Por Claudio Garvizo
Complejo el acto de agradecerle a esta carcelera llamada “cuarentena”. Más aún cuando otra vez nos ha dejado encerrados, ahora a todos los que vivimos en la Región Metropolitana. Y mi gratitud va para el Teatro Municipal de Ovalle, TMO y Matucana 100, M100, entidades que organizaron el pasado 13 de mayo una breve lectura dramatizada de pasajes de la obra Arpeggione, de Luis Alberto Heiremans, dirigida por Jesús Urqueta y protagonizada por Claudia Cabezas y Nicolás Zárate. La actividad contó, además, con un conversatorio posterior con el director y los actores.
Las voces de Claudia Cabezas y Nicolás Zárate emergen de los parlantes que los asistentes virtuales disponemos en nuestros dispositivos. Reaparece la susurrante Rosa y el tono tímido y meditabundo de Lorenzo y, entre medio, la voz narradora de Jesús Urqueta, a cargo de relatar lo que indican las didascalias del texto. Un texto que leído y compartido a través de Zoom mantiene viva su musicalidad y esa delicadeza que apreciamos quienes en 2018 vimos el montaje en Matucana 100, y cuya versión audiovisual es parte del catálogo de escenix.cl.
Fin de la lectura. Un silencio minúsculo. Me evoca los momentos contemplativos de los que está nutrido Arpeggione. El conversatorio es guiado por Pierina Escalona del TMO y Hugo Navarro, programador de M100. Pareciera que los que escuchamos el texto hemos quedado mudos, sin embargo, pronto ese mutismo cae derretido con una interrogante que apunta a la esencia de los personajes y al eco como metáfora en la obra.
Sobre esa materia, el actor Nicolás Zárate responde que resultó complejo de buenas a primeras comprender el trasfondo de los seres ficticios creados por Heiremans. Hasta que finalmente, señala: “dimos con la simbología del autor, que es el Narciso que está en Lorenzo, que no logra nunca escuchar a esta persona y ella es el eco. Un eco que es el resabio de la palabra de Narciso”.
En su reflexión esgrime que con su compañera de elenco buscaron la humanidad de Rosa y Lorenzo, dos soledades que se encuentran de un modo fortuito y que desde ahí conviven envueltos por la música. Añade que hurgaron en zonas que van más allá de la racionalidad de las palabras, dada las capas sensibles que, a su juicio, conforman la arquitectura de esta dramaturgia.
Lo genuino de la lectura dramatizada es valorado luego por Rocío, participante de esta actividad quien dice haber visto la obra por la plataforma escenix.cl y agradece a los actores la profundidad y sencillez transmitida. Es ahí cuando el programador de M100 anuncia, sin confirmar, por razones obvias, la fecha de aquello, que Arpeggione volverá a dicha sala.
Una segunda pregunta es formulada por los integrantes del público cibernauta, dirigida al director Jesús Urqueta y que ahonda en la premisa escogida por el artista para abordar la creación del montaje. Ante dicha consulta, explica que eso lo fueron descubriendo todos a medida que avanzaba el tiempo acotado que estaba definido por la producción de la obra, responsabilidad de M100, un mes.
En tal sentido, comenta que fue un proceso express en el que lograron realizar 15 ensayos: “conmigo, presencialmente y otros ensayos que hacían en la semana el Nico con la Claudia. En el fondo, nos reuníamos los tres los lunes, miércoles y viernes, y el martes y jueves se juntaban ellos a repasar el texto. En definitiva, fueron cinco semanas en las que resolvimos el cómo íbamos a contar la historia”.
Arguye que todo el equipo fue muy dúctil al momento de adaptarse durante ese periodo de preparación, a las circunstancias que iban apareciendo. Al respecto, sostiene: “Nosotros no teníamos sala de ensayo, entonces empezamos a tomar decisiones en una pieza de dos por tres, que era el comedor de mi casa. Finalmente, la obra ocurre en una tarima de tres por tres, que es un poco el espacio en el que los chiquillos ensayaron siempre”.
Jesús Urqueta manifiesta que antes de iniciar los ensayos construyó junto a la diseñadora Tamara Figueroa y al compositor musical Marcello Martínez, con quienes trabajó previamente en el montaje Violeta (2017), una idea de puesta en escena, la que luego mutó radicalmente. La variación obedeció, según afirma, a lo que fue sucediendo ensayo tras ensayo. En ese día a día, con los actores, diseñadora y compositor, descubrieron algo sustancial: que los espectadores vieran la obra que estaba sucediendo en ese ensayo.
En opinión del director de, entre otros montajes, Prefiero que me coman los perros (2017), Cuestión de principios (2018) y Lear, el rey y su doble (2019), incidió en ello el que creadores y creadoras del montaje ya habían trabajado antes y, por tanto, había un tempo y un ritmo que les era común. “Fue la complicidad de un grupo de amigos la que contó esta historia lo más honestamente posible y ninguno pretendió hacer otra cosa más que lo que mejor sabe hacer”, enfatiza.
Es interesante la mirada de Urqueta respecto a las acciones demarcadas por Luis Alberto Heiremans en el texto, puesto que su pretensión fue incorporarlas en el mundo interior de los personajes. De ahí que haya optado por incluir las didascalias en la lectura que presenciamos desde nuestras pantallas. Me atrevería a decir que esas didascalias son el universo de un personaje más en los fragmentos leídos.
La complicidad a la que hace referencia el director aflora en la comunicación que el trío, Urqueta, Claudia Cabezas y Nicolás Zárate, tienen en el transcurso del conversatorio. La intervención de la actriz así lo confirma, para quien la comunión en escena con su compañero Nicolás fue decisiva en cada función, sobre todo para lograr esa naturalidad que subyace en el devenir de las imágenes urdidas por el dramaturgo.
La visión de ella sobre el punto de vista expuesto por Heiremans fue crítica al comienzo del viaje creativo acometido. Especialmente por cómo es representada Rosa. “Cuando leí el texto, me pareció que había una orientación machista de la obra, particularmente hacia el personaje de Rosina. Me parecía que ella era demasiado simple. Creo que, también, eso es reflejo de un mal del ego del artista, su deseo de portar grandes discursos en la obra y Rosina, en la superficie, escucha y tal como está escrito, su voz es el eco de algo”, recalca.
Claudia Cabezas complementa que a medida que fue comprendiendo las dimensiones del subtexto, vislumbró que Rosa estaba en un presente. “Es un personaje que está en el presente con el otro y eso es muy difícil en la vida diaria. Eso a propósito de la escucha y de cómo ella se entrega a ese ejercicio de escuchar”, subraya.
Reconoce que esa percepción se diluyó paulatinamente, mientras esa energía pérdida de ella, refugiada (conforme lo ve) en el acto de escuchar se iba nutriendo en los ensayos de un juego que se establece con Lorenzo. Una suavidad que es constituida como un pliegue que la cubrió y del cual la intérprete gozó a cabalidad.
La definición que ella tiene del trabajo realizado es aún más suave y, por cierto, coherente con la obra artística: “Para mí Arpeggione es como una cajita musical”.
A los lectores y las lectoras de esta columna les invito a conectarse, literalmente, con las resonancias de esa cajita musical, cierren sus ojos y less aseguro que el encierro de esta carcelera llamada “cuarentena” será menos agobiante.
Título de la obra: Arpeggione
Dramaturgia: Luis Alberto Heiremans
Dirección: Jesús Urqueta
Elenco: Claudia Cabezas, Nicolás Zárate
Diseño escénico: Tamara Sepúlveda
Composición musical: Marcello Martínez
Producción: M100