La Pollera Ediciones: Cóndor rebobinado: 9 cuentos sobre nostalgia, muerte y el tiempo

 

  • La Pollera Ediciones lanza un nuevo libro de nueve cuentos titulado Cóndor rebobinado del abogado, escritor y traductor Nicolás Medina Cabrera.
  • El escritor recibió el Premio Mejor Obra Literaria Inédita del Ministerio de las Culturas y las Artes (2020).

“Se eleva el cóndor sin sospechar el advenimiento de la muerte, el absurdo hijo de puta camuflado en una quebrada y con un rifle en las manos. El ave vuela grácil mientras el sol manosea la anilina azul de Los Andes. Sus ojos anaranjados ven allá, en la plana lejanía del valle, una monstruosa maqueta de luciérnagas que los hombres llaman hogar, capital, ciudad, pocilga, selva o Santiago”.

En Cóndor Rebobinado -primer cuento que da nombre al libro- el autor Nicolás Medina Cabrera le quita el velo a la muerte. Para él, esta es una cárcel, igual que el tiempo. Una reflexión que emana de sus sensaciones desde pequeño, enfrentado a la impotencia y vanidad frente al paso de los años y que en la adultez continúa al acecho.

No solo la muerte y el tiempo son una cárcel, también la percepción de la realidad está limitada por los desenlaces más esperados. Estas historias iluminan la nostalgia de un mundo que se fue o que no llegó a permanecer. Santiago, el centro, sus oficinas y oficinistas atrapados en una rutina sin sentido; la cordillera y la Isla Grande de Chiloé habitada por recuerdos que ya no corresponden; Plaza Italia, las micros amarillas que se pagaban con monedas y el tren al Cajón del Maipo.

“En ciertos trances, nuestra mente consigue evadir la sentencia de la muerte, la realidad tangible, los límites lógicos, las aduanas grises que nos imponen las horas y el sentido común. Busco rescatar esa posibilidad a través de la literatura. Busco preservar unos instantes que se tragará la garganta voraz del olvido”, explica el autor.

En 2020, Cóndor rebobinado, recibió el Premio Mejor Obra Literaria inédita del Ministerio de las Culturas y las Artes (2020) en la categoría cuento.

En cuanto al arte del libro, La Pollera Ediciones continúa relevando el trabajo de artistas chilenos emergentes, fruto de una exhaustiva investigación del rubro. La obra que se presenta en portada se titula La ciudad, del joven artista Sebastián Espejo.

Sobre el autor:

Nicolás Medina Cabrera (Santiago, 1988) Abogado de la Universidad de Chile. Cursó estudios de literatura creativa en la UPF de Barcelona. Su narrativa ha sido reconocida en diversas instancias, destacando los premios Roberto Bolaño (2013), Pedro de Oña de Novela (2013), J.L. Gabriela Mistral (2011 y 2018 por el primer cuento de este libro) y Mejores Obras Literarias categoría cuento inédito (2020) por este libro. Ha traducido a Jack London, Ambrose Bierce, J.M. Barrie y Frederick Douglass. En la actualidad traduce una antología de cuentos de Philip K. Dick y realiza una investigación doctoral sobre la obra de Juan Carlos Onetti. Cóndor rebobinado es su primer libro.

Entrevistamos al autor Nicolás Medina Cabrera.

¿Recuerdas alguna imagen o idea en particular que originó este proyecto?

Puedo evocar con claridad el ala intacta de una gaviota en Algarrobo, el cadáver de algún pájaro en los cerros de La Florida o las primeras ocasiones que vi a muertos dentro de un ataúd. Desde muy chico tuve una sensación de impotencia y vanidad frente al paso de los años. El tópico que todos sentimos y que nos acecha en la adultez. Después de leer “Viaje a la semilla” de Carpentier o “La Ciudad” de Millán, comencé a experimentar con textos que alteraban los resortes habituales del tiempo.

¿Cómo se relaciona tu escritura con el trabajo que haces como traductor?

El acto de traducir es tender puentes levadizos entre dos idiomas. Y traducir literatura es una exploración constante: uno duda, interpreta, descubre palabras, expresiones y etimologías. Muchas veces se arriba a los confines del lenguaje propio. Si tuviera que explicarlo con una analogía, diría que traducir ha ampliado mi “paleta de colores” y me ha dado mayor ductilidad y plasticidad como escritor. He aprendido más sobre cómo enfrentarme a la materia prima de mis textos: el español. Aunque me falta mucho por aprender en ambas órbitas.

¿De qué manera se fueron hilando los cuentos para considerarlos un solo proyecto?

De un modo más o menos espontáneo. El trenzar estos relatos no fue algo muy premeditado. Hay relatos que escribí hace siete u ocho años; otros hace dos o tres. En algún momento, unos editores insistentes y amistosos me aconsejaron que los libros de relatos debían tener un hilo conductor. Y el vínculo que me sirvió para eslabonarlos fueron dos aspectos: la batalla contra el tiempo y la evocación de ámbitos urbanos condenados a cambiar y desaparecer.

¿Qué representa el tiempo rebobinado en estos cuentos? ¿Qué buscas rescatar allá atrás?

Representa la simulación de una libertad omnímoda. La capacidad de simular que podemos vencer lo invencible. En ciertos trances, nuestra mente consigue evadir la sentencia de la muerte, la realidad tangible, los límites lógicos, las aduanas grises que nos imponen las horas y el sentido común. Busco rescatar esa posibilidad a través de la literatura. Busco preservar unos instantes que se tragará la garganta voraz del olvido. Aunque sea vano, pretendo extender quince minutos la memoria de épocas pretéritas y homenajear rostros sepultados. Y ello sin ánimo de profetizar o de creer que la historia nos conducirá a progresar, sino por aceptar que somos materia de paso: canciones que pasarán de moda, hojas de otoño, armaduras de acuarela.

Tus historias se acercan a un mundo nostálgico, un Santiago clásico y ordenado, las micros amarillas, el Cajón del Maipo con un tren, ¿por qué utilizar esos contextos en un mundo que cambia tan aceleradamente?

Porque la nostalgia nos golpea tarde o temprano y el pasado reverbera en la memoria. Yo no llamaría Santiago clásico a ningún Santiago. No existe estabilidad o permanencias: esas son etiquetas que se despellejan como las capas de pintura en los muros. Hasta la Cordillera desaparecerá algún día. La ciudad es un hormiguero fluctuante, “ruina sobre ruina”, como canta Charly. Esos contextos aparentemente fijos del ayer me llevan a sondear con mayor detenimiento. Esa época me cuajó la mollera y tal vez nunca acabaré de entenderla y describirla. Y, además, hoy me cautiva más el pasado que el presente o el futuro distópico que veo a la vuelta de la esquina. Prefiero soñar escuchando a Los Blops que estar despierto ante la gigantografía de Fallabella o Bad Bunny.

 

 

 

 

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *