Por Vale Jauré
El título de este filme puede resultar algo engañoso, desde el momento anterior de entrar en él. Porque para nadie es indiferente sus múltiples significados. Vemos, por un lado, que para la teoría capitalista la mano invisible se refiere a la capacidad del mercado de poder autorregularse, sin necesidad de intervención estatal ni proteccionismos. Es una teoría, ampliamente discutida en las calles y en las casas de nuestro país desde octubre de 2019, y que viene y va en oleadas con mayor o menor fuerza dependiendo de la década en que nos encontremos. Sin embargo, en esta película de 2016 parece que nos interpela a encontrar aquellas otras manos ocultas tras la cortina que significa vivir en este mundo del libre mercado.
La puesta en escena es bastante sencilla, y trae recuerdos de Dogville (de Lars von Trier del año 2003), pero en este caso el artificio es asumido, y es también es la fuente de los conflictos. Ya que pone en un escenario, dentro de una nave industrial, a 11 personas que son contratadas para hacer su trabajo frente a un público. No deben actuar, sino que deben cumplir sus funciones ocho horas al día más el almuerzo, en frente de espectadores, a quienes casi nunca vemos, que se pierden en la oscuridad. Así encontraremos a un albañil, un carnicero, una costurera, una teleoperadora, un camarero, un mozo, un mecánico, un informático y una limpiadora.
La interrogante sobre de qué trata exactamente se vuelve fascinante, a la vez que nos avisa muy tempranamente que es probable que no tendremos una respuesta cierta. Puede ser una obra de arte, una perfomance, un reality show, un experimento. Los trabajadores no saben ante lo que se hallan, ni quién es la mano que mueve los hilos en ese perverso teatrillo. La mano invisible que cose nuestra ropa, que construye los muros en los que estamos ahora confinados, que nos llama al celular para ofrecernos promociones que no deseamos se topa con esa otra mano, que los puso bajo un foco, para que sean objeto de análisis y de crítica. Volver al trabajador un protagonista trae consigo la maldición de también volverlo una bestia de circo.
Es interesante observar cómo la adaptación de la novela de Isaac Rosa, del mismo nombre, busca que nosotros los espectadores de esos otros espectadores, que se muestran agresivos e insensibles, juzguemos qué está en juego. Como si el hecho de volverlos una especie en observación nos entrega la distancia suficiente para contemplar como cualquier burgués cómo es que se construye nuestra sociedad, qué tipo de abusos son los que permiten que tengamos cubiertas nuestras necesidades básicas.
Por otro lado, permite que en tanto trabajador (entiéndase como tal, todo aquél que debe rendir cuentas a otro, a un jefe) le vamos entregando significado a nuestras propias vidas desde el lugar en que desarrollamos una actividad que se entiende como apreciada por la comunidad en la cual estamos. Y cómo cuando estamos desempleados, algo en nosotros se quiebra, nuestro valor o nuestra autoestima. Así a través de las diferentes entrevistas de trabajo que nos permiten ahondar un poco más en los personajes, vemos cómo la precariedad laboral restringe sus posibilidades de decisión.
El empleo y el desempleo como línea divisoria entre el mérito o no de una vida, es claramente un elemento interesantísimo que muy pocas películas ahondan sin caer en lo panfletario ni en dirigirnos sobre las posibles respuestas. La mano invisible es un imperdible por lo distinto de su temática, su puesta en escena y porque, básicamente, hace el ejercicio de poner un foco donde nunca hay uno.
La Mano Invisible
Duración: 80 minutos
País: España
Director: David Macián
Género: drama