FICVALDIVIA Crítica del cine “La Corazonada”: Realismo cotidiano con susurros de magia

Por Magdalena Hermosilla

Las ramas de un sauce se mecen al viento. La cámara permanece inmóvil, dejando que el aire las doble y las libere, una y otra vez, en un movimiento que parece no tener principio ni fin. Se escucha el roce de las hojas, el sonido del aire pasando a través de ellas. Hay algo en esa quietud que anuncia la forma en que La Corazonada elige mirar el mundo. Con tiempo, con paciencia, con la ternura de quien no necesita dominar la imagen para habitarla. En la inmovilidad del plano, en su aparente simplicidad, se instala una forma de contemplación que no busca tanto “capturar” la realidad, sino acompañarla, dejar que suceda frente a nosotros como un acontecimiento natural.

Desde esa calma, La Corazonada (2025), dirigida por Diego Soto – ganadora del Premio del Público y la Mención Especial del Jurado Largometraje en la 32° edición de FIC Valdivia – , se ofrece como una película que se desliza suavemente en el amor, la ternura, la poética y el paisaje cotidiano rural de Chile. Su cámara observa. Sin invadir, sin intentar explicar. Y en esa observación sin grandilocuencia, encuentra su verdad. Soto construye un relato que se siente en el cuerpo al narrarse, como un calorcito familiar que se instala dentro del espectador. Es una película que no persigue una trama en sentido convencional, sino sentar con ella una cierta atmósfera, una manera de estar en el mundo. Hay en su cine una confianza profunda en la imagen, en los personajes que se construyen y en el tiempo, en la idea de que mirar despacio puede ser un modo de notar lo aparentemente insignificante del cotidiano, y con ello comprender la revelación que encierra.

En ese sentido, la película parece levantar una plegaria por lo común. Su mirada descansa sobre lo pequeño, sobre lo que pasa inadvertido, y desde ahí levanta una poética de romance mítico, que rodea la película de una atmósfera de fantasía, de sueño. La poética de un cine que encuentra belleza en lo habitual, que ve chispas de magia en la realidad cotidiana. No hay moraleja ni grandes discursos (además de los monólogos de La Tempestad de Shakespeare). Hay presencia, miradas, gestos simples. Estas adquieren una dimensión trascendente, como si el tiempo mismo se suspendiera para dejar lugar al temblor de la vida. En un panorama audiovisual muchas veces dominado por la urgencia, Soto propone una forma de resistencia desde la ternura. Filmar sin apuro, mirar sin exigir, escuchar sin juzgar.

La forma en la se utiliza la cámara en La Corazonada fue uno de los elementos que más llamaron mi atención. Se caracteriza por su quietud, por esa fijeza casi meditativa que la vuelve observante y silenciosa. La mayoría de las tomas son planos fijos, esperando que la vida ocurra dentro del encuadre, sin intervenir. Y cuando se mueve, lo hace con suavidad, con paneos, que funcionan como el principal recurso de transición, sustituyendo los cortes duros por desplazamientos pausados que dejan sentir el paso del tiempo. En ese gesto, la cámara se detiene en lo que queda entre medio al desplazarse desde un punto al otro. Se queda en los restos de una acción o en las sombras de quienes ya salieron del cuadro. Es una cámara de naturaleza lenta, que prefiere la huella al acontecimiento.

Esa ética se revela también en su fascinación por el detalle. En los primeros planos, presentes con insistencia a lo largo del filme — y tan cargados de intención dramática y estética, aunque parezcan casuales— la película deja entrever una mirada que se aferra a lo mínimo, a la poesía de lo simple. Hay varios momentos de planos cerrados sobre los objetos – la once sobre la mesa, la paila de huevo, un perro que duerme – .

Estas no son meras pausas visuales, rápidamente los comprendemos como fragmentos de una identidad del espacio. En ellos se cifra la relación entre lo íntimo y lo general, entre el mundo de los afectos y el paisaje que lo envuelve. El entorno también es protagonista, no solo fondo. En ese sentido, los objetos, los animales, las texturas… se vuelven portadores de cierta memoria, testigos silenciosos de esta cotidianidad que la cámara trata con familiaridad. Hay en esa insistencia por mirar de cerca una forma de diálogo con el entorno, donde cada retazo encierra la totalidad del lugar. Así, la película construye su mirada desde lo próximo, pero siempre abierta a lo que late más allá del encuadre.

Este elemento del entorno como protagonista hace sentido cuando entendemos el vínculo que su director tiene con el lugar. Soto filma un lugar que le pertenece afectivamente – la antigua casa de sus abuelos, la actual casa de sus tíos – , y esa intimidad se traduce en una mirada que conoce cada rincón, cada gesto de la luz sobre la tierra. No hay aquí una puesta en escena que intente convertir el entorno en símbolo. El espacio se vuelve protagonista en su sola existencia, por la familiaridad con que es retratado. Es un paisaje filmado con memoria afectiva. Cada árbol, cada objeto, cada rincón parece guardar una huella. Esa relación prolongada entre cineasta y territorio hace que la cámara no contemple desde afuera, sino pareciera hacerlo desde adentro, permitiendo que el lugar vaya sentando el ritmo y el tiempo emocional que guía el relato.

Ahora, narrativamente, La Corazonada se instala en el legado de dos principales tradiciones presentes con fuerza en el cine contemporáneo. Por un lado, se plantea en esa zona difusa donde ficción y documental se confunden, donde una permea a la otra hasta volverse indistinguibles. La película comienza con una textura claramente más documental – vemos al equipo de rodaje, conversaciones que parecen capturadas al vuelo, gestos sin planificación –  y, sin embargo, a medida que avanza, se adentra cada vez más en la ficción. Esa transición no ocurre de golpe, sino como un desplazamiento sutil, un deslizamiento de la realidad hacia el relato.

En ese proceso emergen momentos de realidad en bruto, un realismo sin pulir, momentos de verdad que se cuelan entre las grietas de la puesta en escena. Una mirada directa a cámara, la repetición de un diálogo, la voz del propio director irrumpiendo fuera de campo. Sin embargo, estas interrupciones no fracturan la inmersión, parecen reforzarla. Es una ficción con goteras de realidad. En ese borde frágil se sostiene la película, sin caer en lo artificial, sino como una forma de recordarnos que toda representación – por más cuidada o naturalista que sea – es siempre una negociación con lo real.

Ese gesto de develar la propia factura podría haber derivado en un ejercicio autorreferente, en línea con la segunda tradición del cine contemporáneo a la que responde esta película: el cine que habla del cine, una película sobre el proceso de hacer una película. Pero, a diferencia de otros filmes que se mueven en esa dirección, esta película resiste la tentación narcisista del cine que se habla solo a sí mismo. Su metacine se aleja de la tendencia a volverse espejo complaciente, para hacerse una puerta de entrada. Cuando entra el equipo de filmación, su presencia no busca acaparar la historia, sino ser catalizador de la ficción principal, de la historia de amor que habita en el centro de esa filmación. Ahí donde otros filmes de esta tradición se regodean en la autorreflexión, La Corazonada logra convertir este gesto en una forma de cercanía. Su lucidez está en entender que el cine – aun cuando se mire a sí mismo – sigue siendo, ante todo, una forma de mirar a los demás.

Y he ahí el valor más intrínseco del filme. Y es que en la profundad de La Corazonada late, en su centro, una historia de amor. El amor entre los protagonistas – esa relación que crece con torpeza y dulzura entre risas, fallos, y miradas compartidas –  desde donde brota un humor cálido e inocente expresado en los gestos naturales de sus personajes, de los titubeos, de los silencios que se vuelven cómplices, de las expresiones que se asienta en la humanidad misma. Es un filme que se apoya en la construcción de sus protagonistas desde la actuación no profesional de los intérpretes que les traen a la pantalla. Los personajes se construyen alrededor de quienes los encarnan. Esto sostiene esa naturalidad. La cámara los acompaña y los dirige, y ellos responden con una autenticidad difícil de forzar. Esa naturalidad genera una emoción persistente, construida desde una ligereza afectiva que abraza todo lo que muestra, y que permite a ese amor extenderse, hacia el amor por el cine, por el campo, por la familia, por la vida cotidiana.

Parte de la profundidad de esa ternura proviene de una mirada que comprende, de verdad, el espacio que habita. La película logra una representación fidedigna de la idiosincrasia de la clase media chilena. No hay exotización ni caricatura en su representación, ni una distancia sociológica entre el ojo que mira y lo que se mira. Este es un filme que acierta donde gran parte del cine chileno falla, en representar sin impostar, en capturar la textura de una vida común sin convertirla en postal ni en cliché. Quienes crecieron en contextos similares reconocen el olor del pan, las marcas del supermercado, los objetos del comedor, las luces de la tarde, las mascotas. Todo eso configura una sensibilidad estética que permite al espectador conectar con esta familia como si fuera la propia.

Pero a la vez – y considero que este es el elemento magistral de la película – desde este reconocimiento del cotidiano, se despliega una atmósfera casi de realismo mágico, un territorio donde lo doméstico se abre a lo trascendente sin dejar de ser cercano. La película, profundamente realista en su representación de la vida diaria, logra al mismo tiempo que cada gesto, cada diálogo, cada plano, adquiera un matiz casi onírico, de cuento de hadas. Hay un encanto sutil en cómo la cámara observa, cómo el viento mueve los árboles, cómo la luz acaricia los rincones de la parcela; todo contribuye a que la realidad se perciba suspendida entre lo tangible y lo imaginario.

La influencia shakesperiana ayuda a tejer esta atmósfera, introduciendo un soplo de fantasía que dialoga con la sencillez de la vida. Los versos de La Tempestad que emergen en medio de la narración no resultan forzados ni pretenciosos, sino que se integran con la cadencia de la película y refuerzan su aura onírica. La poesía se encarna también en la imagen, en la quietud del paisaje y en la manera en que la cámara capta la respiración del entorno. Es una fusión delicada entre un campo chileno reconocible y la fantasía universal que lo atraviesa; un espacio que es a la vez íntimo y mágico, donde lo local se eleva hacia lo poético, y lo poético vuelve a lo doméstico pleno de sentido y emoción.

Después de recorrer la quietud de los espacios, la cercanía de los cuerpos, la atención a los objetos y la poesía que atraviesa cada escena, La Corazonada deja una sensación de plenitud. Todo lo que la película nos ha mostrado se sostiene en una mirada paciente, sensible y precisa. Soto construye un mundo donde lo íntimo y lo general, lo documental y lo ficcional, lo cotidiano y lo poético conviven sin estridencias, en un equilibrio que respira con organicidad, que encuentra belleza en lo simple y profundidad en lo pequeño. Así, el cierre se siente casi como un suspiro. El viaje en moto, la cámara que acompaña en un travelling lateral, el equipo de filmación, el campo que avanza junto a los personajes. Allí se condensa la magia discreta del filme, la del amor extendido, el amor por los otros, por el cine, por el lugar al que llamamos hogar.

Y es en ese instante final, suspendido entre lo real y lo poético – donde estamos viendo el amor entre Enrique y Nieves, pero, a la vez, también el amor entre Natacha y Germán – donde la película nos deja con la sensación de que hemos entrado en un lugar distinto, híbrido, donde todo se mueve con lentitud, con ternura, con un poco de fantasía. Un lugar que solo el cine puede ofrecernos. Un lugar que hace devenir a lo propio e íntimo en algo colectivo. Y es en ello donde la película adquiere su particular hondura, porque al mirar lo cotidiano con amor, logra que lo íntimo se vuelva universal. Largos minutos de estruendosos aplausos en el Aula Magna de la UACh lo comprueban. Algo se reveló ahí, en ese espacio entre nosotros y el filme: que es en esa forma de habitar lo cotidiano con belleza, en esa fantasía mítica de la realidad y el amor, en ese reconocimiento compartido y familiar, en esa ternura… ahí es donde reside su verdadera corazonada.

Ficha Técnica

Título original: La corazonada

Duración: 78 min.

Año de estreno: 2025

País de origen: Chile

Dirección y Guion: Diego Soto

Reparto: Natacha Garcia, German Insunza, Martin Insunza, Isidora Galvez, Felipe Gonzalez, Alexis Donoso, Ana Valenzuela

Fotografía: Manuel Vlastelica

Producción: Las Noches Cine

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