SANFIC 15 Crítica de cine “Amanda”: La vida debe seguir

Por Paula Frederick

Elvis has left the building es el nombre del libro que despierta la inquietud de la pequeña protagonista de Amanda, del francés Mikhaël Hers (Mejor Película competencia internacional SANFIC 2019). Su madre, Sandrine (Ophelia Kolb) intenta aplacar la inagotable curiosidad de su hija de siete años, mientras le habla sobre el rey del rock and roll y le explica que la expresión “Elvis ha dejado el edificio” se refiere a algo concluso, a una oportunidad que ya pasó, a una partida irrevocable. La escena podría ser aleatoria, el reflejo de un pasado o el anuncio de un futuro cercano; al final, no importa demasiado. Aunque los acontecimientos que vendrán sean trágicos y puedan parecer definitivos (nos situamos en un París bajo ataque terrorista) la película, como la vida misma, sigue siempre adelante. 

Las oportunidades, los puntos de vista, las historias que contar. Esa es la principal lección que a Amanda le tocará aprender. Y lo hará de la mano de su tío David (Vincent Lacoste), quien, a los 24 años y mientras intenta dilucidar el curso de su propia vida, deberá hacerse cargo de su sobrina. 

El riesgo que toma Mikhaël Hers con Amanda, no es de menospreciar. Tocar el terreno de la vulnerabilidad de un país, la seguridad y los ataques terroristas sin caer en el análisis sociológico, sin buscar ansiosamente una causa o una consecuencia social o histórica, sino solo capturar un instante en bruto, podría constituir para algunos casi un insulto. Pero más que hacer una película sobre el presente, Hers realiza un filme sobre el futuro, lo que a este punto es una sabia decisión. Así, la narración no se detiene en lo que ocurre, sino que en reconstruir el tejido que quedó irrevocablemente herido en las vidas de Amanda y David. 

Las dinámicas familiares se han transformado en una fuerza gravitante en el cine francés, que ha sabido indagar en sus estructuras, sus modos de comunicarse y códigos sin caer en el sobre análisis ni el exceso de melodrama. La tendencia no parece un capricho, ni siquiera una elección de estilo, simplemente una tendencia natural hacia el minimalismo en el observar, hacia el interior de un departamento, de una pieza, de un libro, aunque allá afuera el mundo se esté cayendo a pedazos. En el construir la siguiente escena, en la cotidianeidad que poco a poco se retoma, reinterpretando los espacios y las interacciones sociales y afectivas. 

Quizás no estemos frente a una película extraordinaria, ausente de sentimentalismos o abuso de recursos, como la música incidental en los momentos de mayor dramatismo que, dado el nivel de interpretación de los protagonistas, no suma, sino que solo distrae. Seguramente se trata de una historia honesta, simple, pero no simplista, una reflexión acerca de cómo sobrellevar el miedo a la incertidumbre y dar el paso siguiente. En su honestidad, el director reconoce que no puede resolver el problema, ni tampoco puede hacerlo el cine. Solo queda captar un sentimiento, una mirada, un partido de tenis compartido donde siempre se puede revocar el resultado (en una de las escenas más relevantes de la película), una sonrisa inesperada que dé indicios de continuidad. 

Amanda, como niña y en su inminente transición a la adolescencia, representa todo lo contrario a un momento suspendido. Ella es el futuro, el desarrollo inevitable del cuerpo, de la mente, de la percepción del entorno. Mientras Amanda y David reconstruyen con calma sus referentes e intentan, casi como un instinto natural, reubicar su norte, la cámara se mueve en una velocidad paralela, acelerada, sin perder nunca la nitidez de la imagen, retratando un París que sigue su flujo, donde el tráfico, las bicicletas, las motos, la gente caminando apurada por las calles siguen todos, una misma dirección. Una ciudad de las luces que, a pesar de la oscuridad de los hechos, no se deja acallar. 

Director: Mikhaël Hers
País: Francia
Año: 2018
Duración: 107 minutos

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