Por Romina Burbano Pabst
“La bailarina ahora está danzando
la danza del perder cuanto tenía.
Deja caer todo lo que ella había…”
Los versos de Gabriela Mistral dan origen y tono a una creación escénica singular, donde el cuerpo danzante, el gesto y la emoción se vuelven los verdaderos portadores de la poética mistraliana. Es decir, son sensibilidades vivas que encarnan y transmiten aquello que escapa a las palabras: el cuerpo piensa, siente y habla desde el movimiento, el ritmo, la presencia y la energía que emana. La danza no traduce la palabra mistraliana, más bien la expande y la transforma en experiencia compartida.
A una década de su estreno, La bailarina vuelve al escenario del GAM para conmemorar los 80 años del Nobel otorgado a Gabriela Mistral. La obra de danza contemporánea, dirigida por Paulina Mellado se despliega como una investigación sensible entre la danza y la poesía, adentrándose a un diálogo profundo entre lenguajes que no solo trae de vuelta a la figura de la poeta, sino también la diversidad del cuerpo y su potencia expresiva en el paisaje de la danza chilena contemporánea.
Más allá de conmemorar a una gran poeta chilena, la pieza es un gesto de continuidad: una ceremonia escénica donde el cuerpo se ofrece como escritura viva, y la memoria de Mistral se manifiesta en sus movimientos, sus pasos, sus silencios danzados. La palabra suelta el papel, se escucha y se observa. Es la danza la que toma la responsabilidad de decir, recordar y transformar; marcando una relación entre la voz, el cuerpo y la interpretación.
En escena, siete cuerpos de mujeres y hombres se mueven entre la poética mistraliana que se transforma en ese instante en cualidad de movimiento, desplegándose hacia el gesto poético. Marcela Retamales, Camila Jiménez, Gonzalo Venegas, Esteban Cerda, Cristián Hormazábal, Vannia Villagrán y Paulina Mellado; componen una danza vinculada a la escritura, moviéndose entre palabras y desplazamientos.
Al ver a los intérpretes, es difícil no pensar en los ecos de “Adagio” de Pina Bausch, donde el cuerpo y la emoción se entrelazan en una poética singular abstracta, detallada y delicada. Mellado propone un espacio donde no se baila para embellecer, sino para revelar. La danza no solo se mueve; sino más bien: habla, transita, nombra y explora. A partir de un meticuloso trabajo del cuerpo, la pieza regresa como una conmemoración viva donde la danza contemporánea encarna la poética mistraliana. En este sentido se apunta a una reflexión en torno a la relación entre cuerpo, palabra y memoria.
“En el filo del día y el solsticio
baila riendo su cabal despojo.
Lo que avientan sus brazos es el mundo
que ama y detesta, que sonríe y mata…”
Los versos de Mistral, cargados de contraste y desprendimiento, se encuentran en escena a través de una danza que no busca ilustrar la palabra, sino dialogar con ella desde otro lenguaje. “Rata, rota, rancia, ruido…” La poética de la bailarina no se traduce, se transforma, se incorpora: el cuerpo la asimila y la exhala en forma de ritmo, gesto y presencia. La bailarina es aquella figura a través de la cual la poética se manifiesta. La obra no pone en movimiento literal los versos, los reinterpreta desde una sensibilidad coreográfica, construyendo una poética corporal que fluye entre lo articulado y lo intuitivo.
Cada intérprete es por sí mismo una figura de las distintas resonancias poéticas de Gabriela Mistral, se mueve desde un lenguaje propio, pero, en armonía con el conjunto. Cada cuerpo se articula desde sí mismo; en conjunto, crean una danza diversa y profundamente individual, donde los movimientos son palabras, el cuerpo versos y el conjunto de cuerpos estrofas encarnadas. En esa singularidad corporal se entretejen los matices del texto: lo firme y lo frágil, lo íntimo y lo político (compartido), lo que atrae y lo que desprende.
Ahora bien, hablando sobre la escenografía ésta consiste en 9 plataformas desmontables de madera y base de fierro que se caracterizan por sus distintos niveles al ritmo de la pieza musical, la cual se compone por sonidos digitales/sintetizados, voces y sonidos de viento. Estos objetos escenográficos configuran un espacio escénico que subraya la idea de desajuste y desplazamiento continuo. Las palabras que se escuchan en escena “rata, rota, rancia, ruido…” no son meros juegos fonéticos: son sonidos que atraviesan la materia corporal, contrastan la voz y el cuerpo.
La iluminación cálida y dirigida enmarca estos momentos como si cada uno fuese un poema en sí mismo una escena que pulsa y respira por sí sola. A partir de una danza diversa y armónica que se conecta por medio de la iluminación, cada cuerpo se constituye y se articula desde sí mismo, explorando las cualidades del movimiento desde la articulación.
Así mismo, el vestuario, en tonos tierra, compuesto por chaquetas, faldas, zapatos y torsos descubiertos, evoca una figura que nos remite a Mistral sin replicarla. Su delicadeza contrasta con la fuerza sonora del paisaje auditivo y la potencia física de los cuerpos. Todo en escena parece bailar entre opuestos: lo liviano y lo denso, lo etéreo y lo crudo, como si la poesía misma estuviera siendo devuelta al mundo desde un nuevo lugar.
“Sin nombre, raza ni credo, desnuda
de todo y de sí misma, da su entrega,
hermosa y pura, de pies voladores…”
En su entrega, los cuerpos que habitan La bailarina nos miran sin mirarnos, nos tocan sin tocarnos, y nos hablan sin decir palabras. Están ahí, presentes y vibrantes, despojados de artificios, afirmando su existencia desde la vulnerabilidad de ser observado y la belleza del movimiento no necesariamente estilizado. Cada gesto parece una ofrenda hacia Mistral, hacia la poesía y hacia quienes miramos e interpretamos.
La obra es delicada y poderosa a la vez. No fuerza emociones ni impone discursos, sino que deja que las sensaciones emerjan en quien la presencia. Es en ese espacio de intimidad entre cuerpo y espectador, poeta y lector donde se produce algo fundamental y único: una interpelación silenciosa, que no exige comprensión, pero sí apertura. Apertura a lo nuevo, lo distinto, lo indescifrable a primera vista.
Los cuerpos danzantes, sostenidos únicamente por la música y la poética, la palabra y la memoria, generan un magnetismo difícil de eludir. Nos quedamos suspendidos entre sus vuelos y sus pausas, reviviendo, quizás sin darnos cuenta, una danza solemne que no busca concluir y demostrar, sino continuar latiendo en cada quien, trascendiendo lo textual y corporal.
La bailarina, no solo homenajea a Mistral, sino que se inscribe, con fuerza propia, en el mapa sensible de la danza chilena contemporánea, como un testimonio vivo de cómo el arte puede seguir latiendo a través de los cuerpos.
Ficha Técnica
Título: La Bailarina
País: Chile
Compañía: Cía Pe Mellado / CIEC
Dirección: Paulina Mellado
Intérpretes: Marcela Retamales, Camila Jiménez, Gonzalo Venegas, Esteban Cerda, Cristián Hormazábal, Vannia Villagrán y Paulina Mellado
Escenografía e Iluminación: José Antonio Palma
Composición Musical: José Miguel Miranda
Artista Visual: Richard Solís
Producción: Vannia Villagrán
Edad: +10
Duración: 40min
Coordenadas
Centro Cultural Gabriela Mistral
Del 22 al 31 de Mayo 2025