Por Juan José Jordán
Es curioso pensar que La Araucana, el mismo canto épico que ha hecho sufrir a generaciones de estudiantes en nuestro país, en su momento haya gozado de gran popularidad a ambos lados del Atlántico. Que un evento esté narrado desde el punto de vista de uno de sus implicados es de por sí interesante, pero que además haya sido escrito mientras el hecho tenía lugar lo torna aún más especial. Es el caso de Alonso de Ercilla, a quien su labor como soldado de la corona le permitía conocer de primera fuente los pormenores de la batalla de conquista y dar a conocer su visión de aquellos guerreros del sur del continente que el imperio no lograba someter.
Patricia Cerda profundiza en el personaje y su contexto, demostrando un acabado conocimiento del tema. Lo interesante es que se lo retrata como alguien cercano a la poesía, al arte, sensible y culto, pero que nunca descuida el aspecto pragmático y una gran facilidad para los negocios. De hecho, él es quien contacta a Jerónimo de Alderete con mercaderes de Valladolid antes de emprender el viaje a América. Y en su regreso a España intensificará su habilidad de mercader aprovechando cada ocasión que se le presente para comprar y vender, o cuando los derechos de autor le permitían un buen pasar, contratar a un repostero italiano personal. Así mismo, se encuentran diferentes detalles, datos menores, pero que ayudan a dar una idea del ambiente, como haberse referido al capitán del navío en el que Ercilla viaja a América, Domingo Martín, quien había hecho el trayecto más de 30 veces:
«Llevaba veinticinco años yendo y viniendo entre Sanlúcar y Nombre de Dios, el puerto al que se dirigían en el Itsmo de Panamá. Conoció a todos los conquistadores, entre ellos, a los hermanos Pizarro, y a los virreyes que fueron a morir al Perú. Le informó que antes solo viajaban aventureros a las Indias y que últimamente el emperador estaba enviando nobles. Eso estaba causando no pocos conflictos. Aseguró que los conquistadores eran como el agua y el aceite. Enemigos naturales. Ercilla ya lo había notado».
Incluir este dato, que no modifica en nada lo central, permite pensar en la gran proeza que eran los viajes en barco atravesando el océano, lo que le da un condimento adicional a la narración.
Historiadora de formación, Cerda ha encontrado una fuente de exploración para su trabajo en diferentes episodios de nuestro pasado, pero recurriendo a la literatura como medio expresivo por la libertad que permite. Esto no quiere decir que sea pura invención ni que se pueda prescindir de la investigación; una novela histórica tiene que recrear satisfactoriamente el ambiente de un determinado período y eso no es invención. No se puede inventar como era la vida en la corte, por ejemplo. Lo que sí se puede es, a partir de los datos que se conocen, presentar posibilidades de realidad, como, por ejemplo, el curioso encuentro entre Miguel de Cervantes y Alonso de Ercilla que nos presenta la novela. Se conocen en Lisboa y entablan un diálogo muy interesante sobre La Araucana, la prisión de Cervantes en Lepanto y Erasmo, un autor por el que los dos sentían gran admiración. Las palabras que se dicen son ficticias, muy probablemente ese diálogo nunca tuvo lugar, pero si sabían el uno del otro y Cervantes siempre le tuvo en gran estima, que demostraría más adelante en el episodio de la quema de la biblioteca, cuando uno de los pocos libros que se salvarían de las llamas para lograr que el Quijote volviera a la cordura sería el canto de Ercilla. En su calidad de lector para el Consejo Real, Ercilla dará su aprobación para una obra poco conocida de Cervantes, El trato de Argel. Como nos informa el libro, no estaba permitido imprimir ningún libro en España que no hubiera sido revisado por un letrado, quien era nombrado por este Consejo, política que entró en vigor a partir del reinado de los reyes católicos.
Existía un debate encarnizado sobre cómo debía comportarse la corona con los habitantes del nuevo mundo, ¿se les podía considerar seres humanos?, ¿tenían alma? A Ercilla, hijo de Fortún García de Ercilla, connotado jurista y consejero del rey Carlos V, le correspondía por su origen recibir la formación adecuada para desenvolverse en la corte y de alguna manera sus preceptores de las dos asignaturas principales representaban esta contradicción: Juan Calvete de la Estrella, a cargo de retórica y latín y Ginés de Sepúlveda, que impartía las clases de historia. Calvete era un humanista muy culto, quien fue el primero en hablarle del domínico Bartolomé de las Casas y su defensa de los indios. Gracias a él conocería la poesía de Garcilaso de la Vega, el poeta-soldado por antonomasia que marcaría un ideal a seguir. Por otro lado, Ginés de Sepúlveda tenía un juicio mucho más crítico sobre los indígenas, justificando plenamente el accionar de la corona.
La importancia que se le da a la literatura en la obra es notable. Hay una profusión de citas de distintos autores clásicos, que probablemente le despierten al lector el interés de conocer más. La cita que aparece de Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam saca premio, realmente. Así mismo, hay distintos pasajes de La Araucana, que sirven para entender que estaba pasando en la vida del autor mientras escribía determinado fragmento. Es de gran aporte que se trabaje con la obra misma, despertando la curiosidad de acudir a la fuente. Sin embargo, hubiera sido bueno que se indicara en qué canto y estrofa de La Araucana se pueden encontrar, para darle más claridad al lector.
Uno de los puntos flacos del libro es la reiteración y el modo a veces poco ocurrente de decir las cosas, como cuando se refiere al hecho de cruzar el atlántico como haber “cruzado el charco”, que es una broma usual para referirse al trayecto entre América y Europa, pero integrado en la narración queda algo rebuscado y como un chiste sin gracia. Lo mismo corre para los pasajes en donde la autora escribe desde su lugar de residencia en Berlín, intervenciones que sirven para establecer una suerte de contrapunto entre las cruentas descripciones de las batallas y la voz de Cerda que se dirige directamente a Ercilla en un tono cercano. Pero se torna cansador el leitmotiv que se repite incansablemente de “tú eres el poeta”, para expresar la vocación creadora de Ercilla, reiteración que se torna insistente y pierde sentido.
Con todo, una narración que permite reflexionar en torno al encuentro de dos mundos que significó la conquista y como las estructuras de poder del imperio justificaban las brutalidades más atroces. Profundizar en un momento histórico, abarcando detalles y entretelones en una narración fluida, en la que no se necesita ser un letrado en historia para interesarse y entender, es el gran logro de Ercilla y las contrariedades del imperio.
Ficha técnica
Título: Ercilla y las contrariedades del imperio
Autor: Patricia Cerda
Novela histórica
Editorial: Ediciones B
Año:2023
Páginas: 332