece otro libro y uno se sumerge de nuevo en el placer. Además, tengo la sensación de que los placeres que produce la literatura son súper variados, las potencialidades de placer son tan diversas, que nos podemos maravillar descubriendo lo que nos pasa leyendo. El placer me parece fundamental.

Título             Nostalgia de la Madre Muerta

Autor:             Federico Zurita

Género           Novela

Páginas          140

Tamaño          14,2 x 20 cm.

Año                 2020

 

 

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