Por Carla Alonso
Enero de 2020 fue un mes más que intenso para Alejandra de la Sotta (47 años, Concepción), más conocida como Aliocha de la Sotta, una de las mujeres más destacadas de la escena teatral chilena.
Con cerca de 20 años de experiencia dirigiendo obras, en su hoja de vida figuran montajes que han sido aplaudidos por la crítica como Hilda Peña, donde llevó a escena el premiado texto dramático de Isidora Stevenson. A Hilda Peña se suman varios nombres, entre ellos, La apariencia de la burguesía, un texto de Luis Barrales que Aliocha dirigió y que se estrenó el 17 de octubre de 2019, un día antes del estallido social.
En la lista más reciente figura también Mistral, Gabriela (1945), una producción de GAM con dramaturgia de Andrés Kalawski, que imagina a Gabriela Mistral capturada por un grupo de mujeres. Con estos dos últimos títulos estuvo con funciones, hasta dos el mismo día durante el mes de enero, en el GAM, en el marco del Festival Santiago Off.
A nivel personal, Aliocha de la Sotta cuenta que está “observando” de cerca todos aquellos lugares en los que puede estar, tras el estallido social, donde buena parte de las discusiones se trasladaron a la calle o al aula. Actualmente es profesora en dos escuelas de teatro, en la Universidad Mayor y en la Universidad Finis Terrae, y reparte su tiempo entre las clases y un nuevo montaje que se estrenará en abril.
Las obras que diriges siempre tienen a personajes femeninos fuertes, que son el centro del montaje. Es el caso de Mistral, Gabriela (1945) e Hilda Peña. También con la dueña de la pensión en La apariencia de la burguesía. Además están muy conectados con la emotividad. ¿Por qué decides trabajar desde ese lugar?
Trato siempre de estar vinculada con temas o ideas que resuenen en mí. Debe ser por eso. No es muy consciente, sólo sucede.
¿Qué puntos en común ves entre esas mujeres: Hilda Peña, Gabriela Mistral y la señora de la pensión de La apariencia de la burguesía?
Al no ser consciente no había pensado en eso. Quizás ser mujer chilena. Me conmueven mucho las historias del ser humano en el costoso o dificultoso devenir de su existencia.
La puesta en escena de Mistral, Gabriela (1945), recuerda a otra obra tuya, Hilda Peña, en lo minimalista: cuatro focos, una silla al centro y un personaje potente, emotivo, que lleva el montaje adelante, con un texto brillante. ¿Podríamos decir que esto es parte de tu sello?
No sé cuál es mi sello. Creo que sólo trato siempre de vincular el trabajo con sus medios de producción. Me refiero a que la obra es su propia materialidad. Esa ha sido la síntesis a la que hemos llegado siempre en diálogo con las y los diseñadores con que vamos trabajando. No creo que sea algo mío. Todo es bien colectivo en el trabajo de creación teatral. Me involucro en todo y dialogamos entre todos y todas. Eso es lo fascinante del trabajo teatral.
¿En qué estás trabajando ahora tras el cierre de la temporada con Mistral, Gabriela (1945) y La apariencia de la burguesía en cartelera?
En abril de este año estrenaré El nudo, con mi compañía Teatro La Mala Clase. El texto es de Isidora Stevenson y Bosco Cayo. El estreno será en el GAM. Con La Mala Clase hacemos procesos de investigación largos y partimos con esta en junio de 2019. A partir de la obra El Dylan comenzamos a abordar el concepto de género y cómo este es abordado en la educación. Ahí caímos en temas como feminimismo, mujer, hombre, patriarcado y nuevas masculinidades. Entramos en ese rollo y ha sido increíble, hemos aprendido un montón. La obra ya está escrita y retomamos los ensayos en diciembre para estrenar durante la primera semana de abril. Es una coproducción entre el GAM y Teatro La Mala Clase.
¿Qué historia veremos en ese estreno?
Es muy interesante porque es la historia de un liceo en La Unión, región de Los Ríos, que toma la vanguardia con respecto a la reflexión sobre género en sus aulas. Entonces hay talleres feministas y de nuevas masculinidades, y todos los adultos se ven envueltos de alguna manera en eso. Es interesante el proyecto no sólo por la historia que crearon Isidora Stevenson y Bosco Cayo, sino también porque queremos trabajar con liceos.
Tu nombre, junto al de Manuela Infante son quizás los más relevantes si uno piensa en directoras de teatro chilenas. En el teatro local, ¿la dirección sigue siendo un espacio donde predomina la presencia masculina? ¿Qué falta para revertir eso?
Hay muchas directoras mujeres no sólo la Manu [Manuela Infante] y yo. Entonces mejor nombrarlas: Ana Luz Hormazábal, Andrea Giadach, Manuela Oyarzún, Alexandra Von Hummel, Nelda Muray, Samantha Manzur, Andreina Olivari, Mariana Muñoz, Muriel Miranda y Paula González, por mencionar algunas. ¿Te fijas? Es una lista que no tiene fin. ¿Por qué se invisibilizan los nombres? No lo sé, pero intuyo que tiene que ver con lo que sucede en todos los ámbitos. Creo que mujeres hay.
Sobre el tema del público, terminó enero con dos festivales de teatro importantes como Santiago a Mil y Santiago Off, donde las entradas se agotan. ¿Qué pasa el resto del año? ¿Cómo ampliar públicos y fomentar la asistencia a salas durante el resto del año?
Deben existir políticas culturales que pongan el énfasis en los públicos. En las salas independientes, en las regiones. Además, comprender entre todos y todas que el acceso al arte es un derecho. Comprender que en la educación el arte es un camino válido, por ejemplo.
Tiempos de observación
Hace poco escribiste en Twitter: “Todas las discusiones que estamos teniendo las hemos tenido en años anteriores, incluso algunas son del año 1988. No tengo ninguna propuesta”. ¿Eso sintetiza el momento en el que estás ahora?
Estoy súper observante de lo que está pasando y de los lugares en los que puedo estar. Sé que el teatro es lo que hago, y también estoy en el aula: soy profesora universitaria, en la Universidad Mayor y en la Escuela de Teatro de la Universidad Finis Terrae. Ahí se dan debates interesantes desde lo académico, del teatro en su rol pedagógico. También soy ciudadana y participo de las instancias de la calle. Soy feminista y me interesa ser parte de esas discusiones y en esos lugares.
¿Cuál crees que debiera ser el rol del teatro tras el estallido social, donde el foco está en lo que sucede en las calles?
Estamos en la calle, pero también en nuestro propio quehacer. Para mí, tener funciones de La apariencia de la burguesía en el contexto del Off (Festival Santiago Off) y tener conversaciones con ese elenco me parece relevante también, por la obra, el oficio y lo que significa ser actor o actriz, porque de pronto pareciera que estuviéramos en otro lado y somos un gremio igual de precario. Somos los que están en la Plaza Dignidad también; somos trabajadores y trabajadoras del teatro, y eso me parece importante.
A propósito de la obra La apariencia de la burguesía, sé que hay una mirada de “esos artistas burgueses” y justamente esta es la reflexión que hago de la burguesía en la obra. Sí, también soy esa burguesa, pero por esta especie de cultura en la que estamos inmersos. Pero mí gremio es igual de precario que muchos otros.
La apariencia de la burguesía se estrenó el 17 de octubre de 2019 y llama la atención cómo la obra se anticipó a todo lo que sucedió después. Fue, de algún modo, premonitora. ¿Qué piensas de eso?
Imagínate cómo ha sido para los actores y las actrices tener que abordar eso. Hemos tenido conversaciones riquísimas sobre el rol del actor o de la actriz. Además, estábamos en una sala universitaria, pero al mismo tiempo de Providencia para arriba. Entonces los primeros espectadores que llegaron fueron ellos. No sé si es premonitoria o no.
Pero la obra captura muy bien algo que estaba ahí, en el aire, y que iba a reventar.
Puede tener que ver con lo que te decía antes: yo también soy eso. Me pasa lo mismo que a ti, que a Lucho Barrales o a Sara Pantoja, quien protagoniza la obra. Somos esas mujeres chilenas. No es que observe de lejos lo que me pasa: me pasa y por eso está en la obra.