FESTIVAL CINE LAS CONDES Crítica a «Misbehaviour»: Feminismo combativo en formato familiar

Por Juan José Jordán

La película se basa en el boicot real en contra la premiación de Miss Mundo de 1970 que tuvo lugar en Londres. Gracias a este incidente, el Movimiento Feminista de Liberación pasaría de una posición de entre sombras a, literalmente, ocupar la primera plana de los principales diarios.

Sally (Keira Knightley), estudiante de historia recién aceptada en Oxford, se une al movimiento y les aporta con una mirada práctica: si realmente quieren difundir su mensaje deben acercarse a los medios. Tienen que arreglárselas para usar la vitrina de prensa de la premiación, aunque crean que la TV solo reproduce las conductas del patriarcado.

El evento es animado por Bob Hope, presentador de renombre que por esos tiempos se dedicaba a entretener a las tropas norteamericanas en Vietnam. Su tono insoportable (“yo no soy un bruto, también tengo tacto; me encanta tocarlas”, en relación a las protestas feministas que han comenzado a tener lugar afuera del teatro), les entrega la determinación que les faltaba para el sabotaje.

El momento era literalmente una olla a presión: Inglaterra opta por no sumarse a la condena internacional motivada por el apartheid sudafricano, situación  que se extendería por más de 25 años. Ante la creciente presión, la solución que encuentra es simplemente incluir más mujeres negras entre las finalistas. Por supuesto, una de las seleccionadas es una representante negra de Sudáfrica y todos quedan fascinados con esa delicadeza tan británica que permite derribar los muros raciales. Hay letra chica: antes de subir al avión le advierten que si habla con alguien sobre su país no podrá regresar jamás, incluso le dan un listado de nombres de políticos y periodistas que debe evitar.

En cierta medida, la película tiene una mirada autocrítica también hacia el propio feminismo. Hay un diálogo determinante: Sally ha llegado tarde a su casa y su madre ha tenido que quedarse cuidando a su nieta, sin que nadie le preguntara. Mientras la niña se pone el pijama para irse a la cama, madre e hija tienen una áspera discusión en que la activista dice algo muy duro: nadie debiese tener la vida que llevaba ella, su madre, presa de un terrible mundo doméstico sin aventuras ni ambiciones. Recibe el golpe y le contesta sin ánimo revanchista, pero con realidad: ¿Qué hubiera pasado si se hubiera tomado las mismas libertades que su padre? Sin decirle, le hace ver que ese mundo que le produce tal desprecio fue el que permitió que ella conociera lo que es la estabilidad, contar con adultos que la contuvieran. Y es que claro: otra cosa es con guitarra. Una cosa es hablar teóricamente de lo aburrido de la vida familiar burguesa, otra muy diferente haber sido criado sin padres; niños cuyos progenitores no cedieron ante las cadenas de ningún tipo, si te he visto no me acuerdo y que te vaya bien. Recuerda en este sentido lo planteado por el documental El edificio de los chilenos (Dir: Marcela Aguiló – 2010) en donde se describe lo que ocurría con los militantes del MIR que decidían volver a Chile a apoyar la guerrilla y sus hijos quedaban literalmente a la buena del destino, durmiendo en un edificio facilitado por el gobierno cubano, que con el tiempo recibiría el nombre que sirve de título al documental. Fueron acogidos en diferentes programas estatales, pero esos niños finalmente quedaron solos y lo resintieron toda la vida.

Esta diferencia entre la teoría y la práctica se aprecia también en el choque entre manifestantes y concursantes. Al final, cuando ya el boicot ha sido interrumpido y cada cual arranca como puede, la vocera tiene un pequeño diálogo con la ganadora, mujer negra que sorpresivamente supera a la favorita sueca (y también, sospechosamente, porque su triunfo tiene lugar justo después de la inesperada interrupción). Luego de escuchar sus argumentos de porqué no es bueno que las mujeres peleen entre sí por su aspecto, le contesta que ojalá hubiera tenido la posibilidad y el tiempo de decidir que tuvo ella. Esto hace patente que la realidad no es unidimensional. Para la ganadora no le hace sentido nadar contra la corriente; si tiene algún tipo de ambición le conviene adaptarse al funcionamiento del mundo y una vez ahí, apuntar a lo que quiera. A Sally esto le debe parecer chino, pero lo cierto es que en ese momento a muchas seleccionadas el premio les permite pensar en una vida distinta. Si era difícil para una mujer blanca en Inglaterra a comienzos de los setenta, que quedaba para una mujer negra de un país africano.

Se utiliza ágilmente el contrapunto para intercalar lo que pasa al interior del concurso con la relación de compañerismo / competencia entre las participantes y lo que tiene lugar afuera, en el mundo, centrándose en el entorno de Sally y su incorporación al movimiento, optando por un tono cómico para hablar de algunas situaciones difíciles. El resultado es una narración fluida, que permite una que otra risa discreta. Pero este mismo tono la hace incurrir en clichés, en contrastes un poco burdos. Un ejemplo claro de esto es la caracterización que se hace del grupo feminista y en particular de Jo, aquella chica de gorro de lana que pareciera esforzarse por demostrar un comportamiento forzadamente anárquico. Sin ir más lejos, Sally se integra al grupo luego de avisarle que deje de hacer su rayado con spray porque se acerca la policía por la vereda. Queda bien, simpático. No se trata de una película incómoda ni que profundice mucho, con un “mal comportamiento” (que sería la traducción literal del título) que resulta un tanto maqueteado, pero está bien contada y el espectador contará con un dato nuevo para aportar en una conversación.

Título: Misbehavoiour (Miss Revolución)

Género: Ficción

Director: Philippa Lowthorpe

Duración: 1hr 46min 

País: Inglaterra

 

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