Por Magdalena Hermosilla Ross
¿Cómo sería un mundo donde no pudiéramos llorar? ¿Añoraríamos la sensación de una tibia lágrima cayendo por nuestras mejillas? ¿Haríamos lo posible por volver atrás en el tiempo para recuperar esta experiencia perdida?… Estas son las preguntas sobre las que gira el cortometraje de ficción Lágrima Seca del cineasta chileno Martín Pizarro Veglia, a estrenarse en SANFIC este miércoles 21 de agosto en el marco de la competencia de cortometrajes de talento nacional.
El cortometraje relata la historia de Rebeca, una joven que habita en el año 2800 y que, mediante una simulación, viaja en el pasado hacia el año 2024 en busca de lágrimas, ya que en su tiempo el agua es tan escasa que nadie puede llorar. Esta película de ciencia ficción se plantea como una experiencia audiovisual poética y onírica que nos invita a reflexionar en torno a las emociones, la humanidad y cómo las narrativas futuristas pueden ser un reflejo de las ansiedades de nuestro presente.
Martín Pizarro Veglia es un cineasta chileno que ha sido parte de más de 17 proyectos audiovisuales (entre largo y cortometrajes) como actor, guionista, director y montajista. Entre sus filmes más destacados se encuentran Pa que lo baile como quiera (2021), Crisis (2017) y Caos: La Leyenda de Camaleón de Pantano (2013). Si bien sus proyectos de largometrajes y documental son dignas de comentar, en esta oportunidad el análisis estará más centrado en sus cortometrajes.
En los cortometrajes de Pizarro, hay ciertas tendencias bastante interesantes, que podemos ver también reflejadas en Lágrima Seca, como la utilización de voz en off con un narrador intradiegético, la especial fijación en los objetos, un lenguaje poético y evocativo, paletas de colores coherentes y complementarias (sin mencionar la tendencia al verde/rojo), poco o nada de diálogo, fijación con las miradas… todo aquello se une para generar atmósferas con una cualidad onírica, como estar insertos en una realidad que se sale de lo que entendemos como nuestra percepción del mundo. Son realidades alternativas.
Lágrima Seca también funciona en esta noción. Es una realidad alternativa bien construida que nos muestra una condición del mundo conocido, de forma distinta a la que conocemos. En ella, nuestra realidad -Chile del año 2024- es una simulación. Todo el espacio nos parece conocido y a la vez ajeno. Como si fuera demasiado pulcro, demasiado orquestado. Así, como funcionan los recuerdos nostálgicos de la niñez, refractados y embellecidos por la fragilidad de la memoria. Es como un recuerdo programado en su cualidad más básica, por gente que no vivió la época a la que remite. Eso es, finalmente, una simulación.
En ese sentido, el trabajo de la dirección de arte a manos de María Becerra es realmente uno de los aspectos más destacables del filme. Las simetrías, la utilización evocativa/emotiva y simbólica de los colores, y esta sensación de encontrarse dentro de una programación de la realidad logran ser llevados a cabo de manera efectiva, en gran parte, gracias a esta construcción visual. Claramente el diseño sonoro realizado por Ignacio Veglia y los efectos visuales realizados por Felipe Manzur, en conjunto con la dirección de arte, logran llevar esta cualidad a una dimensión verosímil, donde el espectador se siente dentro de esta atmósfera pulcra, de colores saturados, programado y ligeramente inquietante.
La primera escena nos plantea desde un inicio la fascinación por la condensación del agua, lo que nos dilucida en forma premonitoria el conflicto central de la trama: La falta de agua, y consecuentemente lágrimas, en el año 2800. En este futuro hay simuladores que pueden llevar a la gente hacia el pasado, donde logran sentir, oler, saborear, ver y escuchar todo lo que era parte de esa época en forma clara. El relato cuenta con aspectos de ciencia ficción distópica y futurista que podemos ver en otras propuestas similares en naturaleza dramática tanto recientes como antiguas. Como por ejemplo Black Mirror, en especial el aclamado episodio 4 de la temporada 3 San Junipero, donde se muestra un mundo simulado e idealizado del pasado en la época que uno elija, o también, Her de Spike Jonze, donde existe un programa de computadora que es capaz de sentir y amar, o incluso propuestas más antiguas, como Alphaville de Jean-Luc Godard, donde nos encontramos en una sociedad sometida que no puede mostrar emociones propias de nuestra humanidad como el amor, la risa o el llanto.
De cualquier forma, se notan en este cortometraje influencias que vienen tanto desde el estilo y motivaciones personales del realizador, como de una tradición histórica de la ciencia ficción en cine que tiene cierta elocuencia propia del género. Dentro de la construcción del relato futurista, hay algo que sí está claro: Nuestra construcción ficcional del futuro nos habla de las ansiedades del presente. En especial en el relato distópico, que es una de las aproximaciones más populares del futurismo, tendemos a ver sociedades hiper-tecnologizadas, con gobiernos tiránicos, despóticos y autoritarios, una gran emergencia climática, disparidades sociales abismales, crisis sanitaria, habitacional, migratoria, etc. En resumen, el gran ocaso de la humanidad.
Estos aspectos que relatamos en la ciencia ficción futurista distópica no son tanto un reflejo de las posibilidades reales y estadísticas de nuestro futuro, sino una proyección de las ansiedades y grandes temores de nuestro presente. Vemos una crisis medioambiental que pareciera no poder solucionarse mientras que el sistema económico industrial capitalista no le de tregua. Vemos gobiernos que cada vez más tienden a los extremos opresivos, censuradores y dictatoriales, vemos cómo crecemos cada más dependientes de la tecnología y cómo esta se va abriendo cada vez más camino incluso incierto para sus propios creadores a dónde irá a parar, vemos las fronteras saturadas, las guerras latentes, los derechos fundamentales en manos de los más ricos… Estamos viviendo una distopía en tiempo presente.
Todo esto es acogido por los relatos cinematográficos y literarios futuristas, exacerbado en su carácter pesimista para generar en el receptor un mensaje de urgencia y llamado a la acción frente a nuestro presente, para no permitirnos llegar a ese tipo de futuro. En este sentido, Lágrima Seca, con un lenguaje elocuente, poético y evocativo, nos propone una tesis que va por dos ámbitos: primero, la película nos advierte de una crisis hídrica tan profunda que la esperanza de vida es significativamente más corta y no les permite fisiológicamente a las personas ni siquiera generar fluido suficiente dentro de su cuerpo como para poder llorar. Esto nos habla desde la ansiedad presente del calentamiento global, las sequías frecuentes y sus posibles consecuencias a futuro.
En segundo orden, nos habla de algo incluso más profundo. Quizás la falta de lágrimas no solo responde a una circunstancia ambiental, sino también a una condición humana. La distopía suele hablar desde un futuro donde los humanos nos convertimos cada vez más en máquinas inertes, sin emociones. Relatos donde el sistema ha consumido tanto a la humanidad, que se olvidan eventualmente, de sentir. En Lágrima Seca, el espectador observa a Rebeca desde la mirada del narrador intradiegético –parte de la simulación– que da ciertas luces a la forma en la que ella percibe el mundo. Las interpretaciones de Juan Carlos Maldonado y Valentina Acuña realmente nos permite introducirnos en la estructura de sentimiento del filme, donde vemos una Rebeca que exuda una languidez existencial, una apatía a su entorno, solo fascinada por la noción del agua, aunque pareciera que incluso eso, no fuera suficiente. Quizás Rebeca no busca las lágrimas para poder volver a tener la sensación del agua fluyendo en su cuerpo, las busca porque ha perdido la capacidad de sentir por entero. Necesita volver a conectar con esa humanidad que se ha perdido en su tiempo.
Por otro lado, el narrador testigo intradiegético –la voz en off– muestra todo lo contrario, es quien siente. Siente el aire en su rostro cuando pasa por el túnel, siente placer por dar una larga calada a su cigarrillo, siente pasión por Rebeca cuando la conoce en aquel callejón y siente decepción y dolor cuando ella lo deja. Siente, pero es parte de la simulación, solo simula sentir o quizás está programado para hacerlo. El hecho de que el narrador sea parte de la simulación del mundo tiene sentido, porque en los cortos de Pizarro, suele haber un personaje que observa al otro y en esta dinámica se basan las interacciones. Pero, a la vez, es un aspecto curioso, porque los narradores en off suelen ser siempre personajes que cuentan la historia desde un futuro (posterior al término del relato) hacia el pasado, recapitulando los eventos. Este filme está posicionado en el futuro, por lo que un narrador en off puede ser un acierto, pero en este caso, el narrador no es realmente una persona, ni quien vive los eventos, sino un espectador de ellos. Es quien observa a Rebecca. En esta observación, él puede sentir más que ella, aunque ella sea realmente humana. Hay una belleza desgarradora en la intención de esa disyuntiva.
El narrador es quien expresa la historia de Rebeca, hay una intención clara de entenderla desde lejos, distanciados. Con la misma fascinación que ella nos observa a nosotros en el pasado, nosotros la observamos desde nuestro presente, intentando comprender sus motivaciones. Esta fascinación se vuelve también una inclinación a la cautivación fotogénica, con la particular fijación en los objetos, las reflexiones y refracciones de la luz. Es una romantización de nuestro presente, en su forma esquemática más sencilla y a la vez, compleja. Una realidad de carácter pulcro, simétrico y ordenado, de colores saturados, plagados de significado. Es un futuro que nos ve desde una perspectiva donde, sin que nos lo digan abiertamente, entendemos que es sombría, porque incluso las cosas más simples, los objetos y espacios más mundanos, parecieran generar en nuestros protagonistas un magnetismo, curiosidad, una cierta nostalgia de un pasado que nunca llegaron a conocer. Es este carácter simulado de nuestra realidad presente, la que marca también definidamente esta distancia entre nosotros y la protagonista.
No es hasta casi el final del corto que vemos un atisbo del año 2024 algo más similar a cómo lo conocemos, sin el rodaje dentro de los estudios ni los focos de colores fluorescentes que nos hablan de la ilusión. Estamos viendo un poco de realidad, con luz blanca y con colores más naturales. Esto no responde a un intento de mostrarnos la realidad más cercana en cómo la percibimos, porque, en la escena, el fondo sigue siendo borroso (esto es parte de la proposición de la distancia, lo ilusorio y lo simulado). Sino que responde al cambio que experimenta Rebeca, que por primera vez es genuina en su vínculo con el narrador, con esta realidad y con ella misma. Lo que aparece por primera vez en esta escena.
El ha sido programado para amarla. Y ella ha intentando volver a sentir, volver a conectar con su humanidad desde esta vereda, pero no lo logra, porque entiende que “Ni las cosas que observa, ni las personas que conoce, existimos de la manera que ella cree.” Por lo que, por primera vez, decide ser sincera y aceptar que no logrará nunca conectar con esta realidad a la que no pertenece y que es solo una ilusión. “La vida es muy corta” dice el narrador, mientras ella lo rechaza. simbolizando que Rebeca entiende que no puede perder su vida dentro de esta realidad simulada, con alguien a quien no ama.
Al terminar con el narrador, Rebeca no muestra empatía con él, solo fascinación por sus lágrimas, como queriendo poder guardarlas y brotarlas desde sus ojos. Entiende, al fin y al cabo, que él es también parte de esta realidad simulada, está programado para los fines que ella quiera, por lo que no empatiza con las emociones que él parece sentir. Sin embargo, la pérdida de su única compañía dentro de esta realidad, la hacen caer en cuenta, no solo de su soledad, sino del hecho de estar conscientemente inmersa en una realidad ajena, a la que no pertenece y que no está realmente ahí. Es esto, paradójicamente, lo que la lleva a sentir por primera vez algo real. Intentar convencerse de percibir la simulación como una realidad, solo la alejan más de poder sentir genuinamente, no es hasta que acepta la ilusión del mundo en el que está inserta, que puede permitirse sentir de lleno.
Al final, iluminada por el color verde que la acompaña a lo largo del filme, y mirándose al espejo como un reflejo mimético de ser y no ser a la vez, parece, por fin, lograr empezar a llorar. Ella se mira a sí misma con la fascinación característica que ha sentido por el mundo que observa, pero antes de que caiga una lágrima de sus ojos, se desvanece. Es como si su programa de simulación se apagara cuando presintiera que está por llorar, porque llorar, en su tiempo, no se puede. Acompañada de la emotiva música original realizada por Milton Núñez. Esta escena logra conmover al espectador, a la par que le genera un sentimiento inquietante, es la primera vez que Rebeca logra sentir algo real, y sin embargo, no puede llevarlo a cabo “porque llorar es del pasado y es…una ilusión.”
Ficha técnica:
Título: Lágrima Seca
Duración: 6 minutos
Año de estreno: 2024
País de origen: Chile
Director: Martín Pizarro Veglia
Reparto: Juan Carlos Maldonado y Valentina Acuña
Dirección de Fotografía: Felipe Toro Meza
Dirección de Arte: María Barrera
Música Original: Milton Núñez
Efectos visuales: Felipe Manzur
Corrección de color: Jorge Badilla
Diseño Sonoro y Foley: Ignacio Veglia
Coordenadas
SANFIC – Cortometrajes talento nacional / Miércoles 21 de agosto desde las 19:hrs hasta las 21:40, en Cinépolis La Reina (Av. Ossa 655)