Por Paula Frederick
Quién no ha bailado la canción de Zorba el griego, el célebre “sirtaki” compuesto por Mikis Theorodakis. Quien no ha dado vueltas en círculos con un grupo de amigos o desconocidos, levantado brazos y piernas como si no hubiera un mañana. Quién no ha querido romper, o quizás ya ha roto, varios platos en el suelo al ritmo de una de las músicas más reconocidas del imaginario colectivo cinematográfico. Lo cierto es que la película de Michael Cacoyannis, es muchísimo más que eso. Su genialidad trasciende su banda sonora, punta del iceberg de uno de los filmes más aplaudidos y recordados de todos los tiempos. Tal vez sea por la figura de Anthony Quinn, imponente, desgarbado y siempre sonriente, que llena de energía vital cada segundo que aparece en pantalla. O quizás sea la amistad improbable y simbiótica con su co-protagonista, Basil (Alan Bates), un flemático inglés que nunca pierde la compostura y está convencido de que la vida se puede entender solo en los libros.
Para quienes aún no ven esta joya del cine, nominada a 7 premios Oscar, la pueden disfrutar en todo su esplendor en la plataforma Qubit.tv. La historia del escritor Basil, Alexis Zorba y su encuentro fortuito camino a la isla de Creta, siempre puede ser descubierta o revisitada. Basada en el libro Vida y aventuras de Alexis Zorba del griego Nikos Kazantzakis, sigue el viaje de ambos protagonistas, desde que se encuentran en el puerto de Pireos en Atenas, hasta que se instalan en un pueblo de las montañas cretenses e intentan reactivar una mina de lignito. Las motivaciones de ambos son muy distintas: Basil quiere honrar la memoria de su padre de origen griego, escapar de la monotonía y recuperar la inspiración perdida. A Zorba le sobra inspiración y solo busca vivir el día a día, haciendo que su entusiasmo por la vida se expanda a su alrededor. Ambos representan el conflicto ancestral humano entre la pasión y la razón, esa dualidad cognitiva que, a fin de cuentas, ha forjado la historia de la humanidad.
Más allá de la música evocativa, los paisajes isleños de Grecia o la inexplicable química entre dos protagonistas tan opuestos, la película de Cacoyannis es una oda a la visualidad. Un retrato complejo y original que mezcla tradición con vanguardia, que contrapone sin tapujos la manifestación deliberadamente ficticia de los personajes con la realidad más pura de los lugareños de Creta, secundarios constantes en cada uno de los encuadres. Sus rostros, a veces impávidos y otras exageradamente expresivos, son parte fundamental de la construcción del relato, pues le otorgan un carácter único, un telón de fondo que implica realidad, naturaleza, esencia humana en todo su esplendor.
La elección del blanco y negro, entonces, no parece casualidad. En primer lugar, quiere acentuar un evidente contraste, personificado en sus dos protagonistas. Además, la movilidad de los cuerpos, los primeros planos de caras ancianas, sin dientes y arrugadas por el sol, los constantes zoom a las reacciones de los protagonistas, la velocidad intermitente y vertiginosa con que la cámara sigue cada paso de Zorba, dan cuenta de una construcción visual que no necesita color, ni efectos ni ornamentas. La verdad humana, cuando tiene coherencia y vida propia, se sostiene por si sola.
Asimismo, los personajes femeninos también están construidos en base a su contraste. La “viuda” (una grandísima Irene Papas), sobria y enigmática, que se guarda todas sus emociones y no dice ni una palabra en toda la película, pero que expresa su mundo completo a través de los ojos. Luego aparece Madame Hortense (Lila Kedrova, ganadora del Oscar a la mejor actriz secundario), una exuberante señora francesa, solitaria y millonaria, que vive de los amores pasados, expresa todo intensamente y se enamora al primer respiro. Ambas se cruzan en el camino de Basil y Zorba, determinando un destino trágico e inesperado que deja sus huellas en la construcción de sus propias vidas.
Con momentos efervescentes y otros de una tristeza desgarradora, Zorba el griego indaga también de manera cruda y feroz en el universo de las viejas tradiciones de zonas rurales, que asocia la ignorancia a la pobreza, que no logra deshacerse de la parte negra de su historia, que se ata al pasado represor y a una cierta oscuridad mental. Un imaginario que a su vez está lleno de colores, magia, creatividad, honestidad y energía vital. Esa que Anthony Quin y su inolvidable Alexis Zorba llevan a la máxima expresión.
Así, en su narrativa confluyen distintas corrientes, imaginarios y figuras del cine. Por los pasajes de Zorba el griego, desfilan resabios de la cinematografía de Bresson, los rostros asfixiantes de Pasolini, la locura de Fellini y los resabios del personaje de Quinn en La Strada, los diálogos existenciales de Bergman, incluso algunas de las osadías de los primeros años de Godard. Aquí no hay robo ni engaño. Simplemente, un vuelvo natural a rescatar la grandeza de otras obras, a entender el cine como un acto colectivo, que se enriquece en la continuidad de su imaginario, que se alimenta con la existencia de otras películas. Las que pasaron y las que vendrán.
Título original: Zorba the greek
Dirección: Michael Cacoyannis
Guion: Michael Cacoyannis
Novela: Nikos Kazantzakis
Música: Mikis Theodorakis
Fotografía: Walter Lassally
Reparto: Anthony Quinn, Alan Bates, Irene Papas, Lila Kedrova, Sotiris Moustakas, Anna Kyriakou, Eleni Anousaki, Yorgo Voyagis, Takis Emmanuel, Giorgos Foundas, George Pan Cosmatos
Productora: Coproducción Estados Unidos-Grecia; 20th Century Fox
Año: 1964
Duración: 136 min.
País: Estados Unidos
Plataforma: www.qubit.tv