Por Nicolás Poblete
Visité en su casa a Rudi Haymann, quien me recibió para conversar sobre su impresionante publicación, lanzada recientemente por editorial Planeta. Con 98 años y una historia deslumbrante, Rudi habla sobre sus orígenes, los vaivenes de la vida y de la historia, el destino, la identidad, la personalidad y las lecturas que lo han acompañado. Más allá de las fronteras, presentado como una “década extraordinaria” (1938-1948), circula entre Europa, África y América, y ya se ha posicionado como una de las publicaciones clave del último tiempo. Estas memorias dan cuenta de una personalidad única; una figura que encarna valores como la resiliencia, la vitalidad y la capacidad para sobreponerse a los múltiples desafíos que la historia le ha presentado.Ed
En tu libro destacas valores como el trabajo, la perseverancia y la modestia, con la conciencia de un niño de 12 años. ¿Cómo incorporas estos valores en forma tan temprana en tu vida y en tu árbol familiar?
Esos elementos son parte de mi vida y de mi familia. La familia de la cual vengo y la que proyecto en mis hijos y nietos. Uno lo absorbe a la edad de 11 años de forma natural, sin reflexionar. A esa edad uno no reflexiona. Después, con los años, uno se da cuenta de que ese es el ámbito en el cual uno ha sido criado: mi madre, mi padre, la abuela, los amigos de mis padres. Entonces eso es parte natural de uno, sin hacer un esfuerzo. Simplemente uno absorbió esto. Ahora, a veces dura, a veces no dura. Los vaivenes de la vida pueden modificar esto o reforzarlo o ponerlo en duda, pero aquí parece que lo que la vida me mostró fue refuerzo.
Un concepto que se repite a lo largo de tu libro es el de ‘desafío’. El desafío para enfrentar la adversidad. ¿Qué hay en tu personalidad que te posiciona frente a este concepto?
Cuando te pasan cosas como las que nos pasaron a nosotros, tú tienes teóricamente dos caminos: resignarse o reforzarte. Buscar cómo salir airoso y fortalecido en esto. Y esto me ha pasado tantas veces. A lo mejor son los primeros pasos los que te dan la pauta y luego sigue algo automático. El primer paso fue a la edad de 11, 12 años, cuando Hitler llegó al poder y empezó el asunto de la identificación alemana. En mi casa recibí 100% educación alemana y respeto, pero de repente te dicen ‘no’, porque el patriotismo es de doble faz: tú amas a la patria, pero la patria también tiene que amarte a ti. En un solo sentido esta cosa no funciona. Entonces ahí me di cuenta de que hay un problema de identidad. Vi zozobrando a mis padres. Para ellos era mucho más difícil. A la edad de 11 años recién estás en formación, pero mis padres, que tenían casi 50 años, y habían combatido por su patria y la amaban, de repente les dijeron ‘no’, ‘tú no vales’. Ese rechazo fue la primera crisis de falta de identidad. Pero busqué solución. Era difícil, pero lo encontré. La identidad, entonces, la busqué dentro del judaísmo, porque no había otra cosa. Ahora eras o alemán o judío. Entonces como en mi casa el judaísmo prácticamente no se practicaba, busqué qué era el judaísmo. Y así encontré primero la versión en mis padres, que parecía fracasar, entonces, ¿qué otras versiones? Vi a los judíos religiosos. Esto no es para mí, pensé. No me identificaba. Entonces si no era la primera opción, fracasada, la segunda, aquella religión que no me identificaba. La tercera opción era el sionismo, una alternativa, un patriotismo alternativo al alemán. Eso me ayudó. Me sirvió, porque encontré una alternativa, no un vacío. El sionismo fue la versión que yo vi en la que tenía una opción.
El enigma de la personalidad me recuerda al estudio que hizo Edith Eger en su libro La bailarina de Auschwitz. ¿Cómo explicas este enigma? ¿Cómo concibes la capacidad de cambio? ¿Cómo has experimentado este cambio?
Para contestar, vuelvo a la palabra identidad. Esto es fundamental. Yo me había perdido como alemán, pero había reencontrado como alternativa el sionismo. Este fue el paso primordial. Todo el resto son casi consecuencias o continuidad de esto. Entonces como encontré el sionismo, me dediqué a esto. El desafío era casi grato, por decirlo. O fue grato durante un tiempo hasta que llegó el momento en que mi vida corría peligro. El desafío era una cosa positiva. Uno sabía qué hacer, dónde, con quién juntarse. Había otros jóvenes y guías espirituales. En ese caso esto fue como una cosa muy positiva y muy reconfortante. Ahora, también hubo otros jóvenes que encontraron otros destinos. El fenómeno era común para todos los jóvenes judíos alemanes. Había que ver cómo afrontarlo. Yo lo encontré en el sionismo. No todos. Otros jóvenes, compañeros del colegio o del barrio también se salvaron, pero buscando una alternativa. Había una absorción grande de Inglaterra a los jóvenes judíos entre 4 y 17 años que absorbieron 1000 jóvenes judíos. En parte la comunidad judía, en parte en situaciones humanitarias, y fueron para allá. Había mil familias judías canadienses que estaban dispuestas a adoptar a un niño judío. Pero esto no eran desafíos, eran alternativas. Yo estaba buscando más allá de una alternativa.
Con respecto a la identidad, ¿Qué dicen de nosotros nuestros nombres? Hay varios cambios de nombre en tu libro. ¿Cómo muta nuestra identidad con estos cambios? ¿Pasa algo en tu esencia cuando el nombre se sustituye?
Otros compañeros míos, de Berlín, que fueron a otros países, no cambiaron sus nombres. A veces los modificaron según el país, por comodidad, pero nosotros, los sionistas, los cambiamos. Es una nueva vida, y nueva vida es un nuevo nombre. Esto tiene que ver un poco con una tradición judía que dice que el arcángel Gabriel es el mensajero de Dios, quien le da aviso cuando te mueres. Entonces él va con una lista. Los judíos religiosos, místicos, cuando hay una persona muy enferma, que está a punto de morir, y cree que viene Gabriel, cambian el nombre del enfermo, porque él viene con nombres. Se le cambia la identidad. Nosotros terminamos una vida muy complicada, pero ahora empieza una vida nueva, y en el movimiento sionista, especialmente el kibutziano, era muy importante cultivar no solamente la parte física, sino la parte mental. Capítulo cerrado, borrón y cuenta nueva. Ahora somos hombres nuevos. Un joven nuevo de 17 años que deja atrás todo lo desechable. Eso se refleja en los nombres.
Es fascinante la forma en que los nombres nos predestinan. Háblanos más de esta idea.
Te doy otro ejemplo. Mis suegros, que era gente religiosa, cuando escaparon de Alemania y encontraron refugio en Chile, llegaron a Punta Arenas y, cuando bajaron del barco y llegaron a territorio chileno, y él cambió su nombre voluntariamente. Se llamaba Carlos y lo cambió a Abraham. Me salí de esta vida y ahora empieza una nueva, en este país nuevo. Un hombre nuevo. Tengo otro nombre.
La idea de destino sobrevuela Más allá... ¿Qué piensas del destino, del azar? En el libro hay muchas situaciones que se pueden ver como coincidencias, profecías. Pienso en el doctor Blum, con el que te encuentras en África. También hay otra sincronía con el sargento chileno, ya en Italia. Estas sincronías…
Acá hay dos cosas. Una cosa es la coincidencia, como los casos que mencionas, Blum, el sargento. Otra cosa es el destino. El destino es otra cosa. Yo no soy filósofo, pero en los destinos hay algunos con un sesgo fatalista, que no puedes cambiar. La religión judía no es fatalista. Ella tiene el ítem que se llama libre albedrío. Es muy importante. Tú no puedes entregarte así no más. Tú tienes que ver dónde hay un nicho positivo. Si esto es para ti, en este pre-destino. Existe. Yo estoy seguro de que hay un destino, pero dentro de eso uno puede moverse.
Hacer ficción con la historia, con temas sensibles como el Holocausto: hay una polémica con la idea de ficcionalizar terrenos que no deberían transformarse en producciones estéticas. En tu libro citas a Elie Wiesel, un ejemplo que nos recuerda cómo se abrió el camino para este tipo de producciones. ¿Qué opinas de hacer ficción a partir de esta fractura?
Yo leo mucho sobre este tema. Me he dado cuenta de que hay 3 etapas de literatura que tienen que ver con el Holocausto. La primera es la que comienza al descubrir el Holocausto, que es más crónica, científica, junta datos, intenta analizarlo en su componente físico, en su carácter social, y también en los aspectos más bien razonables. A través de la razón. Luego viene la segunda etapa que es la biografía, autobiografía, donde gente escribe, o sobre personajes que fallecieron o gente como yo que escriben su autobiografía. Esta etapa se terminó o está por terminarse, porque quedan muy pocos sobrevivientes. Entonces eso da ahora, los últimos 15, 20 años revela una tercera ola de literatura, que es la ficción basada o que usa el Holocausto. Lo que he leído yo son dos corrientes. Una quiere explicar el Holocausto a través de la historia de una familia, semi inventada, donde usa al personaje como hilo para explicar el Holocausto, para que no parezca tan seco o científico. Hay otra vertiente que quiere explicar un drama humano, y utilizan el Holocausto como vehículo para mostrar una época, un drama familiar, humano. Estas son las etapas que veo yo. Estamos definitivamente terminando la biografía, que ya por naturaleza no puede seguir, y vemos ahora esta tercera etapa.
¿Qué libros me recomiendas?
De la primera ola, Víctor Frankl, el psiquiatra. Quiénes pudieron sobrevivir, quiénes no. Esas preguntas aborda Frankl en su primer libro. Otra recomendación es el escritor W.G. Sebald, quien con su peculiar estilo nos cuenta la historia de este niño salvado, mandado desde Checoslovaquia a Inglaterra, quien descubre su niñez 25 años después. Muy interesante. Y entre los que aparecen en la nueva ola, uno que a mí me impresionó, es el que escribió un escritor judío-estadounidense, Michael Lavigne. Su libro se titula Not me. Es fabuloso, realmente impresionante.