Por Galia Bogolasky
Entrevistamos al escritor y periodista de la Universidad Católica que nos trae su primera novela Zona de Promesas. Sus crónicas han sido publicadas en Qué Pasa, Viernes y Revista Sábado, siendo nominadas al Premio de Periodismo de Excelencia de la Universidad Alberto Hurtado y al Premio Nacional de Revistas MAGs. En 2017 obtuvo el premio Nuevas Letras Sub-30 de la Fundación Cultural de Providencia.
La novela retrata la historia de Pablo, un joven que gracias a un pituto familiar, se une al equipo de comunicaciones de un diputado de derecha. Su misión como periodista será apoyar una campaña que proyecte a Jaime Álamos, hijo de una larga dinastía política chilena, a la Cámara Alta. Sin embargo, poco a poco el trabajo se tornará insufrible y llevará al protagonista a rememorar su infancia, la relación con sus padres, amistarse con una Drag Queen del Paseo Ahumada, revisitar sus fracasos amorosos y las circunstancias que lo llevaron a elegir una carrera que lo tiene instalado en el centro de la podredumbre electoral. Así, empantanado en una rutina de minutas, trabajo en terreno y viajes al congreso, el protagonista manotea entre sus afectos y la presión social. Busca a ciegas una justificación que lo mantenga a flote, mientras asesora a un político que enarbola como bandera valores en los que no cree: La familia tradicional, el capitalismo salvaje, la moral cristiana.
Zona de promesas retuerce con agilidad y humor la banalidad del exitismo al que nos sometemos. Esto fue lo que Javier Rodríguez nos contó.
¿Cómo surgió la idea de escribir el libro Zona de Promesas?
Zona de Promesas es un libro que yo venía trabajando hace un par de años, que había partido sobre ciertos cuestionamientos sobre el rol que ocupaba el trabajo en mi vida y en la vida de mis amigos, mis compañeros de la universidad y cómo el trabajo se estaba tomando, ante la falta de instituciones y de sentido de comunidad, que encontramos todos y el individualismo que se imponía, era en el trabajo donde encontrábamos la forma de definirnos. Muchas veces a algunos los termina enfermando, a otros les encantaba y yo particularmente lo pasaba muy mal, y la manera de problematizar eso, fue a través de la literatura. Fui trabajando temas que me interesaban, como el tema de las comunicaciones, el periodismo, la política, pero al final todo redunda en un personaje que está buscándose a sí mismo. Es una novela sobre la identidad.
¿Qué tanto de autobiografía tiene la novela? El protagonista es un periodista que trabaja con un político de derecha.
Podría haber pensado en una autoficción derechamente y haberle puesto al personaje Javier Rodríguez y haber partido desde mi vida para contar esta historia, pero mi vida tampoco es tan interesante. En vez de hacer una autoficción o una crónica, preferí hacer una novela porque la ficción te entrega herramientas que te permiten llegar a verdades distintas que el periodismo, que la no ficción. Yo quería tener espacio para, desde allí, empezar a crear literariamente, y en esa misma línea, yo trabajaba con un político, pero nunca he trabajado con un diputado, nadie de ultra derecha. Fui tomando ciertas intuiciones diarias que pueden ser reconocibles como el equipo de fútbol del narrador que coinciden con el escritor, pero también hay otras cosas que son todas súper inventadas. El personaje tiene un hermano, yo tengo tres, cosas así. Si me preguntas por un porcentaje diría que sería 80% ficción y 20% no ficción. Al final me interesaba esa tensión entre verdad y mentira, donde la ficción se rompe y la verdad a la que accedemos, es distinta e incluso me parece más profunda que esta verdad instaurada de la historia, o del periodismo, que al final sí están matizadas y son subjetivas.
La obra aborda varias temáticas, como la búsqueda de la identidad o la búsqueda de uno mismo, de la sexualidad, de su camino profesional y personal ¿Cómo ves el desarrollo de estas distintas temáticas que aborda el libro?
Respecto a las temáticas yo creo que das en el clavo en que el libro es una búsqueda permanente. Es un personaje que crece, y también es una novela de expectativas, porque el personaje pertenece a cierta clase social, va a ciertos colegios, sigue una trayectoria de tener que ir del colegio a la universidad, de la universidad, pasar a una pega más o menos buena, con pituto, y empezar a cuestionarse todo eso ¿Qué pasa cuando se quiere romper toda esta trayectoria? Muchas veces es la más cómoda, pero que tampoco es la que te llena. Cuando tú te sales de eso, que es lo que le pasa al personaje, hay un cuestionamiento permanente, y ese cuestionamiento entra en todas las dimensiones de la vida, salvo en el equipo de fútbol que es lo único de lo que no duda. Está desde la orientación sexual, desde los afectos, desde qué quiere hacer, de lo que para qué es bueno y para lo que es malo. Yo no he tenido ese nivel de incomodidad en la pega, menos mal, he tenido suerte con los jefes también, pero este personaje responde a algo. Si quiere pasar por ese camino, tiene que aceptar comer la mierda que eso implica, cuestionamientos permanentes e ideológicos. Me acuerdo de la crítica de la Patricia Espinoza, que no era de derecha, pero tampoco es que fuera de izquierda, porque está todo el rato en una tensión entre polos donde trata de encontrarse al medio, pero que también es muy difícil hoy en una época de eslóganes y de redes sociales y que creo que eso da para hablar. Por ejemplo, esto que pasó con Will Smith, ¿Estabas de acuerdo con él o Chris Rock? Es súper difícil, no hay tiempo para analizar nada y creo que eso también se ha traspasado a la actividad política, en ella todo es Twitter, la cuña corta, la ventaja rápida, hay poco proyecto, hay poco relato, salvo de ciertas personas. Me interesaba mucho explorar el cuestionamiento permanente en esta época de definiciones tan rápidas.
En tu experiencia laboral trabajando en comunicaciones con políticos ¿qué tanto pudiste extraer de eso? ¿Qué aspectos te llamaron la atención que pudiste incorporar en el libro?
Yo creo que la pregunta va más para cuando trabajé para la subsecretaría de las Culturas, pero lo que saqué especialmente fue el agradecimiento de haberlo pasado bien con el subsecretario, y creo que es de las personas que, si apuntaba a un relato a más largo plazo, lo que quizás no te trae réditos inmediatos, pero creo que con el tiempo si se impone. Como periodista y como reportero me tocó verlo mucho, reporteando en el congreso, hablando con políticos y también como usuario, como ciudadano y de tener cuentas en redes sociales, entonces todas esas experiencias sí las fui sacando, como el backstage, de las pautas periodísticas o de cómo se relacionan los políticos a fuera de las comisiones, que se salen a hacer bolsa, pero después se van a tomar un café en Valparaíso. Saqué harto de eso pero no sé si lo parodié porque creo que hay políticos como los del Partido Republicano donde podemos encontrar varios, que no es necesario parodiarlos, de hecho, creo que la novela a mí me costaba mucho a veces, porque también tenía en mente gente de ese partido y de la UDI que yo a veces tenía que bajar el tono, porque ahí se daba el cliché de que la realidad supera la ficción y me podía quedar inverosímil la novela. Tenía que ser súper cuidadoso con esos detalles para que no me saliera un esperpento, así como José Antonio Kast, que no me creyeran.
¿Hay algún político en particular que hayas pensado cuando creaste a Álamos? o ¿Fue un mix de varios personajes?
Es como un Suicide Squad de los peor de la cámara de diputados. No solo de derecha, también hay muchos referentes que se llaman progresistas, pero que al final terminan siendo más populistas que los propios de derecha, que también fueron súper útiles y les agradezco.
¿Cómo fue tu proceso creativo para escribir esta novela?
Como primera novela, yo creo que fue un proceso súper errático, porque ahora entiendo y sigo aprendiendo, que cada texto tiene su método distinto. El texto lo pide ser construido en distintas etapas. Por ejemplo, los racconto cuando Pablo intercala con recuerdos de su infancia o de su adolescencia, yo ya lo había trabajado hace un buen tiempo todos esos racconto estaban seguidos, la novela tenía una estructura mucho más temporal y lo que hice al final fue dejar al lado eso, porque tenía muchos fragmentos. Escribí una historia más lineal, la edité mucho, ahí me sirvió mucho haber participado en el taller de Luis López Aliaga, que fue un guía en el proceso súper importante. Luego fui conjugando el montaje, metiendo los flashback. Después, cuando la edité con Nicolás Meneses, la fuimos aceitando mucho más, en términos de montaje y estructura, sacamos muchas páginas, había una parte que sucedía en otro país, que la sacamos. Primero había hecho una novela con otro nombre, hace mucho tiempo y con la ansiedad de querer ser escritor y una figura con las que estoy súper distanciado, escribí algo muy rápido y lo envié a una editorial. Nadie me pescó y después ese texto lo fui madurando. No sé cuánto habrá quedado de ese texto original, cambió el nombre, el autor y desde ahí lo fui trabajando, así que si considerara ese primer libro deben ser unos 5 a 6 años, pero el proceso duro fueron los últimos 2 ó 3 años.
¿Por qué dices que estabas distanciado con la figura del escritor?
Es como el discurso de las redes sociales. Yo entiendo que uno tiene que venderse así mismo, y hacer marketing, pero creo que es muy fácil embobarse con esa figura, que es más de influencer, que de la persona que escribe e intenta desarrollar una obra y que tiene el foco lejos de la literatura. Más que distanciado de la figura del escritor, me considero una persona que escribe y que todavía no tiene claro lo que significa ser escritor, es cuestionarse permanentemente porqué permanentemente escribo, por qué no. En ese momento tengo claro que estaba buscando un bien más externo que el propio proceso de escritura y de la literatura misma. Parte de la búsqueda de una identidad, de querer ser algo, de querer ser escritor. Tenía referentes como Bolaño, internacionales como Emmanuel Carrère. Quieres ser ellos. Fue darse cuenta de que el camino es larguísimo, de que influyen muchísimos factores, incluyendo el azar, que yo creo que es muy relevante, porque hay muchísima gente muy buena, muchísimo mejor que yo o que otros autores publicados o autores publicadas y que no lo están haciendo, por temas de relaciones sociales o de marketing o que no conocieron a la persona indicada. Por eso tengo cierta distancia y prefiero considerarme, como dijo Hebe Uhart: «Una persona que escribe», una frase que me la enseñó Luis López Arriaga. Se trata de ser alguien que se concentra en cada texto, más que en pensar en la internacionalización de la carrera o el próximo libro.
¿Cómo nació tu interés por la literatura?
Yo empecé a leer muy chico, en mi casa mis papás me lo inculcaron siempre. En la literatura encontraba un refugio, que es como entrar en otro mundo literalmente. Me hace sentir mucho más cómodo y el goce, o el placer, lo encuentro más en la lectura que incluso en la escritura. Me considero, no sé mejor o peor, pero disfruto más la lectura que la escritura. Es algo que he desarrollado desde que tengo 3 ó 4 años. Hay lecturas que me marcaron y que sigo considerando referenciales como Papelucho, Harry Potter, Manuel Rojas. Al alero de eso, encontré ese sentido de comunidad, de refugio y de hogar, finalmente también en el fútbol. Yo soy el primer universitario en mi familia y decía me gusta mucho el fútbol, no me da para ser futbolista, pero de repente podría ser periodista deportivo. Me metí a periodismo de cabeza porque veía las noticias, el bloque deportivo, Guarello y Schiappacasse y quería hacer eso. Después en la universidad, con el descubrimiento del nuevo periodismo, de la crónica narrativa, de leer autores como Juan Cristóbal Peña, Leila Guerreiro, Sabine Drysdale, Rodrigo Fluxá. Descubrí que se podían contar historias, siempre desde la vocación periodística y con las reglas que tiene el periodismo, que son súper claras y que yo soy bastante talibán en que hay que cumplirlas, pero también con un sentido estético. A partir de allí seguí escribiendo por mi lado, y de a poco me fui atreviendo, metiéndome a talleres. Intenté de no pescarlo mucho, pero siempre era una voz que tenía y que no me dejaba tranquilo y de la que he intentado escapar y que no puedo, lamentablemente. El otro día tenía una discusión con unos amigos, donde hablábamos sobre una cita que decía que la literatura era como una maldición. Yo igual lo encuentro un poco cierto, pero que es como una buena maldición, a mí me entrega mucho más de lo que me pide al final. Tendré que seguir escribiendo porque creo que es una voz que me acompañará toda la vida y que no me deja en paz la verdad.
¿Cómo fue el trabajo con la editorial Provincianos?
Llegué porque tengo un amigo que se llama Diego Riveros, que es un autor buenísimo, que admiro, que escribió una novela que se llama Cachivaches. Lo conocí en un taller literario de Catalina Infante, nos hicimos amigos y teníamos buena onda, nos mandábamos los textos. Hubo un momento en que teníamos un taller con otra amiga, nos juntábamos los tres y nos revisábamos entre nosotros. Luego yo participé en un concurso de cuentos de la Municipalidad de Providencia, porque además de haber participado autores que yo admiraba mucho, a los ganadores los pude conocer porque hicieron una antología que saliéramos todos juntos. Estuvieron allí personas como Andrés Montero o Nicolás Meneses. A través de Diego nos conocimos, porque ellos eran amigos y a él le había gustado mi trabajo y a mí me había gustado el de él. Empezamos a conversar, esto antes de que naciera la editorial y después de que naciera la editorial, le mandé un par de texto que no le gustaron y después le mandé Zona de Promesas cuando tenía otro nombre y ese sí le gustó. Eso fue en diciembre del 2020 y el primer semestre del 2021 la trabajamos con mucho detalle, hubo mucha conversación con respecto a la novela, fue un trabajo como de artesano, no como antónimo de profesional, sino como de un oficio súper detallista y dedicado. Así fue el trabajo con Nicolás. Estuvimos trabajando 6 meses, mucha conversa, yo le mandaba WhatsApps con títulos, él súper dispuesto. Fue un proceso como muy rico, muy agradable. No es como que yo le pasé el texto, él le cambió las comas, no, hubo conversaciones en torno a la novela, fue un trabajo bien exhaustivo.
¿Qué le podrías decir a la gente para invitarla a leer Zona de Promesas?
Es una novela que puede interpelar a muchas personas, que es un tema que conversamos poco, pero que la inconformidad está permanentemente presente, preguntarnos quienes somos, para dónde vamos, qué queremos hacer, qué nos gusta, qué no. A veces en este modelo que se nos legó y que tenemos que trabajar día a día y que nos saca la pepa del alma y que nos levantamos oscuro y nos acostamos oscuros a la casa a poner una película en Netflix para después volver a trabajar. Creo que es un espacio para cuestionarse. El protagonista o les va a caer muy bien o muy mal, así que dan ganas de seguirlo, porque es medio insoportable, ya sea para que pierda o para que gane. Es una novela, cuya fuerza reside mucho en los personajes secundarios, como particularmente una Drag Queen que es Rita que enseña otro camino posible, que me han comentado que les ha gustado muchísimo ese personaje. También Rosario, que es el contrapeso por ser el interés amoroso de Pablo.
Ficha Técnica
Título: Zona de Promesas
Autor: Javier Rodríguez
ISBN: 978-956-6127-07-9
Género: narrativa (novela)
Páginas: 160
Tamaño: 12×19 cm
Editorial: Provinciano Ediciones