Entrevista al escritor Marco Antonio de la Parra: «Escribir me ha salvado la vida»

Por Galia Bogolasky

Entrevistamos al prolífico autor nacional, donde abordamos su historia en el teatro, la literatura, desde la dramaturgia a la narrativa. 

De la Parra es un psiquiatra, dramaturgo y escritor nacional que lleva toda una vida trabajando en las tres disciplinas que lo siguen motivando a hacer cosas nuevas todos los días.

Esto fue lo que nos contó.

Usted tiene una trayectoria enorme en cuanto a su escritura, tanto en textos de dramaturgia, como en novelas, cuentos y en libros de literatura. ¿Cómo llegó a la literatura? ¿Cómo fueron los inicios? Entendiendo que además usted es médico, psiquiatra.

Escribir me ha salvado la vida, psíquicamente hablando. Yo estudié en el Instituto Nacional y lo pasé bastante mal, me tocó ser de los menores en edad y esas cosas que ya hoy día son triviales y todo el mundo confiesa es el bullying. Nadie confiesa que fue bulleador, nadie dice: “yo hice bullying al resto de mis compañeros”, no. Pero resulta que a muchos de los que nos hicieron bullying lo pasaban mal en el colegio. Hasta que aparecieron tres instituciones que había en el colegio que eran fantásticas. La primera era la biblioteca del colegio, que era un refugio espléndido. Yo había aprendido a leer prácticamente solo, entonces los libros eran mis juguetes. No había otra cosa más apasionante que la literatura como mundo de juego, como refugio del colegio. Esto incluso antes de entrar al Instituto. Pero ya en el Instituto la biblioteca era muy importante. Un bibliotecario mítico del Instituto que si se lo pregunta a cualquiera de mi generación se acuerdan de él, Ernesto Bovero Lillo, que te prestaba libros, te orientaba, había un placer, era un hombre muy elegante, siempre bien vestido, con terno y con chaleco. Era una cosa muy rara este bibliotecario que asomaba entre las estanterías y te llevaba a buscar libros. Me acuerdo, leer los rusos, leer al señor presidente, una novela que después fue el premio Nobel. Para mí fue una lectura del pre-boom. Luego vino el boom latinoamericano. Eso de que te están enseñando en el colegio unos libros, pero otros están escribiendo libros más interesantes, un poco mayores que tú, entonces eso era tremendo. Mi generación quedó marcando ocupado, había que ser el boom, el boom existía, la literatura latinoamericana existía.

No Había que leer solamente literatura chilena tradicional, de Marino Latorre, Martín Rivas, nos daba la sensación de que había algo que faltaba, o Benito Pérez Galtós, que hay gente que se interesó, Jorge Manrique vendía sus poemas, El Mio Cid, y de pronto había una literatura interesantísima, entonces también estaba Cortázar, estaba Gallosa, de pronto. Entrando a medicina, estaba en el curso biológico, pero apareció la Academia de Letras, que era un Instituto que era una institución muy importante, muy activa, y ahí también me refugié porque además era mixta, había chicas, esto era fundamental para la salud mental de un muchacho.

La Academia de Letras había sido dirigida en algún momento por Ricardo Lagos, por Antonio Skármeta, me tocó Osvaldo Puccio de director de la Academia, personajes. La Academia de Teatro era también muy entretenida y pasaban cosas fascinantes, de la Academia de Teatro, el grupo superior había salido Oscar Castro y el Grupo Aleph, entonces yo venía más chico, no nos tocó el Grupo Aleph, pero nos tocó actividad y contacto con el teatro, se estaba estrenando Marat Sade, en ese momento en el Teatro de la Chile, Vietrock, que es una obra que influyó mucho a gente de mi generación, el teatro dirigido por Víctor Jara, o sea, era un momento muy interesante culturalmente en los fines de los 60. Para qué decir el rock, que también fue muy importante.

Al mismo tiempo yo estaba estudiando para ser médico, porque mi padre es médico, esto no quiere decir que sea hereditario, pero yo conocía la vida de un médico, y un médico muy particular mi padre, porque no era un médico que pretendía hacerse rico, sino tenía una concepción de la carrera médica como algo social. En mi casa había libros, pero no la cantidad que llegué a tener y que llego a tener todavía, aquí se ve muy poco, estoy en una de las habitaciones con menos libros de la casa, esta es una habitación en que hay mucho cómic, es distinta a las otras habitaciones que son todas llenas de libros, y hay de todo. La literatura se volvió un vicio.

Yo egresé del Instituto Nacional con el premio de Mejor Alumno Humanista, siempre se otorgaban premios de Mejor Alumno Matemático, Mejor Alumno Científico, Mejor Alumno Humanista. Yo estando en el curso biológico y científico, tenía mejores notas, y tenía más lucimiento en el lado humanista. En esos tiempos el Instituto Nacional tenía un prestigio muy bien ganado. Ser el mejor alumno en alguna de esas áreas significaba que en la vida iban a pasar muchas cosas contigo. Los mejores alumnos matemáticos terminaban trabajando en el MIT, en Estados Unidos, se iban. El mejor alumno científico también con un destino así, de investigación. Entonces a mí me toca el premio humanista, y era como un destino eso, yo estudiando medicina ya adentro. Yo miraba este mundo y decía, me parece que tengo las dos cosas, y era terrible, fue una duda brutal, mucho tiempo.

A los 18, 19 años leo El obsceno pájaro de la noche, su primera edición, y quedo ya golpeado. Es una novela distinta en Chile, una novela de la categoría y el riesgo, sobre todo, que tenía Miguel Ángel Asturias en presidente, o que tenía Cortázar o Borges, era era algo superior El obsceno pájaro de la noche. Me acuerdo que también me robé un libro, fue El Entusiasmo de Antonio Skármeta, su primer libro de cuentos, que también tenía que ver con un tipo de cuento y de narración moderna, que se estaba escribiendo en Chile, no era necesario estar viendo a los autores norteamericanos, del cuento realista, sino que estaba ahí, eso estaba sucediendo. Esa frase que dice, “todo pasando”, estaba todo pasando. El sentimiento era revolucionario, estamos hablando de los años de progreso en el 68. Me salto la reforma universitaria y en el 71 gano el primer premio del concurso Paula de cuentos, que era muy importante en esa época, era el concurso de cuentos importante que había, económicamente y en prestigio. Este muchacho, de 19 años, lo gana. Lo gané nuevamente poquitos años después, pero al mismo tiempo estaba en el teatro.

Un tío mío, Edmundo de la Parra, que era profesor de castellano, nos llevaba al teatro, porque él fue parte de los fundadores del Teatro Experimental de la Universidad de Chile. Nos llevaba a sus hijos, su hijo mayor era ahijado de mis padres,  entonces él me regalaba libros, porque le llegaban. Nunca me decía qué libros me regalaba, solo me regalaba libros y yo leía y leía y leía y leía. De pronto apareció esta cosa de escribir, el cuento corto primero, y los premios de los cuentos.

Después viene el golpe militar y eso produce un efecto muy brutal sobre lo que es publicar. Yo hago un libro de cuentos, me acuerdo ese libro de cuentos lo presento a ZIGZAG, donde seleccionaba los cuentos de Guillermo Blanco, que había sido mi profesor a los 19 años también, un taller que yo iba, aparte de estudiar medicina, entonces me iba al taller. Guillermo Blanco lee mi libro de cuentos y me dice, “está muy bien, pero no estamos publicando nada en este momento, no hay publicación, está todo oscuro”. Yo siempre había querido estar en una obra de teatro, que iba ensayando todos los años, cambiando el elenco porque eran compañeros de medicina, y por supuesto eran un desastre como actores, hasta que de pronto aparece una generación que está tan interesada en el teatro como yo, interesado en la música.

Ahí hacemos un grupo de música rock, era vocalista en ese tiempo, una cosa bien loca, y decidimos hacer una obra de teatro para recibir a los novatos, a los mechones, hicimos un espectáculo. Este espectáculo se ha transmitido por tradición oral hasta ahora. Se va a celebrar los 50 años de ese espectáculo, con una gala en el Teatro Oriente, porque van cambiando evidentemente los actores, año a año, en tradición oral, la obra original duraba una hora y cuarto, ahora dura dos horas y media, porque le han agregado canciones, era un teatro musical además, que me gustaba mucho. En la Escuela de Medicina, al interior de la escuela, hacemos más o menos unas dos obras de teatro al año, sin escribirlas, o sea en la tradición oral. La primera obra que escribo, de sentarme al teclado y escribirla, poner fulano de tal dice esto, fulana dice esto, fue Matatangos, una obra que ganó una mención honrosa en un concurso, que fue declarado desierto, un concurso del Departamento de Teatro de la Universidad de Chile. Esa obra sería el puente para llegar a que aparezca Lo crudo, lo cocido, lo podrido, porque la lee Gustavo Mesa, y le interesa más el autor que la obra. Me dice: “escribamos una obra para los 35 años de la Católica”, y ahí se sabe la historia, vino la censura de la obra, que era una obra muy rara, lo es todavía, era tan rara que ni Gustavo Mesa, ni Eugenio Dittborn, director de la Católica, más tradicional, ni yo, nos dábamos cuenta que estábamos jugando con fuego.

Pero esa es la partida, y la partida queda ahí al lado de la carrera de Medicina y la formación como psicoanalista. Cada cierto tiempo volver a escribir, y un cuento que aparecía allá, un cuento que aparecía por acá, buscando talleres, tal como busqué talleres de teatro. Yo no sé cómo hice las dos cosas, casi tres, porque eran como tres versiones; las clases de teatro, el taller de literatura, y la carrera de Medicina, que es exigente.

Egresé de la carrera de Medicina con un 6 de promedio, que era bastante decente, distinción máxima. Se dio un ambiente en la formación de psiquiatría, por razones muy raras, el golpe militar creó un ambiente muy extraño. Me tocó como maestro el doctor Armando Roa, padre del poeta, que era un hombre que sabía mucho de literatura, y transmitía mucha literatura, y hablaba todo el tipo de literatura. No nos hacía leer tantos libros psiquiátricos como libros de literatura. Había un sentimiento de que había que leer primero eso, para entender al ser humano, antes que libros técnicos. La literatura se convirtió nuevamente en la vía para aprender psiquiatría. Me decidí por psiquiatría porque era la más humanista de las opciones de Medicina, aunque estuve a un tris de ser internista, porque me gustaba la cosa medio detectivesca que tenía el internista, sobre todo el de la época, que no había tanta tecnología, entonces había que examinar y pensar, y descubrir, sospechar, con mucho menos recursos. El diagnóstico y la semiología me encantaban. Yo no sé si ahora, incluso qué haría en este momento de mi vida, qué decisión tomaría. Yo seguí hacia adelante, me casé, tuve hijos, y de pronto mi vida se encontró con muchos minutos de toma de decisiones, que opté, una vez más por la Medicina, otra vez más por la Medicina, y estuve en un tris de ser absolutamente un escritor, o ser un hombre de teatro. Era una época sin fax siquiera, para que decir sin redes o zoom, entonces todas las opciones que tuve significaban cambios de vida radicales, de país.

Su obra es muy prolífica, tiene muchísimos textos, muchísimas obras,, ya una vez que se sienta a escribir, ¿cómo viene la inspiración?  ¿Decide antes lo que va a escribir, o la historia lo lleva al formato generalmente?

Se dan las dos cosas. Por ejemplo tengo un proyecto, de un género que descubrí después que es la novela juvenil, un proyecto que se ha tardado mucho, porque es un proyecto difícil, es sobre el cáncer en niños, el cáncer en jóvenes, está difícil porque tengo que hacer entrevistas, ir a lugares, hacer una especie de investigación.

Hay un texto que se me atraviesa hace un par de años, yo lo he llamado Todo sobre mi padre, que es una especie de autoficción, que está tan en boga, tan de moda, pero tan desprestigiada al mismo tiempo. Es una cosa muy rara, y lo tomo, lo dejo, lo tomo, lo dejo, y entre medio vienen los encuentros con el teatro, que son vertiginosos, llega alguien con una idea y le digo; “ya hagamos eso”. Depende como ande mi salud, mi inspiración, sale una obra, dos obras, tres obras. Si hay algo que me sale fácil, son las obras del teatro, no digo que las buenas, también hay malas, pero eso es como tocar el piano, sin mirar al teclado, es lo que son las creaciones de teatro.

Hoy estoy en un proyecto alrededor de la figura Nosferatu, la revisión de la figura del vampiro, ¿que tiene que ver el vampiro con este momento? Mucho, vivimos una época de vampiros en que le chupaban la sangre a mucha gente. Se volvió más actual de lo que esperaba, una revisión de la pareja en Bergman, pero no copiar Bergman, sino todo lo contrario, ¿que es hoy la pareja? hoy en el mundo contemporáneo, y un unipersonal en el cual actúo, porque de vez en cuando me subo yo al escenario, que es Mr. Shakespeare, que es la historia de un dramaturgo que está retirado y un psiquiatra también retirado, que tiene que ver con la fantasía del retiro, por la edad, me digo, ¿cuándo me jubilo? Parece que soy porfiado porque no jubilo, y he estado enfermo y he tenido situaciones que podrían incidir en que yo dijera; “ya, hasta aquí llego” y me retiro y me pongo a leer y mirar por la ventana y no me resulta. Vuelvo a trabajar como psiquiatra, vuelvo a trabajar como escritor, sobre todo de teatro, teatro se me da fácil. La rutina del escritor de literatura es difícil, es muchísimo más compleja, te exigen muchas horas, no lo puedo estar haciendo en la cabeza y luego traspasar a un apunte y luego vamos a escribir, no, me exigen mucho más. Eso hace que sea, que tenga como cien obras teatrales y en ensayos y novelas y en la narrativa treinta, cuarenta títulos. Es otra dimensión. Algo que perdí, y no sé si lo retomaré, es el ensayo, tuve momentos de ensayista que para mí parecía un género interesantísimo, el ensayo político, sobre todo que llegó en su tope, a dos libros, La Mala Memoria y La Carta Abierta a Pinochet. Son dos momentos fuertes y que en este momento no lo tengo en mente, no hay cabeza para eso. En este momento estoy en los proyectos teatrales y haciendo unas cosas muy raras. Investigando el Podcast, que es algo que me tiene fascinado, encontrándome con gente como Gregory Cohen, gracias a mi amistad con León Cohen, hermano mayor de Gregory. Tenemos un podcast de fútbol, y eso ya es un disparate, y yo hace mucho tiempo que quería hacer algo que fuera un disparate, mi admiración por grupos como Monty Python, los humoristas ingleses. Gregory también tiene esa vena, entonces ahí nos pusimos a hacer locuras y mañana se lanza el cuarto episodio en Spotify, de Futbolíssimo. Eso ha sido más que divertido, hemos pensado seriamente hacer una especie de obra de teatro viva, que la gente va y no sabe cómo va a ser, nosotros tampoco, vamos a hacer la obra improvisando sobre ciertas pautas, pero sin saber qué va a suceder en esa función, que es un sueño que tengo hace mucho tiempo, hacer obras de teatro que nunca sean las mismas. He hecho muchísimos talleres de teatro, muchísimos, en todos los países en que se podía hacer, hispanoparlantes, e incluso en Brasil, con un portuñol a duras penas, enseñando a escribir teatro.

¿Cómo ha sido la experiencia desde la gestión cultural? ¿cómo es el proceso de gestión de llevar el teatro de la Finis Terrae?

Muy complicado, yo me aburro mucho con la maya Excel, a medida que haya alguien que haga la gestión administrativa, y me apoye, funciona a mucha mayor velocidad. Hemos conseguido tener equipo interesante, y esos equipos ojalá que no se deshagan, de pronto se va alguien porque encuentra otra forma de hacer gestión, y espero que aparezca otra persona. Pero siempre he trabajado en equipo, no solo. Yo he nombrado estos proyectos teatrales, todos por alguien más. Alguien que está apoyando, alguien que me está dirigiendo, alguien que me está haciendo la gestión, alguien que está colaborando como espejo, o como paleteo creativo. Eso está descrito. La gran mayoría de los creadores funciona con el equipo. La colaboración es muy importante.

¿Cuáles son de sus obras, de su trabajo, sus trabajos más queridos, más importantes, que han sido más significativos en su vida, tanto en dramaturgia como en narrativa?

En narrativa, voy a empezar por detrás, a mí me gusta mucho un libro juvenil que ha tenido un éxito enorme. Ganó un premio cuando lo publicamos en el año 2002. En Santillana ganó un premio internacional, entre las mejores obras para jóvenes de ese año, ahí se ven las obras publicadas en el mundo, que se llama El año de la ballena. Es un libro de iniciación, clásico, muy pariente del Catcher on the ride, El cazador del centeno, el de Salinger, y que me gusta mucho. Me gusta mucho porque se sigue leyendo, y se sigue leyendo en Hispanoamérica. Caen gotas de derecho de autor, que es muy agradable. En narrativa, hay una novela loca que tengo que revisar alguna vez, lo hemos conversado, que es La Secreta Guerra Santa de Santiago de Chile, que hay que reeditarla, tuvo un éxito enorme cuando salió, pero después viene la oscuridad, la penumbra, y lo he conversado con más de una persona de esa generación que se ha dedicado a la letra, y hagamos la edición crítica, revisémosla, publiquémosla de nuevo, porque es un retrato de los años ochenta, pero en plan loco, en plan videojuego, no había videojuego en esa época, pero eso es lo que es.

En el teatro hay varias obras que me son muy queridas. Una, La Secreta Guerra Santa de cada día, que la actúo, y la he actuado, y la vamos a actuar por última vez, con León Cohen, mi compañero de escena, a fines de año, cumpliendo cuarenta años de funciones, y que se ha hecho muchísimo en todas partes del mundo. Hay ediciones turcas, griegas, checas, toda Europa, América Latina completa, versiones, que de repente me llegan los derechos autorales y de repente no. Estoy asociado a la Sociedad de Autores de España, para poder cobrar en Europa, y en Argentina es un lío, por los problemas económicos que hay en Argentina, también estoy asociado a Argentores, pero Argentores tienen problemas, te cobran muy poquito dinero, porque en el cambio voy a perder, pero lo lindo es ver la obra, y se hace de nuevo, y otra vez más, es una obra que quiero mucho.

La Pequeña Historia de Chile es una obra que le tengo especial cariño. Fue escrita para ser montada de manera espectacular, si el director así lo estima, o de manera muy sencilla, que es mi propósito. Ojalá hecha por profesores, con una escenografía de una sala de clases. Se la pueden hacer en el colegio cualquier grupo de profesores aficionados al teatro, incluso alumnos. Es una obra que ha tenido su destino, no funciona en la Pequeña Historia de Argentina, una versión que se hizo, una Pequeña Historia de España que están haciendo, que viene, pero claramente esa obra ha recorrido Chile sin yo cobrar nada de derechos de autor porque la obra está hecha para eso. Es una obra portátil que sigue funcionando, se sigue tratando mal a los profesores y se sigue sin saber la historia de Chile, entonces funciona, tristemente.

Esas son mis obras más queridas. De la última generación de obras de los últimos años, hay un monólogo que dirigió Julio Pincheira, que después se fue a Constitución y dejó el teatro centralizado en Santiago. Me dirigió en un texto que se llama El Loco de Cervantes, que tuve la suerte de actuar dirigido por él. Yo creo que en mis modestos recursos de actor, es lo mejor que he hecho. Me gusta mucho también esa obra, le tengo mucho cariño, El Loco de Cervantes, sobre todo ese montaje. En la última época hay obras bien locas como Crime Video, dirigido por Pancho Krebs, que es un director que le tengo mucha confianza, y que tengo muchas ganas de hacer con él ahora Mr. Shakespeare.

¿Qué opina de la situación de las artes y la cultura en Chile actualmente? ¿Hay artistas que admire, que cree que están haciendo buenas cosas?

Si hablamos de teatro, yo creo que hay cosas tremendamente interesantes, hay gente muy activa, hay nuevos directores muy interesantes, hay gente escribiendo que me parece que hay que esperar que empiecen a salir cosas muy buenas. Pienso en Pablo Manzi, Carla Zúñiga, que es un talento fantástico. La figura de dramaturga y directora de Manuela Infante, que es tremendamente interesante, Lucho Barrales que hay que hacerlo más prolífico porque uno tiene ganas que produzca más, que produzca más cosas. Xuárez, que hicieron ahí con Manuela Infante es un espectáculo inolvidable de los últimos tiempos, de las cosas potentes que hemos visto pre pandemia cuando se podía ir al teatro y uno iba con confianza y no había estallido que aisló la sala del centro y eso ha dañado el espacio. Pero hay gente, hay mucha. Uno está esperando a ver qué van a hacer los Bonobos, que es una pandilla súper creativa pero producen poco, son una gota a gota, el Tryo Teatro Banda está trabajando, son animales, son todo lo contrario, hay que ver cuántas cinco o seis obras van a hacer por año o sea se pierde la huella. El talento es mucho y la originalidad increíble. Directores interesantísimos. Ver a Pancho Krebs, a Jesús Urqueta, que me encanta cómo trabaja. Lo contratamos para el teatro, para que montara Stalin de Gastón Salvatore. Hizo un montaje desafiante, muy contemporáneo.

Lamentablemente, hay temporadas cortas post-pandemia. Estuvo tres semanas y era para seis. Fue para que agarrara vuelo y el público empezara a darse cuenta que era un teatro de las grandes ligas. Los autores que más me gustan creo que los he nombrado. Voy a quedar mal con no sé cuántos, quiero a muchos. Pero hay un medio activo. El tema es cómo se organiza esto. Mi generación hizo teatro en dictadura, a como diera lugar, sin Fondart, con el dinero que se podía hacer. No era para nada fácil. Censurado, con impuestos agregados, si no éramos “culturales” con censores viendo las obras para ver si las autorizaban. Una cosa bien loca y hacíamos teatro. Ahora hay mucho más movimiento. Ahora hay una cartelera interesante, pero no hay cartelera en los medios. Lo que hacen ustedes, por ejemplo, es una joya. Los espacios donde se muestra lo que está pasando son escasísimos. Uno pierde mucho de vista lo que sucede y se desconecta la relación con el público. El público no sabe, porque los diarios ya no funcionan. Entonces están las redes y los medios digitales, que son pocos. Ustedes son escasos. Ya no tienes lo que hubo, en esos tiempos de gloria, de funciones de martes a domingo por seis semanas de una obra y descanso el lunes, y público para eso.

No es lo que está sucediendo. Una cosa más bonita que estoy haciendo ahora es dirigir un taller en Chileactores. Un taller de veteranos. Gente mayor que yo que escribe su biografía. Su autobiografía. Hay cosas preciosas. Han salido bellezas. Yo estoy rogando ahí si consigo vínculos para hacer un espectáculo como los de Lola Arias. Espectáculos con textos, con ver las verdades, las biografías. Pero no ha salido. Pero de todas maneras, se van editando estos libros, que son gratuitos. Por ejemplo, la biografía de Elsa Poblete. Tiene un talento para escribir que no sabía que lo tenía. Hizo una cosa que era de Tolstoi maravillosa. Hay gente que escribe, que en el taller van aprendiendo. En años va saliendo un texto. Hay textos fascinantes. Escrituras muy interesantes. Luz Jiménez se manda un texto cuando descubrió su estilo. Está escribiendo un texto precioso. La historia de Tito Bustamante, que es una biografía llena de cosas interesantes, pero además escribiendo muy bien. Sergio Hernández iba muy bien en sus capítulos pero se le ocurrió irse a Chillán, entonces el taller por Zoom con él es muy complicado. Pero la Grimanesa Jiménez no alcanzó a terminar su texto y vino el fatal ictus que se la llevó. Pero trabajamos tres años, dos años. Toda la post-pandemia y la pre-pandemia alcanzamos a estar ella aprendiendo a escribir una autobiografía y lo logró. Era una cosa buenísima. Se va a corregir el final para que se pueda publicar. Pero hay más. Diana Sanz aprendió a escribir y tenía una cosa esquemática en la cabeza pero se fue soltando la pluma. Gente de una generación que todavía está activa.

Eso está haciendo Chileactores, vino la pandemia que nos arrasó el trabajo y habíamos sacado más libros todavía pero es un trabajo, para mí es el deleite de la semana la sesión de dos horas de trabajo con los veteranos y veteranas. Aprenden ellos, aprendo yo. Hay toda una metódica de trabajo que yo tengo como maestro en general, talleres de todo tipo y hay que desaparecer, estar ahí pero hacer que empujar que aparezcan ellos con su genio y su talento, no yo. Yo estoy ahí para catalizar el trabajo, guiarlo un poquito, pastorear un poco, no más que ser el que va adelante me siento una especie de Border Collie del teatro.

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