QUBIT Crítica de cine “Bagdad Café”: Hay vida en el desierto

Por Paula Frederick

En la imaginería colectiva del cine, el desierto nos habla de soledad. Una carretera larga y vaporosa que parece ir a ninguna parte, donde se vislumbran realidades ficticias y bagajes incesantes. En París, Texas de Wim Wenders, el desierto le roba a Travis las palabras; En My own private Idaho de Gus Van Sant, Mike se pierde entre el polvo y la narcolepsia. Pero en el mundo de Bagdad Café de Percy Adlon, la turista alemana Jazmin (Marianne Sagebrecht) camina firme y decidida por el borde de la carretera hirviendo, vestida con un grueso traje verde y un sombrero tirolés. Es una heroína de talla grande que, luego de un viaje a Las Vegas que terminó con su matrimonio y su paciencia, se bajó del auto con un portazo y dejó que su vida, como la conocía, se evaporara junto a los espejismos. No tiene muy claro hacia dónde va, pero intuye que hay algo reservado para ella que la está esperando al otro lado del camino, más fuerte que la incertidumbre.

Mientras, el cartel del Bagdad Café se balancea al costado de la carretera. La cafetera está rota, no hay clientes a la vista, un niño toca el piano pero nadie parece querer escucharlo. Brenda (CCH Pounder), la dueña del café, acaba de ser abandonada por su marido y todo a su alrededor le recuerda que su vida cayó en una irrevocable inercia. Jazmin y Brenda se encuentran de frente. A simple vista parecen opuestas, pero ambas cargan con sus decepciones y buscan algo mejor en la mitad de la nada. Algo dice que esconden la respuesta que la otra espera. Brenda, como a todos, la mira con desconfianza y recelo. Jazmin trae consigo una maleta con ropa de hombre, su visa de turista y la magia necesaria para llenar de color las notas grises de Brenda.

El largometraje de Adlon puede ser descrito así, como un cuento. La historia fluye de forma narrativa, con imágenes elocuentes y descriptivas, pausas que invitan a la contemplación, tiempos que parecen muertos pero revelan la esencia de los protagonistas, su pasado y su presente. Su modo particular de construir el relato, siempre supeditado a la soledad intrínseca del desierto y a lo volátil de los espejismos, es a su vez una propuesta osada, porque centra su atención en un lugar olvidado y en desuso, en personajes abandonados, en la vejez y la decadencia del paso del tiempo. Pero es ahí precisamente cuando abre una oportunidad, que permite que lo inerte tome nueva vida, que lo borroso se vuelva nítido, que los personajes como el interpretado por el grandísimo Jack Palance (en una de sus últimas apariciones cinematográficas) salgan del segundo plano y brillen con luz propia.

Bagdad Café es de esas películas que te obligan a verla una y otra vez, por si acaso se pasó por alto algún detalle. O simplemente para volver a admirar sus imágenes sublimes, para reencontrarse con sus protagonistas, para que la canción principal – I’m calling you de Jevette Stelle- no deje de sonar en tu cabeza. De esas que miran de cerca la vida de un grupo de personas comunes que uno suele toparse pero de quienes nunca nos interesó saber demasiado. Nos habla de un rincón perdido en el mapa donde la belleza es lo distinto y la vejez un nuevo tiempo para enamorarse, donde personas sencillas pueden cambiar la vida de otras personas sencillas. Y, de paso, nos regala el privilegio de poder recomendársela a un amigo.

Título original: Bagdad Cafe
Dirección: Percy Adlon
Guion: Percy Adlon, Eleonore Adlon, Christopher Doherty
Música: Bob Telson
Fotografía: Bernd Heinl
Reparto: Marianne Sägebrecht, Jack Palance, Christine Kaufmann, CCH Pounder, Monica Calhoun
Productora: Co-production Alemania del Oeste (RFA)-Estados Unidos; Pelemele Film, Pro-ject Filmproduktion
Año: 1987
Duración: 91 min.
Plataforma: www.qubit.tv

 

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