Por Paula Frederick
La caída de una familia y el necesario intervalo para dar vuelta la página y absorber los traumas que derivan del tiempo es la historia que nos plantea Guillaume Senez. Desde su título Nos Batailles (Nuestras batallas) pone en discurso una trayectoria íntima, de apariencia tranquila y monótona, pero que termina por interceptar la paz y descontinuar la línea recta y todo lo que la rodea. Olivier (Romain Duris) es abandonado de improvisto por su mujer, Laura, que lo deja con dos niños pequeños de quienes hacerse cargo. Él es obrero, sindicalista, y a duras penas logra conciliar su ritmo de trabajo con estar presente y dar atención a su familia.
Así como él mismo, la fábrica donde trabaja también se encuentra en repentina agitación, por la incertidumbre, las problemáticas sociales, la reestructuración del personal (que es, en verdad, un eufemismo para los despidos constantes y sin piedad) que, al final, encierran otra verdad: el reemplazo del material obsoleto y cansado, es decir “humano”, por nueva energía más joven o derechamente, como vaticinaban clásicos tipo Metropoli o Tiempos modernos, de máquinas indolentes que cumplan con las labores sin sudar, fatigarse, ni reclamar por sus derechos.
Más allá del tema recurrente del cine francés, que indaga una y otra vez en el conflicto de clases, la movilidad social y la precariedad del trabajo, el intento del director no es el de describir la adaptación del protagonista a su nueva situación familiar, a sus carencias, a las dificultades del trabajo, ni siquiera seguir de cerca, o estudiar, una determinada forma de reacción en cadena o un comportamiento esperable. Su obsesión está en dejarlo fluir, más allá de los hechos cronológicos o de un evento en particular, con el fin de revelar su verdadera naturaleza. De no observarlo como un producto de las circunstancias sociales y personales, sino como un ser que se desenvuelve en un determinado momento, según su esencia primitiva. Desde adentro hacia afuera.
Pero aun en su afán de mantener una cámara objetiva, si es que tal cosa existe, Senez esboza a un hombre totalmente alienado, carente de una capacidad empática evidente, que parece ajeno al sufrimiento de quienes lo rodean o incluso del suyo propio. Quizás sea la indiferencia provocada por la anestesia industrial, la inercia de una cotidianeidad mecánica, repetitiva, en serie, que lo ha transformado también en parte de ese mismo engranaje.
El background en que se mueven los personajes, y el “fuera de campo” donde su mujer, Laura, sigue existiendo en una dimensión paralela, como una imagen que de a poco se difumina, finalmente son pretextos para demostrar las repercusiones que un evento determinando pueden tener en un espacio protegido, conocido, familiar. La reconstrucción de este espacio, que de pronto se vuele permeable, no siempre tiene que ver con la conexión con los propios sentimientos o carencias, ni siquiera con la capacidad de reconocer que se necesita ayuda, y saber cuándo pedirla. A veces, solo basta dejar que el tiempo corra, que la inercia haga lo suyo, que las relaciones se acomoden y encuentren su nuevo lugar. O, la mayoría de las veces, tiene que ver con los niños. Con esa mirada fresca, espontánea y real que hace que todo se vuelta nuevo, y den ganas de recomenzar.
Titulo original: Nos Batailles
Dirección: Guillaume Senez
Guion: Guillaume Senez, Raphaëlle Valbrune-Desplechin
Fotografía: Elin Kirschfink
Elenco: Romain Duris, Lucie Debay, Basile Grunberger, Léna Girard Voss, Laetitia Dosch, Laure Calamy, Dominique Valadié, Sarah Lepicard
Año: 2018
Duración: 98 minutos
País: Bélgica
Coproducción Bélgica-Francia; Lota Productions / Les Films Pelléas / Savage Film
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