Por Paula Frederick
Es un caluroso día de verano, a orillas del río. Mia tiene 11 años. Hugo, 15. Mia tiene muchas preguntas y una necesidad imperiosa de resolverlas. Hugo es más amigo del silencio, de los monosílabos, de las respuestas escuetas y simples. Mia está en primer plano y su cara demuestra que no está satisfecha, que quiere saber más. Hugo se escucha desde fuera de campo y su voz toma cada vez más fuerza, a medida que Mia logra hacerlo fluir y contar su historia de amor, ocurrida hace un tiempo en ese mismo lugar. Entre ambos van construyendo un relato que se alimenta de pasado y presente, de voces en off e imágenes nítidas, de los hechos y el mundo de las ideas. Aunque la narración parezca moverse en el tiempo, el film completo se condensa en esa primera escena. En el diálogo atemporal que constituye un encuentro, suspendido en el presente que se replica en el tiempo, en todas las direcciones.
Hacer una película con el propósito de transformarla en un acto contemplativo, donde el contenido, los diálogos y el entorno confluyan y se transformen en una sola cosa. Una realidad que simplemente fluye dentro de su propio círculo, de su fotograma elegido. La propuesta de la directora francesa Isabel Pagliai, que se presentó en los festivales de Rotterdam, Marsella e IndieLisboa, deja entrever una cierta necesidad de detener el tiempo. Cada escena, cada espacio escogido se mantiene en pantalla más de lo esperado, se queda quieto, a mitad de camino entre un estado móvil y pictórico, en cierta forma ignorando las “leyes” de movilidad, ritmo, cadena y edición que uno podría pensar, o intuir, debería tener el cine.
Mientras la cámara se queda fija en un atardecer, en un lago que emerge en medio de un bosque invernal, en una bandada de pájaros que se escapan sin rumbo aparente, las voces en off de los protagonistas siguen adelante, evidenciando una serie de reflexiones profundas, personales y universales, de un grupo de adolescentes que analizan su vida y entorno. La contraposición entre lo primitivo de la naturaleza y lo complejo del discurso de los jóvenes, es la fricción que hace interesante la propuesta de Pagliai: el despertar de la infancia a la juventud es al mismo tiempo un inicio intelectual, racional, así como también el despliegue de la naturaleza humana, en su nivel más instintivo. Este estado propio de la adolescencia es la contradicción que a la directora le interesa retratar no como una historia que merece ser contada ni que tenga en sí misma un especial interés, sino como un fragmento de la realidad que está ahí, disponible para ser observado por quien sepa captar la sugerencia.
Tendre, como su nombre en francés lo dice, apela a la ternura de la imagen. A una secuencia que genere empatía, a un recuerdo ajeno que suene familiar, a una escena que evoque un momento de la propia existencia, quizás irrelevante, pero no por eso menos real. A la naturaleza como reflejo del pulso de nuestra historia, que sigue creciendo en forma libre, haciéndose frondosa para luego despojarse de todo en invierno y más adelante volver a renacer.
Dirección: Isabel Pagliai
Elenco: Chaïnes Bizot, Hugo Mercier, Mia Desmoulin, Tony Desmoulin, Teddy Desmoulin, Léa Desmoulin, Kylian Desmoulin.
Guion: Isabel Pagliai, Mathias Bouffier.
Dirección de fotografía: Isabel Pagliai
Edición: Mathias Bouffier
Sonido: Jérôme Petit, Martin Delzescaux, Simon Apostolou.
Producción: 5A7 Films
Distribución: Manifest
Duración: 43 minutos