Por Coté Álvarez Franco
Lo que no vemos presenta una trama que culmina a un tercio del camino, pero luego continúa, dando paso a la misma trama contada desde otra perspectiva y, después, hacia el último acto, repetimos el proceso. Bastaría con saber relativamente algo de cine para reconocer el efecto Rashomon en su estructura, en honor a la obra maestra de Akira Kurosawa. Y pese a que se agradece la acuciosa ejecución de la estrategia, esta pulcritud se asoma como un arma de doble filo que no arruina la experiencia, pero sí deja la sensación de que pudo ser mejor.
Con un aire casual, abrimos con el encuentro afable entre los cineastas alemanes Simone (Katja Bürkle) y Christian (Max Hemmersdorfer), con el abogado de derechos humanos turco Eyüp (Aziz Çapkurt), y Leyla (Aybi Era) como traductora. Estamos en Turquía y seguimos a este par de realizadores que están filmando un documental sobre una mujer campesina kurda que sufrió la desaparición de su hijo hace 26 años, a manos de lo que aparenta ser la policía secreta. A través de este caso, los alemanes quieren abordar la conservación y traspaso de la memoria.
“Aún no nos han arrestado”, le dice Simone a Eyüp en tono de broma que pronto entendemos no es infundado; el proyecto mete los pies en un terreno fangoso que no tendrá piedad en hundirlo más arriba de las rodillas. Lo cierto es que, conforme ellos observan a esta familia, también están siendo observados, y en los capítulos siguientes aprendemos que el que los estaba observando, estaba siendo también observado. Círculo que interpela, de paso, al espectador como una mirada intrusa más, en el marco de esta época donde la unión del exhibicionismo y voyerismo, como dualidad empoderante y profitable, amenazan con invalidar la privacidad hasta su erradicación.
El concepto observacional se toma la obra, alzando como protagonista indiscutido no a un personaje, sino al tratamiento fotográfico. La propuesta de cámara se impone con planos subjetivos, encuadres de espía, capturas escondidas, registros en celular y, en general, el uso de cualquier elemento como recurso que potencie la sensación de acecho en cadena y el vértigo que esto suscita.
Así es como la realizadora alemana-kurda Ayşe Polat entreteje un thriller que va escalando en intriga, tensión e impacto, alcanzando incluso ribetes de suspenso de mano de una niña peculiar que cumple un rol clave. Asimismo, la dirección actoral de Polat es certera y particularmente virtuosa en el primer capítulo, transmitiendo una naturalidad en las actuaciones y situaciones que lubrica el visionado del documental en desarrollo. De esta forma, las andanzas de los alemanes y colaboradores, bajo un lente viviente, resultan lo suficiente creíbles como para que la desafortunada progresión de los acontecimientos cale bajo la piel.
Salta, no obstante, una ambivalencia respecto a esta efectividad simétrica que posiblemente la autora, enfocada en construir un laberinto perfecto, no llegó a sospechar. Es que una de las bellezas del efecto Rashomon —que es contar la misma historia desde distintos puntos de vista— es el no casarse con ninguna perspectiva o, en su defecto, el mantenerse firme en cuanto a la subjetividad de las experiencias. Lo que no vemos, por su parte, se arma con una estrechez de ambigüedad que sí se perdona, pero defrauda.
Atrapante y significativa, la cinta alemana recurre a un reconocido storytelling para abordar un tópico que siempre está vigente: la conservación de una memoria incómoda que los poderosos buscan borrar, muchas veces sin escrúpulo alguno. Esto último alimenta un thriller que mantiene la atención de principio a fin y que solo tiene el reparo de esmerarse demasiado en ponerle candado a una puerta que, dado el formato, tal vez quedaba un poco mejor semi abierta para dar paso así a una complejidad que se extrañó.
Ficha Técnica
Título original: Im toten Winkel
Director: Ayşe Polat
Guion: Ayşe Polat
Reparto: Katja Bürkle, Ahmet Varli, Aybi Era, Çağla Yurga
Año: 2023
País: Alemania
Duración: 117 min.
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