Por Paula Frederick
Casa Vazia, como dice su nombre, es la historia de una desaparición. Inesperada, desoladora, inconclusa. La película del director brasilero Giovani Borba, parte de la Competencia Internacional SANFIC 2022, instala un vacío desde su inicio, una sensación ineludible de ausencia, una suerte de horror vacui que define el relato y nunca desaparece, a pesar de que los encuadres llenen cada rincón de la pantalla. Sigue la historia de Raúl, un taciturno trabajador que vive junto a su mujer e hijos, perdidos en la mitad de la vasta meseta brasilera. La falta de trabajo y la pobreza llevan a Raúl a tomar decisiones extremas y asociarse a otros peones para robar ganado en la oscuridad. Al regresar, su mujer y sus hijos ya no están. Su casa, está completamente vacía.
La búsqueda de la familia perdida se transforma, entonces, en un esfuerzo por encontrar fantasmas, espectros, rastros de un pasado, de un alma, de un momento mejor. Por más que se intenten alcanzar, a través de viajes, visitas, preguntas, conversaciones o rituales religiosos, son seres esquivos, que siempre van un paso adelante, que se escurren entre los dedos y se desvanecen justo antes de que descubran su paradero. Esa búsqueda es también una forma de encuentro con demonios olvidados, con otros fantasmas del pasado, con sentimientos que se habían querido enterrar y que, inevitablemente, salen a la luz.
Casa Vazia es un filme contenido, que se mueve con bastante naturalidad entre el drama y el suspenso, sin rebalsarse ni alargar demasiado sus silencios o planos fijos. La obra de Borba se construye a raíz de un acontecimiento dramático específico, pero a su vez es la representación de toda la soledad que existe a su alrededor. La soledad de la meseta, de la inmensidad del campo, del trabajo precario e ingrato que aísla a las personas hasta volverlas indolentes y taciturnas. Raúl es el reflejo del universo que lo rodea, y su carácter anónimo es también el de cualquier trabajador, hombre o mujer, que intente resaltar en un entorno hostil.
Temas como la dignidad, la sobrevivencia o la marginalidad, se rozan de manera equilibrada, sin contraponerlos entre sí, sino que como parte de una misma realidad, un todo indisoluble. Esta totalidad del paisaje, de la inmensidad de los campos, solo se quiebra a través de la forma en que los capta la cámara. Los personajes están siempre encuadrados, en el marco de una puerta, de una ventana, de un auto, como si a pesar de la inmensidad en la que viven sus destinos estuvieran ya determinados y sus límites, impuestos.
La fotografía de Ivo Lopes Araújo, premiada en el Festival de Río de 2021, juega un rol esencial en la transmisión de emociones, de esa sensación de vacío que se anida en los contrastes entre luz y oscuridad, el margen apenas perceptible que determina los cambios de escenario y la llegada de un nuevo día o una nueva oportunidad. Mientras la narración avanza, las sombras se toman el encuadre, se agrandan, hacen suya la imagen y amenazan con traer consigo la total oscuridad. Cada encuentro es también una vuelta a la luz, un destello fulgurante de Sol, que nos conduce en un vaivén emocional, siempre a la espera de una sonrisa de Raúl, de una pista que le de calma, de un cambio de rumbo, de la redención definitiva.
La casa no es lo único que está vacío. De hecho, es quizás el espacio más atiborrado. Recuerdos, juguetes, fotos, dibujos infantiles, escritos. Vestigios de un pasado que, pesar de llenar cada rincón de la casa, acentúan el vacío del interior de Raúl, al recordarle que sí hubo otro momento pleno, con alegría, ruido, energía. Al final, la ausencia no nace del vacío absoluto, sino que de la conciencia de lo que se perdió. Del espacio que queda cuando algo ya no está. De esa vida que había en Raúl, y que se asemeja más al ganado inerte tirado en la mitad de la pampa, que a las fotos sonrientes que engalanan los rincones sombríos de su casa.
La lentitud de la narración provoca a ratos el mismo tedio que vemos en sus protagonistas, en su vagar errático, en la búsqueda de un sentido que no siempre aparece. Eso afecta también el ritmo del relato, que en su lento andar genera ansia, incomodidad y una sensación de desesperanza. Pero esos planos eternos son también la representación de un entorno, de un estado emocional, de un cine que no busca complacer, sino mostrar la realidad de la manera más fidedigna y verosímil posible. Transmitir esa melancolía y esa sombra que avanza en el protagonista, es quizás la mayor fortaleza de la película. Así como la contraposición del individuo frente a un contexto vasto, tan inabarcable que se vuelve ajeno y acentúa la sensación de pequeñez. La claustrofobia que se encuentra con el miedo a la inmensidad. La fragilidad del ser humano que se encuentra con su resiliencia más primitiva. La historia de un hombre cualquiera, que puede ser la de todos. Las luchas universales de los hombres que se repiten y se asemejan, no importa en la dimensión donde les toque vivir.
Título Original: Casa Vazia
Director: Giovani Borba
Guion: Giovani Borba
Elenco: Hugo Nogueira, Araci Esteves, Nelson Diniz, Robeto Oliveira and Lucas Daniel
Año: 2021
Duración: 85 minutos
País: Brasil
Competencia Internacional SANFIC 2022, www.sanfic.com