Por Javier Ibacache V.
Uncanny Valley es probablemente uno de los montajes que mejor sintetiza el espíritu de época pandémica: el doble animatrónico de un escritor monologa durante 60 minutos secundado por una pantalla frente a 10 espectadores en una sala desolada con capacidad para 288 personas.
La creación de Stefan Kaegi y la compañía Rimini Protokoll se estrenó en 2018 con el interés de indagar en los alcances de la sustitución individual que conlleva la masificación de sistemas de Inteligencia Artificial y el impacto que esto tiene en la construcción de las subjetividades. Pero el contexto de pandemia, confinamiento y sobredosis de plataformas en el que debuta en Santiago a Mil añade otras lecturas que pueden formularse en torno a la puesta en escena.
El robot que protagoniza la pieza es, en rigor, un muñeco mecánico controlado a distancia que replica el rostro, el cuerpo y los movimientos del escritor alemán Thomas Melle, cuyo trastorno bipolar encuentra en el relevo de la máquina una alternativa para la dificultad de hablar en público.
El proceso de diseño, confección y animación del androide en los talleres de Chris Creatures se repasa en la obra a la manera de un viaje de exploración y autoconocimiento, como si el autómata tomara noción y conciencia de su naturaleza conforme relata los antecedentes que explican su presencia en el escenario teniendo a la platea por testigo.
El ejercicio se entrelaza con la figura de Alan Turing, considerado el padre de la informática moderna y autor de la prueba que permite diferenciar a una máquina de un ser humano. La referencia a la castración química y al tratamiento hormonal al que fue condenado el matemático inglés se convierte en una imagen que subvierte la lógica binaria que también prima en la discusión en torno a las máquinas, y el contrapunto con la novela Dorian Gray, de Oscar Wilde, parece enfatizar más todavía la idea que ronda en el montaje sobre cuán condicionados estamos en proyectar en la tecnología una dimensión propia de la especie humana que salva de la incertidumbre (el valle inquietante del que habla el profesor Masahiro Mori y que da título a la puesta).
La obra hace evidente esta tendencia con interrogantes que el doble de Melle formula a quienes están en la sala a fin de determinar su naturaleza; una variante del test de Turing sobre las imágenes en que cristalizan los recuerdos y que conforman la memoria, algo hasta ahora vedado para un animatrónico.
Las dosis de humor negro que se cuelan en el texto -y que en la versión online programada por Escenix en 2020 encontraban eco en la audiencia – se difuminan frente al esmirriado número de espectadores en sala y la traducción simultánea.
En contraste, se impone un silencio y una atmósfera severa que convierte por momentos al androide en un resabio de los personajes de Beckett a solas en la escena ante la ausencia de lo humano, como espejo del paisaje generado por las cuarentenas en las grandes urbes.
En el naciente género que incorpora robots y sistemas de Inteligencia Artificial en la escena -como viene haciendo el profesor Hiroshi Ishiguro en Japón con la serie de piezas protagonizadas por distintas versiones de Geminoid-, Uncanny Valley es un intento por resistir detrás de una máquina animada y detenerse en una pregunta tan arcaica como el teatro: qué es lo humano.
Título: Uncanny Valley
País: Alemania – Suiza
Concepto, texto y dirección: Stefan Kaegi (Rimini Protokoll)
Texto, cuerpo y voz: Thomas Melle.
Animatronic: ChrisCreatures Filmeffects GmbH.
Festival Stgo a Mil. Funciones en Centro Gabriela Mistral, GAM. 12.00, 15.00 y 18.00 horas hasta el viernes 22 de enero. Entradas en www.stgoamil.cl