Por Juan José Jordán
El sacrificio (1986) fue la última película de Andrei Tarkovsky, director de renombre que ha marcado una gran influencia y que uno como espectador agradece por ciertas imágenes de un cuidado fuera de lo común. Contó con el equipo colaborador habitual de Ingmar Bergman, como Erland Josephson, actor de grandes películas del director sueco (inolvidable en Escenas de la vida conyugal y en Saraband).
Los créditos aparecen ante un plano fijo a un cuadro de tema religioso, con La pasión según San Mateo de Bach de fondo, predisponiendo a la audiencia a un relato con una cadencia particular.
Nos trasladamos a un exterior sueco, donde Alexander (Erland Josephson), actor retirado, dedicado a la crítica literaria, está plantando un árbol seco junto a su hijo. Le relata la fábula cristiana de un monje que encomienda a sus discípulos regar diariamente un árbol seco para que reviva, introduciendo el tópico de la fe que será fundamental en el desarrollo de la película. Llega Alan (Allan Edwall), el cartero, viejo amigo de Alexander, quien tiene la costumbre de coleccionar relatos atípicos reales. La cámara los acompaña con un travelling horizontal suave, lento. Aparece Adelaide, mujer de Alexander (Susan Fletwood) junto a Victor (Allan Edwall), médico de la familia. Todos ellos se han reunido para celebrar el cumpleaños del crítico.
A pesar de lo precioso del día, algo terrible se está desarrollando en las sombras y cada cierto rato el ruido de aviones sobrevolando mucho más cerca que lo habitual deja entrever que algo pasa. Hay tensión en el ambiente. Finalmente, un aviso en televisión aclara la situación, con avisos tan preocupantes como: “No se muevan, en ningún lugar estarán más seguros que donde están”. Ha llegada la tan temida Tercera Guerra Mundial y las consecuencias solo podrán ser catastróficas. No llegará ningún contingente de soldados americanos que entre broma y broma libre al mundo de la amenaza, como la adorable y tonta película a la que uno se acostumbró sin darse cuenta. Esto es un callejón sin salida, mucha gente inocente morirá, también el hijo que duerme en el segundo piso, porqué sí no más.
Contradiciendo su habitual escepticismo, Alexander visita a una de sus empleadas a su casa. Según Alan, ella es una especie de bruja con poderes sobrenaturales que puede cambiar lo inevitable. Antes habíamos visto a Alexander hablando cámara, hablando con Dios, ofreciendo todo lo que para él era importante si todo continuaba como siempre. Hay un diálogo constante entre el racionalismo, el confiar lo que se mira y toca y la fe, entregándose ciegamente a creer sin mayores certezas.
Hay un cuidado estético, pero no del modo, por ejemplo, de Barbie (Greta Gerwig, 2023), donde se nota claramente la intervención de un tercero en la elaboración de esos espacios. Acá hay una belleza más asociada a un naturalismo, con un encuadre y luz precisa; el niño durmiendo en su cama, su piel reflejando el cambio de luz cuando el viento aleja o acerca la cortina a la pared; el profesor y Alan hablando en susurros en una pieza y de pronto este último apaga de un soplo la lámpara a gas y se percibe como la ausencia de luz modifica el espacio. Aprovechar esos detalles, esas sutilizas. Como señalaba el escritor Joseph Joubert por el 1850 más o menos, Tal vez la luz, simplemente, sea más bella que los colores y acá es muy claro el efecto que provoca en los entornos y personajes.
Durante la primera mitad (con excepción del comienzo, con esa conversación al aire libre) la acción transcurre principalmente en interiores, con poca luz, lo que se conjuga favorablemente con la idea de catástrofe. Pero al día siguiente que Alexander ha hecho el acto que modificaría el curso de los acontecimientos aparece una luz que irradia una sensación de tranquilidad. Y es ahí, en ese ambiente que pareciera ideal para tender una manta y hacer un picnic, donde concretiza su sacrificio con el incendio total de su casa, en un plano secuencia hipnótico, con todo el curioso poder de atracción que tiene el fuego, como permanecer mirando una fogata con las llamas revoloteando caóticamente en el aire.
Es llevado por enfermeros para ser internado en un hospital psiquiátrico. ¿El mundo corrió peligro realmente?, esos fragmentos en blanco y negro que se intercalaban en la primera parte que retrataban a una población huyendo en frenético desorden, ¿eran las alucinaciones de un demente? La película no da certezas y lo concreto de la realidad se entremezcla con el mundo imaginativo y espiritual. Imaginaciones de un loco o no, lo cierto es que la amenaza nuclear es algo del mundo en el que se respira y camina. Sin ir más lejos, poco antes de la filmación había tenido lugar el accidente de Chernóbil. El fuego total que arrasa con todo a su paso, no limitado a una casa de madera.
Cercana a la estremecedora Melancolía (Lars Von Trier, 2011), en cuanto acá también se retrata un eventual escenario sin escape. A pesar que la película termina con una frase llena de esperanza, dedicada al hijo del director, la verdad es que es difícil que el espectador pueda irse con una sensación de calma. En el tiempo del estreno las posibilidades de un enfrentamiento nuclear entre los dos bloques antagonistas se volvía cada día más cercana. Y hoy, con la escalada progresiva de las hostilidades en Medio Oriente que amenaza poco a poco en transformarse en algo de consecuencias devastadoras, al punto que todo termina pareciendo un poco sin sentido y fuera de lugar (ir al cine, escribir una crítica).
Una película que retrata un escenario apocalíptico, pero no desde lo obvio: se escuchan los aviones fuera de escena y se enfoca una pared con una cortina. Tomas largas, que les permiten a los actores profundizar en sus emociones, como el conmovedor ataque que tiene Adelaide cuando se entera del macabro escenario. Cada uno de ellos en ese espacio cerrado asume la brutal noticia a su modo personal, demostrando un abanico de reacciones: algunos estoicos, otros desesperados y desbocados. Una gran despedida del cine para Tarkovsky, que en el Festival de Cannes de 1986 obtuvo el Gran Premio del Jurado.
FICHA TÉCNICA
Título original: Offret
Año: 1986
Duración: 149 min
País: Suecia
Dirección: Andrei Tarkovsky
Guion: Andrei Tarkovsky
Música: Johann Sebastian Bach
Fotografía: Sven Nykvist
Género: Drama
Elenco: Erland Josephson, Susan Fleetwood, Valérie Mairesse, Allan Edwall, Guðrún Gísladóttir, Sven Wollter, Filippa Franzen, Tommy Kjellqvist
En Mubi Fest