FESTIVAL APRENDER Entrevista a la escritora Andrea Jeftanovic: “La literatura, el arte, el cine, no están hechos para buenas acciones, para eso está la vida”

Foto: Julia Toro

Por Victoria Abaroa

La biblioteca pública de Las Condes fue su principal refugio durante su infancia. Una época marcada por la violencia de la dictadura militar, caracterizada por una crueldad que posteriormente se colaría en los libros que ha escrito. Leer tanto durante su infancia le sirvió mucho para aprender, tanto respecto al oficio de la escritura como con respecto a la vida. Este último fue el foco de su charla durante el Festival Aprender. Durante su exposición la docente de la USACH y autora de libros como Escenario de guerra, Geografías de la lengua y No aceptes caramelos de extraños mostró imágenes de bibliotecas públicas, rememorando lecturas y momentos que influyeron en su desarrollo personal.

¿Cuál es el rol de la literatura en el aprendizaje de las personas? Lo pregunto teniendo en consideración que has mencionado que los libros no deberían tener una intención moralista.

Yo encuentro absurdo esta idea de querer censurar porque no podríamos leer nada. Ninguna obra de Shakespeare, ni leer Casa de Muñecas, ni tragedia griega. Imagínate. Creo que es curioso que pese a que avanzamos en el tiempo, y uno pensaría que somos seres más contemporáneos y complejos, de pronto suceden estas cegueras. La literatura, el arte, el cine, no están hechos para buenas acciones, para eso está la vida. El arte, en general, está para mostrarnos la oscuridad, los dilemas, la complejidad de la psiquis humana. La complejidad de la historia, por qué ocurren las guerras, y qué les pasa a las personas cuando están insertas en ella, qué pasa con su psicología, y con sus cuerpos. Porque de algún modo la historia de la humanidad ha sido la historia de la violencia, entonces, es difícil que el arte y la literatura se abstengan de eso. Yo creo que el arte es, justamente, para pensar esos espacios más complejos, para levantar preguntas, más que respuestas.

En tu charla recordaste que durante la infancia los libros de las bibliotecas contaban con un historial de préstamos. Una hoja que iba pegada en la última página que registraba los nombres de quienes se habían llevado el libro y en qué fecha lo habían hecho. ¿Alguna vez comenzaste una relación gracias a encontrarte con el nombre de una persona en el historial de préstamos?

No, no era fácil porque si bien aparecía atrás en el apellido del vecino, y yo vivía en una comuna muy grande, por lo que la biblioteca tenía muchos usuarios. Siempre me producía curiosidad la gente que sacaba un libro dos veces. Yo me preguntaba si a esa persona le aburrió el libro y le dio una segunda oportunidad, o si estuvo muy ocupada para leerlo cuando lo sacó la primera vez. Como que hacía ficción de ese posible lector. Me trataba de imaginar, por ejemplo, qué edad tenía esa persona. De repente, me iba encontrando el mismo nombre en otros libros, entonces, me daba cuenta de que teníamos gustos similares. Era lindo, porque pensaba que habíamos acariciado las mismas páginas, que habíamos atravesado la misma historia. También me acuerdo de que había una época en que uno hacía correspondencia con gente en los diarios. Allí, uno buscaba gente afín. Y me acuerdo de haber tenido correspondencia con gente que le gustaba leer. Las personas decían, por ejemplo, “a mí me gustó El principito”, que es un libro que me encantó también, de chica. Allí como que se iba generando una complicidad.

¿Crees que eso sigue pasando en la bibliotecas públicas hoy en día?

Lamentablemente mi juego ya no funciona, porque con el sistema computacional tu apellido queda registrado en la base de datos, no queda la ficha, así que se perdió un poco el encanto de los nombres. Pero ¿sabes lo que me ha pasado ahora? Cuando tú llegas al mesón, dejas a la izquierda los que ya leíste y por la derecha ingresas lo que vas a sacar en ese momento. De pronto miro el mesón de los libros recién devueltos para elegir uno. Sobre todo si la persona que dejó los libros me produce curiosidad, por sus comentarios o el modo de tratar a la bibliotecaria.

En la charla también hablabas de tu interés por saber lo que las personas subrayaban en los libros que te llevabas prestados. ¿Alguna vez habrás leído un libro tuyo destacado por otra persona que te haya llamado la atención?

Fíjate que sí. Cuando a veces hago lecturas o voy al libro, las personas se me acercan para pedirme la firma, y me muestran lo que subrayaron. También hay un sitio web de citas en el que puedo ver los fragmentos de mis libros que la gente va posteando. No me acuerdo de nada en específico ahora mismo, pero creo que hay una fascinación por las imágenes más poéticas. Porque también eso condensa más que un párrafo lleno de acontecimientos. Creo que lo más plástico, es lo que más se retiene.

¿Cómo se aprende a escribir?

Primero leyendo mucho. Después, a mí me sirvió mucho ir a talleres literarios con escritores, porque de pronto uno al leer lo que escribe tiene demasiados puntos ciegos y piensa que todo está perfecto. Los talleres te permiten leer en voz alta frente a otro. Yo tuve talleres con Antonio Skármeta, con Marco Antonio de la Parra y con Diamela Eltit, que fueron marcadores. Hay algunos compañeros con los que mantengo una relación de amistad, de colegas muy profunda, porque de algún modo uno escribe con otros. Además, hay que escribir, corregir, reescribir y releer. También hay que investigar mucho, que es un proceso que los escritores no siempre saben verbalizar, pero también es parte de.

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