Por Eduardo Taylor
¿Qué es una actriz? Ciertamente es un tipo de mujer que necesita concebir la vida soñando. Tal vez son mujeres a las que la banalidad del cotidiano, como las filas en los paraderos, los supermercados o el amor en los tiempos de capitalismo salvaje las obligan a crear nuevas realidades. Pero este sueño nunca es gratuito, muchas veces es doloroso y contradictorio. En estos días soñar mucho puede matarte, dejarte seca o muerta de hambre.

Esto es lo podemos reflexionar al momento de ver la obra Una actriz de la compañía teatral Poiesis, en el Festival Teatro en Casa del Barrio Yungay. Un monólogo sobre las contradicciones de este oficio dirigido por Mara Ibaceta. Porque una actriz es una mujer que habita en un abismo, en una caída eterna: “¡Estoy seca… seca! ¡Ya no quiero que se traguen sus miserias como antes! ¡Ya no quiero esto, sáquenme de aquí! ¡Sáquenme! ¡Yo pensé que esto cambiaría el mundo! ¡Yo pensé que eran pétalos en un fusil, que se arrepentían de disparar! ¡Sáquenme de aquí!”. Dice la protagonista interpretada por Noel Saint-Jean.
Ciertamente el arte no cambió el mundo, al menos no en los términos que proponía el surrealismo. Pero esta caída a veces puede llevarte hacia lo alto como decía Schelling. Hölderlin en su célebre poema Para que poetas en tiempo de penuria, dice que un poeta (la actriz como poetisa del cuerpo) se hunde en el abismo, en el no fundamento, en la no existencia de ritos y dioses, y va a buscar el rastro de esos dioses perdidos por medio del trance para recuperar un equilibrio perdido. Si no fuera por la lógica del espectáculo una actriz sería una especie de chamán moderna.
Tal vez Heidegger diría que una actriz al igual que un poeta es un “intermediario entre la voz del pueblo y la de los dioses” pues su despersonalización, sus ataques de ansiedad y su lenguaje artístico reviven el germen del rito en una época en que Dios ha muerto. Pareciera ser que solo el arte nos lleva a estar de nuevo en contacto con algún tipo de divinidad que atraviese el cuerpo. Una divinidad que no sea pura metafísica como ocurrió con el cristianismo. Sino pacto de vitalidad que celebre la fiesta de esta vida y no otra.

Pero este rito tiene un precio, un altísimo precio que podemos ver en este montaje: la locura, la pobreza, una mala jubilación, un segundo empleo donde tienes que obedecer órdenes de alguien intelectualmente deficiente. Además, una actriz muchas veces está entre dos mundos. Es pobre sin serlo, es cuica sin serlo. Estar al medio desgasta, cansa, es contradictorio. Una actriz tiene un pie en Las Condes y otro en La Pintana. Lo que a fin de cuentas es no tener un pie en ningún lugar. Quiere entrar en las poblaciones, para interpretar mejor a esos personajes, pero no se atreve, tal vez la pueden asaltar. Del mismo modo, la elección de esta profesión muchas veces la exilia de su clan.
Una actriz se siente impotente, pasa el tiempo y los años. La amenazan las arrugas, la bulimia, el sobrepeso y la rosácea. Todas ellas consecuencias del estrés emocional de estar siempre desnuda frente a un otro que la juzga. Los sueños que le vendieron solo son para las que tienen buenos contactos y vienen de buenas familias. Así, en un cajón una actriz guarda lo último que le queda, su vanidad, la altanería en la que a veces se cae, cual armadura o mecanismo de defensa para esconder su mayor fragilidad: este mundo duele y no poco, duele mucho. Pero quizás una vez que se acepta que este mundo duele, un pez dorado emerge dentro de ella y surge el arte. Surgen obras inesperadas como esta, una actriz también puede ser una diosa.
Dirección y dramaturgia: Mara Ibaceta
Asistente de dirección: Daniela Araneda
Diseño integral: Lia Misraji, Fabián Cordero
Realización de vestuario: Elizabeth Pérez
Actriz: Noel Saint-Jean
Compañía: Poiesis
Espacio: Festival de Teatro en Casa