En medio del estallido social que ha puesto de cabeza la normalidad, el joven escritor Javier Méndez publica una novela que desconfía de la modernidad, la que ha hecho de la experiencia un eslogan y de la vida privada un lujo.
La primera novela de Javier Méndez (29) aborda la vida de García: un tipo jovial, con la sonrisa en ristre, cargado a la chanza y al buen humor, hasta que el día menos pensado se descubre asediado por una pena tremenda que no lo deja respirar. Daniela, una profesora que lo dobla en edad y por quien pierde la cabeza, se convierte en la única forma de salvarse, mediante una experiencia verdaderamente genuina.
Se trata de un libro que mira con ironía las necesidades de un Chile –y por qué no un mundo– que hoy está en profundo cuestionamiento. En “García” asistimos a una modernidad, temporalizada hace una década, que ha convertido la experiencia en un eslogan, y la vida privada en un lujo. Inadaptado a su tiempo, García es una persona que reivindica lo que hoy las personas más valoran: la experiencia.
“Si se lo mira con detención García es una persona que reivindica la experiencia, que festeja la vitalidad, que se deleita con los detalles. Por así decirlo, es un talibán de la experiencia: Si hay individuos que puede enrollarse un cinturón con explosivos y dinamitarse por su fe, García bien podría dinamitarse también. Pero no necesita de tanto, sino solo una experiencia que, ojalá, le revuelva las tripas”, explica el autor.
En rigor la ópera prima de Javier Méndez no es su primera experiencia literaria. Su poesía fue incluida en una antología en un libro llamado “Parque Mapocho” (Mago Editores) y obtuvo la única mención honrosa en los Premios Municipales de Santiago Gabriel Mistral, en 2008.
Y aunque fue becario de la Fundación Pablo Neruda, no fue sino el escritor Pablo Azócar quien impulsó al entonces joven estudiante de Derecho a escribir su primera novela y a publicarla después de una década. “Pablo Azócar fue clave. El libro que le presenté tenía cerca de 500 páginas, y me dijo que era muy difícil publicar una primera novela tan voluminosa. Así que fue un excelente podador”.
El propio Azócar se encargó de la contratapa del libro: “García conversa con amigos, busca un terapeuta, deambula por la ciudad, odia concienzudamente a su madre, acaba en una clínica y comprende que lo que más lo emociona de las mujeres son sus pies. Es cierto: García va de rudo por la vida, pero tiene la delicadeza de llorar con Arthur Cravan, poeta y boxeador, y evocar a Marcial: ‘Quiero un lecho tibio, pero casto’”.