Por Galia Bogolasky
Entrevistamos a Paolo Bortolameolli, uno de los directores de orquesta más reconocidos e influyentes de su generación, autor del libro de la editorial La Pollera, Rubato: procesos musicales y una playlist personal
Según el autor, la música clásica ha sido erróneamente asociada a un espectro conservador e inaccesible: un desacierto lamentable que debe ser revocado derribando cualquier tipo de barreras y generando puentes de masificación desde el entusiasmo de sus protagonistas. Con este ánimo, y a través de ensayos tan amenos como perspicaces, Bortolameolli comparte las peripecias de su oficio, momentos de su joven carrera y, de manera sutil y profunda, recorre las obras que lo han maravillado y definido profesionalmente, narrando sus historias, argumentos, anécdotas y particularidades técnicas a través de una entrañable carta dirigida a su hijo.
Rubato es una generosa radiografía de las influencias e inquietudes de un artista y, al mismo tiempo, una invitación a decodificar las grandes piezas musicales mediante nuestra propia interpretación o, en específico, nuestras propias sensibilidades.
¿Cómo surgió la idea de escribir Rubato? ¿Cómo nació esta idea? Porque tú, te has dedicado a la música y te ha ido excelente ¿Cómo pensaste en llegar a escribir sobre música?
Yo creo que nunca lo pensé propiamente tal. Lo que pasa es que, de alguna manera, era una especie de idea vaga que giraba en el mundo de mis intereses de divulgador, de la difusión. Hace muchos años, diría que por lo menos hace unos diez años, había empezado a recopilar pensamientos, ensayos, qué sé yo, cosas que escribía, cosas que leía, en una carpeta que se llamaba “Libro”, literalmente, pero no tenía nombre, no tenía nada. Sobre todo, mucho de eso fue escrito cuando me fui a estudiar a Estados Unidos. No necesariamente eso se transformó en Rubato, pero sí es un poco un “almacenar de ideas sueltas”, que fueron las que se rumiaron por todos estos años.
El hecho de decidirse a escribir un libro, tiene exclusivamente que ver con la circunstancias, tanto universales, por el tema de la pandemia y que me encontré en esa especie de espacio íntimo y de necesidad de impulso creativo, me dieron ganas de escribir. También tiene mucho que ver con el hilo conductor del libro, que tiene que ver con una particularidad de nuestra historia con Andrea (su hijo), mi separación, yo quedarme con Andrea, los dos viviendo juntos y en una circunstancia donde ese elemento personal-familiar se enmarca en una cosa integral, universal, que es muy extraña y, al mismo tiempo, muy especial, que tiene que ver con el compartir 24/7 en cuatro paredes. Todo me hizo mucho sentido. Tal y como narra el libro en el preludio, lo que hice, básicamente, fue tomar esa carta que yo le había escrito algún día a Andrea y transformar esa carta en el punto de partida para un libro. Ahí fue que me empezó a hacer mucho sentido todo lo que ya había venido acumulando hace mucho tiempo. Abrí esa carpeta que se llamaba “Libro”, leí muchas de esas cosas que había escrito alguna vez y muchas de esas tenían otro enfoque, otras eran como “¡Qué interesante cómo lo pensaba en ese momento y cómo lo pienso ahora!”. Otras cosas que efectivamente se transformaron en citas literales en el libro, como por ejemplo en el capítulo que parto con una carta de cuando voy viajando por Europa en un tren, esa carta efectivamente existe, la escribí en ese momento hace muchos años atrás y ahí quedó en esa carpeta “Libro”. Entonces, fue una especie de un mundo de ideas que, de repente dije: “Ahora hay que hacerlo”.
En el libro relatas experiencias musicales, la sensación y la emoción que genera la música y lo desarrollaste de una manera de que el lector que no sabe necesariamente de música, se le hace fácil. Tienes una habilidad para escribir. ¿Cómo llegaste a desarrollar ese lenguaje para escribir sobre la música?
Escribir es algo que siempre me ha gustado. De hecho, vuelvo a citar esa carta que está como punto de comienzo de uno de los capítulos, que es una carta pegada, con copy paste. Yo escribía mucho, que tiene que ver con los viajes, con la experiencia, que se remonta a una cuestión casi netamente artística, pero también tecnológica, porque antes del WhatsApp, antes de la cosa inmediata, cuando tuve el privilegio de viajar y descubrir el mundo, la verdad es que eso se transformaba en mis mails, los que les mandaba a mis amigos, a mi polola, a mi familia. Convertía estos escritos en cuentos, donde efectivamente, lo que hacía era transcribir algo que había escrito en un café o en un tren, con un block de hoja, papel y lápiz, y escuchando en el Discman. Todo lo que relato ahí, es tal cual fue brotando, las ganas de escribir. Esa dinámica, de que cada vez que viajaba, escribía estas cartas que siempre son bastante largas, pero tratando de describir todas las cosas, yo creo que fue mi primer acercamiento serio a la escritura. Después tenía el feedback de la gente que lo leía y les encantaba. Me decían: “Tienes facilidad para escribir, así que algún día debieses escribir un libro”.
Por otra parte, el tema estrictamente musical, yo creo que fue un indudable resultado de muchos años de estar hablando de música, tanto en charlas, como en el programa que alguna vez hice, que se llamaba Ponle pausa, la charla Ted, las conferencias que generalmente hago, las que hice en su momento en el Teatro Municipal. El hablar mucho de música, como divulgador, fue refinando un lenguaje para ser capaz de llegar con las palabras precisas a expresar eso que tengo ganas de decir. Hablar de música, también como dice en el libro, es una cosa que viene de niño. Siempre me gustó mucho compartir lo que yo sentía, lo que yo pensaba y esperaba de la música, para que, de alguna forma, el auditor se enganchara con ese discurso de forma activa, y que la música no solamente pasara a ser un discurso al que tú puedes entrar de una forma hermosa, pero no necesariamente estar poniendo atención a lo que la música te puede estar invitando a poner atención. A mí me parecía que era algo muy útil. Yo creo que eso fue muy instintivo desde niño, tal como lo narro en el primer capítulo: Incluso en mis recitales con mis papás y un par de peluches, recién empezando a tocar piano, yo ya sentía que expresar, que compartir lo que iba a ocurrir ahora en sonidos, me acercaba a ellos. Ellos, de alguna forma, me acompañaban en ese proceso íntimo que es hacer música. Yo creo que fue un poco de las dos cosas: el impulso narrativo de venir escribiendo hace años y lo otro fue ir depurando el conectarse, el divulgar y comunicar.
En el libro le hablas a tu hijo, para que lea el libro a futuro. Hay mucha información, datos y un componente emotivo constante, como la unión de padre e hijo. ¿Cómo fue para ti escribir de algo tan personal?
Eso fue lo más emocionante de escribir el libro, porque, justamente, lo que distingue a Rubato de cualquier otra acción de divulgación que yo haya hecho en el pasado, es que, si bien toco temas que, como dices tú, que tienen mucha información y enfoques, nunca con la intención de ser académicos. De alguna forma, e inevitablemente, de artes comparativas, para hacer el discurso mucho más claro y no perderse en el objetivo. Sí tiene ese componente personal, que evidentemente lo transformó, para mí, en una experiencia mucho más especial, más intensa, más íntima. Tengo muchas cosas que decir al respecto, porque, para mí, el libro es, desde el comienzo hasta el final, una carta a mi hijo, y nunca me pierdo de ese foco. Lo digo porque hay un capítulo en particular, que es mucho del viaje de la historia, cuando de alguna manera, trato de explicar el porqué enfrentarnos a una pintura abstracta o a la música abstracta, debiese no asustarnos, sino que, al contrario, bajar la guardia y entender por qué llegamos a eso. Ese capítulo, efectivamente, es un gran recorrido sociopolítico, multi artístico, en comparación de qué estaba pasando con la pintura, qué estaba pasando con la música: obra, obra, obra, hasta que, de repente, nos encontramos con lo abstracto y “por eso fue”, pero aún así, en ese capítulo nunca separarme de lo que yo le estoy contando a mi hijo. De hecho, mientras yo escribía, a veces Andrea aparecía y yo le hacía preguntas a él, como por ejemplo, me acuerdo que escribiendo sobre Pollock, le puse un cuadro de Pollock, con todas las manchas. Recuerdo que fue muy chistoso. Él me decía que lo único que veía eran los colores de los superhéroes que a él le gustaban. Decía: “Ahí está la capa de Superman y ahí está el lazo de la verdad de la Mujer Maravilla”. Me da mucha risa, porque yo decía: “y pensar que esto se lo estoy escribiendo a él, para cuando sea adulto”. De alguna forma fue un proceso súper personal. Una de las grandes experiencias para mí, cuando terminé de escribirlo, se imprimió y se publicó, es cuando la gente me dice :“Lo leí entero”. Eso ha sido tremendamente nuevo, porque como yo siempre he tenido una relación directa con el público, que tiene que ver con lo que está ocurriendo en el escenario: termina el último acorde, viene el aplauso, la orquesta… pero nunca me había pasado esta reciprocidad con delay. Cada uno lo vive en su momento y, además, cada uno lo vive de una manera súper personal. Eso ha sido para mí todo un aprendizaje de conexión humana, en el sentido de que cuando yo lo escribí, yo sabía que el libro se iba a publicar, es muy distinto, que cuando estás escribiendo, de alguna forma, estás muy con tu mundo, tu universo, tus emociones, es como un depositar muchas cosas tuyas, absolutamente íntimas, muy personal. Cuando eso ya es parte del que lo lea, esa transfusión de intimidad es algo súper bello, porque además se nutre de la percepción que viene de otra intimidad. Eso me parece un juego hermoso que me ha hecho abrir los ojos en el ámbito de lo bello que es escribir también, lo bello de poder conectarse con otro, no en el espacio-tiempo que a mí me fascina y que lo repito tantas veces en el libro del aquí y el ahora del arte escénica, aquí es algo absolutamente atemporal, que puede ocurrir en cualquier lugar y bajo el prisma personal de aquel que tiene el libro en la mano. Ha sido todo un ejercicio muy bello, de extender el tema de la comunicación.
En el libro hay mucha información sobre la música, los músicos, los compositores. Esa información que tú incorporas ¿Requirió una investigación a fondo de tu parte, consultaste fuentes, investigaste, leíste harto? o ¿Son cosas que ya habías estudiado?
Yo creo que fue más un trabajo intenso de corroboración, porque escribir un libro queda para siempre. Hay muchos datos que hay que revisar. La información gruesa, lo que pasaba, el hilo conductor, eso era algo que yo ya sabía, por años de estar hablando de música. Finalmente, porque el libro se trata de temáticas que a mí me fascinan mucho, Para mí, hablar de Mahler, por ejemplo, es un regalo. Cuando toco a Mahler, fui a las fuentes, por eso hay tantas citas textuales, la conversación de Mahler con Freud, que cito el diagnóstico de Freud. Una cosa es saberlo y la otra es la necesidad de corroborarlo. En el caso de llegar al arte abstracto, yo sabía perfectamente que tenía que llegar a ese encuentro de Schonberg con Kandinsky, porque es fundamental en la historia de ambos, pero por supuesto que narrarlo paso a paso, ameritaba el volver a revisar el cómo, por ejemplo, los simbolistas se nutrieron de Wagner y cómo eso va influenciando caminos paralelos, el verismo y el realismo, la Revolución del 48. Hay muchas cosas de las que siempre estoy hablando, pero ahora llevarlas al papel, suponía esa responsabilidad de corroborar datos. En el corroborar datos, por supuesto que me fui encontrando con otros datos, que eso es lo rico de cuando a uno le gusta un tema, que es infinito, porque uno cree entenderlo y conocerlo y de repente te aparece algo nuevo, que dices “qué interesante esto”. Por ejemplo, ese estudio que cito de unos neurocientíficos chilenos, eso pasó en el momento que lo estaba escribiendo, que me llegó la noticia, pero justo yo estaba escribiendo sobre eso y aparece. Fue maravilloso, porque dije “esto hay que ponerlo”. De alguna forma te da luces del estatus en el que está actualmente la neurociencia, que es mucho el avance, pero todavía sigue siendo algo muy especulativo. Es algo que tomé con mucha responsabilidad, porque llevo muchos años leyendo sobre neurociencia, porque realmente es un tema que me interesa muchísimo. Cada vez que vuelvo al tema, hay nuevos experimentos, nuevos descubrimientos y también nuevas teorías. Es entretenido ver cómo, de alguna forma, escribir sobre esto, está todavía en un proceso. Falta mucho para lograr entender realmente estas respuestas cruciales, que tienen que ver con por qué nos emociona la música, por qué algo nos resulta bonito, por qué algo nos resulta feo. Todos estos planteamientos estéticos, desde la ciencia, creo que es valioso ponerlo.
Lo mismo me pasó con el final, cuando hablo de economía. Fue un tema que me resultó sumamente relevante, y no era yo la persona que lo supiera. Tenía más ideas, entonces ahí fui a las fuentes de todos los economistas históricos que cito ahí, desde el siglo XIX hasta el siglo XX y después conversaciones propias con un amigo, doctorado en economía. Haciéndole la pregunta: “Quiero que me respondas algo, desde lo más crudo posible: ¿para qué servimos?”. Esa conversación fue muy interesante, porque era muy entretenido volcar toda esta pasión y esta intención de encontrar respuestas concretas en todas las áreas, de decir “el arte realmente es indispensable”, tanto así, como para llegar a preguntarle a un economista su opinión, y súper frío, no seamos sensibles, justamente, todo lo contrario, porque de verdad quiero saber desde todos los ángulos, cómo yo puedo darle este mensaje más completo a alguien -y ahí vuelvo a mi hijo- que en el futuro se vea enfrentado también a esa disyuntiva, independientemente de que Andrea sea o no sea artista, finalmente. Pero va a haber vivido su vida a través de los ojos de su papá, de estar dedicándose a algo que, como vemos, sigue teniendo puntos de vista, a veces, muy opuestos. Para algunos representa algo esencial, para otros, un mero entretenimiento, y para otros, algo absolutamente dispensable. Entonces, todas esas cosas, desde lo imprescindible a lo prescindible… ¿Cómo llegar a un punto de tratar de aunar todas las visiones y dar un mensaje, no desde el amor incondicional, sino que desde todos los ángulos posibles?
Uno de los temas que abarcas y que trasciende todo el libro, es la belleza. ¿Por qué ese tema? ¿Sientes que esa es la fuerza del libro?
Es muy lindo que lo hayas visto así, porque lo es. De hecho, todo el libro habla sobre eso. Desde la belleza que tiene el encuentro de este niño de siete años con la música, que le hace salir músculos que no pensaba que tenía, hasta la belleza de temas complejos como la muerte, la belleza de la sensualidad, el erotismo, la sexualidad e incluso la belleza del sobrevivir ante la censura, que tiene que ver con ese capítulo en específico y, por supuesto, el capítulo que se trata sobre la belleza.
Fue la manera en que me sentía más honesto en transmitir que, para mí, sobre todo cuando se trata de una carta tan personal, que es para tu hijo, lo que me mueve es esa especie de concepto de la búsqueda de la belleza, en el sentido más complejo y también más sencillo. El cómo nos relacionamos con esto, a diario, y cómo el arte, incluso en la ausencia de belleza, desde un entendimiento más canónico, sigue reconociendo la belleza como un fin. Me parecía muy importante hablar de la belleza desde lo estético, pero también desde lo humano, desde lo que nos convoca como seres colectivos. La importancia que tiene la belleza como manifestación del vivo, de lo escénico. Creo que es algo que queda muy claro, que yo defiendo mucho en todo el libro: cómo ese acto de comunión entre todos los presentes, y la hermosa subjetividad que los convoca, también nos apela a esa especie de sentido común de la búsqueda de la belleza, la belleza de la humanidad, del ser, de la existencia.
Hay un tema que se aborda al final del libro, respecto de la importancia de la cultura en el desarrollo de las personas, la importancia que tiene la cultura para la gente, sobre todo en este año de pandemia, que ha sido muy duro para el ámbito cultural. ¿Cómo ha sido para ti ese tema y cómo lo has vivido?
Tal como lo digo en alguno de los párrafos, este tema surgió justamente de la observancia, del ver cómo fue el 2020 para el arte. Por una parte, está esa innegable conclusión universal de cuán necesario fue, cuánto se recurrió al arte, en general. Trato de ser súper transversal en el análisis, porque no tiene que ver con consumir una ópera, no, tiene que ver con consumir música, cualquier música. No tiene que ver con consumir una película de cine arte, tiene que ver con consumir arte, ver series, leer un libro, todo eso es arte. Va a depender de cada persona qué tipo de nexo o compatibilidad existe entre tú y ese producto artístico, pero finalmente es nuestra necesidad de consumir arte. Por otra parte, hay que ver que el mundo artístico ha sido uno de los más dejados de lado, los más olvidados, de los que ha contado con menos ayuda, a nivel mundial, sobre todo en las artes escénicas. Yo creo que a todos los que nos dedicamos a esto, nos sigue pareciendo casi una burla, el hecho de que el teatro, en arquitectura, se haya convertido en el lugar más peligroso del mundo, porque resulta que un teatro es más peligroso que un restaurant, que un avión, que un mall, porque por alguna u otra razón es el único espacio que sigue cerrado. Es como si dijeran “no, los teatros no, eso sí que no”. En esa contradicción absurda del consumo de arte como bien necesario para la salud mental, para la salud espiritual y también porque simplemente es natural volver a nuestro idioma más universal. Por otra parte, este total abandono, me hizo tratar de expresarlo en palabras. De alguna manera, todo lo que dice en ese último capítulo, es como yo lo iba sintiendo mientras estaba escribiendo un libro en pandemia, viendo como todo el mundo se hace de arte y nadie hace nada por el arte. Recién la semana pasada pude dirigir una orquesta después de un año entero, exactamente once meses, que fui a Houston, Estados Unidos. Ellos son de las pocas orquestas importantes que siguen funcionando con una temporada estable, con aforo reducido, pero haciendo música. También fue muy chocante volver a un mundo que no es el que dejamos, claramente, es otro mundo, cambió. Al mismo tiempo está ese impulso, esa necesidad de seguir haciendo música, de seguir haciendo arte, pero en estas restricciones que son comprensibles, si yo nunca diría que no lo son, pero es todo un escenario que te obliga a replantear muchas cosas, desde el hacer, hasta la necesidad de ese hacer. También diciendo “¿qué vamos a hacer con este nuevo mundo? ¿cómo nos vamos a hacer cargo de esto?”. Es cierto que del arte no podemos prescindir, porque es algo que es inevitable, es inherente a todos nosotros, es parte de lo que somos, de nuestro ADN, de la construcción que somos como humanidad. Es imposible imaginar que se pueda prescindir de aquello. La pregunta y el desafío es cómo hacernos cargo, post pandemia, de algo que venía ya complicado. La reducción de audiencia, que es un tema que toco, la contradicción que existe de la tecnología como gran aliada y que, al mismo tiempo, es un peligro, porque adormece, acostumbra y, de alguna forma, te está acomodando las cosas a tal grado que podría ser peligroso llegar a un punto en que no sea tan fuerte el llamado a la presencia, como uno cree. Por lo tanto, se convierte en un desafío, porque, nosotros, los artistas escénicos nos hemos quedado en ese discurso de que el teatro, la música, la danza clásica, los conciertos siempre van a existir. A lo mejor no, si es que no nos ponemos las pilas, en el sentido de que quien te dice que quizás en veinte años más una generación completa va a haber a haber crecido, teniendo la mejor tecnología a su disposición y reemplazando el vivo, por algo que para ellos, al no tener comparación, les resulta cuán o más conveniente. Nuestra labor también es decir “ok, te entiendo, te escucho, te veo” que experimentes esto y que te des cuenta por qué es irremplazable.
¿Cómo fue el trabajo con la editorial La Pollera? ¿Tú fuiste a ellos o ellos llegaron a ti?
Fue maravilloso. Tengo puras cosas buenas que decir de La Pollera. Ellos llegaron a mí. Ellos se enteraron de que estaba escribiendo un libro, lo cual fue muy gracioso, porque yo te diría que literalmente fue como que se me escapó. Yo estaba haciendo una tertulia, del Municipal Delivery, en vivo, creo que en mayo, porque ahí empecé a escribir el libro. Me preguntaron “¿En qué estás?” y yo les dije, entre muchas otras cosas, “estoy escribiendo un libro”, y eso llegó a oídos de La Pollera. Por suerte se interesaron, me llamaron y me dijeron: “Estamos muy interesados en trabajar contigo, nos gustaría que nos compartieras lo que llevas”. Yo entré en pánico, un pánico bueno, en el sentido de que lo encontré súper lindo y motivador, pero al mismo tiempo yo estaba escribiendo sin apuro. Sabía que este era un buen año para escribir, y dije: “Este es el año y las cosas se dan por algo”. Estaba muy inspirado escribiendo, pero efectivamente también me sirvió mucho esa especie de presión, porque cuando me dijeron que querían ver lo que llevaba, yo les pedí un mes, y en ese mes, yo terminé de escribir hasta donde iba, que era como hasta la mitad del libro. Después se los mandé y ellos tuvieron un feedback casi inmediato, de un par de días, súper positivo. Ahí, me dijeron: “Nos encanta y no te queremos interrumpir, así que termínalo y cuando lo termines, ya empezamos el proceso de conversación, de edición”. Al final se transformó en un proceso sumamente fácil, súper fluído, de conexión y comunicación permanente. Nunca se entorpeció nada y nunca salió algo que yo no quisiera. Fue súper lindo el proceso, sentí mucho cariño de parte de ellos, por el texto, por el desarrollo y la libertad creativa. El producto terminado quedó súper bonito. Cuando yo tuve el libro en la mano, fue una sensación muy extraña verlo físicamente impreso. La edición es muy bonita. Fue maravilloso trabajar con ellos.
Actualmente, estás de director asociado en la Filarmónica de Los Ángeles, y estás acostumbrado a viajar mucho. ¿Cómo es para ti esta vida con tanto viaje?
Estar para allá y para acá es parte de mi vida. Mi vida se mueve mucho entre Santiago y Los Ángeles y el resto del mundo, dependiendo de dónde vaya a dirigir, donde vuelvo es a Santiago, donde estamos viviendo con Andrea.
Independientemente de la pandemia, mi agenda internacional está construida mucho en un sano equilibrio entre ir y volver. Nunca más ocurrió eso, que al principio de mi carrera ocurría mucho, que pasaban hasta dos meses en que no volvía, y eso se hacía más pesado emocionalmente. Ahora todo es mucho más equilibrado. Hasta Andrea ya está cansado de cambiarse tanto de casa, eso también ha fortalecido nuestro lazo de partners, porque somos como compañeros de vida. Es bonito, porque a final de cuentas, yo me imagino perfecto esa compatibilidad en crecer juntos, Ahora que tiene seis años, yo veo perfectamente esa vida de viajeros.
El estilo de vida de un músico es bien intenso, debido a los constantes viajes, ya que es complejo establecerse en un lugar. ¿Cómo es estar con tu hijo y estar viajando constantemente?
Es complejo, es difícil y es desafiante, pero todo depende de cómo tú te vas estructurando. Yo creo que una de las cosas más bellas que me pueden haber pasado en la vida, es justamente el que Andrea me haya abierto la posibilidad de ver el mundo de otra forma, en el sentido de que, antes de que existiera Andrea, mi vida giraba en torno a mi carrera, a la música, y era el amor irrestricto de mi vida y no había nada que se le acercara. Andrea aparece y me hace ver el mundo, sentirlo y entenderlo de una manera tan distinta. Por eso, hoy en día me hace sentido, que es como al revés. Yo no podría planificar una vida, por más profesional, excitante, estimulante que sea, sin contemplar en ello a Andrea como un protagonista, como un testigo, como una compañía cercana permanente. Yo creo que eso que tiene que ver con el amor de padre a hijo te hace ver las cosas distintas y, al mismo tiempo, no agobiarte con eso, sino que, al revés, disfrutar esa planificación inusual. También disfrutar lo de estar viajando por todo el mundo. No significa que Andrea va a ir a todos los viajes conmigo, pero también es rico saber que en el año va a ir a distintas presentaciones, porque también le van a servir a él como experiencia, como crecimiento.
Al mismo tiempo, yo cuento con una red de apoyo enorme, que es mi familia, que son mis papás, que, si bien están separados de toda la vida, tienen una buena relación entre ellos y sus respectivas parejas, todos adoran a Andrea, le sobra el amor de abuelos, de tíos, de primos y al mismo tiempo todos súper presentes en esto. Cuando tengo que viajar solo, él se queda en las mejores manos, y Andrea súper feliz, contenido, acompañado. Yo te diría que la práctica terminó siendo mucho más practicable, que la teoría de la práctica.
Respecto a tu importante cargo en la Filarmónica de Los Ángeles ¿Cómo es el trabajo con ellos?
Es maravillosa la estructura que tienen ellos, porque justamente, el hecho de que yo tenga este cargo tan relevante, también pasa por una conversación permanente de cuál es la disponibilidad, cuáles son las semanas en las que ellos me necesitan en específico, cuáles son las semanas que yo ofrezco, pero también cuáles son los otros compromisos que yo tengo. De alguna forma, hay una conversación abierta, en el sentido de que ellos también quieren ser un aporte sustancial y concreto al desarrollo de mi carrera. Son maravillosos y por eso los adoro en todo sentido, no es solamente desde un punto de vista artístico o lo que todo el mundo ve, que es una orquesta que la lleva, sino que de verdad son sumamente comprometidos con su propia gente, como con sus miembros de familia. En ese sentido, yo no podría estar en un mejor lugar.
¿Qué planes tienes a futuro cuando ya se empiecen a abrir los teatros?
La construcción de la agenda, se ha visto inalterada, más allá de la pandemia, en el sentido de que lo que va pasando es que se van suspendiendo cosas, pero la agenda se sigue programando igual. La agenda 2021 ya estaba lista desde comienzos del 2020. Veremos cuánto de eso se logra hacer, porque cada semana se va ratificando o no si sigue adelante el plan original. Por supuesto que hay planes por todos lados; ir a Los Ángeles, tengo una Traviata en Italia en julio, iré a dirigir a México, junto con los conciertos que tengo acá en Chile. Hay que reagendar muchos compromisos que quedaron pendientes del año pasado, compromisos tan relevantes como debutar con Filadelfia, San Francisco. Volví a trabajar con la Filarmónica de Buenos Aires, pero en el teatro Colón, en Medellín, en Hong Kong, que se suspendió dos veces. Todos esos conciertos quedaron suspendidos, pero no cancelados. Por lo pronto, te diría que, si todo va bien, lo próximo sería volver a dirigir la Orquesta de La Toscana en Florencia, en abril o mayo, y después tengo que ir a Los Ángeles de nuevo.
Por último ¿Qué le dirías a la gente que no ha leído Rubato, para invitarlos a leerlo?
No es un libro académico, no busca serlo. Yo creo que cumple siempre con esa visión que yo tengo, de intentar entusiasmar. Yo creo que es un libro que apela a todo el mundo por ser escrito sin mayores pretensiones, para querer expresarle de la manera más cercana posible esta respuesta hipotética que yo digo al comienzo:“¿Qué pasa si mi hijo me pregunta: por qué haces lo que haces? ¿por qué estás tan enamorado de la música?”. Yo creo que eso sirve para que la gente se conecte con un aspecto mucho más personal de apreciación del arte y de la estética, porque no te vas a encontrar con alguien que te está hablando como un profesor, sino que es un alguien que lo único que quiere es extenderte la mano, de la forma en que lo hago yo.
Título: Rubato: procesos musicales y una playlist personal
Autor: Paolo Bortolameolli
Editorial: La Pollera
Género: Ensayo
Páginas: 391
Tamaño: 13 x 20,5 cm.
Año: 2020