Por María Olga Matte
Desde París, en el barrio de Belleville, entrevistamos a Waldo Rojas para conversar sobre literatura y poesía.
Quiero que hablemos de tu inspiración. ¿Existe? ¿Crees en ella?
Yo pasé varios meses,después del golpe, en Chile. Hasta prácticamente mayo del año siguiente. Y en ese período fui testigo de lo que estaba sucediendo y a pesar de la falta de información general y del peligro, había que tratar de informarse. No solo peligro para uno, sino para el informante también. Me di cuenta rápidamente de qué modo la dictadura había puesto en pie una serie de dispositivos que pondrían todo en cuestionamiento: la libertad de palabra, la libertad de reunión, la prohibición de todos los partidos políticos, de toda actividad sindical, de toda manifestación pública. En seguida, rápidamente de lo primero que me enteré, puesto que trabajaba en la universidad, fue el hecho de que aparecieron los rectores militares. Yo asistí por obligación a la instalación de los rectores militares en mi universidad. Todo aquello era, en cierto modo, una suspensión de lo que se entendía por cultura chilena. La poesía formaba parte justamente de esta tradición cultural. De modo que esto de escribir o de hacer literatura no me parecía algo tan urgente como había sido antes para mi. Y luego tuve una actividad de cierto modo artística en los meses que siguieron al golpe cuando me propusieron hacer el guión de una película, A la sombra del sol . Eso fue una renovación en condiciones muy especiales, muy contradictorias además. Paradójicas incluso con lo que estaba pasando. Puesto que era un paréntesis y así lo entendíamos todos. Un paréntesis frente al horror que se estaba viviendo continuamente. Sin contar con el hecho de que dos personas que trabajaron en esa película fueron desaparecidos: Carmen Bueno y Jorge Müller. Entonces todo aquello se reunió. Se planteó en el momento en que me propusieron viajar a Francia. Yo no sabía que me iba a quedar en Francia, puesto que yo mismo ignoraba en qué condiciones se había conseguido ese viaje. Las comunicaciones por teléfono eran difíciles en ese tiempo y eran solamente por carta. Pero fue a través de la embajada de Francia donde quedó la cosa un poco más clara. Y solamente llegando acá me di cuenta de que lo que estos amigos habían conseguido era integrarme a las personas, que por las razones que se pueden comprender, exiliadas. Yo no tenía claro que me iba a exiliar. Incluso instalado acá, la primera cosa que traté, y no como exiliado todavía sino como turista, fue hacer venir a Eli y a nuestro perro. Pero rápidamente me di cuenta de que no era solamente cuestión de traer a mi esposa. Si no que ella misma tenía que cortar con todo en Chile. Encargarse de lo más duro que era liquidar la casa, en fin. Cada día me daba cuenta desde acá, por lo que se sabía aquí, que esto iba para largo. Faltaban algunos meses, incluso todo un año para que siguiéramos la consigna de pedir a una institución para los apátridas que no tienen papeles. Como apátridas. Esa fue la primera etapa. En ese momento, el hecho de crear poesía no tenía francamente ningún sentido. Porque no veía cómo, para qué.
¿Te parecía una superficialidad, un lujo que no te podías dar? ¿De qué forma no tenía sentido?
Porque mi poesía en particular, lo que yo había escrito hasta ese momento que no era mucho, no iba en el sentido de una poética de denuncia, en la que yo no creía y en la que hoy día tampoco creo. No sé de algún poema que haya hecho cambiar algo en términos políticos de una manera radical. Son mitologías, en cierto modo, que se establecen después. Después de conseguido un cambio de sociedad, al fin viene a justificarse todo aquello con la recuperación de un pasado que en algún momento pudo haber tenido ese sentido. Y la verdad es que yo había escrito un último poema.
Habíamos estado acogidos en la casa de una amiga, que estaba separada de su marido, un gran amigo nuestro también, en Pirque. Y para alejarnos de nuestra casa, que había sido allanada y todo eso, pasábamos unos días allá con Eli. Y mirando el paisaje aquel, yo había escrito casi por primera vez qué me sucedía. Escribir un poema de arriba a abajo de una vez. Un poema que salió solo y quedó allí. Y me lo traje a Francia, y fue a partir de ahí que más tarde, mucho más tarde empecé a retomar vagamente algún contacto con la poesía. Y todavía mucho más tiempo para que me ofrecieran publicar. Antes me habían ofrecido publicar, pero no tenía ganas, no me parecía que todo aquello tuviera sentido. Es decir comenzaba a vivir el exilio de ese modo, el exilio cultural. Además, la única relación que yo podía tener con Chile era a través de cartas con amigos que habían salido o que estaban apunto de hacerlo. Incluso esa comunicación era difícil, porque era necesariamente limitada. No se podía hablar de todo.
Y ahí había un uso del lenguaje en código, encriptado, hermético.
Exactamente, una manera de ocultar lo que uno quería decir, y para poder saber había que proceder del mismo modo. De todos modos, amigos míos estaban afuera también y manteníamos alguna relación cultural de lectura, de intercambio de opiniones. De lo que estábamos leyendo. De qué pasa en Chile, qué has sabido de nuevo. Cosas de ese tipo.
Esa urgencia por tener información.
Exactamente. Pero mi relación con la poesía se fue dando lentamente. Mi recuperación en cierto modo. Y llegué a publicar. Mi amigo German Marín que estaba en México en ese momento, me pidió que le entregara una antología que fue impresa. Pero cuando llegó el momento de armar las páginas impresas vino un cambio de gobierno en México y todo cambió. Cambiaron al director de la casa de la cultura provincial. Entonces todo lo que había sido hecho por el anterior, pasaba a la biblioteca. German consiguió difícilmente armar un par de docenas de libros, rápidamente, que no están impresos completos porque faltaban páginas en blanco, cosas de ese tipo. Ese fue un libro publicado en México. Mas tarde yo edité ese libro en otras condiciones. En la editorial que creó Lara. Él se retiraba de lo que había sido su lugar de exilio, Romania, para instalarse en España y tuvo la idea de recrear la editorial Trilce pero bajo el nombre Dylar. Yo mismo le puse el nombre Dylar jugando un poco con el nombre de Lara. Incluso diseñé el logotipo de la editorial, y así fue publicada mi primera antología.
De niño ¿Cuál era tu relación con el lenguaje? ¿Tienes recuerdos de eso?
La primera relación fue la lectura, yo leía mucho puesto que estaba la biblioteca de mi padre. Descubrí por qué las palabras dicen algo. Y en qué manera las palabras dicen realmente algo. Fue mi primer interés a esa edad por el lenguaje. Después tuve en el Instituto Nacional una excelente profesora de Castellano. Más que nada fue la lectura. Yo pienso que uno escribe porque ha leído. Y el primer gesto de alguien que quiere escribir, es porque leyó. Es imitativo. Y claro, en ese momento, la verdad es que la poesía me interesaba menos que otras lecturas. Pero entrando a leer a Neruda, por ejemplo, a los poetas conocidos, ahí uno descubre una evolución particular personal con el lenguaje. Yo he tratado de explicar eso en diversas ocasiones, lo he dicho siempre, que el último poema, es el primero. Quiero decir que la idea de una predisposición a escribir ese poema, no es eso lo que funciona realmente. El poema no funciona de ese modo. El encuentro con la voluntad de escribir, el deseo de escribir, no parte de un proyecto previo. Porque la poesía no es eso. El poema nace de esto que llaman la inspiración, yo no creo en esto tampoco. No hay un esquema por subjetivo que sea. Por misterioso que sea previo al acto mismo de entrar a escribir. El poema se va escribiendo solo. Va creciendo solo por su propio dinamismo y tiene que ver con el peso de la palabra. Con esta curiosa capacidad del lenguaje de ser personalizado y que esta tensión del lenguaje, como uno entiende las palabras, y como ellas son entendidas por los demás. Esa tensión es lo que es el poema.
¿Cómo se arma esa relación de yo, poeta, le enseño las palabras, pero sin embargo el poema sabe más que yo? Hay un momento en que tengo que sentarme a escribir. ¿Es pura voluntad, de dónde viene ese influjo de qué palabra elijo? Como dices tú, hay un tema con la sonoridad, pero también con la estructura del poema.
De pronto un poema, y me ha sucedido varias veces, nace de una especie de musicalidad. Cada uno tiene una melodía. Esa melodía va concentrándose y de pronto tiene sentido a través de las palabras. Y estas palabras remiten necesariamente, de algún modo, a una experiencia, alguna experiencia interior, algún deseo, alguna emoción. Y aparece de pronto una primera frase que desaparece muchas veces en el texto.
Al reescribirlo, desaparece esa primera palabra
Desaparece completamente y se convierte en otra cosa. Y lentamente, la disposición poética va tomando forma en un lenguaje que es al mismo tiempo personal e impersonal. Por ejemplo, en buena parte de mis primeros libros no hablo en primera persona. Raramente. Más bien hablo en la primera persona del plural. En el nosotros: hacemos, decimos, hemos pensado. Pero el temor, justamente, que llevan muchos poetas sobre todo chilenos de antes de mi generación, este yoismo incesante. Que tiene que ver también con estos grandes poetas, como Neruda, Huidobro, NicoParra. Y la búsqueda de ir por otro lado. Esa búsqueda tiene que ver con experiencias personales y que, al mismo tiempo, sean transmisibles. Es díficil de explicar sin ejemplos concretos, pero para mi era claro, en cierto modo, el hecho de que a medida que uno escribe uno le va enseñando al lenguaje a decir lo que uno no sabía decir hasta ese momento.
Cuando dices que hay tantos poemas como lectores hay de ese poema. ¿Tendría entonces algún sentido estudiar desde la teoría, la poesía? Hacer teoría literaria sobre poesía si es tan subjetivo.
Eso no se explica por la teoría literaria. El hecho de que cada lector agregue aquello que el poeta dejó abierto, dejó como sugerencia, como posibilidad de comprensión o incluso como distracción en una frase. Cada lector escribe su poema. Al leerlo lo escribe, en cierto modo, le da el sentido que tiene. Yo no creo que dos lectores digan lo mismo del mismo texto.
En Chile presentaste el libro Poesía Continua que va desde 1966 hasta 2017, pero también está Cercanas Lejanías que no has podido terminar. ¿Cuándo sabes si el poema está terminado, o es él mismo el que te lo indica?
Yo cometí un error después de mi último libro publicado, antes del Fondo de Cultura, de haber querido salir de lo que yo hacía hasta ese momento y eso del Cercanas Lejanías era esa tentativa. Yo había tomado algunas notas en cuadernillo, y me dije “voy a escribir otra cosa. Voy a salir un poco de esta poesía que es un poco hermética, que a pesar de que juega con la sonoridad, con una selección muy estricta del lenguaje, mantiene de todas maneras un carácter cerrado que obliga a muchos lectores a leerlo varias veces, a plantearse preguntas”. No había la voluntad solamente de romper con aquello, temía también entrar en el lenguaje coloquial. Nunca me gustó. La poesía coloquial, puede ser interesante de pronto, pero esa poesía sin la rima por ejemplo, o sin las formas tradicionales tiene poco sentido para mi. Yo no he escrito nunca rimado, ni he hecho soneto. Pero trataba de romper con un lenguaje demasiado armado, demasiado estructurado, y abrirme a una experiencia, cualquiera que ella fuera. Y el viaje era una buena idea. Al mismo tiempo permitía reanudar con el sentimiento del exilio que no desapareció en todo ese tiempo. Y que no ha desaparecido hasta ahora porque yo vivo todavía esta dicotomía de ser de allá y vivir aquí. Y además he vivido, prácticamente, la mayor parte de mi vida aquí. Para mi, eso es un tema.
De hecho en algunas biografías dice «Poeta, ensayista francés».
Si, claro. La dificultad de aquello es que lo fundamental de esas experiencias íntimas, que hacen el poema, uno las vive en su lengua maternal, y su rollo maternal, en los primeros años. Ahí se fija una relación con el lenguaje de la que al poeta le cuesta mucho salir después. Y que lo grafica en una perspectiva permanente, y en mi caso ha sido claro. Yo había escrito un libro antes de Príncipe de Naipes. Fue un premio que gané en un concurso que hizo la Academia de Letras del Instituto Nacional. Yo ya había salido pero participé en ese concurso y lo gané. Pero qué pasaba, que el premio era la publicación y la publicación la hacía el Ministerio de Educación y tardó años.
Agua removida era ese libro.
Sí, y era una muy bonita edición. Pero ya tenía poco que ver yo con ese libro cuándo se publicó. Yo había escrito parte importante de Príncipe de Naipes. Que eran veinte textos del que quedaron doce.
Entonces si leo Agua removida voy a entender a ese Waldo Rojas, del Instituto Nacional, de 17 años.
Si, exacto. Yo fui invitado por el bibliotecario del Instituto Nacional, que era don Ernesto Boero Lillo. Un gran personaje, teníamos muy buena relación. Y él me forzó, en cierto modo, a que yo reuniera los textos que él había leído muchas veces en la Academia y los completara para la posibilidad de participar en ese concurso.
Pero todavía seguía haciendo poesía adolescente. Porque las experiencias que están referidas allí, por mucho que no sean siempre personales, pueden ser las de otra persona, tienen que ver con el amor adolescente, sentimientos que se guardan íntimamente en ese tiempo.
Y más allá de la experiencia que se narra en esos poemas. ¿Tu sientes que también como tratas la poesía ahí, es muy distinta a este Waldo más maduro, experimentado, con todo lo que le ha pasado en la vida?
Sí. Y sobre todo es menos cuidado el lenguaje. Es menos la selección de los términos, la búsqueda verbal es menos intensa, menos rigurosa, y no es un tema en la poesía, para eso está. En cambio, en los otros libros una de las temáticas, por llamarlo de alguna manera, es justamente la pertinencia verbal. Quiero decir, la selección estricta de las palabras. Que no sobren, ni falten. Tiene que ser esa y no otra.
¿Como se hace esa búsqueda para no caer en lo recurrente? ¿Como se hace la búsqueda del lenguaje cuando finalmente es limitado?
Cada poema es único. La poesía va naciendo de sí misma, de su propia gestación, de ese momento en particular en que uno decide sentarse a escribir, o cogió las notas que ya había tomado y piensa hacer de aquello un texto coherente y que quiere decir algo. El tema va avanzando solo y muchas veces hay que volver atrás, eliminar lo que estaba escrito, porque esa misma fuerza del comienzo permite ese ejercicio. Para mi tiene que comenzar y terminar. O el hecho de quedar abierto, tiene que s
er esa fórmula. Pero tiene que comenzar y terminar claramente para el lector. Y ese último verso es generalmente el más difícil. Yo he cambiado más de una vez de idea sobre la poesía, incluso comentando a algunos poetas, en términos de crítica literaria, he hecho cosas en las que no creo hoy. En las que hoy no creo porque vivo más lejos, porque he estudiado lingüística, filosofía en lenguaje. Y me he cargado un poco la cabeza con ese tipo de reflexiones que me han llevado a poner en cuestión lo que para mi era no una certeza, pero por lo menos una seguridad de lo que quería decir. Y en esos textos intermediarios lo que yo pensaba de la poesía venía después del poema. El poema me sugería otra idea sobre lo que es la poesía. Y se resume en muy pocas palabras. De hecho, de que cada poema es único siempre. El último poema es el primero. Cualquiera sea la fórmula que uno piensa que va a materializar en la escritura, no es esa verdaderamente. El poema me va sorprendiendo.
Cuando dices también Waldo «A mi no me interesa escribir como se habla, porque sino para qué existiría la poesía si usaramos el lenguaje cotidiano, y de todos los días”. ¿Para qué escribe Waldo Rojas? ¿Por qué sigues escribiendo poesía?
La mejor respuesta es porque la poesía está ahí. Existió, siguió existiendo y seguirá existiendo.
¿Escribes en computador? ¿Podemos hablar de tu técnica de escritura?
Tomo notas antes. El computador me ha ayudado bastante porque me permite tener varias versiones, y que me desesperan también. Pero tomo notas antes. Tengo escrito frases, algunas palabras que me llaman la atención. En general, es todo una temática, por llamarlo así. La palabra no me gusta mucho, porque se vincula mas que nada con la prosa, con algo que contar. Pero de pronto, hay palabras que sugieren frases. Frases que sugieren reflexiones, reflexiones que sugieren sentimientos. Y todo eso se va acumulando. Cada poema es único. Trato, justamente, de que en un libro los poemas tengan su propia personalidad. La poesía existe, existió, está allí, está a tu lado. Uno al leer, quiere escribir también. La lectura sugiere otros temas, otras posibilidades de decir algo.
En tu caso ¿cómo comienza esta picazón por escribir?
En la mayor parte de los textos, había una voluntad de hacer ese texto. Cuando yo llegué aquí, fui invitado a pasar un largo fin de semana, al sur de Francia, al mediterráneo, con un gran amigo. En la playa había una niña acostada en la arena, y me pregunta que estoy haciendo yo aquí. Esa pregunta me sugirió un poema. Fue el peor poema que escribí aquí sin pensar en publicarlo. Se llama Verano de exilio. Y dice:
Bajo un sol que se embriaga de saberse adorado y el desdén
de sus siervos,
recién convertido mi cuerpo a su culto imprevisto
ya no sabe aceptar la vergüenza de estar sano y salvo.
Pies desnudos en tomo remontan la dirección del viento,
se comprueban eternas las aguas en su férrea inquietud.
Cuerpos de muchachas frescamente dispersos
pero cuanta distancia de esas sangres que entibian la arena
a mi sangre furtiva que gusta en SÍ misma su peso,
su lacto escondido y floral.
Así empieza el poema, y la manera de darle toda su fuerza es que se parezca poco a lo que se escribe sobre eso. Y el último párrafo dice:
Realidad dividida en las trizas de un grito
esos copos de su sangre todavía cayendo
con gravidez de vuelo.
Pero el viento contagia su forma difusa,
me concede su engaño el rebrote de la viva estación.
Recrudece el Verano aquí en la tierra del Torso Mutilado
mientras tuerce mi exilio otra vuelta de niebla
sobre el país-naufragio.
La memoria entrecierra el invierno de mi tierra dañada,nuestra patria del largo cadalso en la longitud del mar.
Hay un sentimiento fuerte, que se interna. Yo no digo que este poema lo escribí ese mismo día en la playa, pero de ahí me quedó dando vuelta y cuando tuve que tomar un lápiz, fue eso lo que salió.
Sobre la crítica que han hecho de tus poemas, sobre tu poesía. En particular un estudio de Carmen Foxley. Ella considera que como poeta eres muy lúcido con capacidad de sentir y ver lo que pasa en la sociedad. Cuando tu eres capaz de decir el horror que estabas viviendo como exiliado, esta incomodidad y esta culpa que sintieron muchos de estar vivos, cuando en Chile la gente estaba desapareciendo, estaba siendo torturada, la estaban matando en las calles. Al mismo tiempo, dices que no tenía ningún sentido escribir. Sin embargo si estabas escribiendo. ¿Sientes que hay una función política en ti como poeta? ¿Más allá del artista que se divierte, que necesita escribir, esta cosa de la estética, que se regocija con las palabras?
Lo que llamamos política en general forma parte del presente de cada uno. Es una rel
ación particular con lo que ve, con lo que siente. La política está en la vida. Es un lenguaje al mismo tiempo que uno puede aceptar o no aceptar. Criticar o no criticar, pero está allí. De todos modos, referirse al hecho presente. En términos de vida tiene una significación política, de la aceptación o negación de lo que está viviendo. Eso es imparable. De todos modos uno se relaciona en esos términos. Ya sea en términos de gusto, morales o éticos. Ya sea en términos políticos. Yo he introducido muchas veces ese tipo de reflexiones en poemas que tienen que ver con otra cosa. Incluso hay poemas que serían bastante subjetivos. Y muchas veces no son experiencias mías, son experiencias que yo he escuchado. En la familia, en los amigos. Y claro, aparecen de pronto.
Hablemos de qué pasa con este poeta lúcido que está siempre viendo y denunciado la realidad. ¿Como ves la realidad en Chile?
Yo viví un decenio muy interesante dónde Chile era todavía un país pobre, en que había una relación con la autoridad del país que era mucho más fuerte. El país era para todos. Para los pobres, para los ricos, era un país real que pasaba por encima de ilusiones o de perspectivas ideológicas. Esa realidad, la viví en la calle. Bastaba salir a la calle, tu te la encontrabas, la discriminabas, sabías donde ubicarte. Cuando volví el 86’, ya era distinto. Aunque es verdad que la dictadura se las había arreglado para cambiar completamente el país, piezas fundamentales. Por ejemplo, el rol del Estado. Chile es un país que a partir de los años 30’ funda lo que va a ser su aspiración para la modernidad, sobre el rol fundamental del estado, y entre ellos el de la educación. La educación universitaria y en general. Un progreso en la industria nacional, aparte de la minería y todo aquello. El país tiene todavía muchas cuentas que rendir, en términos socioeconómicos. Hay pobres y ricos, hay cesantes y no cesantes. Pero el país se parece un poco asímismo cada vez. Ahora, viene la dictadura que demuele todo aquello, demuele las bases de lo que había
sido Chile hasta ese momento, no solamente en elplano económico. E instala durante 17 años un modo de relación a la política perfectamente anormal. Porque no olvidemos que hay un solo poder, que es el poder ejecutivo. No hay senado, no hay parlamento, los otros militares no son los que mandan. Todos lo que antes era legal, ya no es legal. Hay una ilegalidad generalizada, todo pasó a ser ilegal y peligroso. En 17 años hay por lo menos 3 generaciones de profesores que se formaron en eso, en la censura, en no poder decir ciertas cosas, no poder investigar ni publicar, ni tomar la palabra. Eso pasó a ser normal. El tercer quinquenio, ya hubo una generación de alumnos, que fueron formados en eso, y que para quienes es normal. No hay idea crítica al respecto. Con eso yo me encontré el año 86’ cuando llevábamos apenas 13 años de dictadura, y más tarde se fue generalizando. Era perfectamente otro mundo. Quiero decir los valores de ese neocapitalismo asumidos radicalmente en Chile estaban presentes en la vida cotidiana. La gente aspiraba, básicamente, a tener ganancia de todo.
Ya no había solidaridad entre generaciones y escritores.
Cuando había crítica era para quedar bien. Era contra alguien para favorecer a otro. No había ese necesario esfuerzo de neutralidad que tiene que tener un crítico. Que tiene que descubrir lo que está leyendo, qué se puede decir de ello respecto de una problemática. Eso es operar científicamente, plantear un problema primero. La transformación es tan fuerte, transformación en el sentido de grandes cambios, pero al mismo tiempo de grandes permanencias. Me he puesto a pensar, yo veo una gran desigualdad.
Hoy en 2019 ¿Que queda de esta insularidad del chileno, a pesar de la globalización y de todo lo que ha cambiado en el mundo?
La insularidad sigue. Porque todavía hay una necesidad de afirmar al país como nación independiente. Pero al mismo tiempo, hay otra cosa que me deja esperanza, que hay una nueva generación de jóvenes que ha sido educado afuera, y que vuelven. Y que la burguesía se ha encargado de lle
varlos afuera. Lo que pasa, es que hay una relación de los chilenos con la historia. En Chile hay una historia oficial que todavía está allí a pesar de que hay un renuevo importante de la historia científica en Chile. Eso yo lo digo profesionalmente. Hay una cantidad de nuevos historiadores, que hoy día tienen hasta 50 años y un poco más también, que han asumido lo que sucede con la ciencia histórica en Europa, y principalmente en Francia. Y que pone en cuestión la Historia Oficial como tema de la Otra Historia, porque uno puede interrogarse también como tema científico sobre el problema de las historias oficiales, pueden ser tema de Historia. Hay de todos modos en Chile, un recurso de esa historia oficial, patriótica, separatista en muchas cosas, autocomplaciente y eso sigue en pie todavía. Entonces, al mismo tiempo, una simplificación sobre todo del pasado inmediato. Muy poca gente sabe sobre el Frente Popular, la gente
no entiende mucho. Sabe que algo hay ahí de política de izquierda. Hay una especie de rechazo de ver Chile de otro modo, y no solo a través de sus éxitos, sus conquistas, de su recuperación. Y claro, hay un presentismo. Que consiste en suponer que el pasado terminó a partir de cierto momento. Y que la referencia al pasado siempre tiene que ser en términos comparativos. De mejory peor. Y la idea también de que cuando el pasado se repite, se repite lo mejor siempre, aunque sabemos que no es así. En general el chileno tiene con su pasado una historia entrecortada, yo diría incompleta, bastante vaga, y a nadie le interesa como tema realmente. Nisiquiera a los periodistas. A nadie le interesa entrar críticamente en aquello que está demasiado lejos. Hay fórmulas que se repiten, que se han instalado allí, y fuera de los medios culturales propiamente tales, universitarios. No hay manera de entrar de otro modo en eso. Parece que no es importante, que no ven qué sentido tiene en la vida presente.
Un ejercicio intelectual.
Sí, pero eso exige un cuidado, una dedicación, una información. Que todo el mundo está dispuesto a entrar en aquello, no creo. Incluso gente culta, amigos nuestros, gente que ha pasado por lo mismo. Entran en lo mismo. Que lo que importa es de aquí para delante. Y no, de aquí para delante nos impide justamente ir adelante. A partir de cuándoes el pasado, quizás el pasado no ha terminado. ¿Por qué queremos nosotros que eso sea el pasado?. Que los años 30’, 40’, 50’ sean el pasado.
Cuando vuelves de Chile, algo se vierte en la poesía de lo que has vivido allá. Dolor, una herida que no sana de no volver. ¿La poesía para ti es terapéutica?
Yo no desee, o no hice mucho por ser publicado en Francia. No estaba en mi voluntad. En parte porque yo escribo en un castellano que cuesta traducir al francés, y del que ni yo mismo estaba nunca contento con las traducciones que se podían hacer. Colaboré con mis traductores y pudimos publicar una antología bilingüe hasta donde me parecía aceptable. Hubo gran trabajo en eso, mucho tiempo. En seguida, el hecho de seguir escribiendo en castellano era el modo de mantenerme vinculado a Chile. A mi me sorprendía mucho que me leyeran en Chile a pesar de que no circulaban mis libros, o muy raramente, porque las primeras ediciones en castellano no llegaban allá. Y cuando publiqué la primera antología, fue para mí una gran satisfacción saber que me vinculaba de nuevo con eventuales lectores chilenos. Que finalmente mis lectores o las posibilidades de ser leído estaban allá y yo estoy aquí. Claro, la relación comercial arregla ese problema, a cierto precio.
Cuando cambia de formato, directamente a lo del bolero ¿qué ocurre?
Me pregunto si en mis poemas, no hay una influencia de eso también. Una influencia bolerística también. Cuando Raúl Ruiz me propone hacer eso, y yo consigo hacer un bolero y después él me pide que haga dos más, me di cuenta de que era un tema interesante. Incluso escribí un ensayo sobre los boleros, y los ensayos son tres capítulos de un ensayo mayor, que pienso publicar algún día, sobre la poética del bolero. Lo que me interesa es la poesía en el bolero, cómo se vincula, de dónde viene, por qué. Es muy complicado y me entero por lecturas quedesde muy temprano los intelectuales latinoamericanos se preocuparon del bolero, antes que el tango incluso. Porque más tarde vamos a ver una producción de ensayistas sobre el tango. Desde Borges en adelante. Y sin embargo, hubo una cantidad de personalidades de las letras que quisieron preguntarse sobre qué es esto del bolero. Porque mucho de los compositores de bolero son gente muy culta. No es un género popular, en el sentido que nos recuerda esta palabra. Y en el bolero hay algo que a mi me interesa mucho y es que toda América latina se reconocer en los boleros, independiente de las fronteras nacionales. Nadie dice esto es colombiano, este es peruano, no. El bolero pertenece a todos, y todo el mundo siente. Es una soberanía emocional latinoamericana. No hay fronteras. Todo el mundo se reconoce en ese sentimiento. A pesar de las diferencias históricas, culturales, étnicas, etc. Todo América latina se reconoce en los boleros. Y eso no deja de ser interesante como problema. Y tal vez a Raúl le interesaba esto también. A Valeria Sarmiento también le hice un bolero. A Jorge Arriagada.
Volviendo a la pregunta ¿Cuál es la dificultad cuando el poeta cambia de formato? ¿Era entender el formato del bolero, que es otro lenguaje?
Lo que me costó fue el lenguaje. Las letras del bolero se basan en pocas palabras. Y esas pocas palabras según como estén puestas en ciertas frases dicen lo que tienen que decir y son muy económicas. Y llevan al sentimiento dominante en cada texto. Generalmente hay una ambigüedad muy grande en el lenguaje del bolero. Que cuando el hombre canta, tu nunca sabes si está amando u odiando a la mujer. O si la está odiando para amarla o está amándola para decirle que la odia. Está el rencor, están los celos, está el despecho, está todo eso junto. Y cuando es la mujer, es al revés también. No olvidemos que los primeros boleros fueron escritos por mujeres, los más grandes. Quecuándo eran publicados o cantados no se decían que venían de autoras mujeres por una razón muy simple: la mujer en esas culturas machistas no tenía derecho a hablar de su cuerpo, de sus deseos, y sentimientos. El bolero es una cosa corporal, se habla del amor en carne y hueso, físico. Y de la posesión. Entonces, me di cuenta de todo aquello que forma parte de una verdadera cultura y que había que entrar en ella.