Por Julio Olivares
En el marco de la vigesimoprimera edición de Sanfic, el documental peruano Runa Simi (El idioma de la gente) tuvo su estreno en Chile, como parte de la Competencia Internacional. La cinta, dirigida por Augusto Zegarra y producida por Claudia Chávez y Paloma Iturriaga, sigue la odisea de un sujeto peruano de ascendencia indígena y su joven hijo para doblar el icónico clásico infantil El Rey León a su idioma nativo, el quechua.
Se trata de una noble labor, que busca llevar al cine hacia aquellos que nunca han podido disfrutar de una película en su idioma natal -el segundo oficial en Perú- y rescatar, a la vez, una lengua que está siendo olvidada gradualmente. Pero no por eso es una misión simple. Para doblarla necesitan reunir otros aliados en esa batalla contracultural y recibir el beneplácito o al menos el permiso de Disney, los dueños de los derechos de la historia de Simba. Es una lucha quijotesca, con ecos de David contra Goliat, que se cuenta con gracia y calidez, pero no por ello sin crítica social.
Como parte de la gira de estrenos de Runa Simi, que los tuvo la semana pasada recibiendo tres galardones en el Festival de Cine de Lima, Zegarra -que está de visita en Chile- conversó con Culturizarte acerca de su largometraje debut, de los puntos que comparte con la chilena Denominación de Origen, y del amor al arte y al idioma como motor de las batallas imposibles, esas que vale la pena dar.
¿Cómo conociste a Fernando Valencia, tu protagonista?
Todo comenzó cuando me mostraron uno de los “Quechua Clips”: la versión doblada de Hakuna Matata al quechua que había hecho en ese entonces. Quedé impresionado y pensé que eso es lo que quería hacer ahora: darle más luz a este grupo de personas. Conocí a Fernando y le dije ´Ah, tú eres el líder del proyecto”. Me respondió ´No, no. Yo soy todo el proyecto´ [ríe]. Eran solo él, haciendo de Timón y Pumba, y su hijo Dylan, que hacía la voz de Simba.
Desde el comienzo vi que Fernando está lleno de sorpresas. Tenemos nueve años de amistad a esta altura y me sigue enseñando cosas nuevas. El proyecto partió en 2017 como un corto acerca de los “Quechua Clips”, pero luego Fernando me dijo que no quería solo doblar escenas, sino doblar una película completa. Ahí entendí que Fernando estaba en un momento realmente importante de su vida y que daba para seguirlo por mucho más tiempo. Entonces le propuse hacer un largometraje.
Ha tomado más tiempo de lo que pensé hace mi primera película, pero ha sido un proceso muy mágico: tenemos el privilegio de estar estrenando acá y en otros lugares; fuimos el primer documental peruano que compitió en Tribeca; y pude generar un vínculo con Fernando, con Dylan y con todo el equipo -chiquito, de seis personas- con quienes la hicimos.
Decías que te costó nueve años. ¿Podrías contarme un poco de ese proceso?
La película demoró porque es difícil recaudar los fondos, como es común en el cine latinoamericano. En 2018 ganamos el fondo del Ministerio de Cultura. En 2019 empezamos a grabar, veníamos con un ritmazo, avanzando a tope, hasta que cayó la pandemia y nos frenó casi dos años de grabación. Aprovechamos ese tiempo para buscar más fondos, tuvimos la suerte de ganar Sundance… Y entendí en un momento que la película iba a estar cuando estuviera.
En Perú hacer cine es un privilegio gigante, soy muy consciente de eso. Yo tengo un trabajo a tiempo completo aparte y lo que hago en ese trabajo lo reinvertí para darme el tiempo de chambear en la película, pero es difícil hacer cine en Perú. Mucha gente te dice ¡Ah, qué bonito, haces cine! ¿Y de qué vives? Nunca asumen que se vive de hacer cine. Entonces, sí, es difícil, pero lo logramos. Todo salió a su momento y no cambiaría nada del proceso.
¿Hubo, en algún punto de ese proceso, la tentación de empujar los hechos, apurarlos un poco o perfilarlos de alguna forma? ¿O te consideras más bien un director que se pone al margen, a ver qué pasa y deja que la historia misma te sorprenda?
No soy mucho de intervenir en la realidad, porque estoy siguiendo la vida de alguien y es su proyecto. Pero no te voy a mentir: siempre lo motivábamos para que no desistiera, así como él nos motivaba para seguir persiguiendo el sueño de hacer la película. Fernando también es una persona que trabaja en diez lugares distintos para poder mantenerse y hay momentos donde la vida no le alcanzaba. Así que sí, le echamos gasolina a su fogata de sueño, para que no se apague la flama y no perdiéramos el momentum.
Hay algo muy inspirador en este tipo de batallas, que tienen que ver, como decías, con hacer las cosas por amor al arte, por pasión, donde lo que se busca no es la ganancia monetaria, sino algo que va más allá. Peleas contraculturales, donde los personajes están buscando un camino propio, no obvio en este estado del capitalismo. En este caso, el rescate de la lengua quechua.
Me emociona lo que dices. A lo largo de este viaje he pensado mucho también en eso: ¿Por qué hago la película?, ¿Por qué sigo haciendo cine? Demasiadas cosas a mi alrededor me dicen: «No hagas cine, Dedícate a algo rentable, a la publicidad» Y la verdad es que Fernando es una persona muy inspiradora para hacer arte y crear desde ahí.
A mí me gustaría que el cine no sea solo por amor al arte. Soy muy consciente de que por años yo y mi equipo hemos trabajado por menos de lo que teníamos que trabajar. Y dentro de la historia ves a Fernando y a su equipo de dobladores trabajando por amor al idioma y a su cultura. Es un amor al arte que tiene una carga de identidad muy fuerte. Por eso, mucha gente ve algo esperanzador en la película y sí, lo es. Hay una luz de esperanza en las personas que hacen cosas por amor al arte, comprometidas, por pasión. Pero, al mismo tiempo, me gustaría que sirva como una crítica social. Lo que está haciendo Fernando podría ser una política de Estado, podría estar involucrado el Ministerio de Cultura. No tendría que ser un artista independiente el que tenga que ir a decirle al país: escúchame, yo tengo valor, mi lengua tiene valor.
Al mismo tiempo que Runa Simi tiene cierto tono de alegría, lo que quiero es que la gente entienda también que estamos tratando de calificar el hecho de que Fernando no debería tener que hacer esto por amor al arte con sus colegas artistas de doblaje. Ellos deberían tener un financiamiento porque están haciendo una cosa importante para el arte, para la cultura. Entonces sí, es amor al arte. Amo el arte, amo el cine. El cine documental me ha salvado la vida y hacer esta película me ha cambiado la vida en muchas formas. Pero voy a pelear todo lo que pueda por la historia de Fernando, para que hacer estas cosas se paguen y que el trabajo de hacer cine también sea digno.
Seguir dando la buena pelea.
Exacto. Y seguimos juntos con Fernando en eso. Para nosotros Runa Simi es solo el inicio de algo más grande. Queremos hacer una campaña de impacto, para la cual ya hemos ganado un fondo, que consistirá en viajar por comunidades quechua-hablantes, mostrarles la película doblada al quechua, ir a colegios, hacer una gira, hablar con la juventud sobre identidad y hacerle entender a los chicos y chicas más jóvenes que pueden soñar el mundo en su propio idioma.
Tengo mucha esperanza de que la película nos permita poner sobre la mesa el tema del acceso al cine, a la cultura y al entretenimiento en tu propio idioma. Algo que en teoría es un derecho, pero que en la práctica no es así.
Pensando en la experiencia en Chile de los representantes de los pueblos originarios, que suelen convivir con expresiones racistas y a los que les ha costado hacerse un espacio en la conversación, ¿son los quechua discriminados en Perú?
Hay mucha discriminación contra los pueblos indígenas en cuanto a representación. Hay más barreras y más lupas cuando un congresista o un político tiene rasgos andinos, viste con pollera o trata de hablar quechua en el congreso. El quechua, dicho sea de paso, es el segundo idioma oficial del Perú y en teoría debería poder hablarse dentro del hemiciclo, pero la gente dice que no, que es una especie de acto provocativo. Así que muchos tratan de ocultar su acento, su lengua cuando llegan a la capital y se olvidan de las promesas que hicieron en campaña.
En Perú hay una traba muy grande en cuanto a representación de los pueblos indígenas, también en medios o en el cine. Amigos chilenos que han ido a Perú me han dicho: ¿Por qué nadie se ve como peruano en las pancartas que hay en la calle? ¿Por qué todos parecen europeos? Eso es algo que hemos hablado mucho al hacer la película con Fernando: la importancia de la representación. Que las personas se sientan vistas, reivindicadas es algo que te puede dar la política, pero también el cine. Eso nos han dicho cuando hemos mostrado la película en cine. Mostrar a un personaje hombre, andino, quechua-hablante, como padre, con momentos de ternura, con su hijo al costado, no pasa tan seguido. No digo que sea el primero en hacerlo, pero no pasa tan seguido y creo que es importante que reflexionemos un poco de las imágenes que ponemos en el cine. Es parte de la responsabilidad de la que te hablaba cuando podemos hacer cine. Esa imagen que muestras puede quedar como representación de una realidad mucho más amplia. Creo que hay que empezar a voltear la balanza y mirarnos un poquito más, a quienes somos, para ayudar a entendernos a través del cine.
En una escena muy interesante Fernando va a visitar a un abogado, en medio de sus intentos de conseguir la autorización legal de Disney. Sin embargo solo escuchamos parte de la conversación a través de un micrófono oculto, mientras vemos la fachada del edificio, simbolizando una suerte de barrera, de choque con el mundo corporativo, que es hostil al arte y a la pasión. ¿Siempre la pensaron así?
Nosotros llegamos con las cámaras y los micrófonos a la oficina de los abogados, cuando nos dijeron que no podíamos grabar. Recuerdo que le dije al sonidista que siguiera grabando porque no es que fueran a revisar si estaba encendido el micrófono o no, así que sí, así lo resolvimos. Pero la idea de filmar el edificio desde afuera siempre estaba. El abogado suele ser el malo y para mí tenía un efecto más potente no mostrarle su cara, es más frío. Al mismo tiempo, muchos peruanos me dicen ´Yo sé exactamente quién es ese tipo. No tengo que verlo porque ya sé cómo se ve, ya sé cómo habla, qué piensa, cómo vota y en qué zona de la ciudad vive´. No tengo que mostrar la cara del huevón, en cada país latinoamericano podemos dibujarlo. Todos conocemos al huevón que te dice: ´¿Para qué vas a aprender el quechua? Abraza la globalización, aprende chino o inglés. Piensa en tu crecimiento monetario´. Y quedó muy bien, estoy muy contento con cómo quedó esa parte.
Además se emparenta con la imagen que tenemos de Disney, una multinacional gigante que no tiene rostro humano, que es más bien un titán, un muro gigantesco al que tampoco Fernando -ni nadie- tiene acceso.
Exacto. Fernando intentó contactar a Disney por las vías legales, llamarlos quizás ingenuamente al call-center, contactarlos por redes sociales… Disney es esta maquinaria que tiene esa cara pintadita de hada y te dice: Have a magical day, pero nadie contesta los correos, nadie lo llamó la vuelta.
Para cerrar, ¿conoces o has podido ver Denominación de Origen? Hay muchos puntos de conexión entre ambas propuestas.
Ayer conocí a Tomás [Alzamora, director de la película] en una fiesta del festival y quedamos de intercambiarnos unos links para ver la película de cada uno. Mi novia, productora de Runa Simi, vio una reseña en Letterbox de que alguien la denominó “Peruvian Denominación de Origen”, así que le pregunté a Tomás de qué iba su película porque no sabía tanto. Ahí entendí todo [ríe]. Y creo que no es casualidad. Lo hablamos también con él. En Latinoamérica hay mucha gente que está buscando reivindicar su pueblo, su identidad, y no es extraño que en la región se esté hablando más de esos temas. Me parece muy interesante que Tomás haya elegido hacerlo a través del humor. Tengo muchas ganas de verla.
Ficha técnica
Título original: Runa Simi
Director y guionista: Augusto Zegarra
Productoras: Claudia Chávez y Paloma Iturriaga
Género: Documental
Duración: 81 minutos
Idioma: Español y quechua.
Runa Simi es parte de la Competencia Internacional del Santiago Festival Internacional de Cine, Sanfic 21.