Por Valentina Gilabert
Omar Zúñiga es director y productor de cine y este año llegó a las salas con Los fuertes, basada en el cortometraje San Cristóbal ganador del Teddy Award en Berlinale 2015. Previamente trabajó como director en otros cortos como Los hombres y el río (2007) y Lejos (2010), estrenados en distintos festivales internacionales. También dirigió a James Franco y Zach Braff en un segmento de la película The Color of Time (2012) cuando realizaba sus estudios en Estados Unidos y participó como productor ejecutivo en la película Tarde Para Morir Joven (2018) de Dominga Sotomayor con quien además creó la productora Cinestación.
Los fuertes es su primer largometraje. Una conmovedora historia de amor entre un joven arquitecto y un pescador en el sur de Chile. Conversamos con su director acerca del amor homosexual en el cine y lo importante que es para la comunidad LGBTQ+ que se cuenten estas historias, de filmar en el sur en nuestro país y del panorama cultural chileno en medio de una pandemia.
Comenzaste a idear esta película seis años atrás. ¿Qué originó su escritura?
En el momento en el que comencé a escribir me interesaba contar una historia de amor que fuese romántica y genuina, honesta con mis experiencias, con las cosas que conozco y he visto alrededor mío. En ese momento estaba viviendo en Estados Unidos, había filmado varios proyectos en inglés, y sentía la necesidad de hacer algo mucho más cercano a la cultura que conozco, al tipo de personajes o de vidas que me interesaba retratar. También me interesaba hacer una película vigente y política, en la que estos dos personajes no se van a dejar pasar a llevar por cualquier tipo de hostilidad que encuentren alrededor suyo, en la que ellos son capaces de pelear por su lugar en el mundo, por la dignidad que ellos definen para sí mismos.
Es muy común que películas que trabajan la homosexualidad lo hagan desde la violencia, la discriminación, el dolor. ¿Qué te motivó a hablar desde el amor? ¿Qué hace diferente a Los fuertes de otras películas románticas?
En Chile la homofobia existe, es brutal y dolorosa. Periódicamente hay ataques macabros, y sigue existiendo también una dimensión social en ella. Sin embargo, de un modo muy deliberado, al momento de tener la posibilidad de filmar esta película, queríamos concentrar nuestros recursos, nuestros talentos, nuestra luz, en contar una historia que celebrara este amor y la valentía de estos dos personajes enfrente del mundo, de un modo que no he visto lo suficiente. El foco no está en esta violencia, y en mi opinión la película presenta de un modo verosímil y realista las distintas reacciones que ellos encuentran alrededor suyo. A veces de un rechazo torpe, a veces de un apoyo incondicional, a veces con la hostilidad anónima de un pueblo. Lo que siento es honesto con nuestro país en este momento en el tiempo y con las experiencias que conozco.
Quería hablar también de un amor que fuese sin reservas, ni culpas. No es una historia de descubrimiento, es una historia de amor privada de la culpa, de la idea de que lo que están haciendo está mal. No me deja de sorprender como muchas películas que cuentan una relación entre dos personas del mismo sexo caen una y otra vez en el patrón de que uno de los involucrados piensa o siente que lo que sienten es algo que se debe ocultar. Incluso películas que son acogidas por el público mainstream o por la industria o en festivales. Esto me parece una ética viciada, de la que que queríamos alejarnos. Creo que a veces estamos entrenados, por las convenciones narrativas de las películas, a esperar una narrativa épica respecto del amor, con personajes que lo dejan todo. Queríamos hacer una historia que fuese distinta en ese sentido, más adulta, más cercana a la vida, con un amor que tiene otros modos de ser épico.
La química entre los protagonistas es innegable. Lo fue en San Cristóbal y se mantiene hasta este largometraje ¿Qué te hizo considerar a Samuel González y Antonio Altamirano para su interpretación hace cinco años y seguir trabajando con ellos ahora?
Cuando comencé a escribir la película, tenía la idea de trabajar con Antonio (actor), nos habíamos conocido varios años atrás porque hicimos nuestro primer cortometraje juntos, él como actor, yo como director. Hay una noción de resiliencia y fuerza en Antonio, el personaje, que es claro con lo que piensa, que defiende su modo de ver el mundo. No sé porqué exactamente, pero tenía seguridad en que Antonio (Altamirano) podía llevar esto a la pantalla. Para el otro personaje, Lucas, no estaba tan seguro. Es un personaje un poco más misterioso, que en la película va dejando atrás algunas de sus trabas. Una amiga en común nos presentó con Samuel, y cuando nos reunimos, conectamos muy rápidamente, hablamos mucho de cosas más allá de este proyecto en particular, y nos dimos cuenta de que la película en muchos sentidos se hacía muy personal para él también, con experiencias que los dos habíamos vivido. Eso me interesaba mucho.
No hicimos audiciones formales. Para mí era más acerca de saber quién es la persona que está detrás del actor, qué experiencias tenemos como seres humanos, qué cosas hemos vivido o qué pensamos del mundo. Creo que inevitablemente eso se ve, de algún modo. A través del proceso nos hemos hecho muy cercanos, yo los admiro y quiero mucho, estoy muy agradecido de ellos y de lo que hacen en la película, creo que su trabajo es excepcional.
Elegiste el sur de Chile como locación, ¿qué fue lo que más te gustó y lo más complejo de filmar allá? ¿Cómo haces para transmitir la intimidad de un espacio que no es tu lugar de origen?
Desde un inicio quise que la historia tuviese esa atmósfera, definida por la presencia del agua, los ríos, el mar, la lluvia, los bosques. Además, me interesaba una cultura que es muy específica, marcada por la dignidad de los oficios, por el estoicismo, la fortaleza. La película tenía muchos desafíos en el papel: locaciones distintas, secuencias en altamar, secuencias complejas con extras, la presencia de la lluvia en el guion y luego en el rodaje, etcétera. Creo que lo más complejo tenía que ver con planificar ese rodaje del mejor modo posible con los recursos que teníamos, y eso fue sorteado con un gran trabajo en equipo, entre José Luis Rivas, productor, María José de la Vega, asistente de dirección, Nicolás Ibieta, director de fotografía, Berta Leyva, continuista, y Nicolás Oyarce, director de arte, junto al resto del equipo por supuesto. El oficio es realmente muy colectivo y de un esfuerzo de coordinación.
Me gustó mucho que fue un rodaje bastante gitano, todos los días estábamos en nuevos lugares. Pasé mucho tiempo en la zona en distintas ocasiones con anterioridad al rodaje, observando, visitando lugares y conociendo a personas. Me interesaba hacer un retrato que se sintiera fidedigno, auténtico. Creo que el proceso previo a filmar, que fueron años, fue clave en ese sentido.
¿Cuál sientes que es el aporte social y cultural para aquellas personas que ven tu película? ¿Qué mensaje esperas comunicar?
Desde octubre del año pasado hemos hablado mucho de dignidad como sociedad. Creo que la película tiene que ver con la idea de dignidad: qué significa, cómo la ganamos, cómo cada uno la define de un modo distinto para sí mismo. Lucas y Antonio son personas distintas, y eso para mí es interesante, qué tensión encuentran en lo que ellos quieren de su futuro.
Creo que la película habla también de cómo este amor trasciende las etiquetas. Es una historia de amor con la que distintas personas pueden identificarse, independiente de la orientación, del género. Todos hemos pasado por un amor que nos pilla de sorpresa, que hace cuestionar lo que buscamos o lo que queremos, que pone cosas en perspectiva. Esa idea de igualdad para mí es política, necesaria de contar. Para algunos es evidente, pero me consta que para muchos dentro de nuestro país no lo es, y creo que la ficción tiene el poder de ser un vehículo de empatía, una invitación a vivir experiencias de otros.
Un recuerdo que me quedó muy grabado y que he contado varias veces últimamente, es que cuando estrenamos la película en Valdivia en 2019, estábamos firmando posters junto a Samuel para regalarle al público. La película tuvo una recepción muy cálida e íbamos comentando con los asistentes sus opiniones. En un momento la fila avanzó y fue el turno de tres mujeres de la tercera edad que eran de Corral. Habían ido a ver la película desde allá ―que no es cerca de Valdivia, llegar implica atravesar la bahía en un transbordador y luego un tramo por tierra―, solo por el hecho de que se había filmado en el pueblo. No tenían idea de qué se trataba, y ahí estaban, muy agradecidas y contentas de haber visto la película, llevándose su poster firmado. Para mí y Samuel fue un momento muy especial y emocionante porque sentíamos que lo que la película quiere hacer, se estaba logrando. De algún modo estas mujeres pudieron ver que este amor es igual al que ellas han vivido en sus vidas, que merece ser celebrado, dignificado, retratado. Eso para mí es muy importante, y me gustaría que la película se pudiese ver lo más posible dentro de nuestro país, lo que quisimos hacer del modo más ágil posible una vez que fue imposible para nosotros continuar en salas.
En Chile se ha avanzado en algunos términos para la comunidad LGBTQ+ como el Acuerdo de Unión Civil o la Ley Antidiscriminación, más conocida como Ley Zamudio. Sin embargo, todavía no existen políticas concretas en torno al matrimonio igualitario y la filiación o adopción homoparental. ¿De qué forma crees que aporta tu película a la comunidad LGBTQ+?
El atraso legislativo que tenemos en Chile es brutal, y me enoja y ofende profundamente cuando hay declaraciones de políticos diciendo que no es algo prioritario: existen en la actualidad muchas familias homoparentales que necesitamos un reconocimiento legal urgente. Creo que es muy importante informarse de las personas por las que votamos como nuestros representantes en el sistema político, y hago un llamado a tener esa consciencia.
Creo que la película celebra nuestro amor y nuestra resiliencia, nuestros altos y bajos, nuestra búsqueda de libertad y autonomía. Creo que sentir que nuestra historia se cuenta en la ficción es algo que nos hace sentir parte, que nos hace pertenecer. No sólo parte de un colectivo, también de una cultura, de un país. Algo que ha sido muy lindo de haber podido compartir la película en un sistema online es que así se puede ver desde todos los rincones de Chile, y nos han llegado muchos mensajes de afecto y agradecimiento por la película de muchos lugares distintos del país, es impresionante cómo nos puede hacer sentir menos solos, con un espacio en el mundo. Para mí eso es muy importante. La película muestra que estamos aquí, que no nos vamos a dejar pasar a llevar y que merecemos un espacio en los lugares que habitamos.
Realizaste estudios de cine en el extranjero, ganaste un Teddy Award y además cuentas con una productora. Tomando eso de referencia, ¿cómo podrías evaluar y posicionar el cine chileno actual en la escala internacional?
Creo que en los últimos años nuestra industria ha sido capaz de generar grandes películas que han encontrado audiencias fuera de nuestro país. Esto ciertamente es por la gran creatividad que existe y también por la colaboración con agencias públicas y privadas que ayudan en distintas etapas del proceso. Lo que me gusta mucho como espectador es que hay voces muy distintas. No existe un común denominador tan claro y creo que eso puede ser interesante para el público, porque hay películas para todos los gustos.
Creo que el desafío que tenemos es dentro de nuestro propio país: cómo valoramos nuestro cine, cómo lo vemos como parte imporante de nuestra cultura. Hay iniciativas, en ese sentido, que me parecen muy admirables, por ejemplo, Escuela al Cine de la Cineteca Nacional, que ha permitido el acceso al cine chileno para miles de estudiantes de educación media a lo largo del país. Ojalá aparezcan muchas más iniciativas así. Creo también que el financiamiento público lamentablemente no da abasto: estamos en una situación hiper competitiva por las pocas alternativas y montos que existen disponibles, ojalá eso pudiese crecer con el tiempo. La actual crisis sanitaria ha evidenciado aún más lo precario que es nuestro oficio y lo difícil que es mantener una continuidad.
¿Tienes algún proyecto en proceso? ¿Cómo crear nuevo contenido en una situación de pandemia?
Durante la cuarentena he estado haciendo el montaje de un largometraje que filmé en Nueva York justo antes de la crisis. Es un proyecto un poco experimental y con recursos muy limitados que me invitaron a dirigir en el Graduate Acting Program de New York University, con actores que están estudiando su máster. Es posible que eso se pueda ver online más tarde este año. Estoy también comenzando a escribir un nuevo proyecto, en una etapa muy temprana. Un colectivo de artistas en Estados Unidos me invitó a contribuir con un video para un proyecto en el que personas alrededor del mundo articulan sus pensamientos con respecto a lo que pasa con el COVID-19. Y durante el segundo semestre Los fuertes seguirá una ruta de festivales y distribución en distintos países, algunos de ellos online: todo se replantea permanentemente en la situación de la pandemia, pero para nosotros es muy importante hacer todos los esfuerzos posibles para seguir compartiendo la película con el público.
Para mí ha sido desafiante y difícil poder mantenerse creativo. La situación puede ser abrumadora también cuando no tenemos ingresos fijos. Teníamos en Cinestación una película que íbamos a filmar ahora, la ópera prima de Manuela Martelli, llamada 1976, que tuvimos que postergar a 2021. Filmar como estamos acostumbrados no es posible en este momento, pero creo que quizás es el momento de pensar, de poder escribir proyectos o cosas que se puedan hacer más adelante.
¿Qué opinas de los “fondos de emergencia” como plan de apoyo del gobierno a los trabajadores de la cultura? ¿Cómo ves el panorama cultural para los próximos meses?
Creo que es muy adverso: estos días supimos de una nueva convocatoria de programas de apoyo de CORFO a la industria audiovisual que tiene montos disponibles mucho menores a los de 2019, por ejemplo. Si bien obviamente todas las industrias del país se han visto afectadas, en el caso de la producción audiovisual ha sido muy fuerte porque además muchas veces no calificamos para los subsidios propuestos por el estado, puesto que los contratos son generalmente por proyectos, no a plazo fijo como una oficina de otra actividad económica. Agradezco y aprecio mucho el liderazgo gremial que tenemos, que instala estas inequidades con las autoridades correspondientes, y espero que ojalá estas medidas estatales de emergencia puedan ampliar su cobertura flexibilizando sus parámetros.